lunes, 27 de febrero de 2023

LA MUJER, EL VINO Y LA POESÍA EN LA LITERATURA DE NUESTRA REGIÓN

  

            EL LUGAR DONDE VIVO, ES UNA TIERRA TAN FÉRTIL COMO EL

 DESIERTO DE UR, LA CIUDAD BÍBLICA DONDE SE CREE CRECIÓ LA PRIMER CEPA DE VID. Y EL VINO ES NUESTRO DISTINTIVO COMO CIUDAD, REGIÓN Y PAÍS. MENDOZA ES VINO, ES MALBEC, CAVERNET, BONARDA, CHARDONAY Y TIENE LOS COLORES DE LA VIDA: AMARILLOS LIGEROS, AMARILLOS OSCUROS, OCRES, ROSADOS REFINADOS, ROJOS PÚRPURADOS. MENDOZA TIENE PERFUME A VINO CON SABORES DE MADERAS, DE FRUTAS, CANELA, VAINILLA Y CHOCOLATE. ¿CÓMO NO VAN A NACER POETAS DE LAS TIERRAS QUE SE RIEGAN CON EL SABOR DE LOS VINOS Y LA SANGRE DE LA MUJER QUE SUDA PARA ABRIR LA DURA CÁSCARA DE LA TIERRA Y ARRANCAR DEL DESIERTO UN JUGO DE LOS DIOSES? ¡PARADOJA DE LOS HUMANOS, QUE CRISTO TOMÓ EL VINO POR SANGRE Y SE BEBE EN CADA MISA COMO EN CADA MESA DE MI TIERRA SE BEBE EL VINO!

            LAS POETAS DE MI TIERRA HABLAN DE AMOR GRACIAS AL ENORME VOCABULARIO QUE LE PRESTA LA LENGUA CASTELLANA PARA SUS VERSOS. Y LAS NARRADORAS ALABAN CADA DÍA EL VINO CON PALABRAS DE COLOR Y OLOR FRAGANTE DE SU TIERRA.

            CUANDO LEEMOS LA POESÍA DE NUESTRAS ESCRITORAS AUTÓCTONAS COMO: VILMA VEGA, ALICIA DUO, ELENA GARZÓN, LILIANA BODOC, ELIANA ABDALA Y OTRAS MÁS, COMO EL GRAN JULIO CORTAZAR O ANTONIO DI BENEDETO, NO PUEDO NOMBRALOS A TODOS PORQUE SERÍA UNA GUÍA INFINITA DE NOMBRES QUE NO DICEN TAL VEZ NADA PARA USTEDES, O MUCHOS HABRÁN LEÍDO SIN SABER QUE ELLAS CANTARON AL VINO, CON VINO EN LAS VENAS Y QUE HUBO UN POETA Y MÚSICO LLAMADO ARMANDO TEJADA GÓMEZ, QUE LE CANTÓ TANTO AL VINO, QUE BAUTIZÓ CADA LIBRO CON TINTO Y QUE HA QUEDADO COMO UN RITO ENTRE LOS POETAS.” BAUTIZAR LO LIBROS Y LAS PARTITURAS DE CANCIONES CON VINO” …MIS LIBROS DE POESÍA Y NARRATIVA ESTÁN BAUTIZADOS CON VINO EN HONOR A LA TIERRA QUE NOS BRINDA SU SANGRE.

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            NUESTRA HISTORIA COMO HUMANOS ESTÁ ATRAVESADA POR LA BEBIDA QUE HA ACOMPAÑADO SU TRANSITAR LA TIERRA CON LAS CEPAS Y LAS UVAS. EN LOS VIEJOS FRISOS GRIEGOS Y FENICIOS, EN LAS PAREDES DE LOS TEMPLOS EGIPCIOS Y HEBREOS HAY POESÍAS Y PINTURAS REFERIDAS A LOS VINOS.

            DICEN QUE NOÉ BAJÓ DEL ARCA Y SU MUJER PLANTÓ UNA VID… NO ERA PARA HACERSE UN BOSQUE YA QUE ES UNA PLANTA RASTRERA, ERA PARA ALEGRAR LA SANGRE Y REPOBLAR LA TIERRA. BAJO EL INFLUJO DE LA BEBIDA QUE MULTIPLICÓ EL AMOR Y LA PALABRA.

                       

UNA INSÓLITA SOLUCIÓN

 

            Desde el automóvil alquilado, Ivanna, observa el frente del caserón. Bello lugar. El coche de su amado Rafael, es el aguijón que se le clava en los ojos. Allí está detenido desde las diez horas, y no se ve movimientos en el interior. Se le nubla la vista que tiene incrustada en los ventanales y el gran portal, por donde espera verlo salir.

            Ya es la hora en que los árboles comienzan a transformarse en matorrales, verde oscuro o negro, cuando comienzan unas leves luces a asomarse por los vidrios. Se abre el portón de hierro y aparece un pequeño coche deportivo. Antes, en el vestíbulo, Ivanna observa asombrada, como su marido, besa apasionadamente a un atlético joven moreno.

            Un estilete invisible le atraviesa la garganta reseca. En su retina se incrusta la imagen. Luego parte el coche de Rafael, rumbo a la ciudad. Suena en su cartera el celular. Amor, me voy a demorar unos veinte o treinta minutos, acá en el club. Siempre que no me llamen por teléfono unos clientes. Te amo, espérame para cenar. Y ella lo sigue, para verlo ingresar en el club. Se detiene y espera. Lo ve salir bañado y cambiado de ropa. Un estilo informal que traía y sale con el típico traje de oficina. Los ojos de la mujer, tienen un raro color resinoso. Se aleja apurada por la autopista y corta camino por calles extrañas para llegar antes que él, a la casa.

            Intenta tranquilizarse. No sabe cómo actuar. No debe demostrar sentimientos. ¡Comprende por qué causa no quiere tener hijos! Su reloj biológico ya está en rojo y él, siempre inventa pretextos para evitar la paternidad. Resiste pensar en “su” hombre en brazos de otro, si fuera mujer, su alma no estaría tan destrozada. Cuando siente la llave en la puerta de entrada, se ve reflejada en el gran espejo de su dormitorio y una extraña pátina se desliza por sus ojos, en forma inoportuna cual párpado transparente. Se refleja nuevamente su piel tersa y su cabello corto tiene un suave reflejo verdoso. ¡Es mi imaginación! Mi odio me hace ver cosas insólitas, piensa. Desciende por las enormes escaleras de mármol y se desliza como una sombra. Él, en el comedor ha tomado un vaso de güisqui y tintinea el hielo festivo en el cristal. Le acerca uno igual y la besa ligeramente en los labios. Ella retira precipitadamente la boca. Que siente levemente dura. Su lengua parece de plástico. Se aleja hacia la mesa donde la mucama ha preparado la cena. En silencio, se sientan y comienzan a comer. Un breve comentario sobre la exquisita carne a la provenzal, al buen vino boyarda y al clima. Luego se instala una pared invisible entre ambos. Cuando están por finalizar y se acerca la joven mucama, se miran sorprendidos por el rugido de una moto que ingresa en el camino a la casa. Rafael, salta en la silla y se precipita al palier de ingreso. La alfombra persa sabotea los pasos y la voz en cuello de ambos hombres, es un siseo terroso que llega apagado a oídos de Ivanna. ¿Qué haces acá? Te he dicho que aquí jamás vengas. Vete. Mi esposa …El ingreso inopinado de la mujer transforma la situación. Lame con su mirada extrañada el cuerpo y rostro de su enemigo. Una cara infantil, rubicunda de ira y sospechosa de venganza, se detiene en ambos rostros. ¿Quién viene a visitarnos a esta hora? ¿Acaso lo invitaste a cenar y no sabía nadie nada? Pase. Tome un aperitivo con nosotros, dice ligera para conocer la causa de ese exabrupto.

            Rafael, palidece y apenas puede balbucear palabras. Mi compañero de tenis, el joven Belisario Verón. ¿Te acuerdas que yo te comentaba, querida de un nuevo socio al que hay que temer por lo bien que juega? Bueno ha venido y me encantaría saber qué lo trae a esta hora.

