lunes, 27 de agosto de 2018

VACACIONES EN LA MONTAÑA.




               Ni siquiera se sentó a la mesa. Tenía la cara arrebatada de ira. Otra vez ha vuelto a dejarnos solas. ¡Es tan poco sociable! Al final mejor si no hubiera venido, nosotros nos arreglaríamos igual...como siempre. María Eugenia se fue quedando dormida. El ruido lejano de la gente que bailaba en el plató del hotel, le servía de somnífero. ¿Qué estaría haciendo su madre? Llorando... ¡¿otra vez?! 
               Me siento abrasada por un sol tórrido, rojo, envolvente. Junto a mí está el hombre más hermoso que pudiera soñar. ¿Es Luis Miguel? Debo estar soñando. Mejor que despierte porque será peor si no logro besarlo. ¡Es tan divino! Es un potro. ¡Hay déjame dormir, te digo, no voy a levantarme para estar con vos! Me cuesta abrir los ojos. ¿Qué que Juanjo? ¿Qué..., OH, no me digas? ¿Papá? ¿Y qué hizo mamá? Bueno ya me levanto y bajo. Esperame con un desayuno de esos. No puede ser...papá se encontró con "alguien", regresó anoche con más de una copa y durmió totalmente vestido. Mamá cuando se despertó ¿qué habrá pensado...? Ya, me pongo los lentes de contacto, me pinto un poco los ojos y bajo urgente. Tengo que saber todo.
               El ascensor repleto. Bajaré por la escalera. ¿Qué lío, qué pasa en el hotel? No...Nada menos ni nada más que todo el staff de " El Rayo". ¡Qué minas, qué minos! Allá está Juanjo.
               - Hola...dejame espacio. Sí, ya vi que llegaron esos, pero me interesa más lo de papá. Contame. -  se desvía su mirada entre todas las golosinas de la mesa. - ¡Qué cosas ricas, voy a engordar como un cerdo...no me voy a poder poner el Jean nuevo!
               - Sos retonta. Mirá parece que papá ayer se encontró con una `doctorcita´de la facultad...él dice que le sirve café, siempre, cuando están de exámenes. Mamá, la conoce bien, pero sólo se traga la mufa. La cuestión que cuando papá la invitó a tomar una copa en el bar...no tonta; a mamá, ella estaba cansada, vos sabés acá con el frío le duele la pierna, se acostó, pensando que papá lo haría. ¡No, se quedó hasta las cuatro tomando tragos y hablando!-
               - ¡Huanca no te distraigas y contame...esa que está allí es una de las modelos top del Rayo...¡Qué lolas tiene! Y la cola. Deben ser puro plástico. ¡Dale! Mirá quiero saber qué hizo de malo el viejo, de todos modos, mamá no le da ni bolas.
               - Ahí viene mi entrenador me voy. Después te cuento. Nada importante debe haber pasado. Allí viene la vieja.
               María Eugenia mira distraídamente a su alrededor. El caos reina en el comedor del hotel y piensa...
               - Si me hubiera ido con Dolores y Caro a Disney, no me embolaría tanto. Acá todo es un plomo. Seguro que ahora mamá me va a retar por algo.
               ¡Hola, buen días, si se puede decir buen día con todo este lío! Te pusiste ese pantalón todo desplanchado y sin hacerle el ruedo? Te he dicho mil veces...
               - Má, no me hinchés. Ayer por el pelo, hoy por el pantalón ¿mañana por qué me vas a retar ? Acordate que este es mi viaje de los quince. Podría haber ido al viaje con las chicas, pero no, yo quise estar con ustedes. ¿Para qué? Si me vas a molestar todo el tiempo. ¿Qué pasó anoche con papá?
               - Mirá esa chica ¿no es la del Rayo? Prácticamente está desnuda y debe tener tu edad. Yo no me explico cómo las madres le dejan hacer lo que quieren. ¡Hija mía tendría que ser!
               - Sí, sería idiota como yo. No ves que ellas son más libres. Nadie las jode.
               - Allí viene tu padre. Te he dicho que no hables así, parecés una chiruza. Hacele lugar para que desayune. Me gusta ese modelo de peinado. El de esa señora que está sentada allí. ¿Cómo me quedaría ese corte?
               - Buen día...menos mal que salió el sol. Desayunemos que me quiero ir a jugar al pool en el subsuelo. ¿Qué hicieron anoche? Yo me encontré con gente de allá, de mi trabajo. ¡Qué rico dulce, me hace acordar al que hacía tu mamá! Mirá llegó un grupo de japoneses...sacarán millones de fotos. Bueno me despido hasta el medio día.
               - Mami me voy a tomar sol en el solarium de Piscis. Me puse la bikini que me regaló Rolo. La tengo debajo del enterito. Chau.
               - Cuidate, no tomés demasiado sol. Ponete un protector. Acordate que acá el sol es más fuerte que en el mar. Nos encontramos para comer. Yo estaré esperando en el salón de lectura traje algunos expedientes para resolver. ¡Siempre me dejan sola! Seguro que les da vergüenza mi aspecto de `discapacitada´. Siempre sola.
               - Pobre mamá no le damos bola...pero es tan pesada. Tendría que haberme ido con las girls sería más divertido que estar acá. ¡Qué tipo super...debe ser gay! Ese que me mira está bueno pero no me animo, es difícil que me mire con ese lomo. Hola, sí estoy sola ¿Y vos? Me llamo María Eugenia. Soy de Pilar. Sí de Buenos Aires. ¿De dónde? Sos de acá...qué aburrido.
                          Se puso los lentes y no habló más.

(lenguaje propio dela juventud en Argentina) 

LA TIGRESA


"Nunca vimos en los animales de la casa, orgullo mayor que el que sintió nuestra gata, cuando le dimos para amamantar a una tigresita recién nacida"
                  Horacio Quiroga.
                        ¡Claro que para mí fue realmente necesario tomar esa decisión! Como mayor en tamaño y jerarquía tuve que tomar la organización de la casa. Los sucesos eran imprevistos. El incendio nos había dejado todo desbaratado. No quedaba ni corrales, ni abrevaderos, ni siquiera un refugio decente para nadie. Los troncos chamuscados y malolientes de los grandes eucaliptos parecían gigantes agonizando. Yo también tenía miedo. Supe desde el principio que todo era difícil. Seguro...si yo hubiera podido huir, tendría resuelto mis problemas de comida, agua y libertad absoluta. ¿Pero qué hubiera sido del resto? Cada uno miraba desconcertado hacia un lugar distante. Por doquier llamas o brasas ardiendo. Hacía como seis o siete meses que no llovía en la zona. Los vecinos se fueron yendo hacia otros lugares. El río traía un hilo de agua barrosa, y yo fui buscando por dónde podíamos salir del círculo hirviente. Ayudé a los más pequeños primero, luego a las embarazadas, luego a las hembras sin distinción de edad y linaje. Allí todos éramos iguales. El campo era un horror. Nada quedaba verde.  Nada en pie que nos alentara a encontrar ayuda. Pero firme seguí guiándome por mi naturaleza noble. Para algo uno nace con inteligencia y distinción. Nunca demostré dudas, ni miedo. Encontré algunos animales heridos o abandonados. Traté de auxiliarlos dentro de nuestras limitaciones. Me siguieron algún yeguarizo chamuscado, pero fuerte para la tarea que nos esperaba.
            Así pasamos varios días. Una tarde comenzó a soplar una leve brisa del sur. Esperanza de agua...me dijo uno de mis nuevos compañeros de viaje. Miré hacia el horizonte y vi el reflejo de la tormenta que se avecinaba. Nubes de color blanco con bordes grises, casi negro, merodeaba los pastizales socarrados. El ruido asustó unas vacas mañosas. Pero todos esperamos esperanzados el agua. La tormenta fue feroz. Caían rayos por donde quiera imaginar. El grito de animales salvajes nos ponían los pelos de punta...sólo eso nos faltaba. Pumas, gatos de las rocas, zorros y jaguares que trataban de acercarse a nosotros. ¡Claro éramos carnes frescas para su hambre silvestre! Mi responsabilidad era salvarlos a todos. Subí una pequeña cima, sobre la llanura y observé un grupo de animales peleando sobre una tigra herida. Arrojé unas piedras de una patada y cayeron cerca de los carroñeros. Era tarde. La tigresa había muerto. Una cría pequeña estaba debajo de su cuerpo destrozado. Los merodeadores daban vueltas cada vez más cerca. Pero como pude tomé a la pequeña y la llevé hasta nuestro grupo. Allí estaban todos sorprendidos. Me respetan tanto que nadie opinó. Otro más para compartir el agua y la comida. Me acerqué a Perlita, nuestra gata que traía sus dos crías con ella. ¡Son increíbles madres las gatas! De inmediato tomó a la recién parida entre sus maternales patas. La limpió con esmero con su lengua áspera y delicada el cuerpo amarillento y húmedo. Algunos animales de la casa se acercaban a ver cómo era ese nuevo huésped del grupo...que sorpresa les daba ver a Perlita amamántala con tanto amor. ¡Qué orgullo sentíamos todos! Comenzó a llover, diría que diluviaba. Eso era lo que esperábamos para que todo volviera  a la normalidad. Pasado el tiempo, y viendo que ya era prudente, regresamos por el camino andado hacia la estancia. No fue bonito ver como quedó la casa, pero al vernos, mi dueño, se abrazó a mi testuz y lloró largamente. Nada le quedaba del campo, pero yo su "Tordillo" le había salvado a todo los animales  del incendio. Hoy le cuento a mis nietos, en el corral nuevo, cada vez que me rodean y preguntan:
 - Abuelo...contanos cuando la Perla crió a la tigra, esa que después quiso comerse al amo.- ¡Y yo les cuento, es cosa de animales jóvenes, que le voy a hacer! 
                                                                            


MADRES DISTRAÍDAS



¿Dónde estabas madre...cuando tu hijo inquieto cruzaba palabras de odio y de fuego,
de muerte y venganza, de escarnio y ofensa?
¿Dónde tu mirada...de faro e imanes,
que no vio en sus manos estampas de hombres panfletarios?
¿Dónde tus palabras...de amor y ternura
cuidando no mezclar sus voces con la incuria odiosa de falsos profetas?
¡Ahora lo lloras con lúgubres quejas, tu pecho se hiela de pena y tormento!
¿Ahora preguntas, si tu hijo ha muerto?
¡Qué quieres su tumba de flores ausente, de cruces perdidas,
 de besos sin puerto!
Madre distraída...tu hijo en su pecho llevaba una espina de hielo y de fuego.
Tuvo mil palabras de amor...no las dijo.
En cambio sus armas fueron muy precisas.
Ahora lo lloras, ahora protestas...
¡Pobre madre triste, pobre madre ausente...
busca en tu memoria...aquellos recuerdos, cuando viste cosas que originaron ésto,
cuando en el regazo de tu hijo había un libro fogata con lava encendida
un arma de hierro,
una voz cargada de negros presagios, de tormentas rudas y utopías vanas!
¿Qué él fue inocente? ¡Que él sólo observaba?
¿Qué nunca activó el odio a un hermano?
Que en la sinagoga, en la mezquita o en el templo había enemigos reales.
¡Entonces! ¡Qué raro que no esté contigo?!
Mil madres hoy día reciben contentas los besos de hijos que siguen creciendo.
Abrazan sus nietos, juegan con recuerdos
muestran encantadas diplomas o versos, herramientas, planos, partituras, lienzos,
un tractor que arrastra maíz, sorgo, trigo, alimentos tiernos para los hambrientos.
¡Entonces, madre distraída...!
¿Dónde está tu pena y dónde tu ira?
Cierra la ventana de ese feo invierno y vuelve a tu lecho
a rezar por ellos, reza por su alma...ya estará en el cielo.



INQUIETUD.





¡Acaso, en esta noche te he soñado despierta!

¡Mutilado el espanto, agitado el aliento!

¡Tu rostro bello y noble, tu cuerpo y mi conciencia!

¿Acaso en esta noche te he deseado en mi lecho?

La esperanza soñada y la moral dormida.

¡Pensando en tu sonrisa, abrasada en tu fuego!

No puedo, yo amarte como una virgen quieta.

¡He gritado tu nombre y he soñado tus besos!

Acaso es necesario, y mejor que ya duerma.



BUSCANDO LO PERDIDO.




Allá en la tarde del otoño tardío donde un collar de promesas
llenó mi vasija de peonías blancas.
Allí encontraré el nido de cometas y auroras.
 Una flor.
Una espina.
Tal vez una trompeta sonará en el vacío.
Yo besaré las plantas de quien camine
junto a mí, en el silencio de la tarde.
Un silencio de playa solitaria.
De dunas.
De Escollera.
Recordando una historia.
 Lejana.
Ya perdida.
Amiga de mi ensueño.
Allí caerá lenta una lágrima de ámbar.
Rueda por mis mejillas.
Ahora, en este instante.
Estaré enamorando el oro de los bosques.
Son lágrimas de nácar.
Balbuceo inquieto con manitos de espuma.
Bostezo de gaviotas en mi playa dorada.
Mi pensamiento esgrime un túnel de amapolas.
Allá en el continente donde refugio el tiempo,
arderán las astillas de mi cruz agobiada.
Me voy...camino lentamente por la arena.
Y lleno mi boca de aromas a ternura, con besos atrevidos
que rozan mi garganta en minutos de ensueño.
Allá estará el milagro.
 Allí la alfarería de manos  milenarias
fraguará un hallazgo con los dioses.
Y el otoño travieso envolverá mi cuerpo de matices cobrizos.
Volveré a la calle de grises adoquines.
Seré mujer. Lo sabes. Mujer... cargada de silencio.


sábado, 25 de agosto de 2018

POESÍA QUE RECIÉN ESCRIBO.


                               “LOS SABIOS NO HABLAN, PIENSAN
                                                                              LOS NECIOS NO PIENSAN, HABLAN”

Es menester que pensemos antes de hablar.
Nos llenaremos de odas, sonetos y poemas
Nuestras manos abrevarán en las hojas en blanco
Con tintas multicolores y con sangre derramada
Seremos fantasmas inquisidores de la muerte.
Seremos inquisidores de la Vida. Magos.
Caballeros y heraldos de la palabra hermosa
Testigos inoportunos de lágrimas amargas
Nosotros caminaremos entre huellas escritas
Cual runas, nuestras letras bailarán al son de la lluvia
O caerán como caireles de fuego y azufre
Un volcán se elevará con humo entre pájaros negros.
Caerán en el profundo pozo del silencio. Letras.
Palabras que anuncien la primavera y los brotes
El amor simple de los simples jóvenes amantes
Un día nos quedaremos con los libros de arena
Las páginas vacías, los estantes ocultos sin tiempo
Silencio. Silencio. Silencio y piensa. Crea, ahora crea.


PARTICIPIO DE ESTAR: ESTANTE ¿RARO?


ESTOY

Quieta
            Sola
                        Estante
El silencio desparrama luces circulares
            Soy
                        Aun respiro
                                   Sueño

ALGUNAS FOTOS QUE ADORO.

 LOS PORTONES DEL PARQUE GENERAL JOSÉ DE SAN MARTÍN EN MI PROVINCIA: ,MENDOZA. MI TIERRA ES UN DESIERTO QUE HA SIDO TRANSFORMADO POR EL TRABAJO DEL HOMBRE CON MUCHO AMOR. PARA QUE CREZCAN LOS ÁRBOLES SE DEBEN REGAR DIARIAMENTE O TRES VECES POR SEMANA.
 LA RIOJA. UN OLIVO DE 400 AÑOS QUE SOBREVIVIÓ AL FUEGO QUE LE DIERON LOS ANTIGUOS COLONOS ESPAÑOLES Y QUE LOS NATIVOS TAPARON CON TIERRA PARA SALVARLO. ES EN ARGENTINA.
LA MEZQUITA DE ANKARA EN TURQUÍA, DE UNA BELLEZA INESPERADA. INVITA A ORAR Y A MEDITAR. ES MUY BELLA TURQUÍA.

