miércoles, 18 de diciembre de 2024

HUMEDAD

 

Y DE PRONTO LA HUMEDAD LEVANTA LAS CIUDADES.

 

El calor agobiante desbarataba cada idea de Tatiana. Le hubiera gustado caminar por la senda preparada bajo los árboles umbrosos, o correr una maratón con su querido cachorro. No se podía. El calor, la humedad y el sol que parecía desprender lenguas de fuego sobre los pocos habitantes de la ciudad.

Tatiana, comenzó despertando esa mañana de domingo con la esperanza intacta de disfrutar cada minuto, cada hora hasta que se ocultara el sol. Pero hasta esa hora era imposible. Del pavimento parecía que brotaban hogueras invernales o de las antiguas cavernas del neolítico.

Se duchó, el agua fría le provocó un deleite inigualable. Esa noche casi de insomnio le había hecho soñar con un día maravilloso. Luego se preparó un café que refrescó con leche fría. Comió unas galletas, que le supieron a viejas y olvidadas. ¡Tengo que hacer compras! Mi heladera llora. Hay sólo agua, leche y alguna fruta achicharrada.

Siempre salía del trabajo a una hora en que los negocios cerraban. Ella quería ingresar y alguien se lo impedía... "Vuelva mañana". Siempre lo mismo. Mañana era salir corriendo a tomar el bus para llegar a la oficina y comenzar con los papeles de algún extraño que necesitaba, le resolvieran un problema. Su jefe, indiferente cuando ella le entregaba los trabajos, le agregaba otra montaña de expedientes. No conocía caras, ni personas, sólo sus problemas y ella trataba de ser fiel a sus convicciones. Servir a la gente.

Pero esa mañana de domingo, había soñado con volar, con salir del círculo vicioso de papeles y problemas ajenos. La humedad y el calor, le apretaban la garganta. Sacó la bicicleta y una bolsa mediana, montó y se fue al supermercado. Pudo entrar y ver las caras de los empleados que parecían robot de cera. Tomó un carrito y comenzó a pasar por entre las góndolas buscando alimentos que duraran en su alacena y en la heladera. Puso un enorme bolsón de comida para el cachorro. Alguna verdura fresca, embutidos, pan y huevos. Cuando fue a pagar, le revisaron la mercadería con un aparato que según vio en otros cliente chillaba si no estaba bien etiquetado. ¡Todo es mecánico ahora! En poco tiempo ya no habrá en estos sitios personas que te hablen. Pagó con su celular, una nueva forma de manejar el dinero. Otro trabajo que quedará en el olvido... el empleado de banco. Salió y buscó su bicicleta. No estaba, la habían robado. Enojada quiso ingresar para quejarse y no se lo permitieron. Entonces, caminó por la vereda caliente y húmeda como otro robot de la ciudad, tal vez, ella pronto se transformaría en uno de ellos.

Tatiana llegó a su departamento y encontró un grupo de personas que gritaban. Ella había olvidado dejar su cachorro atado y el animal, ladraba como un desaforado en la puerta. Se quejaron... Era el calor. Tal vez si les regalaba una de las frutas que compró se calmarían. Los vio como a otros robot, sin piedad vociferando. Les pidió disculpas y sólo un anciano le contestó. Era el único que le hablaba en el edificio. Le dio una manzana, ingresó al mono ambiente y se metió en la ducha. Era la única manera de sentirse humana.

 

 

ANTONIA, LA COSTURERA

  

            ¡No hay luz suficiente! Siempre es baja la electricidad que manda la cooperativa. Tengo siete vestidos para coser y aquí apenas se puede distinguir por donde pasa la Sínger. No importa qué tan temprano salte de la cama, siempre llega esta hora y no veo bien.

Antonia habla sola, las paredes son un eco perpetuo de su soledad y trabajo. Tiene su gastado precioso alfiletero en la muñeca. Sus manos enrojecidas por coser y bordar telas finas, encajes, tules y aplicar lentejuelas y estrás en los vestidos de fiesta o bodas. Encorvada sobre la máquina, su pie se mueve al ritmo de un bolero que en la vieja radio suena desde la repisa del taller.

Sola. Soltera y sin mucho tiempo para darse el lujo de salir de paseo o de bailes. Se fue quedando sola. Primero el padre, obrero afanado en la fábrica de galletitas del pueblo vecino. Después su madre. Verdadera hada de la costura, hacía maravillas con cualquier tela, que le trajeran y salían prendas hermosas. Finalmente su hermano, algo desordenado para vivir, según las comadres del lugar, porque se fue a estudiar afuera, a la ciudad y nunca logró traer un título.

Su gran compañía era una gata ciega que trajo el "Pocho", el perro que de viejo hubo que dormirlo. Le puso Mimí, pero la gata era perezosa y zalamera. Salía por las noches y se ubicaba en el aljibe y ronroneaba hasta que Antonia, cansada se dormía. Un día llego preñada y tuvo cinco gatitos, uno más feo que el otro. Nada finos, como sería el gato "maula" que la hizo madre. ¡A la gata! Ella nunca sería madre. Pero... la vida tiene sus bemoles.

Una tarde de esas que estaba terminando el vestido de una quinceañera, tocaron el llamador y se levantó refunfuñando. ¡Esta no es hora de venir a buscar una prenda! Dijo fuerte para que la escucharan desde afuera. Al abrir se encontró con un hombre calvo, obeso y rubicundo; de la mano llevaba una niña de unos cinco a seis años. Sujeta como un animalito, la niña miraba horrorizada a la buena modista.

- Antonia, soy el padre de esta nena. Su madre se fue con un guitarrista del grupo "Sonata Azul de Chicago" y hoy vinieron los policías a decir que el muy hijoiputa, la mató.

- ¿Y yo qué tengo que ver? - dijo asustada mirando a ambos. - Mi casa es... es pequeña y de niños no se nada. Además usted puede y debe hacerse cargo, es un deber moral y...- se quedó callada cuando vio al hombrote llorando como un niño perdido. - ¡Bueno, pase, veremos qué puedo hacer!- y se hizo a un lado. Ambos ingresaron y Mimí con sus crías se subieron rápidamente a las piernas de la chiquilla.

- Antonia, su padre fue mi amigo y me vivía hablando de su bondad y su amor por las criaturas del mundo. Si no se queda con usted, tendré que llevarla al orfanato lejos de aquí y sufrirá mucho, como usted sabe, esos lugares son horribles.

- ¿Cómo te llamas? ¿Y cuantos años tiene, va a la escuela, duerme bien, es sana? - una catarata de preguntas se llenaron de pronto en el diálogo.

- Me dicen Corina y mi nombre es Corina Lucrecia... - agolpa nombres la pequeña, alegre de jugar con los gatitos.- ¿Son todos tuyos? - me encanta jugar con estas bolitas de pelo.

- Bueno son hijos de Mimí, mi gata. Y tendré que regalar algunos, sin pensar mucho ya que no puedo tener tantos animalitos en casa. - los miró y descubrió que ya no se veían tan feos, habían crecido y estaban con más pelo gris o blanco con manchas de colores. Dice la veterinaria, Rosaura, acá en el barrio, que los gatos que tienen pelos de variados colores son hembras... nenas, y los de pelo de un solo color son machitos, es decir nenes. ¿Te gustan? - dijo aligerando el diálogo.

- Sí, los adoro. ¿Viviré aquí contigo?- les daré de comer y los limpiaré. - y se acercó colgándose del cuello de Antonia. Ella sintió un estremecimiento. Hacía años que nadie le hacía un cariño tan noble y natural de afecto.

- Mi nombre es Ramón Juárez. Y seguro su papá le habló de mí. Yo trabajaba en la máquina sobadora de la masa y él, en la cortadora de galletas. ¿Supo que cerraron? Ahora tengo que viajar tres horas para llegar a Luro, para trabajar en una fábrica de pan, que es lo que sé hacer desde chico. Y honestamente no puedo viajar todos los días para llegar al trabajo, he alquilado allá una pieza y no me aceptan a la nena.- se secó el sudor que resbalaba por el rostro.

- Bueno, no he compartido nunca mi vida con niños, pero creo que me entenderé bien con ella si es obediente y se porta bien. - la miró y vio unos ojos llenos de amor. -Déjemela. ¿Corina te quieres quedar conmigo, hasta que tu padre lo disponga? - temblaba un poco por la responsabilidad.

- ¡Sí, se que me querrás y nos querremos mucho! Mira cómo Mimí me está queriendo. Tú, también. - se irguió, saltó de la silla y se colgó del cuello de Antonia.

-Vamos, te mostraré donde está tu dormitorio. Allí vivía mi hermano. Él, se tuvo que ir lejos. Ahora será tu rincón familiar.- adelantó el paso y la llevó con su pequeño bolso y la mochila al lugar limpio pero solitario de su hermano.

El padre las siguió para conocer el lugar dónde su niña viviría. No dijo que había algo más. Lo calló. No podía decir, ni pronunciar esa palabra. Salió abrazando con fervor a la pequeña y un apretón de manos que terminó en un abrazo con Antonia. Dejó sobre una mesilla un sobre y sin mirar para atrás, caminó rápido por la calle. Ya caía el sol y las sombras cooperaban con las sombras de su vida.

BUSCANDO LA LUZ

 

 

Invítame a recorrer la senda de la noche

Allí donde se pierde el sacrificio y el olvido

Donde mengua el sonido de las hojas del álamo

Y caen las sempiternas lágrimas desde la piel marchita.

 

Invítame a socorrer las aguas del río que se despeña

En la tierra pedregosa del lecho. Consuela al sol.

Mérito del atropello de una tarde de viento cálido

Que mengua con el deshielo la nieve de los riscos.

 

Un avatar me intriga por su misterio antiguo,

Y llega mi pecho en sombra con latido de espuma

Buscando al demiurgo en el intrincado libro

Con un idioma de ignota comprensión de vida.

 

Busco entrar en la noble presencia de la luz

Quiero estrechar los lazos de un arcángel ciego

Amamantando el ave abandonado en el nido

Que grazna entre los sauces que aguardan la mañana.

 

¡Cuánto misterio encuentro en las páginas blancas!

Las letras bailotean entre mis ojos fríos. Quietos.

Invítame a escarbar en el mensaje oculto.

Descubrir con destreza las llagas y heridas escondidas.

EL VIAJE DETENIDO EN EL TIEMPO

 

            Estamos solos. Nada responde a nuestro llamado de auxilio. Quietos en la serena ensenada de la isla que nos prometiera tantos éxtasis. El transparente cielo  permanentemente de color turquesa. Es irreal como todo lo que nos sucede. Un reloj marca perfecto las veinte horas. El sol se escabulló tras la costa. Un perfil apenas perceptible e inalcanzable. Somos unos ciegos habitantes fantasmales en la niebla del mar quieto. Se recorta nuestra barca como una gaviota nívea en el celeste inmenso. Silencio. Soledad. Una azotaina rítmica golpetea a estribor ya o tan pronto a babor. La madera cruje y se resiste al latido rumoroso de cada movimiento agónico del agua. Nos acechan las gaviotas para tomar su parte. El calor agobiante nos permite alucinar. Sombras desflecadas a lo lejos. Siento con horror que ya nadie me habla. Ni siquiera el hombre que abrazaba mi cuerpo amalgamando su piel ardiente a mi piel apasionada. Ya no se mueve ni alza su dorado cuerpo húmedo amurallando mi cintura apetecible de besos. Sigue el reloj marcando las veinte horas, disimulando el movimiento del territorio irrefutable de la tierra. ¿Existe  un lugar en el planeta donde sea realidad la vida?

            Mi cuerpo distante del insondable rectángulo del lecho. Me levanto casi de un salto y me aproximo al timón que brilla despojado de manos conductoras. Veo un pie descansando entre las tablas del compartimiento de máquinas. Me agazapo y casi me deslizo por la breve escalera que me acerca al cuerpo. Casi caigo como una carga inesperada sobre el desordenado despojo inanimado. Siento náuseas nuevamente y me mareo. Veo tres, cuatro, ¡no!;  un cuerpo caído... trato de estar cerca y tocarlo. Está febril. Inerte. Mojo con mi camisa en un cubo que contiene agua de mar, le aplico en la cabeza que babea. Los ojos dan vueltas, como las gaviotas en el cielo, mostrando líneas rojas. Trato de pensar. Una imagen se acerca y se aleja en mi mente ardiente.

            Es una mesa meticulosa, limpia y ceremonial. Mantel a cuadros azul y blanco , cubiertos de plata, copas brillantes de cristal, flores en ramillete. Un hombre se acerca con una fuente de belleza indescriptible. Colores: salmón, verde, amarillo, naranja, perfumes exquisitos, sabor a mar en la langosta aliñada. El champaña que burbujea entre las sonrisas excitadas de mi enamorado. Yo estoy sobre el mantel y me deslizo por el suelo con el vientre aguijoneado por un dolor agudo.

De repente comprendo. ¡Estoy envenenada! ¡La muerte acecha! El reloj marca las veinte. Silencio. Soledad. Debo llegar a la cabina y pedir auxilio. Una mano me impide el movimiento. El cuerpo hercúleo de mi amado me obstaculiza salir de ese lugar sofocante. Sonríe. Me mira alucinado. Me acaricia la garganta con vaivenes suaves de un cuchillo con movimientos sensuales. En mi obnubilación veo que goza y se excita. Ríe. Las ruidosas carcajadas alejan los pájaros gritones que acechan en los palos de la vela mayor. El calor me asfixia. Quiero gritar, no puedo. El terror me paraliza. Miro el reloj, está muerto. Yo también.

                                                                                                                     

                                                                                 

ANTHEIA, UNA ESCLAVA DE RODAS

 

Antheia sostiene una lámpara sobre el lecho en donde tiembla el cuerpo afiebrado de la joven Licaria. El aceite agoniza en el candil. La esclava también. La persistente fiebre ha hecho una silenciosa tarea. Dos mujeres que, no pertenecen al mismo amo, pero se conocen por origen.

Preocupada la compañera, destapa las piernas de la enferma y observa una herida a punto de estallar en la extremidad derecha. Amoratada la piel, se nota tirante y busca una salida que, inminente, empujará hacia el exterior sus humores. Un olor penetrante y pútrido invade la estancia. La mujer murmura palabras incomprensibles. Tiene sed. Está sola.

            Antheia le humedece los labios agrietados sin tocarla. Puede ser una desgracia que los dioses Hermes Trismegisto o Hades, envían en venganza a las que fueron robadas en la guerra. Tal vez un mal contagioso o la enfermedad maldita. Cubre con mucho cuidado, casi sin rozarla, la pierna, con fría tela de lino mojada. Buscará alguna manera de bajar la temperatura. Evita que reviente, para que no se desparrame la secreción verdosa, como suele desprenderse de una lesión, tal cual está el tobillo de la enferma. Los dedos de Licaria se aferran a la tosca túnica que cubre el cuerpo de quien la protege. Murmura y bisbisea palabras incomprensibles. La lengua primitiva y lejana de su ciudad perdida es la que desahoga el terror a la muerte.

            La compañera sale presurosa a buscar ayuda. Las piedras de la calle que debe atravesar hasta llegar al caserón, donde habita su dueña, penetran con filoso calor las sandalias de fina suela de cuero y cáñamo. El sol cae plomizo sobre la piel oscura de la sierva. Impregnado de sudor, el cabello y la túnica se pegan al cuerpo. Se desplaza como se suele hacer a esa hora de medio día, entre la pobre sombra de las paredes en losas que amurallan la casa de los señores guerreros o comerciantes de Rodas.

Su figura juguetea como marioneta efímera entre la “stoa” que la conduce a su hogar. Debe solicitar auxilio a su señora para la desdichada Licaria.

            Llega al atrio. Luego de hacerse anunciar, se refresca en la copa junto a la cisterna pluvial. Ese enorme copón de piedra resiste el tórrido verano. El agua es fresca y limpia. Una pequeña esclava egipcia, busca en el interior al ama, quien se hace esperar. La fina mano, ornada de anillos de exquisita orfebrería, acomoda el cabello preciosamente trenzado, mientras se desplaza al propileo. Está disgustada por la interrupción. Queda unos segundos en silencio. Kalithea, la dueña, espera que la muchacha hable. La esclava no se atreve ni siquiera a elevar la vista. La pregunta surge de los cuidados labios de la dama. Antheia le ofrece una detallada descripción de lo que sucede.

            La importante griega, ha tenido un sueño esa noche. Palas Atenea en forma de ave gigante revoloteó sobre el tejado de la columnata, señalado alarmantes signos de enormes calamidades para la casona. Despertó conmovida y llorosa. La presencia de la esclava la sobrecoge y se torna más inquieta y alerta. ¿Cuál será esa catástrofe? Tal vez la peste o una nueva guerra. Ingresa a las habitaciones y regresa con unos “dragmas”, que pone en la mano temblorosa de Antheia. También trae hila de lino limpias y de algodón egipcio que compró en tiendas cerca del ágora. “Busca a Hipóstrato, él y Diocléous, tratarán de curar a esa mujer. Dile quién te envía”. Regresa al dormitorio, despidiendo a la muchacha. Comienza una súplica a los dioses protectores en el altar familiar.

            Antheia sale rápido por la angosta calzada ardiente. En el barrio oeste, bajo el templo de Atenea Kamira, sabe que encontrará al médico. Primero se detiene en el templo para hacer una rogativa a la “diosa Higeia y al dios Apolo”, dejando un “dragma”, en la seguridad de que ellos aceptarán la ofrenda. Despliega una rama de olivo junto a una pequeña imagen de la diosa Hestia que ennoblece un retablo en la calle por donde atraviesa y continúa el camino. Compra una talega de mirra para mantener el fuego sagrado. Lo entrega luego al pasar, a las celosas protectoras del templo de Atenea Kamira. Un extraño silencio acongoja el ánima. Los cuervos se han echado en los tejados abriendo las negras alas, que abrazan las tejuelas con el azabache brillante de sus plumas. Ensombrece la oscuridad el resplandor rojizo de la techumbre. Oprime esa inquietud siniestra que merodea Rodas. 

Electrizada en franco dolor la esclava suspira. Sólo se escucha, al pasar, el murmullo de las voces solemnes cantando loas a la venerada Hestia, en boca de las sacerdotisas.

Con celeridad, llega a Filouspapos, el barrio de los eruditos, y busca la casa de Diocléous, que yace en su “oikos” bajo la higuera refrescándose. En la puerta de madera, tallada con mano hábil, una intrincada serpiente que enrosca el bastón de Mercurio indica el sitio exacto. Es allí. Golpea y espera. Aparece una anciana ciega. Antheia, le explica qué la trae a molestar al galeno. La agobiada mujer queda aguardando a quienes ayudarán a Licaria. Hipóstrato y Diocléous deben prepararse. Salen ambos ancianos con un morral repleto de instrumentos y medicinas. Los sigue un puñado de esclavos capadocios. Ligeros e inteligentes, se adelantan con sahumerios y rezos a los dioses de la salud. La prisa domina al grupo. Antheia señala el camino. Son doce hombres. Ella, atrás, por ser mujer y esclava, los sigue sin levantar los ojos.

Al ingresar en el habitáculo, el hedor de la carne humana, pone a los expertos en guardia. Encienden numerosas lámparas. Los esclavos capadocios traen cubos de agua limpia. Un afilado estilete penetra la carne palpitante y fétida. Un grito desgarrador atraviesa el espacio. En una vasija de barro caen los humores infectos. Licaria pierde el conocimiento. El dolor, la fiebre y un deseo intenso de dejar la vida, la envuelven. Esclava por la fuerza, atropellada por soldados que, siendo niña, la arrebataron del cuerpo inerte de su madre. Sólo ansía volver en un viaje alado, el de la muerte, a su país natal. Ya no recuerda mucho de su tierra, ni tiene en la memoria el rostro de la madre. Ha huido de su mente por el sufrimiento el mundo íntimo de Licaria.  Está atravesando el delgado filo entre la vida y la no vida. Presiente la cercanía de la barca de Cancerbero. La ve. Delira.

Diocléous, raspa hasta el hueso la carne pútrida y arranca sin piedad trozos de piel y músculo. Los esclavos sacan, entre hilas y paños, los despojos. Los entierran en un profundo hoyo tras la casa. Agregan hierbas y sal marina. Adentro, agua, emplasto y el fermento líquido de las vides, hacen gemir a la enferma. Le dan a beber vino de “Phaistos”. Confunden con la bebida su conciencia y mengua el dolor.

Comienza a disiparse el mal olor y se desparrama el aroma del vino. Dionisos, el dios del delirio místico se encarna en el brebaje. Le dan a beber, más y más; y lo derraman en cada llaga. Además, queman bayas de plantas de adormidera en un brasero, que va envolviendo con humo denso el lugar. Adormece a Licaria y a los que se quedan en vigilia junto a ella. Sueña.

En un breve murmullo, escucha Hipóstrato a la joven mujer que llama su patria. “Alexandria, me gusta el mar por la mañana. Déjame regresar a ti, ciudad querida”.  Un remezón conmueve el piso. Comienza un ronronear de la tierra volcánica. El ruido y el movimiento turbulento sacuden todo. Terremoto y horror. Olas gigantes arrollan la isla de Rodas y las vecinas Creta, Epidauro y Delfos.

Licaria vuelve a Alexandria. Esa que está tan distante, tan lejos como la vida. Tan lejos como la libertad para la esclava.

 

 

 

VOCABULARIO

Stoa: fila de columnas dóricas con cámaras para tiendas y alojamiento en la parte trasera, que se alzaba sobre una cisterna con capacidad de 600 m3 de agua para abastecer a 400 familias en Rodas. Siglo VII a C.

Dragmas: moneda común usada en la antigua Grecia.

Oikos: en las casas de los “señores” el Oikos era la parte de huertas, cuidadas por esclavos, donde se criaba el pequeño rebaño familiar. Sólo lo tenían familias patricias. Siglos V, VI en adelante. De la palabra Oikos deviene la palabra economía.

Ágora: espacio o plaza donde se desarrollaba la vida pública, muy importante en Gracia antigua. Allí se creaba la Cultura y la Filosofía.

Higeia y Apolo, Atenea Kamira, Hestia, Dionisos, Cancerbero: Mitología Griega. Dioses que acompañaban a los hombres en su vida diaria.

Alexandria: Ciudad actual de Alejandría, norte de Egipto, sobre el Mediterráneo y en la desembocadura del Río Nilo. Famosa por su histórica biblioteca.

Phaitos: región fértil de Grecia, donde se cultivaba vid y se hacía vino.


LA LOLA

  

            La criaron como se cría a un huérfano. Con mucho trabajo y poco afecto. La persona que la quiso más fue doña Purificación, gallega hasta los tuétanos. El marido apenas hablaba español. Siciliano testarudo y de mal carácter, ni miraba a la criada. Sólo recordaba, la niña, que se llamaba Lola. Ni el apellido, ni el día de su cumpleaños; no tenía identidad. La finca poseía extensos parrales y árboles frutales. Era su refugio. Trabajaba desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin pedir absolutamente nada. Difícil, enclenque y dolorido, su cuerpo era quien le daba ese calor épico a la vida. Sólo unos enormes ojos color Chablís, entre amarillo topacio y dorado verdoso, con pequeñas chispitas marrones, la embellecía y hacía que la gente la observara sorprendida. ¡Y la permanente dulzura de su rostro infantil!

            Arrastraba una pierna. Según dijo el médico de Tupungato, había tenido una fisura en el hueso mal curada, en algún momento de la infancia. La espalda, con escoliosis, era una “s” itálica que le daba la imagen de una extraña figura. No hablaba. No conocía la risa, ni participaba de bailes. No repetía cantos que la madre adoptiva solía tararear mientras guisaba. Jamás la mandaron a la escuela. Pero era despierta y rápida con las cuentas, que hacía con garbanzos o fichas en la cosecha.

            Pasó el tiempo y comenzó a tener las transformaciones propias de una mujer. Fue su ruina. Tenía hermosos senos blancos, cadera ancha, cintura fina y cabello de color trigo. Trastornó sin saberlo a los jornaleros, tomeros y al contratista, que comenzaron a decirle toda clase de guasadas. Impávida, siguió su tarea, sin mirar ni responder. Alrededor de marzo, el tiempo de cosecha, próxima a los catorce años, mientras echaba maíz a las gallinas, un obrero golondrina la agarró de las trenzas y le apretó la boca. Luego, apoyándole un cuchillo en el cuello, la arrastró por la amarga tierra hasta un cobertizo y la atravesó con su verga. Desesperada, trató de defenderse, pero el mordisco, patada y golpe de puño, no alcanzó para salvarla del ataque salvaje. El tipo escapó como un zorro rastrero. Sola, allí, con su sangre chorreando por las piernas y desorientada, sólo atinó a ir al galpón para esconderse. Unos barriles de vino blanco, fue lo único que encontró. ¡Y se lavó con vino! Después, sin llorar siquiera, regresó a su tarea habitual.

            Cada vez más silenciosa. Más triste. Lola.

            Tres meses pasaron hasta que el Juan, tomero de la zona, descubrió que vomitaba apretada a un parral. “La Lola no me engaña, la muy raposa, tan callada y esquiva, está preñada” Y se fue derechito hasta donde estaba doña Purificación. ¿Sabe la noticia? La Lola, lo tenía bien escondidito. Está preñada. ¿Ahora qué van a hacer con la “santita” esa?

            Doña Purificación se sentó con terrible sofoco Con el faldón del delantal blanco, se secó el rostro sudoroso y haciendo un gesto de desprecio al chismoso, dijo airada: ¿Qué te importa a vos? Sos muy metiche y lenguaraz. Andate de mi casa, no te quiero ver por acá. Desgraciado. ¡Bien que si la hubieras podido agarrar vos, ahora te estarías escondiendo como perro rabioso! ¿Y quién dice que no fuiste vos, malparido? Manoteó un cucharón para tirarle a la cara alcahueta del Juan que salió como lagartija asustada, mientras negaba puteando airado.

            Al entrar a la cocina, la mujer miró el rostro y el cuerpo de la Lola. ¡Vení, sentate! Contame, ¿qué te ha pasado a vos y quién es el padre? Un mar de lágrimas inevitable, escapó de los ojos de topacio. Cuando terminó de hablar, con sollozos entrecortados, doña Purificación la abrazó y acunó, como nunca lo había hecho. ¡Pucha, che, en medio de la vendimia, uno no puede estar atenta a estos ladinos! ¡Son tan hijos de puta algunos… ya vamos a ver qué hacemos!

            La discusión con el viejo, fue histórica. Grito va grito viene mientras la Lola se tapaba los oídos... Al final, el testarudo, se desparramó de amor y casi llorando dijo que allí había un refugio para un niño. Purificación le dio un abrazo como cuando tenía veinte años; y unieron el corazón pensando en el hijo que no pudieron concebir.

            Pasado unos meses, necesarios, entre tejer y coser; luego de preparar una cuna y el tiempo justo en la espera, nació una niña. Hermosa. Morena con ojos color Chablís, como los de la madre. Una verdadera joya.

            La Lola quiso bautizarla con vino blanco de aquella barrica que le lavó la sangre en vendimia.


INFIEL

 

Apesta el olor a fritura en la galería. Los visillos dibujan filigranas sobre el corredor que lleva en damero a los fondos de la casa. Es vieja. Hace calor y hay humedad. Las chicharras clamorean sus atractivos sexuales buscando aparearse. Una modorra manifiesta se despliega en los dormitorios. Ventiladores perezosos desdoblan sus aspas gastadas, con zumbidos de insectos invisibles, sobre las sábanas de algodón que clarean las sombras. Hay perfume a clavo de olor, canela y vainilla, mezclado con otro hediondo. Puro sexo. Vómito y mierda.

Fantino yace semidesnudo bajo el sopor del vino y la cerveza. Ron y cachaza, noche tras noche, amancebado con las busconas de Puerto Las Palmas. Un vientecillo suave, mueve las cortinas de una puerta ventana, atrayendo aire con hedor a río que se entrevera con aromas interiores de la casa. Aire que espanta moscas y mosquitos que, en la oscuridad sacrifican, con su necesidad de sangre, la grosera piel del ajumado moreno.

