miércoles, 26 de julio de 2023

FALSA LEYENDA HUARPE: EL DUENDE DE LA MONTAÑA


 

            Caminaba rumbo a las tamberías por el camino del Inca el Hunoc, llevaba un fardo con lana de vicuña, miel de camoatí, patay  y unas hojas de coca. Todo era para el Dios de la Montaña Sagrada. Sus flaquísimas piernas hacían un esfuerzo enorme para superar el frío y el viento blanco. Necesitaba con urgencia hacer la ceremonia de la Pacha Mama, antes que se viniera el viento blanco y fuera imposible llegar hasta lo más cercano que pudiera a la cumbre. El ponchillo de llama que le hizo su madre no era suficiente. Había que subir y subir hasta donde los dedos del dios. Para  que le recibiera el bulto que llevaba atado en la espalda apoyado con una cinta de lana en la frente. Roció sus pies con orín de llama y se frotó un pedazo de cuero de chinchillón. Siguió cuesta arriba. Las piedras se deslizaban por la huella en un chorrillo hasta perderse en la profundidad del abismo. No tenía un tiempo para el descanso. Si paraba, si se detenía, el frío lo transformaría en piedra.

            Hunok tiritaba por el frío y por el esfuerzo, pero su mirada estaba puesta en la cumbre que se escondía entre las nubes que anunciaban nieve. De él dependía que ese año tuvieran agua. Sacó de su ropa un odre con chicha de maíz y tomó un sorbo, apenas como para darse un gusto y fuerzas. El aire se iba enrareciendo a medida que subía. Si de él dependiera, tiraba ahí mismo el fardo y hacía la ofrenda sin seguir subiendo. Pensó en su madre y en la posibilidad que ese próximo verano le compraran a una mujer de la tribu del lago. Las hembras laguneras eran fuertes, buenas para pescar, hilar lana de llama, trenzar totora en toda clase de objetos y tenían las caderas anchas para darle varios hijos. Un esfuerzo más y lo lograría. Más y más para llegar a la cumbre. Ya sin aire en los pulmones cayó desmayado entre las piedras y la nieve. Quedó allí quieto y lo fue cubriendo una nube helada que le daba un aspecto de roca azulada. No supo nunca de dónde salió el Duende de la Montaña, semidiós o mediero, que lo alzó entre los brazos fuertes como rocas y lo siguió subiendo hacia los abismos eternos. Sus pies ya tenían el color de las rocas, el rostro enajenado había cobrado el semblante de los cóndores. Dejó caer las ofrendas y se quedó allí esperando la muerte.

            Despertó una mañana en el valle. A sus pies había crecido una planta con forma de vasija cubierta de espinas y flores blancas como nieve. Una loica se posó sobre el “cardón” florido y picoteó con fruición la dulzura del néctar. El Duende de la Montaña Sagrada le había regalado un don especial, entender el idioma de los pájaros. Así vivió entre los cardones y las aves que le iban describiendo el paraíso donde naciera.

            La montaña escondía historias y él, con su gracia especial, comprendía cuándo iba a llover, cuándo nevar cuándo iba a haber sequía. Los pájaros le contaban con sus vuelos y chillidos qué pasaba detrás de esas enormes montañas con nieves eternas. Pronto comenzó a sentir la envidia de algunos hombres. Varios jefes le ofrecían sus hijas vírgenes para compañera. Pero algo andaba mal. El médico- brujo lo miraba  con desconfianza y podía sentir su desprecio.

            Su anciana madre comenzó a envejecer con mucha rapidez y se achicaba, su piel, como cuero viejo, se llenaba de estrías oscuras y en sus manos los nudillos se deformaban transformándose en verdaderos bultos dolorosos. Comenzó la madre a hablar cosas extrañas. Nadie le entendía. Él, tampoco. Ya se iba doblando su espalda y sus piernas no la sostenían. ¿Delira? No lo conoce más a su hijos y sus vecinos. Una noche de frío, cuando la nieve cubría la tierra, la anciana sale a la intemperie y se deja caer junto al cardón. Cuando Hunok despierta y sale a buscarla, ya no respira. Una lechuza le cuenta que hay un trabajo del brujo entre la madre y la muerte. Ella, la sombra eterna, trató de enviarle un mensaje, pero fue tarde. El joven, tapa a la anciana como le enseñaron sus mayores. Y arma al amanecer su bulto, vuelve a subir lentamente  a la montaña y allá se pierde. 

            Dicen... que cuando hay viento blanco, se ve a Hunok, caminando por las laderas y riscos. Siempre ayuda a los viajeros que se quedan dormidos en la nieve.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario