¿Te acordás Elvira el cuerpo de Elodia cuando cumplió los diez y seis? Parecía esas figuritas que fotografiaban en las revistas de época, Para Tí, Damas y Damitas y tantas otras que esperábamos con suspiros en los días de verano cuando no podíamos ir al río en las siestas. ¿Dónde quedó el jolgorio de sus piernas movedizas? Le gustaba ir al baile los viernes a la tardecita cuando bajaba el calor y aparecían los "moscardones", como decía papá. Él siempre serio y sin ganas de perdernos. Los chicos del pueblo que dejaban el tractor o los caballos, para ir al baile, peinados con gomina, pañuelo al cuello, se acercaban a nosotras... ¡También cómo no iba a estar atento con siete hijas mujeres y un solo varón que apenas podía montar un petizo!
Elodia parecía que con sus ojos grises, cuando no le gustaba el mozo, lo cortaba con un cordón de plata y un aire gélido, hacía arreciar una llovizna de de palabras sueltas, torpes, del muchacho que se retiraba con la cabeza gacha.
Si era uno de esos más despiertos, esos con olor a lavanda y a Glostora, ella decía: ¡Huele a incienso! Casi era un monje blanco y bello o un ángel que bailaba con sus manos frías de miedo y sudadas por la emoción. ¡No hay futuro! Es un pajarraco. Es un bicho agorero y yo, que miraba sus piernas juguetonas, me metía en aguas sonrientes de un río de una vida inexistente. Feliz, llena de historias de amor.
Ahora, pienso que Elodia era una aventurera en una época donde nosotras, sus seis hermanas atisbábamos su rostro como pintado en colores de arco iris. Hoy, la miré. Encontré su rostro en color cenizas en el espejo de su vida. Parece que un lago lleno de guijarros ha dejado su piel en un nido áspero y descolorido.
Me acuerdo cuando nos complotamos para que se fuera con el Ismael Segovia en el micro que partía a las diez de la carretera sur. ¡Estaba tan enamorada! Yo le puse en una pequeña maleta de la abuela, dos vestidos un camisón y abrigos. Los zapatos que llevaba eran de Mabel y la cartera de María Luisa. Era poco, pero le dimos los pocos billetes que habíamos ahorrado para la próxima kermés de la parroquia de San Eudoro. No llegaban a cien pesos y monedas. El Alcibíades, se acercó a nosotros y nos reprochó lo que hacíamos. ¡Ese tipo es malo, ya verán!
Teníamos los labios como de madera. La garganta seca y el miedo enroscado como yarará agazapada. Mis manos parecían de goma. Caminamos en la humedad del pasto, cuando partió el autobús y llorábamos de terror. ¿Y si era cierto? ¿Y si el Ismael era un cretino? Era verano, pero nos llegaba un frío de fuego con su capote helado y crepitando en las entrañas. Papá casi nos pega. Mamá se desmayó y traviesa la vieja Delfa, dijo sin mirarnos, "¡Pendejas calentonas, no saben lo que han hecho"!
Las entrañas se habían encogido, estábamos trasmutadas de miedo. Y ella se había ido atravesando las cuchillas, lejos, trotando un mundo desconocido y espeso.
Pasó el tiempo. Llegó una carta escrita por Ismael en que avisaba que Elodia volvía a casa. Llegó sin decir palabras y se abrazó a mamá. Papá no le habló por varios meses. Ninguna de nosotros volvió al baile de los viernes. Las muchachas murmuraban y los mozos nos evitaban como si tuviéramos una enfermedad contagiosa. Elodia hablaba poco. Nada. En ese silencio dijo todo. El Alcíades no se había equivocado. Un día, él, vino a buscar a Mabel. Habló con papá y él, aceptó y se armó la boda. Se la llevó al campo donde cultivaba trigo y arroz. Después, vino un tal Bernardino, empleado del correo en Villa Los Dolores. Papá vio que era un buen hombre y se vivió una hermosa boda. En ese baile conocí a Enrique. Con él, me casé y tengo cinco hijos varones. Como dice mamá... ¡Dichosa hija, no pasarás por lo que tu padre y yo pasamos ese tiempo! Pobres viejos. Yo imagino cómo habrán sufrido. María Luisa se fue del pueblo a Santa Fe. Allí estudió y entró como profesora en una escuela religiosa. Luego de varios años profesó y se hizo monja. De vez en cuando escribe de lugares lejanos donde la mandan a cuidar niños abandonados o ancianos enfermos.