            Temprano ha comenzado el ruido de los carros que llevan la pesca y los mariscos al mercado. Los gritos de los hombres que trabajan no lo despiertan de su interminable borrachera. Una gallina atrevida ingresa en la habitación en penumbra y picotea el piso donde hay restos mutilados de comida derrochada en la jarana. Nadie se atrevería, como el bicho, a acercarse. Seguramente, un zapatazo sería la respuesta. Sin embargo Nunila, escoba en mano, limpia el patio de tierra sacándole brillo al polvo cerca del catre. La cadera sazonada sostiene la enorme falda, de algodón blanco, que arriscada atesora su cuerpo mulatazo.

Las manos hábiles fabrican, para curiosos y extranjeros, metros y metros de puntillas en las sombras de la tarde, cuando espera el grito de Fantino que la llama. Odia esa voz. Odia al hombre. Odia el mundo y a las hembras que venden su cuerpo a esos machos y al infame gordo alcoholizado. Su marido. Está siempre tirado, pensando vivir sólo para copular noche tras noche, incluso contra la voluntad del cuerpo que apenas se resiste. Grotesco. Inmundo.

Nunila fue bella. Morena de ojos claros y larguísimo pelo ondulado con brillo de perlas negras. Creyó en él. Creyó que la sacaba del infierno donde vivió hasta los doce años. Del rancho, donde cada hombre era más y más bruto con el ron o la ginebra en su cuerpo infantil. Estaba allí, ahora, en la semi oscuridad de la vieja casa que guardaba un secreto. Antiguo caserón con estirpe de épocas pasadas, donde la riqueza relucía entre los marrulleros comerciantes que traían oro y plata de las minas del interior. También esmeraldas y putas.

Cada barco que atracaba era un escándalo en el puerto. Atiborrado de mujerzuelas y borrachos. Gritos y peleas, que acababan en las zanjas con sangre de algún infeliz nunca buscado por alguien.. Marginales. Para Puerto Las Palmas no había una ley y, si la había, nadie sabía cuál era.

Nunila en silencio sobrevivía al horror de todo ese horror. Callada, cocinaba plátanos fritos, marisco y pescado, arroz con cerdo y especies. Nunca le dio ni una moneda, el Fantino. Nunca. Sólo vivía de las manualidades. Pagaba a algunas rameras con los pocos billetes que conseguía de los extranjeros que en el mercado, se enamoraban de los encajes que elaboraba con habilidad de maga. Le daba dinero propio a las putas que tenían hijos criados por abuelas del campo.

 El áspero vino fiestero y el alcohol de caña, lo traía Amancio —socio de su marido— que en realidad era el dueño del burdel y de hembras robadas con engaño del interior empobrecido. La casa era de la suegra.

La morena era fiel. Era Nunila la “mujer” de Fantino. Salía, con el turbante entramado, que escondía el tesoro de pelo que usaba en una ceñida trenza. Ronroneaba cadencia la pollera suelta que le cubría hasta el tobillo. Descalza. Seria. No era igual a esas infelices que traían cada noche a la bullanga.

            A veces, se atrevía a los altos, por la escalera desvencijada y entraba en la gran alcoba de la señora Santina, la suegra muerta; y abría los cofres cubiertos de mantos de seda filipinos. Se ponía uno de aquellos trajes de seda que fueron la gloria de la madre de Fantino. Soltaba la cabellera. La sujetaba con peinetas de carey o nácar; y usaba los aretes de oro y zafiros que escondidos en un pequeño cajón de la cómoda, dormían en descanso de tiempo. Se transformaba en señora. En dama. Caminaba sobre la alfombra de Persia. Se daba aire con el abanico de plumas de ave del paraíso. El espejo le devolvía un fantasma. Gloriosa su belleza nativa. Majestuoso su porte de reina. El preferido era el verde agua, con encaje de Bruselas. Las enormes enaguas de lino aún conservaban la fortaleza del almidón. 

Nunila parecía una pintura arcaica de la colonia moribunda. El cuadro era de otro siglo. De otra vida. Después se desvestía, guardaba su secreto y volvía al traje de algodón blanco y al turbante. Nada sacaba para sí, su marido, si la atrapaba, le daría tantos palos como pelos tenía en la cabeza. La señora Santina su suegra, esa que ella cuidó hasta la muerte y que nunca la consideró esposa del hijo idealizado, no permitiría su travesura. ¡Si viera a Fantino! Borracho todo el día, encamándose cada noche con una, dos y hasta tres mestizas del puerto, cuando ella se encerraba en el dormitorio. Caería en otra apoplejía como la que sufrió cuando supo que, su finado Evaristo, tenía una manceba con nueve hijos por ahí, en las afueras del Puerto. Hijos que, por supuesto, hizo desaparecer sin recelo de la zona pagando a unos matones sin escrúpulos, antes de caer en esa inmovilidad que la desquició.

            Después, con el tiempo, la mulata tomó por costumbre pararse frente al cuadro de doña Santina para hablarle. Como le charlaba en el lecho, mientras le curaba las escaras evitando que se infectara. El calor era una molestia que irrumpía a destajo con toda clase de bichos, casi invisibles, que picaban y mordían la piel dejando heridas. ¡Insectos infernales!

 Otras veces, cuando le daba de comer, la madre se negaba a abrir la boca y algunas lágrimas corrían por su piel lechosa. Ella, con un pañuelo secaba una a una y le acariciaba la frente. Igual, nunca la quiso. Nunca devolvió un gesto, una palabra, nada. Nunila, bella mestiza, era hija incestuosa, tenía madre-hermana, negra y el padre blanco y borracho empedernido de ojos claros. Por eso alardeaba la mujer de los propios. Eran de cielo cambiante y, según se avecinaba una tormenta, mutaban en destellos tentadores en una mirada profunda. Un día en la feria, tropezó con un hombre que le dijo: ¡Hembra tienes ojos de mar tormentoso! ¡Sí que eres bella, serías mía si te atrapo! Huyó, dejando abandonada la cesta con la compra, sobre un mesón de madera en la calle.

Provocada por la seducción de las palabras escuchadas escapó. El hermoso extranjero trató de atraparla, corrió, pero lo evitó desapareciendo entre los callejones malolientes del puerto. Después, lloró su destino. Entre los paraísos en flor, lloró su suerte.

            Al regresar una mañana a la casona, un grupo ruidoso de gente; entre ellos dos vecinos que siempre la codiciaron, y Amancio la esperaban. Algo extraordinario había ocurrido. Fantino salió gritando por la calle. Cayó como partido por un rayo en las piedras mugrientas de la acera. Balbuceó algo. Una espuma blancuzca le burbujeaba entre los labios. ¡Nunila ayúdame! ¡Santina vino a buscarme! ¡Mamaaaaá! Luego, dando un revolcón en tierra, quedó sin conocimiento. Los ojos en blanco y uñas amoratadas como los labios. Fue lo último que se vio en él, antes de que se hundiera en la perplejidad de la muerte.

            Nunila con el señorío y silencio de siempre, redujo todo a un sepelio corto. Sin ruido y sin llanto equívoco. Pocos conocidos fueron para acompañarla. ¡Mejor!       

            Despachó con fiereza a prostitutas y al Amancio. Los parroquianos salían disparando cuando les tiraba con lo que tenía a mano. ¡Vuelvan a sus mujeres! Les incitaba. ¡Vuelvan a ser hombres de verdad!

            Una semana más tarde, limpió la casa. Pintó con cal cada habitación, lavó y cepilló ventana por ventana, mueble y piso, dejando que la luz de la vida regresara a la vivienda. Se transformó en la dama que soñó ser. Con la tela de los vestidos de doña Santina se hizo ropa a la moda de la época, se adornó el cabello con aquellas peinetas de la difunta y habilitó el salón, para que allí, se aprendiera a fabricar encaje. Pronto, las muchachas de otros barrios llegaron para aprender. El murmullo de las voces juveniles, le cambió el estilo a la zona.

            Un atardecer, estaba sentada Nunila en la galería, cuando vio que bajaba por la escalera misia Santina, resplandeciente con el traje de seda amarillo pálido, le tomó la mano y dejó en su palma una caja llena de joyas, que nunca supo, ni Fantino, que existían. Luego, le dio un beso en la frente y salió por la galería desapareciendo para siempre entre los jazmines.   


ENCUENTRO EN DURBAN

            

            Hoy encontré la carta que escribí hace años a los Reyes Magos. La letra es la de una niña de ocho años que recién comenzaba a crecer, soñar y esperar. La leí emocionada recordando aquellos días. “Queridos Reyes Magos, les pido que este año me dejen la muñeca de ojos azules que está en la mercería de doña Porota. Soy la alumna que tiene las mejores notas en todo cuarto grado y, en clases de baile, ya logré hacer punta por más de quince minutos. La señorita Sonia dice que tengo futuro como bailarina, pero mamá dice que ni sueñe, que nunca me va a dejar. Yo ahora prometo no ser bailarina si me traen la muñeca. Con cariño: Luciana”.

             Me senté en la orilla de la cama de mamá, mientras tomaba una copa de Cabernet fresco y recordé cada minuto de esos días. Encontré varios papeles y cartas, que escondió, para que no lograra llegar a la capital, a la selección de becarias en el Teatro Coliseo. A su pesar, lo conseguí.

 Renuncié, esta vez, a varias funciones en New York y Durban, para realizar la horrible tarea de enterrarla y desarmar la vieja casa en el pueblo. Los vecinos, en el cementerio, me miraban con envidia. Creerán que hacer un trabajo como el que tengo es mejor que el de ellos. Viajar tanto en avión de París a Londres, de Moscú a Berlín o Tokio, no es como caminar por las calles tranquilas del pueblo en que crecí. Andar bajo los paraísos en flor o los jacarandaes violetas, con olor a tierra húmeda y escuchar el canturreo de los pájaros. ¿Qué es mejor? ¿Quién sabe? A veces, cuando estoy sola en un hotel, en el que ni siquiera salgo a recorrer la zona, siento nostalgia de esta patria chica. El querido pueblo de la niñez.

