lunes, 28 de agosto de 2017

CUENTO CORTO

LA TAZA DE TÉ INGLÉS

María Fernanda sirvió el té justo a las cinco con aire de hija de buen inglés. Sonrió casi como si fuera un ángel. La anciana la miraba con los ojos entrecerrados. Las cataratas le impedían ver nítida la figura de su ahijada.
Era la única que la cuidaba. Ni bien ni mal, sólo con una irónica sonrisa que desparramaba con silencio sobre los hermosos muebles antiguos y los adornos de porcelana.
Nunca pudo tocar nada, excepto los utensilios de uso diario. Ella compraba con su dinero el azúcar y el té, las galletas y manzanas que la anciana comía cada noche antes de que la acostara. Las sábanas de lino bordadas por las monjas de clausura en tiempos lejanos parecían de papel de seda, gastadas pero limpias y perfumadas.
Del jardín cortaba algunas rosas y las ponía en un recipiente junto al lecho. Le peinaba la trenza y la acariciaba. Casi era un ángel. Lástima que en el té le ponía una gotita de arsénico que iba debilitando lentamente a la vieja. El gato ronroneaba junto a los almohadones mientras se iba durmiendo. Tardó un tiempo largo en hacerle efecto el brebaje.
La muy dulce María Fernanda, esperó con paciencia. La casa con todas sus fabulosas posesiones lo valían.


TAL VEZ

Tal vez pariré estrellas ese día que regreses

Tal vez contagiaré de sombra tu garganta

Tal vez sonará un cascabel en tu ventana cada mañana

Tal vez una golondrina anidará en tu frente.


Tal vez encontraré un talismán para robarle una sonrisa

Tal vez en un antiguo barco viajarán los sueños que te siguen

Tal vez un día como en primavera florezcan los damascos

Tal vez una tarde de otoño encontraremos caracoles de mil colores 

   y  luego volverán las risas de la infancia a llenar tu ventana de alegría.

BREVE POEMA TRISTE

Déjale amamantar con besos que atrapan mariposas

Cura las heridas y las penas donde las gaviotas picotean

Arrastrando heladas marejadas en las playas desiertas

Es una niña que perdió la infancia entre la hiriente realidad

Acabará cercenada en una alcantarilla cerca del agua con limo.

Será una muerte indigna para el ángel caído al precipicio de la vida.




UN POEMA ANTIGUO

Sostengo ante los ojos el brillo de cerezas

un ramillete albo sonrosado de no me olvides

dedos que parecen perseguirme

la piel de caricias escondidas arrugada

la sombra de un sueño inesperado


 una migaja de sonrisas que atraviesan el tiempo

un reloj que derrite las horas con sombras de colores

una estrella fugas que merodea entre los brazos de una diosa

y el Olimpo la empuja hacia el mar plagado de espuma.

ANTIGÜEDADES EN LA PULPERÍA

EN "EL ALJIBE DE ESQUINA PROVINCIA DE CORRIENTES, HAN CREADO UN PEQUEÑO MUSEO DE OBJETOS DEL CAMPO DEL SIGLO PASADO Y ANTERIOR.

ACÁ SE PUEDEN VER LAS "BOLEADORAS" DE PIEDRA CON LA QUE LOS HOMBRES DE CAMPO E INDÍGENAS, MANEABAN A LOS ÑANDÚES Y OTROS ANIMALES.



UNA SERIE MARAVILLOSA DE CANDADOS DE PUERTAS Y TRANQUERAS QUE HAN RECOPILADO Y JUNTADO DE ANTIGUAS VIVIENDAS DEL CAMPO Y LA VIEJA CIUDAD QUE VA CAMBIANDO CON LA MODERNIDAD.

ARMAS USADAS EN EL CAMPO PARA DEFENDERSE DE "MATREROS" Y DE ANIMALES , ALGUNAS SON DE LA GUERRA ENTRE PARAGUAY, BRASIL Y ARGENTINA EN EL CHACOS.

CUENTO CORTO

LA MENTIRA.

Fue terrible el griterío cuando Lorena entró con la ropa desgarrada y el cabello revuelto. La anciana que la crió desde el nacimiento lloraba pensando lo peor. Y su padre al tratar de acercarse volteó la silla que pareció estallar en el comedor. Hasta el cachorro ladraba y saltaba como endemoniado. La muchacha se tiró en un sillón y comenzó a gimotear.
-Lo conocí por Internet y me pareció un chico normal; llegó impecable a la confitería y tras él, un grupo de amigos que comenzaron a molestarnos. Eran como cinco o seis.- comenzó a llorar. -No me hicieron nada, gracias al camarero que vino a preguntar qué queríamos beber o comer. Cuando nos dio la espalda la cara de todos se fue transformando en máscaras demoníacas. Yo chillaba y a ellos les crecían unos enormes dientes y los ojos inyectados en sangre se acercaban a mi rostro como para comerme. El joven volteó y al verlos les tiró con el café hirviente. Yo salí corriendo y me subí al primer taxi que vi pasar. Desde adentro pude ver como desgarraban al pobre mozo y le comían brazos, rostro y partes del cuerpo. Me salvé por un milagro.
Lorena se aleja hacia su habitación y murmura… menos mal que se creen cualquier cosa. Si no me escapo me violan esos pelmazos de quinto año del colegio. Mañana hablo con la preceptora. Espero los echen de la escuela.


CUENTO INFANTIL PARA NAVIDAD

Los papás de Lucas discutían mucho. Los tres chicos se escondían debajo de la cucheta para no oírlos pero igual Huguito lloraba y Lucas que es el más grande de los tres lo abrazaba y consolaba. –No llores, verás que vendrá el abuelo Orlando y lo retará a papá y se abuenarán. – Pero esa noche se durmieron muy tristes. A la mañana temprano se alistaron para ir a la escuela de verano y su mamá los ayudó y salieron en la camioneta hacia el club.
Lucas le preguntó a su mami dónde pasarían la Noche Buena, la mamá se puso a llorar y les dijo- No se, además eso es cosa de mayores.- Entonces Carlos, el hermanito del medio, le dijo: - Yo quiero pasarlo con la abuela Rosa porque la amo y ella hace una comida muy rica. – Y yo, dijo Huguito con el abuelo Orlando que cuenta  historias divertidas.-
La mamá se puso seria y les preguntó: -¿Ustedes saben que es la Noche Buena y la Navidad? - ¡No! Dijeron a coro. Explícanos…
Bien, hace muchos Años… como dos mil en una ciudad llamada Belén nació un niño, chiquito como ustedes. Su mamá se llamaba María y era muy joven y su papá, se llamaba José. Ese Niño era especial. Era Hijo de Dios Hecho humano. – Mamá dime, dijo Carlos, ¿se peleaban como ustedes con papá?
La mamá asombrada por la pregunta de su hijo, se quedó unos minutos en silencio. Luego dijo: ¡NO, ellos eran todo Amor! Y tu papá y yo, discutimos por cosas muy, muy tontas, como por ejemplo ¿Adónde pasaremos Noche Buena? Y saben ya no discutiremos más… haremos una linda fiesta en casa esa noche y listo. Vendrán todos los abuelos y tíos y los primos que ustedes tanto pelean cuando juegan, pero como esa noche estaremos de Fiesta y Jesús es el agasajado no pelearemos Nada.
Los chicos comenzaron a gritar de alegría y la mamá se secó una lágrima, esta vez de contenta que estaba.
Tolón- tilín este cuento llegó a su fin.


DE TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO

LA LOLA

            La criaron como se cría a un huérfano. Con mucho trabajo y poco afecto. La persona que la quiso más fue doña Purificación, gallega hasta los tuétanos. El marido apenas hablaba español. Siciliano testarudo y de mal carácter, ni miraba a la criada. Sólo recordaba, la niña, que se llamaba Lola. Ni el apellido, ni el día de su cumpleaños; no tenía identidad. La finca poseía extensos parrales y árboles frutales. Era su refugio. Trabajaba desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin pedir absolutamente nada. Difícil, enclenque y dolorido, su cuerpo era quien le daba ese calor épico a la vida. Sólo unos enormes ojos color Chablís, entre amarillo topacio y dorado verdoso, con pequeñas chispitas marrones, la embellecía y hacía que la gente la observara sorprendida. ¡Y la permanente dulzura de su rostro infantil!
            Arrastraba una pierna. Según dijo el médico de Tupungato, había tenido una fisura en el hueso mal curada, en algún momento de la infancia. La espalda, con escoliosis, era una “s” itálica que le daba la imagen de una extraña figura. No hablaba. No conocía la risa, ni participaba de bailes. No repetía cantos que la madre adoptiva solía tararear mientras guisaba. Jamás la mandaron a la escuela. Pero era despierta y rápida con las cuentas, que hacía con garbanzos o fichas en la cosecha.
            Pasó el tiempo y comenzó a tener las transformaciones propias de una mujer. Fue su ruina. Tenía hermosos senos blancos, cadera ancha, cintura fina y cabello de color trigo. Trastornó sin saberlo a los jornaleros, tomeros y al contratista, que comenzaron a decirle toda clase de guasadas. Impávida, siguió su tarea, sin mirar ni responder. Alrededor de marzo, el tiempo de cosecha, próxima a los catorce años, mientras echaba maíz a las gallinas, un obrero golondrina la agarró de las trenzas y le apretó la boca. Luego, apoyándole un cuchillo en el cuello, la arrastró por la amarga tierra hasta un cobertizo y la atravesó con su verga. Desesperada, trató de defenderse, pero el mordisco, patada y golpe de puño, no alcanzó para salvarla del ataque salvaje. El tipo escapó como un zorro rastrero. Sola, allí, con su sangre chorreando por las piernas y desorientada, sólo atinó a ir al galpón para esconderse. Unos barriles de vino blanco, fue lo único que encontró. ¡Y se lavó con vino! Después, sin llorar siquiera, regresó a su tarea habitual.
            Cada vez más silenciosa. Más triste. Lola.
            Tres meses pasaron hasta que el Juan, tomero de la zona, descubrió que vomitaba apretada a un parral. “La Lola no me engaña, la muy raposa, tan callada y esquiva, está preñada” Y se fue derechito hasta donde estaba doña Purificación. ¿Sabe la noticia? La Lola, lo tenía bien escondidito. Está preñada. ¿Ahora qué van a hacer con la “santita” esa?
            Doña Purificación se sentó con terrible sofoco Con el faldón del delantal blanco, se secó el rostro sudoroso y haciendo un gesto de desprecio al chismoso, dijo airada: ¿Qué te importa a vos? Sos muy metiche y lenguaraz. Andate de mi casa, no te quiero ver por acá. Desgraciado. ¡Bien que si la hubieras podido agarrar vos, ahora te estarías escondiendo como perro rabioso! ¿Y quién dice que no fuiste vos, malparido? Manoteó un cucharón para tirarle a la cara alcahueta del Juan que salió como lagartija asustada, mientras negaba puteando airado.
            Al entrar a la cocina, la mujer miró el rostro y el cuerpo de la Lola. ¡Vení, sentate! Contame, ¿qué te ha pasado a vos y quién es el padre? Un mar de lágrimas inevitable, escapó de los ojos de topacio. Cuando terminó de hablar, con sollozos entrecortados, doña Purificación la abrazó y acunó, como nunca lo había hecho. ¡Pucha, che, en medio de la vendimia, uno no puede estar atenta a estos ladinos! ¡Son tan hijos de puta algunos… ya vamos a ver qué hacemos!
            La discusión con el viejo, fue histórica. Grito va grito viene mientras la Lola se tapaba los oídos... Al final, el testarudo, se desparramó de amor y casi llorando dijo que allí había un refugio para un niño. Purificación le dio un abrazo como cuando tenía veinte años; y unieron el corazón pensando en el hijo que no pudieron concebir.
            Pasado unos meses, necesarios, entre tejer y coser; luego de preparar una cuna y el tiempo justo en la espera, nació una niña. Hermosa. Morena con ojos color Chablís, como los de la madre. Una verdadera joya.

            La Lola quiso bautizarla con vino blanco de aquella barrica que le lavó la sangre en vendimia. 

martes, 22 de agosto de 2017

CUENTO REALISTA

EL  HORÚTA

El agua subía distrayendo la costa  para derrumbar los camalotes isleños. El Horúta continuó empujando la jangada hacia el pueblo Tapí Purá. La ranchada se dormía en la superficie de las aguas que aleteaban como pájaros alertas. De vez en cuando se oía el grito del macaco aullador, agudo y sólido. Las mojadas cachas se apilaban en la mitad del madero, parecían el cadáver de la tapera.
Un chajá voló asentándose en el esqueleto de un ñandubay. Rápidamente se pobló de aves blancas y negras. De cuellos largos y afilados picos prestos a romper las valvas de los caracoles del río. Ojos ávidos de mirar pequeños peces y alevinos que poblarían las orillas con las aguas mansas. El Horúta se acordó del árbol del playón del pueblo que en navidad una “doñita” se porfiaba en adornar con chucherías brillantes y caramelos para los niños. Eso parecía ese armazón de palos desgajados y cubierto de pájaros. Pasó un lanchón de prefectura y levantó una lluvia de agua fría que le humedeció el miedo. No confiaba en los extraños, milicos, venidos desde quién sabe que lugar… solían quitarles los cueros y le propinaban rebencazos por cazar en el río o lagunas. Tenía recuerdos en las costillas.  Su odio antiguo le penetró el alma. Pensó en la Negra, china fuerte que le dio siete hijos desde que la trajo de Paysandú. A tiempo la mandó río abajo a casa de los Rosales con los críos. Ella tosía mucho y el Coté, tenía calentura en el cuerpo pequeño. Allá había una “dotora” hábil  que le sacaría el mal de ojos y cualquier maldad del cuerpo. La Virgen de Iratí le sacaría los demonios chicos y con la seca estarían buenos.
¡Cuando él era niño, necesitó la médica de Caá Guazú! Le dio algunos yuyos y le curó la gusanada de las tripas. Le enseñó a mamá vieja a cocer todo y el agua en especial, porque ya venía sucia por el río.
Los carpinchos, ahora, se amontonaban sobre los irupés y los chanchos del monte escapaban por las orillas cenagosas de la rivera. ¡Todo está patas para arriba, que carajo! El sol había desaparecido de las aguas tras los montes. Las ranas y sapos rompían el tibio ronroneo del agua contra la jangada y sus llamados de amor comenzaron a ponerlo nervioso.
Si no llego pronto, me cubre la noche y los yacarés salen de sus madrigueras… nuevamente sintió frío. No había luna, su amiga. De pronto chocó la pértiga con una roca y se quebró. Estaba en apuros. El urutaú gritó entre los árboles advirtiendo que ya había movimientos en el  oleaje. En el recodo vio que había una luz silenciosa y un hombre le hacía señas desde la otra orilla. Era el Ñato Leiva. Se sintió en la gloria. Abocinó los labios y gritó por ayuda. Entre los árboles vio que se acercaban varios compadres en un bote. La ayuda llegó en el momento justo en que un yacaré coleteaba junto a la jangada. Perdió unas cachas para asustar al bicho. Ya sabía cómo le molestarían los gritos de la Negra. No tenían casi nada y perdía ollas y jarros. Un rebencazo y se callaría, pero ella tenía siempre razón. Se secó con el dorso de la manga una lágrima que iracunda se metió en su cara. El chasquido de la cuerda que le tiró el Ñato era su salvación. La apretó entre las manos que ya sangraban por el esfuerzo. El abrazo llegó corto y fuerte. Remaron para la costa y allí, se encontró con la lancha de prefectura. Había un grupo de familias que comían alrededor de un fuego, asado que hacía mucho no comía él. Con el cuchillo en la mano, el prefecto le pasó un buen trozo de carne cocida. Comió en silencio. Desconfiado, puso la carne en un trozo de pan de grasa. Le supo a miel. Una india se le acercó con una jarra de cerveza, la espuma se le quedó coronando la barba crecida. El Ñato le habló en guaraní para que no le entendieran los milicos. Supo que su mujer e hijos estaban bien en la estancia. Pero el agua había llegado hasta el terraplén.
Acomodó la hamaca y se echó a dormir. Mañana si había un mañana, seguiría en el río para encontrar otra vida.


ESTUDIO 2

Y sí,  es la piel            es un pequeño estandarte de belleza
donde duermen las golondrinas con sus voces

allí   donde un vértice generoso se desplaza
hacia el confín misterioso          el universo
arquetipo celeste    la garganta desnuda de la noche

allí donde se conjura un solsticio de verano
en la noche impenetrable del arcano mayor o de un dios pagano
que delira entre la luz triste de la charca quieta

Y es el labio un deleite transversal cuando la alondra
desgaja en trinos    el rubor amarillo del poniente

en los ojos vacíos de cristales y oropeles
en el vientre de madreperla tibia y colorida
que despide al beso que se aleja por el sendero azul de los sentidos

en las manos pequeñas de caricias pendulares
en los pies descalzos que desgranan pétalos dorados
pálidos  festones de hilos transparentes que juegan en su jungla

Y sí, así describo en el alfeizar de una catedral de arcángeles
plateando la tarde gris con artificios infantiles a mi estigma

sale a mirar el norte en su plenitud de luciérnagas
camina hacia el pequeño rectángulo de estrellas rosadas
que desplazan las sombras hacia el mar crispado de sonrisas

ahora    déjame revelarte mi nombre
entre las capas de sol,  el arcoiris recuerda la memoria ancestral
el dulce sueño  de un amanecer  entre jazmines     ese es  el nombre
sigo así   apenas nombrada    apenas
tan solitaria    tan triste    tan persistente  tan replegada
como la suave piel de un niño


DISCORDIA

            Las esperaron sin ganas. Era motivo de esconder cobardía entre varios habitantes de la casa. Esa que había sido permanente refugio de toda la familia. Yemina era la más linda, luego estaba Abril y llegó el “machito”, discutieron el nombre. Era muy importante que se le pusiera un nombre pomposo y llamativo. Le nombraron Geraldo. Y fue un solo mimo.
            Las muchachas crecieron a la sombra del hermano y nadie se preocupó por ellas. Hasta que un día llegó un pariente de Europa. Era un joven hermoso y vivaz. Embrujó a todos con su risa y sus charlas de historias extraordinarias. Yemina y Abril, se enamoraron al instante de verlo reír.
            Una mañana la tía al desarmar el lecho, vio la “marca” del pecado. Espiaba a las mozas. No dijo nada hasta que tras mirar y escudriñar descubrió que la primogénita esperaba un niño. No podía ser de otro que del primo amoroso y solícito.
            Pasaron varias semanas. Una mañana me llamó una vecina y me contó una extraña historia. Yemina había muerto en un quirófano. Le habían hecho no sé que estudio en sus entrañas.
            Una negra carroza con caballos enjaezados con penachos de plumas blancas, moños de tul de ilusión albos entre flores de nácar y perlas artificiales, la llevaron al campo-santo. Nadie lloraba excepto sus pocas amigas. El silencio cortaba el sonido de los cascos de los nobles brutos. Murió como nació, dijeron. Hoy al transcurrir los años, discurro que a Yemina la mató un aborto clandestino. Lo organizaron en familia, para tapar el miedo, la cobardía de decir que ese muchacho al que albergaron en la casa, era un farsante que aprovechó la inocencia de la niña. Abril había desaparecido. Luego contaron que entró en un convento del Carmelo, vaya uno a saber qué le hicieron.
            Tremenda discordia debe haber habido en la casona, porque después de ese día, uno a uno se fueron alejando todos los que vivían en la casa grande. El que dicen que se quedó sin pena fue Geraldo, el mimado de todos los que tramaron esa terrible matanza.
            Han pasado varios años y cuando paso por la zona, recuerdo la belleza y dulzura de esas muchachas y un enorme pena me deja perpleja ante la ignorancia y la desidia.








POEMA ANTIGUO 1996

No hay espejos en donde mi frente se apoya
Un reflejo de escoria salpica el espacio de la noche
muelo con arte implacable las sombras
y espero que una mano transgreda el silencio con caricias.
Olvido. El lienzo del horizonte donde inscribo los nombres,
está quebrado en mil aristas de hielo.
El recuerdo donde sopla en silbidos discordes
hay besos perdidos
dominantes. Besos.
Augures pertrechados con notas escritas en papeles sueltos
vuelan. Son águilas que picotean la piel.
No puede leerse con un ojo.
Una mano extendida en tinieblas me toca.
Sobrecoge el silencio.
Ahora…
se oyen los grillos y cigarras preñadas en la noche.
Tengo la piel caliente y dolorida.
La espera será larga. Tediosa.
La nube tapa la sombra que proyecta la luna.

Miro el cantero sombrío. Se deshoja una rosa.

HACE UN AÑO EN MIAMI Y GRAND RAPID MICHIGAN


EN EL ÁRBOL SE LOS SUEÑOS RODEANDO SU TRONCO Y PIDIENDO A DIOS NOS ACOMPAÑE HASTA LA PRÓXIMA REUNIÓN DE EIDE

EN EL SALÓN DE LA UNIVERSIDAD JUNTO A LAS FOTOS DE TODOS LOS PARTICIPANTES DEL ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ESCRITORES DE MIAMI EN 2016
EN LA RADIO DE GRAND RAPID EN MICHIGAN, JUNTO A LA EXITOSA "LUPITA FERNÁNDEZ" LOCUTORA EN LA RADIO "LA MEJOR GR." EN UN REPORTAJE DE UNA HORA CHARLANDO CON LUPITA.


CAPÍTULO DE NOVELA

Y cuando no estén*¿durante cuánto tiempo aún se oirá su voz en la casa desierta? ¿Cómo serán en el recuerdo las caras que ya no veremos más? “El tamaño de mi esperanza” Jorge Luis Borges

            Tenía dieciséis años y su padre le regaló a Tomita, la yegua más linda de la Feria Rural. Se había sacado un premio en la escuela y los padres se la dieron para alentarla. Desde muy chica amó a los caballos. Solía salir con sus hermanos Atilio y Gilberto, muy temprano a galopar, por Cuesta Blanca, A veces llegaban a los campos de Colonia Caroya. Toda la gente de la región, los conocía y saludaba cuando pasaban.
            Al regalarle la yegua, convenció a la abuela Rosalba, para que le cosiera un traje de montar. La abuela le hizo traer de Bs. As. un conjunto de Brecht y cazadora de pana roja. Las botas de charol negro y el sombrero de topé negro. La camisa que le dio era de cuando ella montaba.¡De limón blanco llena de valenciana!.
            Le regaló, también, la pequeña fusta con empuñadura de plata, que le diera su padre, antes de fallecer. ¡Ambas parecían tener la misma edad! Tanta era la alegría que compartían. Salía temprano a pasear a Tamita por la sierra, llevaba el cabello rubio, casi blanco, suelto y al viento, parecía una princesa de cuentos de Disney. Una tarde, que galopaba, ya de regreso, cuando quiso cruzar el Río Ascochinga, la yegua se negó y Delfina, pensó que su amiga tenía algo en la pata. Se apeó del animal y se agachó para revisarla.
            Cuando quiso acordar la yegua coceó y le golpeó la espalda. La joven cayó al suelo muy dolorida, igual trató de calmar a Tamita que inquieta bufaba y pateaba sustentándose en las patas traseras. 
            Entre los árboles aparecieron dos jinetes. Ambos se apresuraron y saltando de los animales corrieron a ayudarla. Mientras uno la tomaba entre los brazos para levantarla. ¡El otro tomó a la yegua y la calmó!
            Con las lágrimas Delfina, vio los  ojos y la sonrisa de su salvador, no pudo creer lo que le sucedía. Su corazón empezó a latir con fuerza. Allí mismo quedo profundamente enamorada de ese desconocido!.
            Recordar ahora ese dulce momento la llena de pena y alegría. Mauricio, ¿Cómo estaría sufriendo?
             El joven la alzó en sus fuertes brazos y la montó en Rayo su Overo Negro. Montó junto a ella, la acomodó lo mejor que pudo y esperando a que su amigo montara también, y recogiera a Tamita, salieron de allí al galope!.
            Llegaron pronto a una casa de los alrededores y con toda ternura, se apeó, la tomó en brazos nuevamente, entró en la casa y la depositó en un sillón de cuero negro. Mientras Eugenio Torres, su amigo, revisaba la yegua, y le daba agua; Mauricio se dedicó a socorrer a la joven. El pelo de Delfina parecía una mantilla dorada sobre el oscuro sillón. Él se quedó mirándola y le dijo:
            No sé quién sos, ni se nada tuyo. Pero me casaré contigo.
            Me llamo Delfina… tengo dieciséis años y me duele mucho la espalda. Tamita me pateó!
            Vení que te miro. La ayudó a quitarse la chaqueta y le levantó la camisa. Allí había quedado una fea herida de unos siete centímetros en forma de media luna. Belarmina, andate a Cuesta Blanca y trae al médico! Es urgente. ¿Cómo se llaman tus padres? Avísales de paso a los padres, cuando regresen, le dijo urgido a la cocinera de la casona.
            ¡Se llama Gilberto Cuenca Izaguirre y somos de la casa grande de Cuesta Blanca!. Ah, como me duele…
            ¡Quedate quieta, muchachita linda! ¿Cómo es tu nombre? Con todo este lío me olvidé de preguntarte, ves qué poco caballero soy!
            Me llamo Delfina. ¡Tengo miedo!
            Ya se te pasará, mientras llega el médico te daré un poco de vino, eso te hará bien!
            Nunca tomó vino, según papá aún no forma parte de mi educación.
            Yo tomo de vez en cuando. Los cadetes lo tenemos prohibido. Pero haremos una excepción. Y brindaremos por haberte encontrado y porque sos hermosa.
            ¿A qué instituto vas?
            Al colegio Militar de La Nación. Curso el último año. Ahora estoy de vacaciones. Si Dios quiere en diciembre seré subteniente.
            Oh, parece mentira… nunca pensé que fueras cadete… ¡Tienes el cabello largo! Mi abuelo llegó a general y murió al año.
            Lástima, me gustaría conocerlo…y sabes, en vacaciones me doy el lujo de no cortarme el pelo. Es mi pequeña rebeldía juvenil de rockero.
            ¿Sabes que me está doliendo mucho la espalda…?
            Yo te voy a curar ese dolor… Mauricio, se agacha y con todo desenfado le da un beso largo y cálido… Abrí los ojos con asombro. Era mi primer  beso. Totalmente sorprendida traté de moverme para salir de ese abrazo y el dolor me paralizaba. Justo a tiempo llegó el Dr. Godoy con Belarmina. El me guiñó un ojo y sonrió.
            ¡Será nuestro secreto…  Delfina, me gustás mucho!.
            Ahora recordar todo eso la llena de alegría y dolor. Sabe que desde ese día, se prendó de Mauricio y que lo quiere. Lentamente se va quedando dormida. El silencio es total. ¡La soledad le aterra!
            Hizo un paseo imaginario por la casa de la abuela Rosalba. La sala con los muebles antiguos, oscuros con olor a viejo. Los cortinados ya gastados pero bien planchados y con perfume a lavanda. Recordó el penetrante aroma cuando hacían dulce de leche o cayote en la paila de cobre. ¿Dónde fue que la compró el tío Serapio? En Francia o en Marruecos? Ese viejo pícaro que nunca se casó, debe haber dejado más deudas de juego y almas femeninas con lágrimas que Enrique Octavo.
            Recordó la fiesta de presentación en el club. Tenía diecisiete años. Mamá me hizo el vestido más lindo que pude tener. Era de color turquesa, con una falda ancha y cuando bailaba el rock, parecía una corola de flor abierta.
            Sus primas estaban todas locas con Billy Caffaro y Neil Sedaka. Elvys Presley era lo máximo y había comenzado un grupo inglés que hacía furor, Los Beatles. ¡Los bailes terminaban a las doce, pero algunas veces, las dejaban media hora más y así podían bailar algunos lentos. Los Panchos, Sinatra y Manzanero…Un llanto suave acompañó el recuerdo.
            La imagen de Martín Saurralde, Ricardo Sottello y Luisito Fernández, le secó las lágrimas. Una sonrisa ocupó el recuerdo. Las chicas. Eran otro tema. Cotita Solari era su compinche, Luli Sarratea su vecina de banco, pero estaba esa chica Reina López, compañera de aula que la seguía como sombra y ella siempre la ayudaba porque su mamá era muy ocupada y no podía darle los pequeños caprichos que tenía.
            Le dio el vestido lila de seda con las chatitas blancas para el baile. Le regaló su chaqueta de encaje que cosió la abu Rosalba. Hasta vino a dormir a su casa para que los otros compañeros no supieran dónde vivía. Su mamá, una mujer laboriosa, era la ayudante de unos vecinos y estaba cama adentro con tarea completa. Reina tenía vergüenza. Renegaba de su destino y no escuchaba razones de las monjitas, que la querían y la habían becado.
            Volvió Delfina a la realidad. Se acomodó y recitó algunas poesías de Pablo Neruda y Alfonsina Storni. Amaba la poesía. Papá no me dejó ir a declamación, pero igual aprendí de memoria tantos poemas como oraciones de catecismo. Comenzó a rezar el rosario y el Ángelus, para pasar mejor todo este tiempo. No sé si es mejor traer los recuerdos o dormirlos.


                                                           

POESÍA

_ VI _

 

El fuego verde de tu mar me incendia

es un sol en mi región celestial,

 en el lado oscuro de mi océano.

Amanece erguido el oleaje amarillo

tiene sombras de perturbada ausencia
y duele la lluvia que anega los árboles dormidos.
y ya no hay vino caliente ni sobra el fuego
ni es el hielo esa chispas de cristal que duerme.
.
El cielo tiene peones cansados con hachas en
las manos que cortan los suspiros
y cuelgan una pancarta de nostalgias con mi nombre.
La soledad calienta en el verano mas...
aunque griten las piedras en eco de lamentos
el sol regresará a enamorarse de los nidos.
Entonces un incendio azul elevará el misterio de la risa.
y tal vez mañana florezcan los nardos en mi lecho.



de :TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"

 TANGUERO POR ELECCIÓN.

            El campo se pintarrajeaba de luz a esa hora en qué los pájaros dispersan los insectos. El griterío de ranas y sapos despertaba a los que se habían atrevido a romper con los relojes naturales del sueño. El mate pasaba su peor momento, flaco de yerba y azúcar quemada unido a yuyos de aquí y de allá, saborizaba la tranquilidad de la garganta.
            Don Elías se acomodó el cinto, allí escondido tenía un viejo revólver que no tocaba sino para pavonearse en caso de emergencia. Un bolso donde apretaba el dinero para pagar a los cosechadores, soportaba el permanente pasaje de la vista aguda del patrón.
            Llegó a la finca la noche anterior. La cosecha magra por el granizo tempranero, dejó la mitad de la uva en el suelo. Algo de melesca y algunos racimos se habían salvado. El sesenta y cinco por ciento apenas, dijo el de la cooperativa. Sí, era cierto, pero a los hombres había que pagarle igual.
            El tractor atropelló suavemente los perros que intentaban robar algo del fogón nocturno. Salieron ladrando sin problema. En la parrilla dormitaba, sobre las brasas, un asado que merecían los obreros. La Florita se acercó con una “sopaipilla” y le tendió una servilleta. El hombre tenía tiznada la frente. “Límpiese don Elías”. La pava, que se desmembraba sobre la hornalla, tenía hollín de varias cosechas. Algunos gallos juntaban ganas de cantar aún, y las gallinas picoteaban alrededor del dueño y la mujer.
         —¿Doctor, alguien sabe que usted vino anoche? ¿Y si se aparecen todos juntos, no habrá camorra? Anoche chuparon mucho. Era vino viejo, lo que queda, pero tontos no son. Ellos saben—. Sin esperar respuesta la Florita se levanta y se mete de lleno en la cocina.
         Don Elías sigue cebando mates suaves y lavados, pero con sabor a menta y cedrón. Comenzaba a amanecer. El rojo círculo entrelazaba su luz con los viñedos, que ralos ya, ponderaban el paisaje.
            El hombre había nacido en la tierra y por esfuerzo de su padre, tuvo que emigrar a la ciudad para ser abogado. Aún se regocija y estremece de placer al ver la finca. Harto de expedientes y códigos, añora su vida juvenil, cuando ayudaba entre hilera e hilera, atando o podando la vid. Simplemente colaboraba cuidando el agua, para que el gringo de la otra finca no se robara, de madrugada, ese oro imprescindible.
            Recordó las noches de luna, allí junto al zanjón, con la escopeta aperdigonada con sal. Evocó a su madre, esa extraña libanesa de ojos negros y profundas ojeras que, silenciosa, seguía viviendo como en otro mundo. Única mujer entre ocho hermanos, su madre era sumisa y sabia. El padre la casó con el paisano de Rivadavia. Y allá fue sin haberlo visto nunca. Obediente aceptó ese matrimonio, pasiva como toda mujer de aquella época. Siete hijos, había criado. Todos varones. Don Elías era el más pequeño. El hijo predilecto. Pero un día se fue a la eternidad, silenciosa como siempre.
            Rememorando estaba, cuando una sombra se proyectó tras él. Alcanzó a manotear la navaja que trataba de cortarle la yugular. Logró hacerle, por detrás del pecho, un profundo tajo que le abrió la carne. Su mano diestra cogió la hoja aunque se abrió una herida sangrante en la palma.
            El grito de Florita asustó al ladrón que trató de manotear el bolso con la paga de los cosechadores. Salió corriendo el bandido y en una moto se perdió entre los parrales hacia el norte con un vil acompañante que lo esperaba.
            Con el amasijo, la Florita tapó la herida y medio a la rastra llevó al apuñalado hasta el automóvil. Como pudo, el pobre don Elías manejó hasta el hospital Sícoli.  Al oír el bullicio de los que esperaban en la vereda ser atendidos, salieron corriendo los hombres y mujeres de la guardia. Rápido ingresó a cirugía. Un manchón de sangre regaba el corto espacio hacia la muerte.
            Recuperado, don Elías, descubrió que la existencia, demasiado corta, tenía un nuevo ventanal para sus sueños. ¡Siempre había querido cantar tangos! Ahora era su tiempo.
Así, con los sábados despierto a la música, en espacios sorprendentes, cantó tangos para amigos y desconocidos, que se sorprendían de su entonación y fuerza. Otra vida diferente se prendió en un farol de la esperanza en la esquina venturosa de una calle cualquiera de la ciudad.