DONADO, EL NOVENO HIJO




            Gaspar era el noveno hijo de una familia de campesinos pobres. Solía ir al mercado en la ciudad en busca de monedas para traerle a su madre. Era corto de palabra. Nunca fue a una escuela por lo que no sabía leer ni escribir. Se detenía a escuchar a los buhoneros que contaban historias en las plazas y calles del pueblo. Cuando regresaba sin darse cuenta había bajado el sol y su padre ya lo esperaba en el recodo del camino.
            El pequeño parecía tener un ángel de custodio, porque a otros caminantes los asaltaban o les pegaban; nunca le sucedió al muchacho. Su madre trató de corregirlo, pero al volver al hogar, que a pesar de ser muy humilde siempre habiía una olla con sopa o guiso de habichuelas, él, se sentaba en un pequeño banco y relataba lo que había escuchado y sus cuentos eran el sabor de la vida de todos. ¡Tenía mucha memoria y gracia! Sus hermanos reían o lloraban según el cuento que contaba.
            Un día se cruzó con él, un anciano hombre de Dios, con su talar de áspera arpillera, atada a la cintura con una tira de cuero desde donde sobresalían las cuentas de un rosario. El viejo, casi ciego, le pidió a Gaspar si lo podía acompañar hasta la abadía en lo alto de la montaña. Y allá fueron. Con paso lento y escuchando el niño el rezo de oraciones que hablaban de un tal Jesús y su madre, llegaron a unas enormes puertas de madera rústica y decolorada por el sol y las lluvias.
            Unas campanas llamaban a otros frailes que en el campo con rudas herramientas trabajaban la tierra. Algunos traían gavillas de centeno, otros zapallos y otros alguna liebre o conejo que estaba en una trampa en el pequeño huerto. Todos vestían igual, con su cabeza rapada y sus manos llagadas por las duras tareas de la tierra. Lo miraron sorprendidos. Ellos no hablaban, su promesa de silencio se los impedía. Solo uno lo hizo. -¿Quién eres muchacho y cual es tu nombre? ¿El padre Tomás te dijo algo sobre nosotros?- y siguió caminando casi sin oír al chico.
            -Lo encontré perdido y me pidió ayuda. Se ve que está ciego o loco, porque habló todo el trecho de un tal Jesús y de su madre… y yo soy Gaspar de Valle Inquieto. Mi padre es Albertino y mi madre Gema. Tengo 10 hermanos, yo soy el más chico. Uno murió de cólera el año anterior a las fiestas de San… no sé cuánto. Era época de sequía. Mi padre trajo agua del arroyo y todos nos enfermamos, pero uno solo murió. Mi madre nos curó junto a una abuela que sabe de yuyos y medicinas.
            Calla, calla niño. Ya es suficiente. Entra un minuto que te daremos una jarra de leche y pan del padre Ramiro. Es nuestro cocinero.
            Gaspar con gran temor ingresó a ese enorme edificio de piedras y barro. Una campanilla sonó tres veces y todos los hombres se retiraron a pequeñas celdas excepto el que hablaba, que lo llevó a una sala donde una gran tabla de madrea oficiaba de mesa. Allí en un tazón de barro cocido, echó leche y cortó un trozo de pan de centeno, lo untó con mantequilla de cerdo y le alcanzó. Él, lo bebió apurado y tomando el pan salió caminando por el largo pasillo hasta la puerta. Abrió y salió corriendo.
            Cuando llegó a la casa, su madre sorprendida recibió el pan que Gaspar traía. ¡Una joya has traído! Hijo de mi alma, es lo más rico que han comido tus hermanos en meses o tal vez en años. ¿Quién te dio esta delicia? Y Gaspar relató su aventura. Todos con los ojos abiertos, escuchaban sin abrir la boca. Cuando finalizó una andanada de preguntas de parte de sus padres y hermanos, le dejó la garganta seca al tratar de contestar.
            Albertino y Gema se miraron, salieron al terrón detrás de la casa y casi sin mirarse dijeron: - ¿Hay que ir a investigar qué es eso? A la semana se prepararon todos y caminaron por donde estaba el convento. Allí, los observaba un clérigo que salió en busca del padre superior.
            Gaspar al ver a su amigo, el anciano ciego, corrió y le besó las manos. ¡Qué sorpresa para el abate! Le acarició la cabeza y le dio un pedazo de zanahoria para que comiera. Dulce regalo en verdad, para el niño. Luego llegó el abad, saludó y los invitó a entrar. Así conocieron el convento un poquito. Las preguntas fueron una tras otra y así les contestaba el hombre de Dios, lentamente se fueron familiarizando con las historias.
            Invitados para ciertos días, siempre después de una charla, les daban huevos frescos, zapallo, miel de abejas y pan para los niños. A Gaspar le regalaron una imagen chiquita de la madre de Jesús y él, la atesoró con alegría.
            Padre, dijo un día quiero ser como ellos.- ¿Cómo quienes? – Como mis amigos del Templo.- No creo que acepten a un niño tan poco instruido. Sentenció la madre. Y una lágrima se corrió por sus mejillas arreboladas. – ¿Padre preguntarás por mí? - Así lo haré cuando vayamos.
            Las campanas redoblaban con enorme alegría esa mañana. Llegó la familia al templo y junto a ellos muchos campesinos que venían de lugares distantes. Una rara ceremonia para nuestros amiguitos y sus padres tuvo lugar ese día. Era la Pascua.
            Al terminar el tiempo de rezos y romería, cuando regresó el silencio y silenciaron el coro en su latín, quedaron en la huerta los padres de Gaspar y sus hermanos. Solicitaron que el niño ingresara como ellos al convento. -¡Tiene sólo once años, dijo el abad!- Es lo que sueña el niño. -¿Aprenderá el Latín y catecismo?- ¡Creo que sí, él tiene muy buena memoria! Sabe relatar todo lo que escucha aquí con puntos y señales. – Bueno, traedlo como “Donado”, dijo el cura.- ¿Y eso que es? – El más pequeño de los clérigos de esta abadía. Lo más inferior hasta que aprenda. Luego irá pasando como una escalera en saberes, peldaño a peldaño.- ¡Acá se queda, entonces!- dijo el padre.
            Gaspar, pasado los años llegó a ser abad en ese espacio de Dios.


PENSAMIENTO LIBRE




Los labios cerrados con candados de hielo
Los ojos abiertos, mirando asombrados
Los párpados atados con alambre de púas
Las manos cruzadas sobre la garganta prieta
La vida entera en un cesto oculto en un hueco.

Entonces en el paraíso encontrar la lumbre
Donde duermen millones de ideas profundas
Donde nacen al amanecer del tiempo. Ayer.
En el ocaso, el silencio encubre el pensamiento libre.