Una lágrima está borroneando la tinta de la hoja de cuaderno en que hice el pedido de Reyes. Esa muñeca todavía permanece en mi nostalgia, acompañándome. No es llanto de dolor el que se escurre, sólo añoranza de la infancia.

 

            Hace exactamente tres años, cuando papá iba desde Paraíso del Indio al pueblo, en el viejo Chevrolet, un tornado lo elevó sobre el pastizal de los Silveira. Desapareció. A los seis meses encontraron parte de la carrocería en un bañado como a noventa kilómetros de casa. A mamá le dieron pequeñas pertenencias de papi, que hallaron algunos chacareros en los campos. Nada importante: un pulóver, un zapato marrón, la caja de herramientas vacía, además un libro de Víctor Hugo, embarrado y con pocas hojas. De él, nada en concreto.

 Al año siguiente, en Semana Santa, encontraron un cadáver. El comisario dijo que era el cuerpo de papá. Lo lloramos como si en realidad lo fuese. Nadie estuvo seguro que fuera él.

            Me llamo Luciana. En noviembre cumplí los ocho. Como todas las niñas del pueblo, voy a la escuela y a danza. La señorita Sonia es mi profesora.  Ella —dicen mamá y la tía— era una gran bailarina. Un día tuvo no sé qué enfermedad en los tendones y ya no pudo competir en audiciones de ballet. Nosotras miramos, sobre el piano de la sala, un sin fin de fotografías en que se la ve, en algunos teatros, con tutú y zapatillas de punta. Están firmadas por gente muy importante y destacada, me parece.

 

            Mi pueblo sigue tranquilo. La pereza abunda entre sus habitantes y crece lento. Los que viven aquí están detenidos en el tiempo. Abrumados por los miedos. Los moradores, beben en bares todo el tiempo vino casero, ginebra y caña. ¡Es un problema!

 

Acá las madres temen todo. Si te ven hablar con alguien mayor, no les gusta; si te ven jugando en la plaza a la siesta o en la tarde y comienza a oscurecer, salen a buscarte. Es como si detrás de cada hombre, hubiera un monstruo capaz de comerte. La mayoría trabaja en la chacra. Cosecha y siembra. Mi papá vendía plaguicidas y abonos. Nunca encontraron el maletín donde llevaba las muestras.

            La señorita Sonia dice que no pierda la esperanza de reencontrar a papá. Mami se enoja cuando le cuento lo que hablamos entre paso y paso de baile.

            Pronto será la cuarta navidad esperándolo. Es feísimo esperar y esperar, aunque la parentela nos invita a pasar la fiesta con ellos. Siempre agradece mi mami, pero nos quedamos solas en casa. Es más triste, pero es una manera, de estar más juntas. Unidas en nuestra desgracia.

 

Al principio, no me daba cuenta de que nos faltaba plata, luego descubrí que recibían ropa para arreglar y después hacían vestidos, camisas y pantalones, para vecinos del pueblo. Así pudieron mantener la casa.

 

            Ayer, me mandó a la casa de la señora Clarita. Debía llevarle la falda nueva, ésa de color blanco que iba a usar en el baile del colegio. Luego, pasé por la mercería a comprar hilos y un cierre cremallera color anaranjado. Allí la vi. La muñeca más hermosa que jamás pude haber soñado. Estaba sobre el mostrador de vidrio, junto a una caja llena de guantes de seda, ésos que usan los chicos que hacen la primera comunión o son abanderados.

            Recuerdo que me quedé un rato mirándole los ojos azules y el cabello castaño, de pelo natural que caía como en bucles sobre el vestido de plumetí rosado. ¡Los zapatitos color negro de charol, con dos pequeños pompones y hasta medias blancas! Tenía dos dientecitos que le asomaban por los labios apenas abiertos. Lucía pestañas de verdad y cejas pintadas suavecito, sobre las mejillas de un sonrosado que apenas le daban color, como a una niña recién nacida. Deditos regordetes. Aritos y pulsera de perlas. La señora Porota, me dejó observarla un rato, sin decir nada. Después, dijo que le llevara las cosas a mamá, pues estaría preocupada. Ya caía el sol y si oscurece sabe que se asusta.

           Volé con alas entre nubes de ensueño. Jamás volveré a pasar por ahí sin mirarla, recuerdo que me prometí. Se la voy a pedir a los Reyes Magos. Esa muñeca será mía. No una parecida, ésa.

            Le conté a mamá. Dijo que no pidiera algo tan caro, porque los Reyes, tienen que repartir juguetes a muchos niños. La tía me miró mal. Pensé que era una bruja porque vivía retándome por todo y tal vez haría algo para que los reyes no me la dejaran.

           Anoche escuché a mamá llorando. Le decía a la tía, que era imposible comprar nada extra. Imaginé que hablaba de los zapatos que necesito, pero el corazón me dio un porrazo cuando le oí decir. “No le puedo comprar la muñeca a Luciana, deberá esperar, tal vez más adelante” ¡Doble pena, saber que los Reyes Magos no existían y que nunca tendría la muñeca de ojos azules!

            El día de la fiesta de fin de curso, grande fue mi sorpresa, cuando entré en la dirección de la escuela y vi la caja con ella en una mesita. ¡La iban a rifar! No tengo más esperanzas, pensé. Me fui a casa y lloré a escondidas. Mamá sufrió bastante con la desaparición de papá, no debía darle más pena. Me acosté con los ojos rojos e hinchados, pero igual me dormí. Esa noche soñé con mi papi. Venía volando. Entró por la ventana y traía en la mano un papel con el número 8. Sonriendo me mostraba el cielo y por allí se iba.

Cuando desperté, le conté a la tía y sonrió. Salió rápido de la cocina hacia su habitación, me dio un peso y dijo que corriera y comprara el número de rifa de la escuela. “Comprá el 8 “. Y no corrí, volé. Lo encontré. Gracias a Dios nadie había querido ese número. Con el papelito verde en la mano, apretado contra mi corazón, se lo llevé y de alguna manera supe que la tía, me quería y no era mala, como pensaba yo, cuando me regañaba. Al número, lo guardó en una Biblia vieja que era de la abuela, y así llegó el día de la rifa. Cuando escuché que cantaban el 8, casi caigo desmayada.

La directora tomó de mi mano el número, miró el que un nene de jardín de infantes tenía en la mano, al que sacó de una bolsita donde estaban todos y tomando la caja, me la puso con cuidado en los brazos.   

            Pronunció un largo discurso, que no entendí, pero creo que dijo: “Luciana se lo merece. Porque es estudiosa y ha perdido a su papá”. Cuando llegué a casa con la muñeca, saltábamos abrazadas alrededor de la mesa del comedor. Mamá comentó que papá me la mandaba desde el Cielo. Ese día creí nuevamente en los Reyes Magos.

 

            Hace unos meses, caminando por el aeropuerto, antes del debut en Durban, en Sudáfrica, se me acercó un nativo, muy extraño, vestido con una túnica amarilla y un enorme turbante de color brillante. Su piel oscura, relucía con el neón de los pasillos. Los ojos parecían dos estrellas negras en un mar rojizo. Una enorme sonrisa acarició mi desconcierto cuando, en perfecto francés, habló: “Su padre, al que veo, dice que el cuerpo está en el fondo de un lago en su lugar de América. Él, su espíritu, está siempre cerca, ahora mismo permanece parado a su lado. Sonrió y señaló la muñeca que llevo desde niña en brazos cuando viajo. Se la regaló cuando usted tenía ocho años. Le expresa que la ama y que se cuide al bailar”. Luego, con paso lento, se perdió entre la muchedumbre en el aeropuerto.

 

 

 

lunes, 16 de diciembre de 2024

EL RESPLANDOR

 


 Mateo se despertó con el rudo sonido de los truenos. Caminó descalzo por la tierra húmeda de su rancho. El perro que gruñía con desagrado estaba enfrentado a la endeble puerta de madera. La tormenta dejaba todo en breve tiniebla. Una cascada de luces intermitentes iluminaban las hendijas de las paredes de barro y cañas.

¿Pará, Zoilo, no ves que es tan sólo una tormenta! Que no pasará nada en este lugar que no pasara antes... aunque en el verano de tu llegada hubo una inundación del arroyo Los Hornillos, que rompió todo. Si comienza a soplar el viento desde el sur, ¡ahí, sonamos! Prendió un candil e iluminó las paredes y el techo. Todo estaba flojo y muy gastado.

Buscó leña seca del rincón. Dos ratas salieron corriendo y se treparon por uno de los sostenes del techo. ¡Estamos fritos, viene la inundación! Zoilo, vamos a tener que subir al entretecho el catre y el fuego... ¿Cómo? ¡No sé, pero si me quedo sin fuego nos morimos de frío! Un tremendo estruendo sacudió el chamizo. El costado que daba al sur, comenzó a estremecerse. ¡Vamos Zoilo! Tomó un costal con sus papeles, algo de dinero, una muda de ropa, queso y galletas. Atravesó un machete a su espalda y se calzó con lo mejor que tenía. Un par de botines viejos y una manta. Salió como pudo del albergue que lo había abrazado varios años. Subió al caballo y partió alejándose del lugar. Zoilo trotaba atrás con deleite y mojado por el chubasco. ¡Había olvidado el yesquero y decidió regresar! Llegó justo cuando se desplomaba la pared que daba al arroyo. Como pudo se acercó y cargó con dos o tres herramientas y el famoso yesquero de su tata Aurelio. Cabalgó toda la noche, cuando asomaba el día, los truenos y la lluvia continuaban. ¿Adónde iba? Si se acercaba al pueblo, enfrentaría a su enemigo el Melchor Zapata... bravo con el cuchillo y de mala junta.

Se desvió por el terraplén del ferrocarril y siguió un trecho largo hasta la fonda "Ocho soles" del gringo Fortunato Giordano. ¡Buen hombre, que siempre le había dado una mano! Ingresó, dejando en el palenque al tordillo junto a Zoilo que ya, seco, se lamía las patas heridas por las piedras y las malezas. El agua trae mucha resaca de variada naturaleza. 

Apenas ingresó, le pidió una grapa al dueño del boliche. ¡Amigo, he perdido todo, o casi todo, porque el agua se llevó parte de mi rancho! Mi caballo y mi perro son mi único valor. Tengo algunas monedas para pagarte si esta noche me dejas quedarme a dormir bajo techo. El buen hombre se acercó, lo palmeó y le dijo... No necesito tu dinero. Tienes un catre en este lugar y señaló una habitación pequeña cerca de la puerta.

Mateo, le agradeció. No podía llorar era un hombre de "fierro".  Pero le dio una mano fuerte y sentida. Abrazo de hombres de campo acostumbrados al dolor y a las pérdidas. De pronto ingresó Melchor Zapata. La mirada furibunda que desparramó por el boliche parecía el rayo más grande que había destronado el cielo. Se enfrentaron las miradas. Ambos eran hombres de ley.

Fortunato se adelantó y dijo: ¡Acá se respeta a los parroquianos! Un brillo destelló en el aire. Era el machete del bravucón. Mateo manoteó su cuchillo, pero de repente un resplandor abrió un fulgor inexplicable en el lugar. Temblaba el recinto y cayó el matrero como bolsa de estiércol al piso. Un ruido gutural salió de la garganta del hombre. Corrió Fortunato y luego Mateo, el varón había sido atravesado por una luz fulminante que entró por la ventana vieja y sin vidrio.

El raro resplandor bailoteó un rato por el espacio y salió como un ave brillante por la puerta que se acababa de abrir, Zoilo empujaba para entrar para proteger a su dueño.

Esa noche, sólo se oía el ruido de la tormenta a lo lejos.

UNA VIDA EN BÚSQUEDA

 


            Estaba arreglando mi escritorio cuando entró Gastón con una tarjeta y una carpeta del juzgado de 3º circunscripción. Con todo eso venía una mujer policía vestida de civil con un joven de origen oriental. Pequeñito, de tez muy clara y dedos finos, sus manos laxas caían sobre su flanco con desmayo.

            _ No habla ...en realidad hace unas semanas que no podemos saber qué tiene, ya que a la juez sólo le ha hecho algunos gestos de querer huir del despacho. Ayer en el hogar donde la han refugiado, una compañera de habitación la encontró casi muerta. ¡Se había abierto las venas y yacía boca abajo en el piso, donde siempre quiso dormir, sin sentido!- dijo la funcionaria mostrando con desagrado a la que yo creía un varón. Mi sonrisa la dejó un poco perpleja y resolvió abandonarla aquí, en mi consultorio. Soy siquiatra y suelo ayudar en casos difíciles a la justicia. Me acerqué a la desafortunada y con un gesto le señalé mi sillón, allí la acomodé no sin antes decirle a Gastón que corriera a una tiendecilla del barrio donde vendían toda clase de hierbas aromáticas y estrafalarios menjunjes para que me comprara sahumerio de incienso y una figura de Buda. Luego me acerqué a la muchacha y haciéndole una seña que durmiera salí del cunsultorio y me dirigí a mi otra consulta para recibir mis pacientes, ya acordados, con turnos. Pasó Eloisa con su descubrimiento fortuito de haberse enamorado de su jefa, en una revista de modas, Octavio que no logra decir una frase completa sin tartamudear, todo a raíz de ser el hijo mimado de una familia del medio actoral, Lidia con sus terrores y fobias causada por demasiado dinero y poca necesidad de trabajar en algo que le haga tener autoestima...Luego regresé al recinto donde la joven yacía en la alfombra enroscada abrazándose las delgadas piernas, dormía con los movimientos arrítmicos que le producían las drogas inoculadas sin reparo en el hospital estatal. Mi ayudante fue a buscar a un restaurante chino una porción de "Chop swuei" bien tradicional y lo colocamos junto a su mínima nariz. Despertó y comió con desparpajo. Luego sonrió por primera vez y con una voz casi imperceptible dijo..."gracias" en español. Habíamos ganado la primera batalla.

            Su carita delgada, afilada y sus ojillos negros recorrieron la habitación como descubriendo un mundo incoherente e inconexo a su vida. Levantó su frente y apoyándola en el pequeño mueble en donde yacía la figura del Buda, comenzó una salmodia de oraciones quejumbrosas al Santo. Unas lágrimas escuálidas corrieron por su carita juvenil. ¡ Tenía que lograr que confiara en mí, de lo contrario la recogerían del juzgado y se perdería en alguna institución estatal sin ayuda!

            Gastón entró con unas frutas y un tazón con arroz. Los colocó entre sus manos y le indicó que podía usarlas como ofrendas. Por primera vez vimos una chispa de vida en sus ojos. ¡Para algo sirven las películas!, murmuró mi ayudante y salió en busca de la gruesa carpeta que habían traído del juzgado. Allí sentada junto a esa frágil figura, comencé a leer el protocolo de sus legajo. La habían encontrado en la vía pública, debajo de una balaustrada de la Biblioteca Nacional, una noche. Había sido violada y golpeada con furia. Muda, es decir nunca había hablado con nadie. Yo ya sabía que hablaba y que también conocía nuestro idioma. Pero aterrada, no salía de un abrumador ensimismamiento, no comía sólo bebía té u otra bebida de frutas y habían logrado que comiera algo de arroz, la debilidad la había hecho adelgazar extraordinariamente y ya estaban con tinta roja señaladas las inyecciones de vitaminas y aminoásidos para inyectarle, si no conseguían hacerla hablar y comer.

            - ¡ Bueno pequeña extranjera...como no sabemos tu nombre te voy a decir... Tao o te gusta más Li ?, sonriendo murmuró su nombre ¡oh sorpresa!, se llamaba Tao y yo que casi no sé de nombres chinos adiviné el suyo. Ésto la puso de mejor humor y se sentó frente a mí, sobándose las heridas de los brazos.

            - Te ruego buena doctora me dejes morir. Mi drama es imposible de resolver en este país. Ya no tengo lugar entre los míos y sólo la muerte será mejor a lo que me espera si vuelvo a los míos.- impávida sostenía entre sus manos las vendas aún mojadas en sangre.

            - Tao, soy la doctora Georgina Lonardes, soy siquiatra y creo que puedo ayudarte a encontrar una salida a tus problemas...¡quieres que intentemos hablar un poco? Tal vez tu mundo y el mío sean muy diferentes. Pero somos mujeres y siempre en todas los lugares del mundo hemos sufrido incomprensión, sometimiento, discriminación y sobre carga de trabajo. Creo que si hablas un poco no te salvarás de sufrir pero trataremos de encontrar una salida al problema.

            - En mi sociedad no existen los médicos siquiatras. Las cosas graves se resuelven con el silencio y la muerte. En mi país, tal vez me enviarían al campo y me darían un trabajo denigrante, sería casi una esclava para algún campesino rico. Acá no tengo cabida ya que es una pequeña sociedad machista e ignorante que previó mi futuro a su manera y ahora ya no tiene sentido.

            - ¿ Qué estudios tienes? acaso eres una persona sin instrucción o ya habías tenido una familia...en fin...sigue.

            - Soy profesora de lenguas orientales, estudié filosofía y derecho, tengo sólo 24 años y ya me habían destinado como esposa del señor Yeng Lu Tsy, importante comerciante de arte oriental y banquero. Debía viajar a Kuala Lumpur en pocos meses para casarme. Hace dos semanas estaba en la biblioteca nacional y mientras me demoraba copiando unos poemas de Lin Yu Tang se me hizo de noche no advertí que había oscurecido. Salí de la Biblioteca junto a varios estudiantes. No conseguía llegar hasta mi automóvil pues detrás de mí, unos jóvenes ruidosos comenzaron a rodearme con gritos y palabras ...muy desagradables...- un sollozo interrumpió la descripción de ese momento horroroso. La abracé y se escabulló de mi sinsero gesto de afecto. El teléfono sonaba persistentemente y salí de allí para hablar y dejándola para que se tranquilizara. Era del juzgado. Querían saber si había logrado algo. Desde la otra habitación un rotundo grito dejó mi alma en vilo. Recordé que antes de salir había dejado sobre el escritorio un afilado cortapapeles, salí corriendo y encontré a Tao arrodillada frente al Buda con una sonrisa en los labios. Había aceptado su destino. Sobre el escritorio reluciente el cortapapeles brillaba impúdico pero quieto. Habíamos ganado la más dura batalla. El futuro diferente pero lleno de incógnitas caracoleaba en esa mente joven, inteligente y llena de esperanza.

            ¡ La última batallas era ahora encontrar el nuevo sendero que le devolviera su mundo personal ! Cuánto trabajo me esperaba...                       

UN REGALO DE NAVIDAD


            Julio sintió mucha pena, cuando desarmando el árbol de navidad, rompió la hermosa estrella de cristal que le regalara a Mariana el día que nacieron Martín y Renata, sus primeros  hijos. Habían pasado unas navidades muy gozosas y alegres, ¡ y justo por su torpeza destrozó la frágil estrella de cristal !