Vocabulario

Melesca: cosecha de uva que queda en no más de dos o tres granos después de la cosecha grande.
Sopaipilla: torta frita, típica de Cuyo y otras regiones de América del Sur.

lunes, 14 de agosto de 2017

LA MÁSCARA EN EL LABERINTO DE HUELLAS LACUSTRES.

                        Cae a plomo un sol interminable. Un infiernillo agudo y sórdido transforma el paraje desértico. Hostil, es un meandro ígneo. Allí, donde se agiganta la recia figura de un ser fantasmagórico.
  Será ¿acaso un ser humano? ¿ Tal vez un cíclope o un centauro inventado por los seres que intentan desaparecer del páramo elástico? Un derroche de la perpleja rareza del que habita desde los principios más ignotos el yermo paraíso nativo. Allí está despertando una criatura que se desdobla frenética, concebida para desorientar incluso al demiurgo. El reverberar del suelo difumina la figura.
                        Un silencio pérfido predispone al miedo. Se revuelve en la cava rústica, un gelatinoso cuerpo. La soledad atrapa incluso al observador inadvertido que fisgonea en la semioscuridad de la fosa. Emerge lentamente el cuerpo fantasmal de una mujer. Su larga cabellera negra con fulgores estelares, mágicos, puebla de formas y belleza, el inadecuado lugar, con la hermosura que envuelve todo. Comienza una danza espectral sin música. La joven se contornea bajo el influjo de una inesperada melodía muy rítmica, que nace entre las rocas de estalagmitas y estalactitas de sales y minerales antiguos. Una Nina... de las cuevas ha vuelto a la vida. Se ha ido desplazando entre el vapor y ahora yace junto a un enorme cardón en el límite del desierto. ¡Esa piel aterciopelada de un tenue color ambarino, casi ocre, de los nativos, inventa un rito de amor! La insatisfacción de mi virilidad adormecida me aprieta el costado donde aún está el hueco de mi perdida costilla primigenia. Existo como un hombre perpetuo y lleno de incógnitas. ¡Entonces mi mirada ronda por la piel y escarba en búsqueda de los reflejos de un espíritu, del alma inmortal de la mujer! Me acerco y trato de tocar su rostro, anguloso y mórbido como fruta caribeña, donde unos profundos ojos negrísimos y astutos, me insinúan una lucha de ancestros transgresores. Mi mano se alarga y desplaza la imagen en el intento. No existe. Se diluye en la blasfémica opalescencia de la nada.
                        Tiemblo al repetir mi fin. Trémulas mis manos atrapan sólo una red de sonidos brillantes, innecesarios, inventados en mi propia soledad. Entonces trato de escapar. El calor del sol me hace regresar a una pequeña sombra. Estoy junto a un antiguo árbol. Semejante a una catedral de filigrana de madera perfumada. En él, anidan aves bullangueras y vistosas. Rodeado de malezas y de espinas, mi cuerpo se desploma. Miro mi perfil en el polvo del camino apenas dibujado entre los matorrales. He caído en mi trampa. La sed y el hambre estrangula mi cuerpo herido por una necia actitud de los” otros".
                        Me estiro tratando de tomar, de aferrarme a una fruta que pende de la rama de ese aguaribay. Me retracto. Eso no es una fruta real. Existe en mi imaginación. Un keú grita con sonido trepanador y estridente. Migra hacia el sur. ¿O es hacia el norte?. Ya no importa el rumbo sino que oriente mi flaqueza hacia un territorio fértil. Una vega llena de frutales, de maíz jugoso y fresco. Hurgo en  mi repertorio de vegetales ansiados. Un fruto de cardón, dulzón, tibio..., una papa de agua, escandalosamente humilde que me devuelva la serenidad. Tal vez muera acá en medio del desierto, en medio del reflejo obsceno del incendio estelar del ojo de fuego.¡Ese sol asesino!
                        ¡El sol, dios generador de los padres atávicos! ¡Los atapamas, los tonocotés, los omaguacas, los capayanes...! Se está extinguiendo un hijo del desierto. Conmigo la raza y las leyendas. ¿Dónde están los dioses ancestrales... y dónde ese nuevo Dios de los cristianos?
                        Me voy perdiendo en una nube espesa. Ahí veo una " suy-i con puri " * y es la mano callosa y curtida de mi madre. Esas manos que en el mortero de algarrobo molía diariamente el grano seco y amarillo de esa catedral  celestial, verde espada que remonta la tierra agostada del secano como aras rituales. La madre nutricia era, en la puna y el yermo de Sanagasta y Yacampis.¡ Pero el agua de las palmas se pierde entre los dedos en el polvo y se transforma en piedras ! Comienzo a transitar por un laberinto de luces y de estrellas lejanas. No volveré  a tocar a mi madre. Está muerta, igual que casi toda la tribu. Un raro mal los acomete y no puede el "médico- sacerdote" ahuyentar el maligno. Él ha salido a buscar remedios nuevos. Debe continuar. Desmayado o muerto sueña con su gente sufrida y generosa.
                        Un tiempo infinito transcurre para que " Sima - Hoy-ri " ** vuelva  a la realidad. La saeta de fuego ya palidece y comienza a tenderse como una sábana violeta el atardecer sobre las tolas y chañares, sobre los churquis y las queñoas. Las cigarras, los bumbules trepanadores y los millones de insectos ruidosos empiezan su ronda nocturna en busca de agua y frescor. Así se inicia su peregrinar hacia la quebrada. El frío avanza como un enemigo ansiado puesto que con su camiseta de lana de vicuña ahorrará calor del día solar. Sus "ursutas, hojotas de cuero crudo son fuertes y aguantan hasta las espinas gruesas de algunos cactus y añaguas. Se eleva con dificultad y continúa.
                        - ¡Debo atravesar este páramo y buscar a los blancos! Los hombres buenos me ayudarán. Pero el cuerpo cada vez más pesado y las piernas más dolientes, impiden el esfuerzo.
                        De pronto un ruido estridente e inesperado atraviesa el cerebro del hombre. Despertarse así en otro espacio... fisgonear en busca de señales y de signos claros. ¿Dónde estoy...?
                        Su cuerpo desnudo entre unas sábanas que se enroscan sobre sus piernas musculosas y  ahora en un lugar archí conocido. ¡Este intruso calor  grimoso!
                        Miro con desesperación el reloj electrónico. Está muerto..., ¡ tenía que ser hoy, justo hoy que tengo la entrevista con los periodistas de casi todos los medios!  Pienso. Trato de desmadejar las colchas y ropas, para liberarme. Corro a la ducha. Se ha cortado nuevamente la corriente eléctrica, es demasiado pequeño este pueblo. Las celosías me esconden el verdadero clima del día. No hay ni un resquicio de frescor. Acá no hay refrigeración, ni ventilador, por falta de mucha previsión y total desgano. Reconozco rezongando por mi destino. Me desenlazo y mis músculos doloridos  protestan. Mi cabeza estalla. Me yergo, trato de llegar hasta la pequeña regadera. Abro el viejísimo grifo. Una desinflada y agónica cinta de agua se desparrama hasta desaparecer. ¡Tampoco hay agua! Tengo ganas de gritar. Vuelve mi sueño revelador en flasches alternados. Tengo que apurarme. Tomo una toalla y la empapo con agua colonia. Refriego mi cuerpo sudado y pringoso. El pelo está pegoteado a mi piel como si le hubiera agregado mermelada. Me restriego el cabello y la cara. Tengo la barba crecida y me produce un prurito como si miles de insectos me hubieran aguijoneado. ¡Qué asco! Mi camisa blanca... ¿dónde está mi camisa blanca? Busco entre la ropa desperdigada entre mis papeles y mis fotografías.
¡Ah... gracias a Dios...!
Me calzo un viejo pantalón de lona y la camisa que resplandece en la semipenumbra del cuartucho. Unas zapatillas serán mi solución a los pies que me duelen tanto... ¿Por qué me duelen tanto los pies? Los miro  y están llenos de pequeñas heridas y cortaduras. ¡No puede ser si yo no he ido a ningún lugar desde hace días! Regresan las imágenes del sueño. Sobre una mesa hachuelada  están mis instrumentos musicales indígenas, hay quenas y caramillos hechos en huesos de guanacos y llamas. Mis restos de alfarería nativa. Los descubrimientos transformarán mi nombre y mi prestigio... ¡Qué maravilloso yacimiento arqueológico de la raza perdida! Salgo del dormitorio. Me siento extraño. Son tantos los reporteros que me agobian. Los flashes de cámaras y los videos con sus luces impertinentes...siento deseos de huir. Me siento atrapado.
                        - ¿Es verdad que ha encontrado una ciudad perdida de la región apatama?- me dispara como un dardo una joven hermosísima. Tiene su cabellera recogida y le caen hilillos de sudor por el cuello y se pierden en su pecho...opulento.
                        - ¿ Acaso podrá explicar con su hallazgo el principio de la civilización incaica ?- pregunta con una risita estúpida y cómplice con otros reporteros ignotos ...¡ Es verdaderamente insufrible la algarabía ! Nadie presta atención y sólo están allí para tener algo para cobrarle a los periódicos importantes. Los medios pagan muy bien una noticia de temas científicos que pocos leen realmente.