jueves, 23 de agosto de 2018

UNA ESTACIÓN EQUIVOCADA




El Víctor descorchó el último champagne y abrazó goloso a la Rubita. Ya no recordaba cuándo la invitó a esa fiesta, pero estaba allí. Con el escote generoso mostrando la piel morena, y un vestido escaso de tela en color rojo furibundo, se contorneaba frente a su cara zorruna.
No era rubia. El peluquero había hecho maravillas para que luciera así. No importa. La tomó por la cintura sentándola entre las piernas. Sintió escalofrío. Esa mujer lo volvía loco.
            Ella con una corta mirada sopesó el salón, la ropa, los muebles y la vajilla, que había desplegado el hombre. Su calva relucía con tanta luz y los ojitos, casi cerrados por el alcohol, la desvestían con su desvergüenza de borracho.
            A una seña de Ronaldo, se acercó a la boca del tipo y lo provocó a un beso. Escapó a tiempo con un gritito histérico y comenzó a cantar un bolero de moda. Él sollozó por el cuerpo perdido. Ella escurridiza, lo incitaba con mohines teatrales. Era el candidato preciso y precioso para timar. Cuarentón, soltero y con guita. El Ronaldo le hizo un signo y alargó un pie desplazando el tajo del vestido que envolvía la pierna. Un muslo fuerte y cobrizo, engolosinó al hombre que la manoteó sin pudor. Cayó en un sillón, apoltronando el cuerpo apetecible en los brazos y alargó los dedos rasguñando, agatunada, el rostro sudoroso de deseo. Acarició torpe los senos de la hembra. Dio un salto, y volvió a cantar con voz de loba en celo.
            Había aprendido eso después de escaparse de su casa. Allá en medio de fincas y huertas nada encontraba divertido. Soñaba con las novelas que veía en la televisión y pensando que la vida era fácil, una tarde de otoño, cuando un mantón dorado cubrió el verde, huyó de lo que creía era una verdadera esclavitud. Una noche de tiniebla la acogió. La ciudad la deglutió sin fantasía. No tuvo escapatoria. ¡Prostituta! Eso fue. Era. Sería por siempre.
La Pichaca, la acogió en una casa del barrio bajo, cerca del zanjón que traía agua para el riego. Le prestó un vestidito corto, una tanguita mínima y unos tacones altísimos. Maquillada como un fresco de Miró, salió por zonas oscuras a hacer la calle. La primera vez, se le murió un sueño. El alma. Le nació un dolor que escondió con furia en el corazón herido. ¿Regresar? ¡Jamás! Para la familia, había muerto. La Juana Leiva, una mañana en el mercado le contó que así le habían dicho, allá en su casa. Sintió alivio. ¡No los necesitaba!.
            Un día de tormenta, la enganchó el Ronaldo. Las contrató, a la Pichaca y a ella para la fiestita de unos garcas. No sabía qué significaba. Pensó que era gente con plata y sólo eso. No. También eran degenerados. ¡Algunos de puta madre! Esa trasnochada, supo que iba a terminar mal. Pero el Ronaldo fue bueno. Le pagó un fangote de guita y ofreció ayuda. Si se portaba bien, claro.
 Cada fin de semana había una fiesta. Cada vez más podridas, con cocaína, crac y juegos pervertidos. Aprendió a vestirse de otra manera, a pintarse mejor. Se tiñó el pelo casi blanco. Frente al espejo se cantaba “La rubia Mireya” y se paraba como las viejas actrices de los cincuenta. ¡Esas viejas sí que eran bárbaras!
 Él se le reía en la cara, el Ronaldo, digo, porque ahora en los brazos de ese gil, se sentía Marilyn Monroe. A ella qué le importaba si lo timaban después, “Era el destino de los lujuriosos”, leyó en una “Gente”. Y, si lo decía, Mirta Legrand era fija. Esa noche, el Víctor después de varios morbos depravados, se durmió en su cuerpo. Cuando despertó, no estaba ni la rubia, ni su dinero, ni los cubiertos de plata de su abuela, ni las pieles de su difunta madre. ¡Todo se había esfumado como en un sueño! No podía denunciarlos. En el Banco, la tele, la radio y el club, hablarían de su berretín de andar con putas y travestidos. No, no podía.
            Llegó la época de Vendimia, la ciudad se llenó de turistas y de gente exótica. Las calles hervirían de patanes cargados de billetes de todos los colores. Pero, esa noche no quiere salir. Prende la tele y se queda pasmada frente a la pantalla. Comienza a llorar y la Pichaca la observa preocupada. Algo grave le ocurre. Nunca la vio llorar así.
—Mirá, che, ésa que va en el carro, esa bonita, la reina, es mi hermanita menor, la Lidia. ¿No es preciosa? ¡Ves qué cuerpo, qué sonrisa, qué chiquita! Si me encontrara, no creo que me reconozca. Fijate cómo tira besos.
La compinche la abraza y llora con ella.
—¡Si me hubiera ido en época de cosecha, no estaría tan lejos!
De pronto, en la pantalla, la imagen del Víctor enfrenta a los televidentes abrazando por la cintura a la niña. Lo muestran como un galán atrapando el cetro que tiene la Lidia en la mano. Él está junto a su muñeca haciendo un reportaje para el canal en el que trabaja. La niña inocente sonríe...
 La Rubita salta, toma la cartera y sale corriendo. Detiene un taxi y grita: “¡Llevame a la Vía Blanca, tengo algo importante que hacer!”.  En la cartera esconde un revólver.








TRABAJANDO LA PALABRA EN TALLERES O CAFÉ LITERARIOS

 ZULMA CALDERÓN POETA Y NARRADORA GANÓ UN IMPORTANTE PREMIO. A SU LADO MARÍA TERESA CAGLIONI Y YO.
EN EL CAFÉ LITERARIO DE LOS MIÉRCOLES CON JULIO TERRAZA, Y DOS ESCRITORAS AMIGAS.
EN EL CAFÉ DE LOS MIÉRCOLES: LILIANA GRECO, DR. LEOPOLDO BARRERA,MARÍA ANA GIMÉNEZ, , JULIO LOPREITE, Y MARINA LOPEZ.