La casa sigue igual. Seca, descolorida y mustia. Elodia cuida de mamá y papá, que ya le perdonó su desatino. Dicen que Ismael, volvió a buscarla y que ella lo recibió con la escopeta cargada de municiones para cazar patos en los arrozales. Salió como una rata maloliente.
Un día apareció un auto negro, con tres hombres grises. Muy serios preguntaron por ella. Mi papá, la llamó. Ella al verlos se puso muy pálida y comenzó a temblar. Pidieron hablar en privado. Y mamá abrió el antiguo escritorio de papá que lleno de libros y carpetas, estaba detenido en el tiempo.
Elodia, de pie y ellos tomaron asiento como si fueran dueños del espacio. "Esto es un pedido del Juez Sabino León Castro. Debe declarar sobre los hechos del tiempo en que estuvo cumpliendo en la penitenciaría de "Corrales", su culpa." La oreja de mamá pegada a la puerta dejó un rastro al caer al suelo. Salió uno de los hombres y la ayudó a salir, la sentó en una silla y la amonestó por su osadía. Mamá lloraba. ¿Mi hermana presa? Ninguno de la familia sabía. ¡Tantos años sin decir una palabra y ahora enterarnos así!
Varias horas estuvieron hablando, un verdadero enjambre de dudas. ¿Qué habría pasado en la vida de esa mujer? La declaración fue lenta y ella sufría. Nosotros, que llegamos una a una... esperábamos saber algo. El silencio era de una tumba. a las horas salieron pisando fuerte y con el rostro ceniciento nos dejaron con una consigna durísima: "Si hablan sobre lo sucedido aquí, ella regresará a la cárcel".
Salió mi hermana y su cara había envejecido mil años, parecía una brasa de hielo o una roca volcánica. Rojos los ojos que parecían inyectados en sangre y su boca una línea cerrada y oscura, donde no había palabras.
¡No me pregunten nada. Sigan con su vida y hagan silencio! Y se fue caminando con la cabeza gacha a la cocina. Dicen los que nos conocen que parecíamos un hormiguero destruido. Cada uno volvió a su hogar sin abrir la boca. Nuestra cabeza era un ovillo de hilo enredado de preguntas sin respuestas.
Alcibíades nos reunió y delante de Elodia contó: "Familia querida, yo sabía que su hermana había matado a dos hombres. Fue en defensa propia, pero igual tuvo veinte años que pagar la pena que le impusieron". Ella comenzó a llorar quedito. "Sabía que el tal Ismael, era un pájaro de cuentas. Y estaba relacionado con gente muy peligrosa. Sin querer, supe que ella estaba en un burdel de otra ciudad y que en una riña, se interpuso entre unos mafiosos y el "guapo Ismael" Y sacó un arma y bajó a dos de los delincuentes. El marido la culpó. Pero su vida fue un infierno. En el penal, en una riña con otras mujeres hubo otra pelea y le dieron un puntazo, ella se defendió y eso significó cuatro años más de horror. Ya saben cuánto sufrió por irse con el famoso Ismael..." Todos en silencio la miramos y uno a uno la fuimos abrazando. ¡Pobre mujer!
Las piernas de mi hermana Elodia, son hoy, un áspero soporte de piel lacio, cae en cascadas finitas entre sus várices azules. ¡Pensar que yo adoraba sus piernas movedizas! Su figura de estrella de cine y su andar cadencioso y orgulloso. Nunca pudo casarse o hacer otra vida, estaba marcada por una sociedad pueblerina y sonsa que no perdona los errores. Mañana, Elodia, cumple cincuenta años y entre todos le vamos a hacer una fiesta. Lo merece. Mi hermano que entró al ejército y vive en el sur, le compró un hermoso vestido de gasa y con flores celestes y amarillas, como a ella le gusta. Yo le saqué una foto de la revista que guarda en su mesa de luz. Mi amiga Inés se fue a la ciudad y le compró unas sandalias muy "monas" de color chocolate. Ella ni se imagina... hemos invitado a muchos amigos y entre los grandes y los chicos somos más de sesenta. Papá hizo prepara la comida en un restaurante de un amigo. ¡Por fin vivirá un momento de alegría! Eso esperamos todos.
Anoche, después que se fue el último invitado, me senté junto a mi querida hermana y le pedí perdón... por no haber sido astuta y evitar que se fuera con ese monstruo que la hacía vender su cuerpo al mejor postor. Lloró como nunca la vi llorar. Pero me perdonó. ¡Vos no sabías nada! Que papá y mamá nunca se enteren.
Ahora puedo dormir en paz. Se ha perdonado y a nosotros también.
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