                        - Perdón aún no puedo darles muchas respuestas concretas. He descubierto, sí, un importante pueblo precolombino en el desierto de... Me interrumpen para poder sacarme fotos con mejores imágenes.- ¡Señores gracias por venir...pero les prometo un detallado informe muy pronto, en un corto tiempo!- ¡Tal vez nunca, vuelvo a considerar! Están desilusionados y me miran con cierto desprecio. Salen murmurando pero no los escucho. En realidad no me importa. Trato de regresar a la desquiciada habitación. Hace un corto tiempo que retornó la electricidad y ya hay agua en los escuálidos grifos; pero alguien me detiene. La mujer que me hacía preguntas en el salón me ha seguido por el despojado pasillo. La miro y su figura me deja perplejo. Es casual pero una ilusoria imagen de mi sueño me golpea. ¿La mujer quimérica  o su fantasmal figura?
                        - Mañana acometeré una empresa difícil, si le interesa el tema de mis descubrimientos puede venir. No será sencillo y tiene millones de inconvenientes. ¡Es su decisión, salimos con mis ayudantes a las cuatro de la mañana! ¡Adiós!
                        Cerrar la puerta y poner una barrera infranqueable a una mujer inquietante. Me retrotraigo a mis apuntes. En mi grabador hay música de los viejos habitantes que aún conservan instrumentos y cánticos rituales. Estoy ingresando en ese ámbito ambiguo entre la realidad y lo ficticio. Me siento un nexo.
                        El desierto nos entrega un frío impensable. Son las horas más tiernas del amanecer. Una bandada de parinas chicas, con sus patas de rojo fuego, cortan con sus chillidos el cielo de un denso color índigo. A lo lejos, sólo al extremo del desierto, se va formando una arista convexa de color naranja que resplandece y va lentamente rebasando el horizonte entre los cardones, los algarrobos y los churquis. Han florecido algunos cactus atrapando a los dragomanes alados, los murciélagos pequeños y ciegos. Ellos repartirán los genes para que no se pierdan sus plantas " origen". Un perfume milagroso atrapa nuestra sensibilidad de observadores creyentes. Junto a mí, casi tocándome siento el brazo firme  y la mano dominante de la invitada. La olvidaba. Su sobriedad en trastos y silencio me conmueve. Sube en total mutismo al jeep y se sienta a esperar al grupo que levanta en exceso los aparatos y materiales de investigación. Se acurruca para no incomodar y yo apenas la espío con el rabillo del ojo. Despierta mi alterada formalidad. ¡Ay con mi...organización!, pero algo me impulsa a compartir con ella este premio fantástico.
                        El otro vehículo ya pronto y repleto, comienza la lenta marcha por la huella. El sol se está transformando en un semicírculo anaranjado. Destella vapores dorados y plateados. La helada petrifica las hojas carnosas de añaguas nuevas, están convertidas en esculturas de hielo vegetal. Ya han muerto. El gélido aire hace que mi aliento parezca vapor. Humo blanquecino, niebla en el desierto . No hablo y manejo sin mirar a mi compañera de aventura. ¡Tan inesperada e infrecuente!
                        Avizoramos una planicie entre lomas de cordones montañosos de poca altura. Sigo en busca de la salina y del desfiladero que me llevará al lugar escondido por el tiempo. Unos matamicos andinos revolotean sobre nuestras cabezas, como a presas esperadas. El grupo de estudiantes y ayudantes ha quedado levemente rezagado. Cruza un zorro con un chinchillón entre sus fauces y corre a su madriguera. Observo el rostro de la mujer; llora por la pequeña presa. - ¡Es el necesario precio que se cobra la vida, para su subsistencia!- le expreso. Se tranquiliza. Estamos ingresando en ese espacio tutelar de los ancestros apatamas. Dejo el móvil y le doy unos bártulos para que participe activamente del trabajo. El disco rojo amarillento ya esgrime su fulgor tumultuoso.
                        Comenzamos a repartirnos los cuadros para extraer la arena y piedras de los artefactos. Yo penetraré por la región más intransitable del matorral. Camino con sumo cuidado para no despertar los ensueños adormecidos de los incalculables elementos de valor del pucará. Sin advertirlo penetro en una gruta de roca indemne con petroglifos y pinturas rupestres. Detrás de mí, inexplicablemente siento el deslizar de pies humanos. Me vuelvo y como un " negativo" fotográfico se transluce una apariencia corpórea. No reconozco el contorno ni la especial e ilusoria forma. Un sopor me sobreviene. Siento el ronroneo  del rodar de las finas piedrecillas que alfombran el suelo. Hay un sensible rumor de agua y el cantarín goteo de las insignificantes cascadas de los desniveles de las largas galerías. Con mi lámpara trato de iluminar hacia la izquierda y una figura de belleza sinigual resplandece a mi vista. Parece una máscara de cristales y oro. Es tan antigua como la milenaria visión de mis fantasías. ¿Acaso son realmente palpables o están impresas en mi yo imaginario? Tal vez no existen.
                        Llamó a voces y sólo me contesta la voz apagada de mi escolta, aún no sé su nombre. La miro de frente y se lo pregunto. Sonríe y me señala la cripta. Su voz, alentadora, suena transparente y lúcida. - ¡Llámame Quillén, es mi nombre! - contesta con atractivo mohín femenino. Y sigue alumbrando con mi linterna las paredes gradualmente artesonadas con símbolos pretéritos. Una suave llovizna nos comienza a envolver. Tenemos que acercar nuestros cuerpos a causa de un gélido aire  malsano.
                        Sus manos tiemblan.  Cae la lámpara en una grieta casi imperceptible. Hemos quedado  a oscuras. Tiemblo por tener entre mis brazos el cuerpo trémulo de esa ninfa anhelada en mi flaqueza. Acaricio su rostro y beso levemente la frente. Su cabello cae en una catarata de seda entre mis manos. Detrás de nuestros cuerpos, un murmullo lejano atrapa la atención. ¿De dónde proviene? Trato de reponerme. Capturo con dificultad la luz. Debemos continuar...allá hay un peculiar espaldón de raros minerales. Un trecho recto y debemos saltar un río subterráneo y un barandal de estalactitas húmedas.
                        - ¡Ilumíname ese sector, Quillén... por favor! Mira...ahí, hay una espectral forma casi humana. - casi obligo a participar a quién nunca pensó en compartir tal hecho. ¿Nunca lo consideró?
                                   - Mira, es una momia y está casi intacta...- me aguijonean sus palabras ostentosas. Siento una velada invitación. Está excitada y febril.
                        - ¡Magnífica en su perfección..., me maravilla su diáfana belleza! Tiene todo su ajuar intacto. Observa las sandalias de hechura arcaica...Su camiseta de lana de vicuña roja y su manta de alpaca y plumas de colores desvaídos por la humedad y el tiempo. Señalo conmocionado.
                        - Tiene un collar de piedras azules y rosadas... ¿será "rodocrocita" y "lapislázuli o turquesas"? Mira su largo cabello trenzado con agujas de hueso. Unos brazaletes lleva, con láminas de oro y extraños dibujos. Me comenta- ¿Crees que pudo ser una princesa indígena?
                        - Tal vez debemos regresar y buscar ayuda para transportarla. Ven volvamos sobre nuestros pasos.
                        - ¿Sabes volver acaso por esos pasajes misteriosos? - Quillén ríe con agudas carcajadas solapadas. Mira al hombre consternado que tiene frente a sí. Su rostro suave de piel tersa se va convirtiendo en  una mueca donde la boca se desdibuja. Sólo se ven los dientes apretados en el hueco de su calavera. Su traje se deteriora rápidamente. Va transformándose en un atuendo apatano de  confección muy primitiva. Ya no tiene ojos. En las cuencas oscuras brillan como dos esferas de azabache pulido. Antracita combustible e ígnea, su mirada. Y son esos ojos los que lo petrifican. El horror queda como una máscara pétrea en la fisonomía de científico.
                        El sol cae como un rayo de fuego sobre el rostro del hombre que desesperadamente busca incorporarse en el desierto apatano. Sus pies heridos y sangrantes parecen de lava pírica. Sólo se escucha el griterío de pájaros carroñeros que esperan a su presa. ¿Acaso todo ha sido un espejismo? ¿Su imaginación pudo crear tártaro semejante? A lo lejos un murmullo lo distrae. Es un grupo de gente que se acerca. Trata de atraerlos con gritos, pero nadie acude, no responde. Todo ha sucedido en su afiebrada mente o ya forma parte del mundo espectral de los nativos desaparecidos. Una hermosa figura de joven aldeana aborigen, se le acerca, lo mira. Sus ojos son de azabache pulido y sus trenzas están apretadas con lanas de colores. Canta. Un susurro de erkes, flautas y cajas, en un dulce yaraví, invade el páramo. Le acerca su rústica mano de piel curtida y lo ayuda a erguirse. Un halagüeño misachico, místico y frailero, apretado de flores de papel de colores vigorosos, con un " Santo de palo ", vestido en paño de vicuña morado, se enfrentan a su cuerpo mustio y deforme por el desecado tiempo de su sueño.                       
                        ¡De pronto, en el erial! Un pájaro de alas descomunales echa a volar hacia el disco de fuego, padre de los " Incas " y de todos sus descendientes; tribus que se han ido diezmando en la pobreza y el tiempo.
                        Un ave inexistente en los libros de los sabios.
                                               .
Lengua Apatama:
            * Suy-i  con  puri: mano con agua.
            ** Sima - Hoy- RI: Hombre de la tierra.
                                  