DE "TRASEGANDO HISTORIAS EN RITMO DE VINO"


ENCUENTRO EN DURBAN
           
            Hoy encontré la carta que escribí hace años a los Reyes Magos. La letra es la de una niña de ocho años que recién comenzaba a crecer, soñar y esperar. La leí emocionada recordando aquellos días. “Queridos Reyes Magos, les pido que este año me dejen la muñeca de ojos azules que está en la mercería de doña Porota. Soy la alumna que tiene las mejores notas en todo cuarto grado y, en clases de baile, ya logré hacer punta por más de quince minutos. La señorita Sonia dice que tengo futuro como bailarina, pero mamá dice que ni sueñe, que nunca me va a dejar. Yo ahora prometo no ser bailarina si me traen la muñeca. Con cariño: Luciana”.
             Me senté en la orilla de la cama de mamá, mientras tomaba una copa de Cabernet fresco y recordé cada minuto de esos días. Encontré varios papeles y cartas, que escondió, para que no lograra llegar a la capital, a la selección de becarias en el Teatro Coliseo. A su pesar, lo conseguí.
 Renuncié, esta vez, a varias funciones en New York y Durban, para realizar la horrible tarea de enterrarla y desarmar la vieja casa en el pueblo. Los vecinos, en el cementerio, me miraban con envidia. Creerán que hacer un trabajo como el que tengo es mejor que el de ellos. Viajar tanto en avión de París a Londres, de Moscú a Berlín o Tokio, no es como caminar por las calles tranquilas del pueblo en que crecí. Andar bajo los paraísos en flor o los jacarandaes violetas, con olor a tierra húmeda y escuchar el canturreo de los pájaros. ¿Qué es mejor? ¿Quién sabe? A veces, cuando estoy sola en un hotel, en el que ni siquiera salgo a recorrer la zona, siento nostalgia de esta patria chica. El querido pueblo de la niñez.
Una lágrima está borroneando la tinta de la hoja de cuaderno en que hice el pedido de Reyes. Esa muñeca todavía permanece en mi nostalgia, acompañándome. No es llanto de dolor el que se escurre, sólo añoranza de la infancia.

            Hace exactamente tres años, cuando papá iba desde Paraíso del Indio al pueblo, en el viejo Chevrolet, un tornado lo elevó sobre el pastizal de los Silveira. Desapareció. A los seis meses encontraron parte de la carrocería en un bañado como a noventa kilómetros de casa. A mamá le dieron pequeñas pertenencias de papi, que hallaron algunos chacareros en los campos. Nada importante: un pulóver, un zapato marrón, la caja de herramientas vacía, además un libro de Víctor Hugo, embarrado y con pocas hojas. De él, nada en concreto.
 Al año siguiente, en Semana Santa, encontraron un cadáver. El comisario dijo que era el cuerpo de papá. Lo lloramos como si en realidad lo fuese. Nadie estuvo seguro que fuera él.
            Me llamo Luciana. En noviembre cumplí los ocho. Como todas las niñas del pueblo, voy a la escuela y a danza. La señorita Sonia es mi profesora.  Ella —dicen mamá y la tía— era una gran bailarina. Un día tuvo no sé qué enfermedad en los tendones y ya no pudo competir en audiciones de ballet. Nosotras miramos, sobre el piano de la sala, un sin fin de fotografías en que se la ve, en algunos teatros, con tutú y zapatillas de punta. Están firmadas por gente muy importante y destacada, me parece.

            Mi pueblo sigue tranquilo. La pereza abunda entre sus habitantes y crece lento. Los que viven aquí están detenidos en el tiempo. Abrumados por los miedos. Los moradores, beben en bares todo el tiempo vino casero, ginebra y caña. ¡Es un problema!

Acá las madres temen todo. Si te ven hablar con alguien mayor, no les gusta; si te ven jugando en la plaza a la siesta o en la tarde y comienza a oscurecer, salen a buscarte. Es como si detrás de cada hombre, hubiera un monstruo capaz de comerte. La mayoría trabaja en la chacra. Cosecha y siembra. Mi papá vendía plaguicidas y abonos. Nunca encontraron el maletín donde llevaba las muestras.
            La señorita Sonia dice que no pierda la esperanza de reencontrar a papá. Mami se enoja cuando le cuento lo que hablamos entre paso y paso de baile.
            Pronto será la cuarta navidad esperándolo. Es feísimo esperar y esperar, aunque la parentela nos invita a pasar la fiesta con ellos. Siempre agradece mi mami, pero nos quedamos solas en casa. Es más triste, pero es una manera, de estar más juntas. Unidas en nuestra desgracia.

Al principio, no me daba cuenta de que nos faltaba plata, luego descubrí que recibían ropa para arreglar y después hacían vestidos, camisas y pantalones, para vecinos del pueblo. Así pudieron mantener la casa.