            No vengo como socio a jugar tenis, sino a buscarte para ir a “Soho Gay”. No es tu fuerte mentir. Cambiate que nos esperan para el nuevo show. Y te retiras de nuestra casa que crees que estás haciendo, atrevete a molestar a mi señora. Sal ya mismo. De ninguna manera. Tú, refinada estúpida, debes saber que hemos estado todo el día juntos en un lecho de amor. Te engaña. Es mi amante. Déjalo ir. Sé inteligente por una vez y comprende que yo he ganado esta contienda. Eres un verdadero cretino. ¿Qué necesidad tienes de insultar en mi casa a esta pobre mujer?

            Atónita, Ivanna y la mucama, miran a la pareja. Salen y el estruendo del escape rompe el trágico silencio de las gargantas de las mujeres. Sorprendidas, se alejan para reponerse del momento sufrido. La mucama, toma su ropa y sale, dejando la llave sobre el mármol rosado de una cómoda, en el ingreso a la casa. No atina ni a saludar. Su mente tiembla. No comprende nada. Su patrón es… no puede ser. La señora tan fina y bella… eran tan felices, o lo parecían. En la soledad del barrio pasa junto a los guardias de seguridad como aislada del mundo.

            La joven ama, despechada, comienza a recorrer cada rincón de su bello dormitorio. Abre el vestidor y con una navaja corta y deshilacha la ropa de su ex marido. Su vientre es un volcán en erupción. No llora. Tiemble de ira y sueña diferentes venganzas. De pronto se mira frente al espejo de su vestidor. Allí, observa que sus ojos, tienen un extraño proceso de cambio. El iris, se alarga verticalmente. Una suave membrana cubre su globo ocular en forma de párpado extra. Su rostro, totalmente endurecido por la furia, se va cambiando y la nariz, se eleva achatándose sobre una faz angulosa. La lengua es larga y se mueve a latigazos con una incisión en medio. Una serpiente envidiaría su lengua. La piel va tornándose escamada y verdosa. Mira sus manos y las ve atrofiadas en garras con afiladas púas negras. Se encorva. Crece una inesperada cola con espinas de colores que se elevan hasta la cabeza donde el hermoso cabello ya se ha transformado en aguijones venenosos. Se desliza sobre su vientre húmedo y frío. Siente un grito interior que la empuja hacia el parque. Sale por el enorme ventanal. Sale en búsqueda de un apareamiento para desovar sus crías.

            Sobre el brillante piso de mármol blanco quedan derrotados, un par de zapatos de tacones rojos, un vestido de seda negro y un collar de perlas con broche de zafiros.

           

AL MUNDIAL...


                        Hoy se armó en casa. Carlota así como así, largó la célebre frase del tenista argentino Guillermo Vilas: “ El césped es para las vacas”. Estábamos desayunando y despiertos desde las cuatro y veinticinco, para ver el partido en Berlín, entre Ghana y Holanda. Papá tenía unas ojeras que parecían las cortinas del teatro Independencia y Lucas enrojecía todo el partido con sus córneas rubicundas por los rayos catódicos. Mi corazón estaba dando su quinta vuelta olímpica a la cancha de Berlín porque si Holanda le ganaba a Ghana, podíamos perder el campeonato. Carlota nos miró con desprecio y pronunció otra de sus macabras palabras. “Son verdaderos idiotas”. Todavía no comprendo cómo papá no le sacudió un tortazo. ¡Se lo merecía!

                        Llegó mamá con su décimo termo de agua para el mate. Sacó unas galletitas y las puso sobre la mesa. Automáticamente comenzamos a engullir sin mirar si tenían arsénico o naftalina. El penal nos puso de pie. A cada movimiento de los jugadores, nos movíamos como títeres o titanes en el ring. Un chiflido esparcido por el living fue el resultado del penal. ¡Animal!- gritó papá fuera de sí. Carlota volvió sobre nuestra loca esperanza diciendo que sólo unos tarados, pueden salirse de sus cabales por un partido entre un montón de negros del quinto mundo contra otro montón de negros del primer mundo. De verdad todos los jugadores son africanos. Bueno; ni la miramos, como te imaginás, aunque papá se la quiso masticar cruda por lo de “quinto y tercer mundo”. Muy discriminatorio…

                        Mamá comenzó a preparar nuestras mochilas. Ese día, era un día más, de nuestras obligaciones, que estaban detenidas en el tiempo. ¡Mi hermana sacó sus libros de la biblioteca! y comenzó a buscar entre las páginas de un atlas.- ¿Dónde queda Ghana?- nos preguntó- ¿Dónde quedaba Ghana? La verdad ni idea, en África seguro, pero el sitio exacto… no. Una imagen de chicos hambrientos quedó suspendida sobre nuestros ojos. -¡Esto es Ghana! - dijo. Papá saltó y le dio un zamarrón. Mamá sin decir una palabra tomó una tijera y luego de desenchufar el televisor, cortó el cable que nos unía al partido con Berlín. Igual perdimos el mundial, pero sigo pensando que Carlota es una amargada. Sólo piensa en cosas serias.