CARTAGENA DE INDIAS COLOMBIA

 EL FUERTE ANTIGUO QUE EVITABA EL INGRESO DE LOS PIRATAS.
UNA CALLE DE CARTAGENA, CON SUS BALCONES LLENOS DE FLORES
VENTANA POR LA QUE SE PODÍA DENUNCIAR A LOS INQUISIDORES SIN SER RECONOCIDOS. UNA ETAPA NEGRA DE LA HISTORIA.

UN CUENTO CON MUCHA IMAGINACIÓN

UN VIOLÍN, UNA FLAUTA Y UNA VIDA.
                        El bombardeo parecía haber terminado. Ya no se oían las terribles explosiones. Ni el fuego arrasaba con lo poco que quedaba. Se desparramó un silencio sibilante. Sólo el viento hacía notar que seguía el mundo su curso y alguna caída inapropiada de restos del destrozo. Érica asomó su carita amoratada entre los escombros. Un dolor agudo atravesó su pecho. Tornó a quedarse quieta. Así llegó la tarde, casi la noche. Tenía hambre y sueño. El terror y el no escuchar a sus hermanos o a su madre la tenía inmovilizada. Ya la luna mojaba los perfiles quebrados del contorno cuando escuchó voces. Alguien advirtió su quejido y manos hábiles la extrajeron de su refugio. Su madre estaba muerta casi frente a sus ojos. Sus hermanos...¡ no había tiempo debía irse a un lugar seguro. La arrastraban manos fuertes y seguras. Regresó y a tientas tomó algunos objetos de entre los trozos quemados de su casa. Llegó junto con otros niños y personas ateridas al húmedo sótano de lo que quedaba de la iglesia. Allí en la semioscuridad encontró un rincón para meter su cuerpo. Tenía sangre en las manos y en la cara. No podía hablar. Sentía su ropa mojada por el orín. Una mujer que ella no conocía la llevó hasta un rincón y la lavó. Le dio ropa limpia. Le quedaba muy grande. Pero no podía hablar. Todos creyeron que era muda. Así se durmió... sola. Allí pasaron días y semanas. No veía ingresar a nadie que sirviera para traerle alguna noticia de su familia. Los bombardeos continuaban y muchos de los que estaban escondidos morían. Algunos enfermos, otros tratando de recuperar algún bien personal o que sirviera para esa conjunto de desdichados.
                        Una tarde apareció un anciano, su cabellera despeinada y sucia le daba aspecto de mendigo. Traía consigo un pequeño bulto. Dejó en un rincón sus posesiones y descansó su dolor. Alguien le alcanzó vodka. La rechazó. Otra buena mujer le puso un jarro con una sopa de col, casi agua. La bebió desesperadamente. Se quedó dormido y roncaba entre las risas de los más pequeños que jugaban sin prejuicio a su lado. Al despertar, se higienizó y al enfrentarse con Érica...ésta le saltó al cuello vociferando...Señor Lazlo...me recuerda...soy la nieta de su amigo Yanzy Boddar. El viejo la abrazó y acurrucó entre sus brazos. Todos supieron que Érica podía hablar.
                        Así pasaron semanas. Ambos sentían la necesaria pertenencia en momentos de horror. El viejo, músico de profesión, daba ánimo en los bombardeos tocando el viejo violín que había salvado por milagro. Perseverante ayudaba en las tareas de recuperación de enfermos y niños. Amaba a Érica que le daba  sentido a la vida y fuerzas para seguir. Una noche en el ruidoso golpeteo de los escombros, le entregó la caja del violín y la flauta traversa. Le rogó que nunca lo olvidara y le hizo prometer que jamás se desharía de esos objetos. Ellos te salvarán la vida...mi pequeña, dijo abrazándola. Ese amanecer estaba muerto. La niña lloró amargamente pero la muerte era ya su amiga más entrañable. Muchos habían dejado el refugio sin regresar.
                        Una larga vigilia sobrevino después del último estallido. Ya no se oían los aviones sobre Budapest. Una mañana un grupo de hombres de la Cruz Roja la sacó de allí junto a todos los desposeidos. A ella le trataban de arrebatar el regalo del anciano y fue tal su lucha que aceptaron trasladarla con él. Un viejo carguero de un país neutral trató de acercarlos a las costas de Canadá. Allí fueron expulsados. Unas señoras muy seguras de sí, la raparon y le dieron ropas nuevas. Recordó que esa primavera, cumpliría once años. Se estaba despojando de los piojos, del terror , del hambre...pero no encontraba un lugar. El viaje continuó hacia el sur. Llegaron a un país muy austral. En una plataforma de madera, luego de atracar el enorme mosntruo de hierro viejo, un puñado de parejas esperaban a los niños. Así tropezó con un Bruno de mirada tierna pero segura, sonrisa fácil y manos laboriosas y a una Pía de enormes ojos azules, brazos fuertes y cariñosos. Ellos venían a buscar una niña y partieron con cinco. Ninguno hablaba el mismo idioma. Wayca era checa, con sus nueve años y su palidez , parecía un ángel asustado. Nina no sabía cuántos años tenía, pero seguro no pasaba los cinco. Era rumana. De piel muy blanca y cabello rojo, sus grandes ojos pardos le daban el aspecto de un pajarillo herido. También tomaron a Max  y a Leonardo, ambos de un pequeño pueblo del sur de alemnia. Tenían ocho y nueve años respectivamente. Mucho tiempo después supieron su verdadera historia. El atestado vehículo, preparado para mover a tres personas, se vio lleno de caritas curiosas. Viajaron en silencio a pesar de la charla alegre de sus nuevos "padres". Llegaron a la pequeña chacra en un lugar semidespoblado. San Pedro, era un sitio de chacras y descampados. La casita de los " tanos", como le decían los vecinos, era muy reducida. Levantada con las manos duras del hombre y el esfuerzo doméstico de la mujer. Los hijos propios se les habían negado y en su necesidad de amor, habían abierto sus enormes brazos a los huérfanos. Un pequeño paño de tierra fértil cultivado con verduras y frutas rodeaban la casita. Era su paraíso. Pía amasaba pasta para vender. Partía temprano con su canasta llena de perfumado " fetucini" y tibio pan dorado. En tren llegaba hasta algunos negocios que esperaban sus alimentos. Hablaba mal el `castellano´, pero todos por la zona eran inmigrantes. Traía buen dinero que servía para gastos generales. Éstos se incrementarían ahora con los niños...pero no sentían miedo. El amor los abrumaba.
                        Érica comenzó desde el primer momento a ayudar en todas las tareas, en especial a tratar de entender el idioma y enseñarle a sus "hermanos". Le crecía el cabello y el cariño a todos. Los vecinos acercaban ropa, zapatos, colchones, toda clase de objetos que sirvieran. Pasó el tiempo. Una mañana de verano...llegó una señorita joven. Pidió hablar con Pía. Era una maestra de la escuela aledaña. ¡Los chicos deben asistir a la escuela!
                        ¡Y fue una fiesta !
                        Rápidamente asimilaron sus costumbres. El primer día de clases, con ese extraño uniforme blanco de lienzo, con un moño en la trenza...un cuaderno y un lápiz. Fue descubrir un universo mágico. Aprendió bien y ligero. Los chicos también. Asombraba a los maestros la facilidad de Max y Leonardo con las matemáticas. Eran inteligentes y ayudaban a sus compañeros. Pronto llegaron felicitaciones y los premios.
                        Cuando Érica cumplió los doce años, Pía dispuso ante la duda de no tener certeza si eran bautizados, hacerlo en la iglesia del pueblo. Cada uno fue bendito con agua, óleo sagrado y sal. Estaban muy contentos. Recibieron regalos de algunos conocidos. Libros, muñecas y pelotas. La niña recordaba que su madre era católica. Las otras eran muy pequeñas. Los varones aceptaron en silencio, sin oponerse.
                        Pasó el tiempo. Llegaron los quince y dieciseis y pasó lo inesperado...Un terrible tornado arrasó con la chacra, el techo de la casa voló y murió el caballo y la vaca lechera quedó herida. Recuperaron algunas gallinas y patos. Bruno sintió un dolor agudo en su pecho. Buscaron a una ambulancia que lo trasladó al hospital en la capital. Estaba muy enfermo, su corazón no resistía el dolor. Murió en la tarde del domingo más triste desde que habían llegado a su nueva patria. Quedaron solos.
                         Fue en el tiempo en que Bruno estaba en el nosocomio, que uno de los médicos llamó a Pía y le pidió permiso para revisar a los varones. Los chicos entraron en la pequeña sala. El joven doctor los había observado mucho y tenía una sospecha...Salieron riédose y haciéndose toda clase de burlas. Ya tenían edad para enterarse que eran...`circuncisos´y a través de una larga conversación con Jacobo, el médico, recordaron cómo los habían salvado de morir en `los campos´. ¡Pensar que Pía los había bautizado como católicos...!
                        La enemiga ingresó a la humilde casa. La pobreza que ellos tanto conocían...Entonces Érica buscó el estuche del violín y la flauta traversa, se alejó hacia la capital sin dar explicaciones. Llegó al banco de préstamo, allí en el `Monte Pío´se arrimó a larga cola de desheredados. Esperó una hora hasta que llegó su turno. Un hombre calvo, de mirada escrutadora observó los objetos que con dolor mostraba la joven...Llamó a un superior. Un temor inconciente rodeó el alma de la muchacha. El extraño hombrecito escrutó los objetos con mucho cuidado. La miraban sorprendidos... Le rogaron pasara a una oficina pequeña, cuyos vidrios sucios daban un aspecto fantasmagórico al lugar. Le pidieron con mucha delicadeza que no se asustara, que habían llamado a unos espertos... ¡Pronto aparecieron cinco caballeros de aire inquieto y sostenida superioridad ! Traje de levitón, reloj de oro con gruesa cadena, guantes de antílope..., uno de ellos tenía una gran capa de seda y terciopelo...
                        Supo que dos eran conocidos músicos del conservatorio nacional. Uno alemán, el otro italiano. Otros dos eran joyeros. Los supo porque rápidamente se colocaron un visor de aumento en el ojo izquierdo. El otro, el de la capa, sostenía su poder con palabras y gestos.
                        Abrieron la cajuela y extrajeron con cuidado el violín. Los músicos lo hicieron sonar, una melodía maravillosa que su`abuelo´siempre interpretaba...Comenzó a llorar. Suavemente lágrimas de sabor a añoranza de su tierra bañaron su rostro. Recordó la puzta donde vivían sus abuelos...la guerra...la familia perdida...¡ Sintió la palabra " Stradivarius" sin comprender bien qué era ! Los hombres asombrados la interrogaban. Ella contó su historia. Luego le tocó el turno a la flauta...era de platino...del metal más caro de la tierra. Los sonidos que producía su interpretación parecían salidos del paraíso. Al revisar la contratapa de la caja cayeron dos partituras. Eran copias hechas a mano en papel antiguo. Estaban firmadas por...¡No, no puede ser! Opinaron al unísono. ¡ Bela Bartok... canciones del maestro Bartok ! Sí, eran los ensayos del `Bagatelas´ que incompletas le había regalado al viejo amigo de Érica el gran compositor. Y él, en el refugio le diera. Hoy representaban su huída de la pobreza. Allí frente a sí, estaban los tesoros de una época pasada llena de sufrimiento.

                        ¡Queridos míos, así pasé de ser una refugiada a la muchacha mimada de los especialistas! Me ayudaron a vender bien las partituras. El "Stradivarius" lo compró un músico israelí muy importante. Yo aún conservo la flauta de platino. Por eso hoy en el teatro Colón seré la espectadora número uno, de mi querido nieto Lazlo Zoltan, que interpretará el `Psalmus Hungáricus´. La anciana tomó su bastón y partió del brazo amable de su compañero de cincuenta años de vida. En el automóvil la esperaban sus hermanos llenos de regocijo.