            Ayer, me mandó a la casa de la señora Clarita. Debía llevarle la falda nueva, ésa de color blanco que iba a usar en el baile del colegio. Luego, pasé por la mercería a comprar hilos y un cierre cremallera color anaranjado. Allí la vi. La muñeca más hermosa que jamás pude haber soñado. Estaba sobre el mostrador de vidrio, junto a una caja llena de guantes de seda, ésos que usan los chicos que hacen la primera comunión o son abanderados.
            Recuerdo que me quedé un rato mirándole los ojos azules y el cabello castaño, de pelo natural que caía como en bucles sobre el vestido de plumetí rosado. ¡Los zapatitos color negro de charol, con dos pequeños pompones y hasta medias blancas! Tenía dos dientecitos que le asomaban por los labios apenas abiertos. Lucía pestañas de verdad y cejas pintadas suavecito, sobre las mejillas de un sonrosado que apenas le daban color, como a una niña recién nacida. Deditos regordetes. Aritos y pulsera de perlas. La señora Porota, me dejó observarla un rato, sin decir nada. Después, dijo que le llevara las cosas a mamá, pues estaría preocupada. Ya caía el sol y si oscurece sabe que se asusta.
           Volé con alas entre nubes de ensueño. Jamás volveré a pasar por ahí sin mirarla, recuerdo que me prometí. Se la voy a pedir a los Reyes Magos. Esa muñeca será mía. No una parecida, ésa.
            Le conté a mamá. Dijo que no pidiera algo tan caro, porque los Reyes, tienen que repartir juguetes a muchos niños. La tía me miró mal. Pensé que era una bruja porque vivía retándome por todo y tal vez haría algo para que los reyes no me la dejaran.
           Anoche escuché a mamá llorando. Le decía a la tía, que era imposible comprar nada extra. Imaginé que hablaba de los zapatos que necesito, pero el corazón me dio un porrazo cuando le oí decir. “No le puedo comprar la muñeca a Luciana, deberá esperar, tal vez más adelante” ¡Doble pena, saber que los Reyes Magos no existían y que nunca tendría la muñeca de ojos azules!
            El día de la fiesta de fin de curso, grande fue mi sorpresa, cuando entré en la dirección de la escuela y vi la caja con ella en una mesita. ¡La iban a rifar! No tengo más esperanzas, pensé. Me fui a casa y lloré a escondidas. Mamá sufrió bastante con la desaparición de papá, no debía darle más pena. Me acosté con los ojos rojos e hinchados, pero igual me dormí. Esa noche soñé con mi papi. Venía volando. Entró por la ventana y traía en la mano un papel con el número 8. Sonriendo me mostraba el cielo y por allí se iba.
Cuando desperté, le conté a la tía y sonrió. Salió rápido de la cocina hacia su habitación, me dio un peso y dijo que corriera y comprara el número de rifa de la escuela. “Comprá el 8 “. Y no corrí, volé. Lo encontré. Gracias a Dios nadie había querido ese número. Con el papelito verde en la mano, apretado contra mi corazón, se lo llevé y de alguna manera supe que la tía, me quería y no era mala, como pensaba yo, cuando me regañaba. Al número, lo guardó en una Biblia vieja que era de la abuela, y así llegó el día de la rifa. Cuando escuché que cantaban el 8, casi caigo desmayada.
La directora tomó de mi mano el número, miró el que un nene de jardín de infantes tenía en la mano, al que sacó de una bolsita donde estaban todos y tomando la caja, me la puso con cuidado en los brazos.   
            Pronunció un largo discurso, que no entendí, pero creo que dijo: “Luciana se lo merece. Porque es estudiosa y ha perdido a su papá”. Cuando llegué a casa con la muñeca, saltábamos abrazadas alrededor de la mesa del comedor. Mamá comentó que papá me la mandaba desde el Cielo. Ese día creí nuevamente en los Reyes Magos.

            Hace unos meses, caminando por el aeropuerto, antes del debut en Durban, en Sudáfrica, se me acercó un nativo, muy extraño, vestido con una túnica amarilla y un enorme turbante de color brillante. Su piel oscura, relucía con el neón de los pasillos. Los ojos parecían dos estrellas negras en un mar rojizo. Una enorme sonrisa acarició mi desconcierto cuando, en perfecto francés, habló: “Su padre, al que veo, dice que el cuerpo está en el fondo de un lago en su lugar de América. Él, su espíritu, está siempre cerca, ahora mismo permanece parado a su lado. Sonrió y señaló la muñeca que llevo desde niña en brazos cuando viajo. Se la regaló cuando usted tenía ocho años. Le expresa que la ama y que se cuide al bailar”. Luego, con paso lento, se perdió entre la muchedumbre en el aeropuerto.





POESÍA ANTIGUA


RABIA

Tengo una ira que aprieta mi garganta
La mastico con furia y me arrincono en mi lecho.
No quiero repetir mi angustia, solitaria y terca.
Tengo ira, rabia, desconsuelo.
Merezco ser olvido. Por abierta y solidaria.
Por creer en palabras que esconden mentiras.
Por sentir que otra vez he sido tocada por engaños.
Me abrieron arterias fluyendo sangre virgen como estrellas
Y caí nuevamente creyendo en los artistas de la nada.
Un débil meandro de prestigio, enredo de disfraces
Agilidad en el habla y manos rápidas para ceñir dinero.
Falsas promesas. Falsas ideas. Falsas metáforas de iniquidad.
Presteza en grasita mentiras. Despreciable complicidad.
Mi rabia oprime el corazón que huye dejando
Una nube de preguntas sin respuestas.

lunes, 20 de agosto de 2018

UN VERSO SIN TIEMPO


ENSOÑACIÓN

Desde la sombra, un pájaro de terciopelo salta
un minuto en la cascada de luces.
Es un ave que se detiene en el tiempo
para besar una gota de rocío.
Lame con sus pies de seda la  alfombra de sonrisas.
Toca el cuerpo tembloroso de una luciérnaga
que tiembla detrás de la luz, se pierde
es su mágica mariposa de espuma.
Una pompa de color de arco iris se estrella en su pecho
de ámbar  y amapola.
Se detiene y en sus brazos  de tibia escarcha
se apoya el pétalo misterioso de plumón de cisne.
Un silencio de rumorosos violines atrapa sus piernas puntiagudas.
Solloza el timbal y una comparsa de nubes se abalanza
hasta el centro mismo de la vida.
Queda ondeando un retazo de ternura con perfume a sueño.
Son los Ángeles que se desplazan en la lluvia de pétalos plateados.
La aurora boreal. Un llamado al amor y a la ternura.
Queda quieta, detenida la mañana.
Un sol celeste asoma su sonrisa cómplice
en la superficie dorada de un lago rumoroso de caricias.
Desde la sombra un pájaro, tan sólo uno, y un fauno  genial
que desplaza con picardía la boca de miel y lirios blancos
para que el  colibrí libe besos de pequeñas llamaradas.
Sueño el llamado de las hadas entre el follaje tembloroso
donde anida el ave. Paraíso perdido y encontrado.
Edén donde se esfuma el pecado. Cae una gota de lluvia
sobre el nácar de una rosa. Y allí la luz brota.
Fuente mística de fuego y vino venturoso.
Allí el beso de amor, abrazo interminable de la vida
Comienza a caminar la vereda del hombre.



