jueves, 13 de julio de 2023

KAMIKASE

                             

                                                     “El tiempo se pierde en la arena sin dejar huellas del dolor                                                                                                        de ser maltratada  como mujer” la autora.

 

            Cerró el último cuaderno. Desde muy joven escribía un diario donde dejaba las huellas de penas y sonrisas. Con la tijerilla afilada de cortar los hilos de bordar abrió sencillamente sus venas azulosas. Las manos flacas y angustiadas borbotearon en rojo desparramo suave y melancólico su vida. Puso su pulgar como sello bermejo al final de la postrera despedida. Griselda.

            Quedó sentada repasando el tiempo. Tiempo desde la infancia inconciente de desdichas que galopaban arremetiendo el futuro sin descaro. Se vio niña acunando muñecas con rostros de porcelana apenas coloreadas. Se vio adolescente con la cabellera al viento conjugando candor con sueños imposibles. Se vio mujer amedrentada por un enamorado que la despojó de su dignidad haciéndole sentirse Nada.

            Soñó un bondadoso pasado de embarazos con niños que abrazó con ternura creyendo recuperar su perdida felicidad y todo fue inútil, falló en su tarea de algún modo.

            Envejeció sin tregua. Su perfil de seducción se fue desfigurando en una mueca doliente y huyó a su interior con brío. Caracol de dura coraza de piedra y cemento que adquirió con miedo y adormeció su alma. Huyó en un tren imaginario. Recorrió millas de silencio y traspasó vías de rumores que mitigaron su corazón en sangre viva y de sus llagas exangües; el humo de la máquina de la locomotora, sombreó para disimular sus ojos exaltado de lágrimas, oscureciendo las marcas de ojeras cárdenas. Un tren inexistente que la llevó en el tiempo y calmó heridas.

            Ahora, tenía que esperar. Su cuerpo iba lentamente perdiendo el suave tono de la piel para quedar como el alba de las rosas blancas que movía la brisa en la pared sombría. Las otrora manos hacedoras de estrellas y milagros caían sobre su flanco dándose el respiro de un ronroneo de burbujas de color bermejo.

            El sol se iba escondiendo. El silencio de siempre siguió siendo silencio. La tristeza de siempre se apuró a besarla en la boca seca y sedienta de ternura. Nadie la rescataría de su adiós. Era un “kamikase” de la historia de su vida. Nació siendo mal acontecida y siguió perpetuando su desdicha como mujer maltratada sin consuelo.

            Cayó la tijerilla reflejando la luz de una estrella que asomaba en la ventana. Cayó el cuaderno con su huella y quedó esperando el tren que, imaginariamente, la llevaría al mundo de los vivos. Ese mundo en que creyó encontraría un amor verdadero y bello.

            En el silencio de la muerte… se oyó el silbido de un tren que se acercaba en un chirriar de hierros y misterio.                                                                      

                                                        

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario