martes, 18 de julio de 2023

UN VINO DE BUENA CEPA

 

                            “En el vinagre está todo el mal humor del vino”: Ramón Gómez de la Serna.

 

                Octavia Solanillas era viuda. Tres años usó un luto riguroso por el difunto esposo. Don Tiburcio De Los Monteverdes y Matera, era el dueño de los viñedos mejor cuidados de todo “Cuesta del Águila”. Sus cepas de uvas eran el lujo de la comarca.

                Octavia, se casó con Tiburcio apenas cumplió dieciséis años y él, regresó de la milicia. Ambos eran unos “cachorros” juguetones que de no ser por el padre del muchacho, no habría trabajado con el ahínco que le fue inculcando con amor a las viñas, su progenitor. Ella era una jovencita que despertaba el asombro por su candidez y belleza. Rubia y de piel blanquísima, debía usar unos enormes sombreros cuando atravesaba los caminos entre las vides. Él, era un mozo bravo de carácter, tierno como niño con Octavia y duro con los mozalbetes que ayudaba en las hileras.

                Del matrimonio nacieron ocho hermoso niños. Tres mujeres y cinco varones. A medida que pasaban los años, el cuerpo de Octavia fue cambiando, su humor también y tuvo que luchar con una casa permanentemente llena de servidumbre que buscaba un duro para vivir, pero que traían varios problemas de convivencia. La mujer que le ayudaba con los hijos, era muy pueril e ignorante, por lo que les hablaba a los niños de fantasmas y aparecidos, de seres inexistentes que ella creía ver y conocer, que aterrorizaba a los más pequeños. Sin embargo era muy hábil para vestirlos, bañarlos y darles de comer. Era rubicunda, gruesa de caderas, ancha de espaldas y su piel enrojecida por el sol.

                Octavia, lamentó el día que se fue. Estaba embarazada y esperaba su propio hijo de uno de los “chabales” que le merodeaban siempre al anochecer. La mujer que la reemplazó era diferente. Fría, áspera y de voz chillona. Los chicos le tenían miedo. Se llamaba Gabina y era de una comarca vecina. Seca, silenciosa y observadora, no opinaba, hacía. Nunca preguntaba si estaba bien o mal lo que les enseñaba a los muchachos. El mayor ya tenía catorce años cuando murió su padre. Y sintió la obligación de sustituirlo en los viñedos.

                Las niñas eran muy dóciles, no así Fermín el segundo de los varones, que odiaba hacer tareas de campo y soñaba con huir de la casa. ¡Quiero ir a la “mili” para no estar encerrado en este lugar de cerdos y olor a mosto! Grandes discusiones con su hermano y su madre, que envuelta en un dolor inexplicable, solo se ocupaba de monitorear el crecimiento de las niñas. Otro problema con Gabina que se interponía a mimos y “bobadas” que según la mujer, harían que nunca fueran mujeres dignas de casarse y tener una familia.

                En Cuesta del Águila, había un par de terratenientes que querían adosar los viñedos a sus plantaciones. Miraban con ansiedad los pasos a seguir de ese grupo tan cerrado de la familia. Trataban de acercarse a la viuda, para ofrecerle un compromiso y atesorar más viñedos. Ella, no se daba por aludida. Un día tras varios intentos, logró un vecino que aceptara asistir a una reunión de empresarios foráneos. No sabía que en eso había una trampa.

                Le presentaron a un alto ejecutivo de una gran cadena de hoteles que compraban vino para hoteles de Europa. Tenía un carácter fuerte y displicente. Parecía no estar muy interesado en nada. Pero por su fuero íntimo, era obsesivo y despiadado. Lo quería todo. Octavia Solanillas, aun de luto, era muy apetecible. Apenas había cumplido los cuarenta y un años, ese verano. Y su piel estaba radiante, fresca aun y sus cabellos de un largo asombroso, reflejaban los rayos dorados del sol. Él, la quiso para sí. Con sus ocho hijos y por supuesto con todos sus viñedos y bodega.

                Se refugió en un hotel lujoso de la ciudad, pero con su automóvil levantaba el polvo de los caminos atravesando los campos. Venía muy seguido a la finca y siempre traía algún dulce para los más pequeños. Se hizo habitué e imprescindible para Rafael y Fermín. Sus acertados consejos siempre se adelantaban a sus preguntas y necesidades juveniles. Felicitas, lo adoraba. Para su cumpleaños de catorce le trajo un enorme regalo en una caja de color rosas con lazos de organdí blanco y dorado. Ella estaba fascinada. Él, la comenzó a mirar más que a su madre, quien se había quitado el luto y lucía hermosa.

                ¡Pero la jovencita era una joya digna de la mirada astuta y avariciosa del hombre! El, tenía alrededor de cuarenta y ocho años y disimulaba unas canas incipientes. Octavia no había advertido las lisonjas y murmullos que le provocaban rubor a Felicitas. Gabina sí. Lo seguía como un águila, poniendo el oído alerta. ¡Ese hombre no le gustaba! Era provocador y astuto.

                Esa semana

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