                        En el próximo mundial de fútbol, voy a juntar tanta plata como pueda, para ir a ver los partidos al país, en donde se jueguen.  Ya verá Carlota cuando ella no pueda viajar con nosotros. Seguro que para ese viaje, todos se van a querer anotar. Mamá, dijo muy seria, que nunca más nos va a permitir salir de la cama a horas desopilantes por un partido de fútbol; pero hace unos días atrás, descubrimos, que a las cuatro de la mañana estaban con papá viendo un partido de básquet en Japón, donde jugaban argentinos para las próximas olimpíadas. Con Carlota seguimos peleando, pero ella es una chiquilina con sólo trece años. ¡Es una idiota! Ya va a crecer y se pondrá la camiseta. Ya verán, cuando se ponga de novia, tendrá que ver todos los mundiales de por vida. ¿Qué novio o marido, se aguantará que le prohíban  ver fútbol?

UN MINUTO QUE CAMBIÓ MI VIDA

 

            Un viento helado atravesaba el barrio. El tiempo de vacaciones arrebataba a los pocos transeúntes las ganas de andar. Todos se hubieran querido quedar en su casa y descansar, pero siempre hay gente ocupada. Clarisa se vistió con poca dedicación ya que entre el frío y el viento, no sólo se arropaba, más bien se disfrazaba. Era extremadamente friolenta. Cómoda, le decía su mamá cuando aun vivía con sus padres. Pero ella que ya no era una joven adolescente, hacía caso omiso a su presión. La mujer quería verla vestida como las jóvenes de las telenovelas.

            Buscó una bolsa de la alacena y sacando la llave de una pequeña percha que servía para no perderlas, cosa que le ocurría seguido, salió. Un ráfaga helada la traspasó. Haciendo un esfuerzo para no volver, se alejó hacia el supermercado. Allí la temperatura era agradable. La joven que la atendía siempre en la panadería, le sonrió y con voz cómplice le dijo:- Aquí, Clarisa, están sucediendo cosas raras. Fíjate, que esta mañana oí al señor Charles gritar en un idioma que nadie comprendió.- y se ocultó tras el mostrador haciendo un ademán de silencio.

            El hombre, dueño desde hacía sólo un año más o menos, se acercaba con el rostro adusto. Sus ojos orlados por negras ojeras, parecían pintadas por un artista del oriente. Masculló un saludo para Clarisa, que siempre le hablaba amable y se alejó por entre las góndolas. Desapareció tras una pequeña habitación en la cual vivía.

            Clarisa, se proveyó de facturas y pan roseta. Luego fue hasta los lácteos y buscó leche sin colesterol para su abuela que vendría el próximo lunes, queso magro y manteca. Siguió por el café, sacó unas cajas de té y un paquete de yerba mate, ya que esa tarde venía su prima Isabel a copiar unos temas de la computadora. Era una adicta al mate, Isabel, y en su casa no, sólo de vez en cuando su papá bebía en saquitos o si lo cebaban bien tomaba tres o cuatro mates. Por eso ella no bebía esa infusión. Luego, cuando iba a pagar, observó que el señor Charles se acercaba distraído. Cuando de repente, vio por la vidriera que un automóvil oscuro se detenía y de él, descendían cuanto hombres envueltos en gabardinas negras. Se puso muy pálido y trató de esconderse, pero era tarde. Los extraños personajes lo habían visto y apuraban el paso. Entraron y allí mismo esgrimiendo un arma cada uno, le hablaron en un raro idioma que Clarisa, nunca había escuchado. Fue un minuto en que todo cambió.