MI ABUELA


Caí  en cuenta que no estaba dormida. Soñaba despierta con su lejana estirpe de andariega. Tal vez caminaba con suecos de madera en la agreste ladera de nogales. O cosechando entre piedras, castañas que cabían en el delantal de cuero. Una vertical soledad de tiempo ido, le dejaba las manos enrojecidas de espinas y su verde mirada atrapaba pájaros gritones en su pecho. La  abuela  se hamacaba en una vieja mecedora que crujía en el dolor del uso y los años. Estaba metida entre el mar de Calabria y  nuestra finca. Los duraznos maduros  le daban el color de los besos vespertinos de un sol que se escapaba entre los cerros.
La miré asustado. Sus ojos se pegaban a mi  cuerpo que anidaban golondrinas inquietas. Me  abrazó entre lagrimas de azúcar y rodeando mi pecho de alambrillo asustado. Comenzó a cantar en su idioma de hada clandestina, una canción de amor. Soñamos juntas, navegando entre las alas de una enorme tigresa blanca con ojos amarillos. Debajo un mar de hojaldre suave, almacenaba hojas de un pálido verde y pétalos de lirios.
Una a una fueron cayendo lágrimas como astillas de oro en sonrisa de niña. Eran  suyas y mías, un universo de pequeños oropeles que se prendían a sus labios poblados de fantasmas. De pronto se silencio su boca.
Hasta las ramas de las acequias por donde corría el agua jabonosa del filetón de piedra se quedaron mudas. Ella comenzó a mover su cabeza de plata y una nube de estrellas juguetonas comenzaron a bailar en la tarde. Cayó su cabeza pesada sobre el pecho y sus brazos laxos  me desdibujaron el talle. Me quedé abrazada a su torso enrojecido por el sol caliente de mí Cuyo. Imaginé que nadie como yo, conocía su historia de desventurada enamorada que dejó su amor entre los viejos castaños de Calabria. Ahora, tal vez, se encontraría con él  en las playas, con setenta años menos, la piel pálida de ámbar, el pelo intensamente suelto, negro con su mirada verde impregnada de amor por su Angiulino, llamé a mamá, llegó llorando, retorciendo el delantal manchado de tomate. Me abrazó. Yo no podía llorar. La abuela se estaría perpetuamente dormida ahora.




CON LA CABEZA LLENA DE PÁJAROS

       

            -¡Man…! ¡Man…! ¿Niña Cuándo vas a escuchar y hacer lo que se te pide?
            -¿Qué, qué me dijiste?
            -¿Siempre en el extra mundo! Pareces una abombada. ¡Manu, tienes pajaritos en la cabeza!

            Manu nació en primavera, con el color de las hojas amarillo verdoso de los primeros brotes; calmo, limpio y suave de la brisa que desdibuja el frío y alienta con hálito   tibio el aire del campo. Manu, pequeñita y frágil. Fue la única mujer entre ocho varones. Mis padres, campesinos analfabetos y tranquilos, la recibieron confundidos.
            Una fémina entre tanto hombre…éstos, toscos, bravucones, intensos y arrebatados. ¡No sabíamos cómo tratar a la niña!
            Creció como educada por manos ásperas pero deliciosas. ¡Nunca un grito, una palabrota, un enojo! Cuidada como copa de alabastro, era un pequeño cristal que se podía quebrar con el más leve movimiento.
            Entonces adiós a los chicos alborotados, peleadores y groseros.  Ya no peleábamos y sólo afuera de casa o en la escuela y fuera de su mirada que escapaba hacia el cielo, siguiendo el rumbo de los pájaros. Nunca cerca de su mirada melancólica, según decía medre, podíamos asustarla.
            Cuando comenzó a caminar, todos detrás de ella para evitar que se fuera de bruces al piso, parecíamos una larga fila de hormigas…todos atrás. No se puede raspar o algo que se marque en su piel de azucena. Su piel de seda pálida brillaba por un color de damasco que maduraba lentamente. El cabello largo y ondulado caía sobre sus hombros con suaves rulos y caían por la espalda y la frente amplia y serena. Piel con brillo de fiesta permanente; pestañas largas sombreando las mejillas siempre rociadas por alguna pícara lágrima que se escapaba de sus ojos grises. Nunca supimos por qué. 
            La bautizaron Manuela. Y fue una fiesta inolvidable. Todos hablan en la feria sobre ese día. Sobre los ricos dulces caseros y pasteles que hizo mi madre y la madrina.
            Así fue creciendo. Subía a un árbol, en cuya horqueta papá le había fabricado una especie de nido y allí se quedaba como soñando, horas, canturreando.
            Cuando la llamaban a comer o a dormir no contestaba. Según mamá y alguno de nosotros, tenía pajaritos en la cabeza.
            Un día, cuando cumplió doce años le dijo a mi hermano Alfredo que en su 
cabeza había un piar insistente de aves. Se moría de risa y curiosidad. Mas, luego, comenzaron  a salir de entre su cabellera los picos y cabecitas de pájaros de diferente tamaño y color.
            ¡Y sí, tenía cientos de pájaros en la cabeza! Como si de eso fuera poco, ya no bajaba del árbol.
            Allí se quedó y ahora vuelan a su alrededor los pájaros más bellos del campo y de la aldea.
            ¡Manu, realmente tiene pájaros en la cabeza!

SANGRE EN MI ALMOHADA


Me precipito en mi miedo alucinada.
Apestan  mis manos  que en el lecho de ostras primitivas,
petrifican los sueños otrora amigables.
Trasiega en mi morada frutal la peregrina estrella amorosa.
Dolor, apesta tu nombre sostenido entre los dedos firme de la nieve.
Se derrite al calor sofocante de la noche.
Duermo y al despertar está el jardín florecido de jazmines.
Los sueños me apedrean con perfume de incienso y sal marina.
Ahora espero y la melodía temprana de las aves,
distraen la tristeza y trastocan lo triste en maravilla.
Un ángel ha dejado caer una suave pluma sobre mi hombro
a lo lejos veo como corre un ciervo en la maraña.
La esfera dio vuelta en un acribillar de minuteros
dándome un alfiler de acero que deja caer una gota de sangre en mi almohada.