            Esa mañana de diciembre su querida Mariana sintió los primeros dolores y partieron juntos , llenos de temor y sorpresa, al hospital. Hacía un año que se habían casado y el esperado hijo se anunciaba como un pequeño " Belencito". El nosocomio estaba rumoroso, lleno de adornos y por los alta voces se oían villancicos. En uno de los corredores se tropezaron con un gigantezco Papá Noel, que repartía caramelos y hacía un ¡ Joh, joh, joh! tan artificial como su barba y bigote de algodón. Después supo que era uno de los médicos de turno que trataba de sacarle risas, a los que no podían irse a sus casas por estar de guardia ese día. Mariana se tomaba con tanta fuerza de su brazo, que le había hecho una marca en la piel con las uñas. Pronto entre una enfermera y su médico ingresó en sala de partos y él, acompañado de su padre y la madre de la parturienta, esperó hasta que la tan atrevida pero esperada luz estallara en color rosa primero y celeste luego. Ellos no sabían de antemano que eran mellizos...pero menos imaginaron que serían varón y mujer. La alegría se generalizó entre los otros presentes que a su vez esperaban nacimientos. A la tarde, el lugar más quieto y silencioso se inundó de una suave luz. La música de villancicos alegraba el momento de unión y amor.

            Ese mismo día en un pequeño escaparate junto a la entrada del hospital la vio...era una bellísima estrella de cristal, tornasolada y frágil, para rematar el árbol de navidad. No lo dudó, juntó los pocos billetes que tenía y la compró. Cuando Mariana la vio se puso a llorar de felicidad. Era un símbolo de buen presagio..." Una buena estrella" según soñó en su post parto. Luego nacieron con diferencia de dos años entre los mellizos y los otros dos hijos que entre sí se llevaban un año y medio más, que llenaron su hogar de trabajo pero también de alegrías. Todos los años siguientes la estrella premió con su brillo la noche navideña cuando festejaban el cumpleaños de los "melli"... Así pasó el tiempo. Los hijos crecieron y se fueron casando, pero nunca faltaban a la cita. Esa mañana Julián sintió un escozor en su brazo izquierdo y pronto un dolor se endemonió en su pecho. Tuvo miedo y se sentó con la frente perlada de sudor, en el sillón del living, el dolor se hacía cada vez más fuerte...alcanzó a tomar el teléfono y marcó el S.O.S. y cuando llegaron la ambulancia y los paramédicos con un médico especialista, el infarto había prorrumpido en su corazón dándo un zarpazo feroz...una corta agonía en la terapia y su muerte fue un agudo espasmo en la vida de Mariana y sus hijos. La casa al regreso quedó silenciosa. Ella se engañaba en las tardes poniendo en la video los graciosos cassettes que él había fabricado en cada viaje o salida que hacían juntos. También escuchaba sus grabaciones de jazz y de folclore, con comentarios , chácharas y chistes. Era como tenerlo junto a sí. Pasó casi todo el otoño y el invierno. Los chicos quisieron llevarla con ellos y cerrar la casa. Mariana sentía que si se iba, moriría de pena. Allí estaban los perfumes, los pequeños recuerdos jugueteando entre los árboles del jardín, hasta el viejo perro que ya casi ciego se sentaba a sus pies para hacerle compañía. ¡ No se sentía mal, ella sabía que el amor de Julio estaba entre sus viejas paredes hogareñas!

            En primavera nació su primer nieto...y el sol comenzó a calentar nuevamente y brilló el verde en los robles y las margaritas se pintaron de reinas...la vida recomenzó para Mariana. Cuando se acercó el tiempo de armar el árbol de navidad, todos los hijos se acercaron a preparar el caserón materno para la fiesta como todos los años. Todo estaba perfecto y listo pero la estrella que remataba el primoroso abeto, no aparecía por ningún lado. Ignorando que se había roto todos buscaron y rebuscaron infructuosamente. Renata intentó reemplazarla con una nueva...pero la familia en pleno y en especial su madre se opusieron sabiendo el significado que tenía para ellos, la otra. Cada uno de los rincones de la casa fue revisado para que nada quedara fuera de lugar. Mariana sentía el dolor de la primera navidad sin Julio y la tristeza le colmaba el alma pero silenciaba la angustia por los hijos y el nietito. Había simpáticos regalos para todos.

            La mañana de navidad llegaron la tía Rosalía y el tío Carlos, él traía un sin fin de regalos. Lógicamente quedaron alrededor del abeto completando el círculo de amor, pero

en el revuelo nadie supo que allí había una sorpresa... En la noche, luego de la misa y de la cena alrededor de la mesa familiar, llegó el sonido entonado del campanario de la catedral a unísono con el reloj de carrillón de la casa. Eran las doce y Mariana como todos los años se irguió y acercándose al árbol comenzó  con la ceremonia...entregar a cada cual su regalo de noche buena. Así hubo libros, juegos de mesa, ropa y zapatos. Quedaba un pequeño paquete envuelto en un papel plateado con un hermoso moño azul. La tarjeta decía Mariana. Ésta lo abrió sorprendida...en su envoltura había una cartita. ¡La letra era de Julio..." Para mi adorada Mariana, como entonces, en un nuevo amanecer de nuestra vida, ahora como siempre iniciaremos el camino de la esperanza. Tu Julio." y al abrir la caja comenzó a brillar en forma espectacular la más hermosa estrella de cristal! La tomó con un amor infinito y subíendose a una silla la colocó sobre el abeto y culminó una noche de Paz...rodeada por el cariño y ternura de toda la familia. Mariana sonriente preguntó a todos y en especial al tío, si era él el portador del regalo de Julio...pero él, negó ruidosamente...un milagro inesperado los unía esa navidad. Julio había logrado entregarle a Mariana el amor a través del tiempo y la distancia. ¿ Cómo llegó ese regalo a las manos de Mariana...? Jamás se podrá saber.

ESTUPOR

 


Deletreo la palabra transgresora

la siento aquí

en mis vísceras calientes.

Me muerden las promesas

desplazando la cordura

y aparece una herida

que sangrante

me marca con furor.

Sola,

palabras,

promesas,

herida y sangre.

¡Y un millar de vergüenzas

y estupor que crece!

Miedo.

Dolor.

¿Amor?

y espero...porque tal vez,

tal vez mañana vuelva a verte.

 

EL PLAY BOY...

 


                                   El culto de la fama, llena el vacío dejado por la muerte de Dios.

                                                                                  Salman Rusthie.

            Cerró la puerta del automóvil, antes de que su chofer la pudiera ayudar y se quedó llorando apretandóse con sus brazos. Se quedó llorando, también con un desconsuelo perfumado a terror y a preguntas sin respuesta. ¡ Al final lo habían condenado!. No bastó todo lo que le habían pagado a los abogados penalistas. ¡Esos que se creían " los mejores"!. Un enjambre hambriento de flasches y micrófonos siseante, agasapados, los había rodeado como una gelatina ácida y pringosa de gritos guturales y aroma a podredumbre...¡ Culpable...!. ¿ Él, el más hábil en los medios para lograr le fama, el reconocimiento, la representación de los afamados y creativos del país..., culpable...?. Él todo aplomo, con su figura de modelo de pasarela, que atrajo y atraía como la luz a las mariposas del yet set, a esas muchachas ( cada vez más jóvenes) que con sus cuerpos de vestales y caras de muñecas de porcelana, se abrazaban a su éxito y a su dinero y también a su enorme suerte...

            Ahora preso en una cárcel...hedionda y negra como ésta nueva calamidad agresiva.¿ Con los presos comunes...?.No lo soportará, pensó y se acarició los enormes anillos de esmeralda y brillantes que le había regalado hace un millón de años ( eso le parecía ahora) sí, fue cuando nació la hija del amor,la primera...Recordó a esa su pequeñita, la ahogó el dolor como una bocanada de lava hirviente, nació discapacitada y a las pocas horas había muerto...gracias a Dios, pensó entre sollosos. Entonces el médico sentenció: " es por el uso de la cocaína, del crak y de la heroína...por eso la bebé nació sin cerebro..."y la noticia le cayó aún más fuerte que un rayo de fuego congelado. Lloró mucho, pero ella adoraba a ese hombre hermoso, que la llenaba de joyas, pieles, fiestas y viajes a lugares de ensueño.

            Es cierto, recordó, secándose unas lágrimas heladas de plomo derretido que le caían como hielo por la cara agrietada por la angustia, es cierto, pensó muchas veces tuvo que huir de los golpes cuando él estaba ido. Luego vino un hermoso descanso. Fue en mil novecientos ochenta y ... cuando lo denunciaron por primera vez, había violado a una estrellita o modelo, era menor y él no recordaba nada. El juez ordenó su internación. Vinieron unos años de belleza sin igual. Nacieron los dos hijos. Sanos esta vez y aún vivos, aunque con permanente tratamiento sicológico. Luego el regreso al infierno. Se había tenido que ir a vivir a Pilar con los chicos. Él, solía llegar con actricillas de televisión, modelos escandalosamente estúpidas y hasta con sus afamados campeones internacionales, que le llenaban las manos de dinero fácil. Le traía como siempre joyas y una fortuna en moneda extranjera, en fin, también los autos eran cada vez más modernos y ágiles, además de caros y llamativos. Cuando partía, dejaba la rara sensación de que un tornado con rayos de sol atravesándolo todo en oro y un fulgor de olor exótico de perfumes franceses que trataban de tapar el aroma inequívoco y nauseabundo del hashid o el opio. ¡ Ah...la fama y su gloria...!