            Ella trató de interponerse haciendo que no comprendía, como para ayudar al señor Charles. Éste, le dio un fuerte empujón que la hizo caer. Eso evitó que un proyectil, le atravesara el pecho o la cabeza. El tiroteo fue corto, cortísimo. La poca gente que compraba,  gritaba y corría asustada. Los repositores y las cajeras estaban sudando en el suelo. Nadie pronunciaba una palabra, cuando los hombres salieron, ascendieron al coche y huyeron por la calle Los Patos, doblando por Río Azul. Clarisa, se acercó a Charles que murmuraba en un idioma extranjero. Asido a sus manos le suplicó en un tosco castellano entrecortado, que llamara a un número que su mano temblorosa le tendía. Un hilo de sangre le corría por el brazo, y su pecho se iba coloreando lentamente. Una vez que todos se tranquilizaron, tomó el papel que le daba el herido y marcó un número. En el mismo extraño idioma, le hablaron. Ella en un perfecto inglés escolar, le explicó como pudo lo sucedido. La persona que estaba del otro lado dio un rugido de dolor y en inglés le pidió que no llamara a la policía. ¡ Algo extraño estaba pasando!

            Clarisa, trató de deshacerse del compromiso, pero el señor Charles se había aferrado a su pantalón y así no se podía mover. Llegó una ambulancia. Alguien desde un celular la había llamado. Los paramédicos y el médico sacaron al hombre urgentemente del negocio y con el ruidoso movimiento de luces y alarma, hicieron que se aglomerara el gentío. El médico, distrayendo a la gente le habló. Creyó que Clarisa era pariente o empleada del moribundo. Debe acompañarnos al hospital. Y la empujó hacia la ambulancia. Los empleados trataron de salvar el error pero fue inútil, ella ya estaba junto al camillero.

            En el nosocomio, sacaron rápido las órdenes y lo ingresaron al quirófano. Él seguía  murmurando en  idioma extranjero. Un joven residente se acercó a Clarisa y comenzó a hablarle en el idioma, ella le explicó la confusión. El muchacho sonriendo, le habló en español. Es árabe. El hombre debe ser sirio o libanés. Mi abuelo, me enseñó el árabe de niño y ahora lo hablo cuando puedo. ¿ Siempre es útil, verdad? El rostro de Clarisa era un bosquejo. Estaba perturbada y se había involucrado sin querer en quién sabe qué problema. Pensó en Bin Laden, en las Torres y los atentados, en Hezbollah y cayó desmayada. Ella estaba inserta en una emboscada de los terroristas.

            Un grupo de jóvenes médicos se habían acercado a socorrerla. Les habló, pidiendo que llamaran a su padre. Así lo hicieron y en pocos minutos toda su familia estaba allí.

Aunque el hombre del teléfono le dijo que no llamara a la policía, al mismo tiempo que su familia, llegó un inspector y comenzó a interrogarla. Sólo explicó que ella era una clienta y que había quedado en medio de todo ese tumultuoso suceso. No dijo que había hablado por teléfono con alguien y que le pidieron discreción. Salió del hospital, pero se dio cuenta que no le habían creído. Llegó a su departamento y descubrió que en su bolsillo estaba el papel con el número de teléfono que le diera Charles, que se llamaba Ibrahim y era refugiado árabe. Su terror, la hizo pensar que ahora vendrían por ella. Llamó a su amiga Georgina. Ella era abogada y la podía ayudar. Le pidió con tanta desesperación que fuera a su casa, que la joven, tomó un taxi y llegó en minutos. Cuando le relató lo sucedido, se quedó pensando un rato. – Debes ser astuta, nunca consientas que tienes ese número. Escóndelo. Cambia tus rutinas todos los días. Verás así, si te siguen los malos.

            En la T.V. relataban el hecho, como un asalto más de la inseguridad que vivía la gente en el país, otros clientes del supermercado relataron el hecho con variedad de acciones. Cada uno le agregaba un matiz diferente. Al día siguiente ya se relataba otro suceso parecido en un supermercado chino, cerca de Belgrano y así, día a día se fue diluyendo lo acontecido. Clarisa le pidió al padre que fuera a averiguar en el negocio, qué había pasado. Todo estaba en orden, sólo que aun Charles o Ibrahim, no había regresado, pero había llegado un primo y su esposa desde la capital, para hacerse cargo. Tranquila, comenzó a olvidar lo sucedido. Una tarde que fue al supermercado, sintió que la mujer, envuelta en un traje típico, la miraba insistentemente. El hombre también, no le sacaba los ojos de encima. Cuando llegó a la caja para pagar, la mujer, le tomó la mano y la invitó a que la siguiera hasta el pequeño despacho detrás del negocio. Tuvo un ahogo de miedo. Le sirvió un té y mientras lo bebía le preguntaba si recordaba el número de teléfono al que ella había hablado aquel fatídico día. Comenzó a sudar. Trató de no mirarla a los ojos. Eran negros, grandes, expresivos y rodeados de kohol. Indagó en su memoria y dijo. – creo que era algo así como ...419...creo que tenía un cinco. No recuerdo. Yo estaba muy nerviosa y me lo iba dictando entre sus ruidos agónicos, porque se moría, le juro que don Charles se moría. La mujer la estudiaba. Entró el hombre. Se presentó como Mohama Alí y no le dio la mano. Eran muy religiosos, eso se notaba en sus ropas y ademanes. Les volvió a relatar la historia, haciendo hincapié en que con el miedo y el manotón que le diera don Charles, ella no había visto la cara de los hombres. El primo le indagó si recordaba qué auto era y si vio la identificación en la chapa. Negó rotundamente. En verdad ni se había fijado. Sólo recordó que era oscuro, grande y hacía ruido y chirridos al escapar. La despidieron con mucha ceremonia. Salió casi corriendo y al llegar a su casa se encontró que alguien había entrado y había revuelto sus papeles. Clarisa llamó a su padre y le pidió que la ayudaran a mudarse. Realmente allí estaban pasando cosas raras y ella no quería terminar en la morgue. Un sobresalto le produjo el sonido del teléfono. Una voz con acento extranjero le pedía una cita. Ella se negó. Cortó la comunicación y comenzó a prepararse un bolso con ropa y libros. Así dejó su amada casa de estudiante. Fue a vivir a una residencia universitaria cerca del complejo de la facultad de arte donde daba clases de escultura y pintura.

            Un mes después, su vecina le avisó que su casa había sido saqueada, que habían cerrado el supermercado y que se murmuraba, que en el hospital, habían asesinado a Charles. Ahora, el pobre, estaba en la morgue, esperando que alguien reclamara su cuerpo. Clarisa se persignó y comenzó a buscar en Internet una beca en el extranjero. Su vida dependía del reloj.  

OVERO ROSADO, ERA MI AMIGO

 

            La vida me puso en ese lugar y en esa hora. Nací en medio de una refriega familiar. Mi madre, me parió sin decirle a nadie quién era el meritorio padre que me engendró. ¡El muy cochino hizo lo que tenía que hacer y desapareció! Y eran épocas en que la mujer debía llegar impoluta al altar. La mía llegó conmigo a cuestas y con un prontuario barrial de “puta”. El gil que quiso casarse con ella duró poco. Imaginen que yo tenía apenas un año y era un llorón, enfermizo y molesto como avispón de campo.

            Mamá me odiaba. La única que me tenía cariño era doña Lubina, mi madrina. Era tan gritona como yo, fumaba como un murciélago y sus 132 kilos, la hacían balancearse sobre la grasa como una elefanta preñada. Yo la amaba. Ella me enseñó a usar la cuchara, el baño y lo poco que aprendí, mientras mi vieja hacía la calle.

            Un día apareció verde amarillo y en el piso, parecía dormida. Luego se la llevaron en una ambulancia y no la vi. más. Allí comenzaron mis anécdotas.

            Comencé por asistir a cada baile y fiesta en la que mi “mamita” se entretenía. Conocí marineros, capadores de chanchos, capataces de fábricas, taxistas y raritos, que bebían, aspiraban coca y qué se yo cuanta porquería pude ver. Así crecí y aprendí a arreglarme solo.

            ¿Escuela? Ni idea. Te explico, yo recibía monedas por callarme, por salir de la habitación, por tirar porquerías si llegaba la cana y otras cosas varias. Era un trabajo, ¿no?. A veces, escuchaba una palabra de aliento en algún idioma que comenzaba a entender de los marineros. Descubrí que tenía que irme al norte. U.S.A., Tío Sam o “Sueño americano”. Sin decir nada me fui, luego que me escondí en un carguero. El lugar en que me escondí era infame, sucio y oloroso. ¡Nunca me voy a olvidar ese olor!

