viernes, 21 de julio de 2023

EL VIAJE... DESPERTÓ AL HOMBRE

 

     Recién he podido cumplir mi anhelo de besarla. Sus labios tan fríos como mi dolor mortal, se entregaron sin poner resistencia. Murió hace unos minutos y llegó a cumplirse mi deseo. Aún vibra en mi cuerpo el ardor de la pasión escondida. Todos me miran petrificados...el médico y sus ayudantes ven como acaricio su cuerpo y lo beso. Beso hasta el más íntimo rincón de su cuerpo amado. Su alma no lo dudo ya es mía.

           

            El vehículo se desliza por el camino polvoriento, infierno de hoyos inescrupulosos que infectan la huella. Saltan los amortiguadores y protestan con desenfreno con cada pozo y yo miro con desesperación a mi  “padrino” que maniobra como si no quisiera evitar ninguno para aliviar los golpes de mis piernas y traste. Hace unos días me pidió prestado a mamá para que lo acompañe en este viaje de aventuras por la Patagonia. Yo siento que hará que viva una maravilla de vacaciones. Ella no estaba en mi mente. ¡Su secretaria! Tiene un culo y unas piernas que no me dejan mucho espacio en el asiento. Me ha empujado tantas veces que ya me siento del tamaño de un pez, largo y finito...la odio. Es difícil entender ¿cómo mi padrino tiene que acarrear con semejante estúpida? Permanentemente se limpia con un pañuelo la cara para sacarse el polvo que ya ha penetrado por todas las rendijas de la parte de atrás y por todos lados. Casi no la miro y ella me espía de reojo para hacerle morisquetas a Lucio, que así le llaman a mi padrino. Él me invita a pasar un rato a la parte trasera y ella se pone jocosa y me hace unas burlas que me dan más aversión. En realidad tengo un hambre terrible, mamá nos preparó empanadas y tortillas y el perfume de las papas calientes y aceitosas, me hacer hipar el diente. Al detenernos bajo un árbol de perfil extraño, torcido y retorcido por los vientos del sur, siento que mis pobres huesos de trece años, que pronto voy a cumplir, necesitan urgente moverse. Salto con euforia y corro tras unos “michay” secos que se desparraman por la arenosa planicie por donde discurre el camino. ¿Me pregunto si el suelo en la luna será como acá? Salgo a estirarme y la muy torpe se agacha y me pregunta si voy a ir a mear... ¡Qué meterete! Soy grande y no le tengo que decir a ella. Además es una desvergonzada. Decir eso delante de su jefe. Ella me dice que mire para el oeste que va a expansionarse y se pierde entre los matorrales. Yo la espío y le alcanzo a ver como se baja los calzones y su culo rosado se agazapa en el falso retrete que ha encontrado. ¡Mamá...si que tiene desvergüenza...! Lucio se hace el distraído pero yo lo descubro mirándola por el espejuelo del automóvil y él se pone desconcertado y ríe con una risa muy estúpida. Los hombres, dice el tío Albino, deben mirar a las hembras, es cosa de machos y es normal. Y yo no me arrepiento de mirar, para lo que hay que ver últimamente en mi barrio y en la escuela. Siento que me mira perturbado pero a mí no me hace un respingo. Ahora se sienta atrás junto a mí y después de lavarse con agua de un bidón, las manos, me pasa pedazos de emparedados de jamón serrano y tortillas que me como en un santiamén, llena la barriga me entrego a mi juego favorito, jugar con “dado mágico”, y comienzo a pensar en los monstruos que vamos a cazar con Lucio y ella. ¡Tiene un nombre tan feo...Alana! ¿A quién se le ocurre llamarse Alana? Pero así le dice mi padrino con voz de...galán de cine. Ella trata de no demostrar nada pero yo le noto que pierde el seso por él. Pero él tiene su mujer y sus cuatro hijos en Pueblo de los Álamos, y según entiendo son una familia "modelo" dice mamá cuando se pelea con papá. Él ni la mira...o eso creo. El traqueteo del coche entre los hoyos del camino me ha dado ganas de echarme una siesta de esas que suelo tomar en casa de mis abuelos en Río de las Águilas, debajo de los cerezos y durazneros atrapando abejorros y cigarras, para el insectario de biología. Un sueño blando y profundo me hace despegarme de la realidad. Sueño sin pudor con los tiempos de juegos en la vega de Antonio, en el solar de los abuelos, los padres de mi madre. Allí juntábamos lombrices y moscas y nos íbamos a pescar al arroyo de Los Toritos, bandadas de cotorras y teros nos alertaban de cualquier peligro. También soñé con ellos, mis primos del campo, con quienes componíamos un corrillo de ruidosos y alegres muchachos, con los que viví momentos de ensueño. Me despierta un terrible golpe que hizo que atronara la carrocería del coche. Me enderecé y vi, que habíamos quedado semi volcados sobre la parte derecha del mismo. Un terrible pozo rompió el eje y Lucio se agarraba la cabeza...Miré hacia todos lados y no se veía ni un solo ser vivo. Habíamos aventajado a varios camiones en el medio día, pero yo que dormía, no sabía si en el tiempo de mi sueño habíamos cruzado a alguien más.  Escuché varias palabrotas no reproducibles, en boca del padrino. Luego un silencio pesado me urgió a descender y tratar de hacer algo. Era casi el crepúsculo y un paño de añil serpenteaba por los matorrales. Un choique cruzó corriendo y detrás una bandada de polluelos, los charitos, lo siguieron. Ya estábamos en la desértica Patagonia, donde no vive casi nadie y sólo de vez en cuando aparecen camiones del ejército y algún que otro transporte con fardos de lana. La desolación de Alana me perturbó, lloraba y su cuerpo se sacudía rítmicamente. Mi padrino vino a ayudarla a salir de esa incómoda ubicación, para ello se tuvo que tomar del cuello de él y así saltar hasta el camino. Yo sentí una curiosa sorpresa ver como se demoraba en brazos del `patrón´, pensé en la pobre mujer que se había quedado cuidando los niños. Luego, me ofrecí para ir en busca de ayuda...pero no me permitieron diciendo que aún era chico y el padrino partió caminando por esa abrumadora ruta Nº 40, hacia lo desconocido. Sólo llevaba una cantimplora con agua y yo me imaginé muriendo de sed en ese desierto terroso y dañino. Ella, ya no lloraba y se sentó junto a un quetrihué algo carcomido por ratones y viento, que solitario llenaba de serena seguridad entre las dunas ariscas a quien pedía un refugio. Cuando alzó la mirada me sonrió y me hizo una caricia negociadora. Yo bajé la guardia, tengo que reconocer mi miedo a lo desconocido, me acerqué y juntos comenzamos a comer la comida algo agria que nos esperaba entre los bártulos, como le decía papá, que traía Lucio y de las valijas con la mercadería que como segundo motivo lo movían. El verdadero trabajo que lo aventuraba por esa inmensidad desolada, era instalar en un pueblito del sur la oficina de correos, ya que él era quien daba el visto bueno al lugar y a los hombres o mujeres que se harían cargo de la estafeta postal de nueva creación. El ferrocarril se encargaba de mover la correspondencia una vez que estaba todo listo y él aprovechaba a llevar muestrarios de joyas, telas, ropa y un sin fin de chucherías con lo que agregaba buen dinero a su sueldo.

Alana me observó y comenzó a acicalarse, su blusa fue desabrochada y pude ver su corpiño blanco con puntillas...pero lo que me produjo una rara sensación entre mis piernas, fue la redondez y blancura de sus senos. Apenas pude mirar porque ella se cubrió rápidamente. Yo advertí que mi sexo estaba diferente; era la primera vez que la veía de ese modo. Mi rostro era una brasa ardiendo y creo que ella lo advirtió por eso se irguió y caminó por la orilla de los matorrales de colapiche y coirones, como buscando poner distancia y decoro. No supe que decir y me dediqué a limpiar el automóvil, levantando un polvaredal que la hizo estornudar hasta que me suplicó que dejara de hacerlo. Así vimos a la distancia un camión con sus luces exangües que se aproximaba por el camino. La bocina algo sorda y resfriada, nos advirtió que llegaba ayuda y en efecto con el vehículo trajeron un cable y nos arrastraron con seguridad entre los baches hacia un lugar desconocido.

            La casona estaba construida en un campo donde criaban ganado lanar y caballos de tiro. El hombre era un rústico labrador y su mujer una tímida campesina de origen extranjero, por su modo parco de monologar descifré inglesa o algo así, y apenas hablaban español. Muy arrebolada y alerta, la mujer de edad imprecisa, arregló una habitación para que pasáramos la noche. Yo me sentía feliz dormiría en una cama de verdad después de varios días. Lucas me tomó del hombro y me arrastró hacia la zona donde había quedado el auto, con particular fuerza. Allí me explicó que debía ser prudente y que no podía decir que Alana no era su mujer, que yo pasaba como hijo y que debía dormir en otro lado. Mi silencio sería muy bien retribuido y así nos ayudarían...creyendo que éramos una familia en problemas. Una gran furia me penetró por todo el cuerpo, transido de sorpresa y exaltación comenzó una sensación de malvada desesperación. Pero me quedé en un mutismo porfiado, y me acerqué a la mesa tendida para comer sin mirar siquiera a esa granuja que había encendido una extraña pasión en mi cuerpo adolescente. Con el pasar del tiempo comprendí que los celos me habían despertado instintos malsanos, pero propios de mi edad. Comimos y yo en silencio imaginé un millón de formas de venganza, mientras ellos dialogaban apenas. El cansancio y las ganas de estar juntos hacían que apuraran el alimento y la bebida. Cuando todo terminó me encaminaron a un rincón donde habían improvisado un catre y allí debí dormir esa ingrata noche. Me venció el sueño y entre el sopor pude escuchar las suave risa de Alana que no dudé, estaba en brazos de mi joven desenfrenado y sobón padrino. Esa noche crecí y comencé mi adultez. Esa noche supe lo que significaba la infidelidad y el dolor de lo inconfesable. ¡Casi me sentí incestuoso!

            Por la mañana muy temprano me despertaron las voces y el ruido de martillos y herramientas que reparaban el  eje y al mediar la mañana ya reparado el coche partimos. Ella apareció con un vestido de algodón floreado, su juventud realzada por un pañuelo en el cabello suelto hasta la cintura y sus mejillas sonrosadas y frescas con un toque de bienestar y dicha en el brillo de los ojos color miel. Mi impresión fue total, ya que parecía una chiquilina de casi mi edad. Un dolor me arredró y sentí ganas de salir a matar a mi padrino. Lo odié y subí al automóvil asumiendo que haría algo para desquitarme.

            Lucio me miraba por el rabillo del ojo y tarareaba una canción que me parecía fúnebre y para ofenderlo le endosé un enrevesado discurso sobre lo hórrido de su canto. Se reía y yo más enojado quise pegarle y esquivando mi puño me comenzó a decir que entre Alana y él sólo había mucha confianza y respeto... así que cuando llegáramos a Petriel, yo dormiría con él y ella en otra habitación sola y que nada había sucedido en aquella casa y que tenía horror a mi mala impresión. Nada me conformaba ya que yo había descubierto el sinsabor del deseo carnal mirando los senos dorados y mórbidos de la ahora frágil compañera de aventura. Pensé en la tortura que pudo haber significado para ella la engañosa muestra de un amor mentiroso e insensato, impuesto por su patrón por la fuerza. Ella seguro que había sido forzada y embaucada por Lucio, obligada por la necesidad de mantener un trabajo... Al atardecer cuando ya llegábamos a Petriel, ella juntó fuerza y me habló de su amor incondicional por mi padrino y sentí que seguramente no regresaría nunca a mi hogar. Antes moriría de amor.