            Hacía unos días la golpeó la noticia que vino a su tranquilidad como el volcán ardiente del horror  "el play boy, había matado con su Ferrari a una familia de cinco personas". La policía cuando llegó lo sorprendió  al "hombre con una conocida y despampanante travesti, totalmente dormidos por las gran ingesta de drogas"

            ¡ Ahora lloras y gimes como una nimal acorralado entre el lujo, la lujuria y la caída, que será aún más dolorosa !

            Recuerdas que Dios no ha muerto, como tú sueles vociferar a viva voz, cuando en medio del glamur de tu fama incuestionable, de los flashes de fotógrafos y "papparazzi, la lluvia insesante de billetes que traey lleva el uso y tráfico de drogas, gritas como desafiando a los dioses y al destino...

            El fantástico automóvil se desliza por la gran avenida. Ella, la que amó sin cuestinamiento, va en busca del hombre más importante del país, el más poderoso, él será quien los ayudará en este momento. Sí, seguro la va ha recibir como siempre en el saló azul - dorado. Seguro que tomará un teléfono y con dos o tres palabras al juez, quedará internado en esa clínica por demás conocida...Sí, seguro que los medios suavizarán la agria historia...con suerte y mucho dinero..., siempre habían comprado la conciencia de tanta gente.

            Ya se acercan el automóvil a la gran casa..., le llama la atención el poco movimiento y el silencio. No hay periodistas, sólo la guardia. Para el chofer y se les acerca un hombre de vigilancia. Lentamente baja el vidrio polarizado de su ventanilla. El uniformado se aproxima luego de hablar por su radio.

            ¡ Lo siento señora, el presidente, no la puede recibir...y le ruega que no lo inoportune!

            ¡Arranque, vamos...mira hacia atrás , hacia el cielo y ve un sol anaranjado o rojo como sangre...que se oculta ostentoso entre unas nubes grises y blancas color miedo y horror...! ¡ Dios se ha despertado, piensa!

            Ahora tendrá que ocurri un milagro...cerró la ventanilla, también los ojos, secó su llanto y comenzó a rezar...!

UNA LLAMARADA ROJA EN EL LAGO DE WINNIPEG


            Se acerca el otoño. Un río rumoroso y helado cae en cascada cerca de la cabaña. Los alerces, los acers y los liquidámbar están de carnaval. Rojo carmín, rojo fuego, rojo sangre.  No quedan rojos para apoderarse de la ladera. Algunos cedros cortan el espíritu vegetal de la orilla con un verde insolente y majestuoso.

             Sacarías y Jaime, salen a caminar por la margen del lago. "Bronco", el ovejero, innegable amigo y camarada, los sigue indicando por donde pueden atravesar sin enlodarse las botas. Ambos con su mirada perdida en remembranzas, lo siguen. El agua trae el recuerdo de un viejo tiempo, como caravana de pájaros en regreso. En la ribera pedregosa, una montonera de troncos arrastrados por la correntada, ha dejando asentada su residencia silenciosa de árbol muerto. Parecen esqueletos domeñados por la ira del tiempo. Igual que Sacarías y el muchacho, sólo acompañados por la soledad del sitio donde piensan en Raquel. ¿Adónde se fue? ¿Por qué?   La dulce y alegre Raquel. Con su pícara sonrisa e ingenua mirada de muchacha traviesa. Han pasado cinco inviernos. Demasiado silencio para un ser tan querido. Jaime, mira como "Bronco" raspa con una pata helada el terreno. Ladra para llamar la atención. Perro loco, seguro que encontró herido algún pájaro que ha sido arrastrado por el agua hasta allí.

            Un rápido movimiento del hocico y saca un bulto. Corre en busca de sus amos. Sacarías atrapa sin disimulo del morro dentado, una mantilla de encaje con barro y un enriedo de hojas podridas. ¿Cuánto tiene ese chal allí? Jaime grita casi agónico. El chal de Raquel. Los gansos se espantan por el doloroso bramido del hombre. Se produce un minuto de bullicio entre las avutardas que buscan un lugar para anidar. Sacarías y Jaime, comienzan a cavar; mientras Bronco ladra con desesperación. Las manos frenéticas de los hombres no sienten dolor ni frío. Agobiados y ensangrentados, buscan. La sangre se mezcla con el agua límpida. En la arena encuentran el pequeño guante conocido de cabritilla azul, con huesos de una mano. Comienza a sobresalir entre el lodo y las piedras un brillo metálico. Una daga hindú. Sara colecciona dagas desde adolescente. ¿Por qué está allí la daga? ¿Por qué junto a ese esqueleto que asusta porque presumen de Raquel? ¿Sara, acaso, odiaba a su prima Raquel? En presuroso esfuerzo siguen cavando. Encuentran resto de ropa y huesos. Sacarías llora en silencio. Su pequeña niña morir sin haber tenido auxilio. Jaime vocifera disparates. Un alboroto de aves, atraviesa el susurro de los árboles, cuyas ramas se quejan por el duro invierno que enfrentan.

            El descubrimiento los aturde. Ambos hombres que se aferran con dolor a sus recuerdos. Piensan en Sara, la frágil Sara. La sínica que derramó tanta lágrima cuando Raquel desapareció de la cabaña sin dejar rastro. Cuando regresan a la casa, alcanzan a ver la camioneta de la maligna mujer, que trepa por el camino hacia la ciudad. Al ingresar desorientados por el inesperado hallazgo, descubren que Sara se ha escapado. La mujer ha observado desde la ventana del ático los movimientos del tío y del hermano.  En la huída deja su bolso olvidado sobre el piso del salón. Lo abren y ante sus ojos están las cartas de amor que Sara escribió a Raquel. Nunca obtuvo respuesta. La única que encontró fue el rechazo de la muchacha.

Raquel, era amante de Jaime, su apuesto primo. 

NOTICIAS EN LA VILLA

 


            -¡Dale fuerte...le dijo el "Uruguayo" al Óscar...no le vay dejá ni una costiya entera...! -así le decía pá que amasijara al fiolo que dentró en la villa como cabra en su corral, los pibes le cerraban el paso al utomovil en que dentró y mientras se vino pá donde estaba yo con la Nuria, la que labura en el sauna del Beto; y ahí nomá se paró en uno cajone de cerveza que estaban tiraos desde la bailanta del mes pasado y apena yo lo ví, le pedí a los pibes y a unos botijas que pateaban un fulbito que fueran a llamar a la gente y se armó el bolonqui, el mino bien de trajecito del Dior o del Antes Garman, con corbata y zapato de esos de lustrar, y nos miraba como a chanchos porque ese no dentró en toda su vida en la villa. Se paró como te dije para está má arriba que losotro y pensamo...este fiolo no viene con nada bueno, alguna de lo político. Ello no vienen nada más que pá las elecione o en momento de algún quilombo. Así comenzó con palabra bonita que nosotro merecíamo más que una casa de chapa y que el lugar era ruidoso y  que lo pibes y que no teníamo agua y gas y tampoco salita pá las minas preñadas y los críos y acá y allá y palabra que no entendíamo...hasta que el "Cacerola" que terminó la primaria y cazaba algo lo interrumpió pá preguntarle...¿"Oiga don qué nos viene a traer explíquese"?y  ahí se armó porque el muy hijo de puta venía con la orden de lo superiore que en 48 hora los teníamo que pirar de la villa pá cualquier parte porque tenían que hacer una utopista que seguro irá a pará a lo cantri y también dijo que la tierra y que el gobierno la había vendido a uno gringos de lo yanqui y ya no podíamo estar viviendo allí. Y te cuento que llovían la piedra y los ladrillazos, cascote iban y venían, hasta que con el griterío vino corriendo el cura, ese que cuando vino a la villa nadies lo tragaba porque creímo que era un puto, pero resultó bueno despué de todo, y se metió y como él ha estudiado mucho principió a discutí y con la misma palabra linda del fiolo,¡cómo se trenzaron!, y de pronto gritó el "Chispa" que al auto de mino le habían afanado la cuatro rueda, el estereo y tenía todo lo farolito y lo vidrio roto. Ahí el chabón estaba furioso y dejó de decirno señore y comenzó a gritarno "negro de mierda, hijo de puta, villero mafioso, lacra; eso no sé que quiere decí; que no teníamo que dir ya mismo y que el estado no se podía hacer cargo de la chusma..." y llovían lo cascotazos y la minas se le vinieron encima y le rompieron la ropa , lo lente y el cura trató de calmarno y los dijo que él haría todo lo que pudiera, pero losotro sabemo que lo cajetiya no escuchan ni al Papa cuando de guita se habla. Se vino el "Uruguayo" que estuvo preso por vario problemita  y corrió al pollerudo y lo chapó al "Portavoz" y le dio tanto sopapo que le sangraba hasta el culo... ¡Alguna minas lloraban, lo pendejos lloraban, lo perros ladraban como si se les hubiera metido el mandinga entre lo diente y en medio el quilombo cayó la yuta, como tré patruyero con arma de las que le compraron nuevas, parecían de la película yanqui, y un furgón con milico con perros que los asustó y salieron corriendo muchos y otros buscaron goma y la quemaron y yegó el canal de la tele y seguíamo allí dándole piña a medio mundo. Por eso estamo todo en cana, la yuta gana y má cuando la tele te escracha y ahora toda la villa está deshecha, le pasaron la topadora y nosotro acá y la pobre mina sola y quién sabe a dónde iremo a pará con cinco pendejo y sin laburo.¡ Por eso te digo, todo ésuna mierda! . ¿Y si hacemo venir al dotor del comité...tal vé los dé una mano...¿no?...