            Petriel era un pueblito de pocas casas y gente sencilla. Su arquitectura me hacía acordar a Río de las Avispas. Casas chatas de una sola planta y con enormes patios sin árboles ya que el viento impedía su desarrollo. Algunas lengas torcidas, maitenes y teniús, asomaban entre los cercos de adobe de unas pocas viviendas. En la plaza estaba levantado un pequeño templete para una estatua que no llegó nunca de la capital y los muchachos del lugar se subían remedando a figuras imaginarias sobre su estructura de cemento y concreto. Eran muy divertidos y pronto me dediqué a acercarme a ese grupito de holgazanes para enfrascarme en charlas de "citadino" versus "pueblerinos", pero ellos eran chicos despiertos y sin vericuetos en su simplicidad que me dejaron sin argumentos para agrandarme frente al  grupo. Así también aprendí a ser más noble y consolidé amistades que aún guardo.

            Mi padrino buscó un sitio para instalar el correo y encontró una viuda seria y responsable como oficinista, le ayudaría un muchachito de casi veinte años y la inauguración se hizo con la presencia de todo el pueblo, incluyendo al cura párroco, la maestra y el policía...que hacía como doce años que no ponía preso a nadie. Así llegó el momento de regresar. Junto a nuestros "bagayos", amontonamos regalos que nos habían hecho. ¡Eran muy generosos!

            Regresamos y volví a sentir un fuego abrasador en mis muslos, sexo y corazón cada vez que Alana iba al baño entre los amancays o los topa-topa, y yo desvergonzadamente espiaba sus muslos rosados y pródigos de juventud. No quería que llegáramos nunca. Aceptaba sus chanzas, me hacía el pícaro y me daba de comer en la boca y le mordía los dedos suavemente... ¡Ella se reía sin comprender! Le tocaba tiernamente las piernas cuando se dormía y gozaba pensando que con el tiempo sería mía. Al fin terminó el viaje y yo regresé a mi casa donde conté algunas de nuestras aventuras, sólo yo sabía cuánto dolor me causaba conocer la verdadera conducta extraviada de mi padrino. Supe que Alana se había marchado a su pueblo en el litoral. Le pedí a Lucio su dirección y me la dio diciendo que no fuera chismoso...él nunca sabría el desesperado apasionamiento que en mí despertaba; la amaba. Escribí ciento de cartas. Nunca me contestó. Cuando ingresé a la facultad, recibí una tarjeta de ella. Estaba en la capital enferma y quería verme. Su mal era incurable.

            La encontré casi inconciente en una clínica de muy poca categoría de los suburbios. Se abrazó llorando y me pidió que trajera a su "amor". Con una furia inexpresada lo busqué y lo arrastré a su lecho. Él, indiferente, la trató sin mayores ternuras. Desmayada en su final me pidió que no la dejara sola y esperé su desenlace, con iracundo desconsuelo. Aún amaba a esa mujer que apenas me superaba en edad y que había desentrañado mis más intensos ardores juveniles. En el sombrío recinto donde espiró, pude cumplir el mayor de los anhelos...besar su boca deseada. Partí sollozando y supe que había vivido un amor extraordinario.

            Hoy que lucho con mis votos sacerdotales. De las manos del mismo Cardenal Primado tomé los Óleos Santos y profesé mi verdadera pasión por la vida. Ella, Alana, quedará en mi profundidad como la llave de amor con mis pequeñitos hermanos en el  pecado, los mismos que arden dentro de este cuerpo mío. Sólo conociendo el amor y viviendo una pasión arrasadora, como la que me consume el alma, puedo ser un hombre de Dios... íntegro.   

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