            Me encontraron en medio del océano. Me reputearon en todos los idiomas. No me pudieron tirar al mar. Había tiburones de todos los colores y estaban hambrientos.

            Aprendí a limpiar pisos, lavar platos y copas, sabía, lo hice desde chico para los “amiguitos de Mami” y así divisé la famosa estatua de la “Libertad”.

            Han pasado veinte años. Hoy soy gerente de una cadena de restaurantes y gano miles de dólares al año. Y es acá donde comienza mi verdadera historia.

LA ESTANCIA “EL PANTANOSO

 

            Salí de la facultad, donde soy adjunto, con tiempo justo para tomar un taxi y llegar al aeropuerto. Tenía que llegar a una reunión en Montevideo para concretar el contrato de la firma “Taxmir S.A.” de construcciones civiles. El pliego nos favorecía y se jugaba una suma muy interesante. Llegué a la butaca del Boeing con lo justo. Una joven sonriente me ofreció algo fresco y allí me di cuenta de que no había comido nada desde la mañana muy temprano. Las tripas me chirriaban como los neumáticos en la pista.

            Me dormí un rato. Poco tiempo para mi eterna falta de sueño. Envidio a esa gente que puede dormir. Hasta los días feriados me despierto a las 5 A.M.y doy vueltas y vueltas en la cama. Termino saliendo a correr por la calle hasta el parque. Otros regresan de bailar y de farrear.

Llegué a Montevideo. Me esperaba una camioneta de la empresa. Rápidamente me llevaron a un hotel, donde me refresqué y salí como un atleta hacia la reunión.

            Después de discutir algunos puntos del contrato, firmamos. Cuando estaba por salir, sonó mi celular. Era un abogado de La Pampa. No entendí nada de lo que me dijo. Supe, sí, que tenía que viajar en no más de diez días a esa parte del país.

            Regresé a mi departamento y revisé mis mensajes y encontré uno de La Pampa. Era un tan Ulises Vergara Ernáez, que me revelaba que habían muerto una tal Felicitas  y Carlota “Cotota” Gómez Fontana, primas de mi padre. Biznietas del Coronel Arcadio Servando Gómez Fontana, y yo era el heredero de ambas. Me ausenté de mi trabajo por unos días y viajé.

            Llegué a Santa Rosa, la capital de La Pampa sin muchas ganas. Siempre encuentro más problemas a resolver que cosas resueltas. El estudio era sobrio y algo antiguo. Sombrío y húmedo. Allí me esperaba un hombre anciano. Luego me confesó tener 89 años. Abogado de las famosas Felicitas y Cotota. Me mostró todos los papeles y sí, heredé una estancia de 27.840 hectáreas con una producción de trigo y maíz, digna de un cuento de ficción. Casi me da un desmayo. Además me entregó las llaves de una casona señorial en un pueblito cercano y una cuenta bancaria abultada. De pronto me interesé por la historia de ambas “tías” de ahora en más, “del corazón”.

            Firmé con un cierto temblor en la mano: Servando Fontana Mosquera. Y así como firmé tuve que hacerme de coraje y viajar hasta la estancia “El Pantanoso”. El coche que conseguí no era muy cómodo. El chofer me miraba con una sonrisa cínica y me preguntó cien veces si me acordaba de las tías. La verdad, a los siete años, una vez había venido con mamá y una tía, hermana de papá, ya muertas ambas, en vacaciones a visitar las tías de La Pampa. Nunca imaginé que me dejarían todo.

            Me dejó en la puerta de una casa antigua, de arquitectura Art Decó, con puertas enormes de roble y herrería afiligranada. Iba a poner la llave en la cerradura y se abrió de pronto, frente a mí había una pareja de viejos criados de las “Niñas” que me esperaban con cara de susto y poco amigo. Me presenté y charlé para tranquilizarlos. No me quedaría por mucho tiempo y sólo conocería un poco el manejo de ese monumento al trabajo… pues había que ubicar todo, casa, hacienda, etc., antes de vender y regresar a mi vida.

            Aparte de “El Pantanoso” supe que había otro campo, según ellos, chico, de 5300 hectáreas, llamado “La Anunciada”. Allí se criaba ganado lanar y cerdos. Tenía una pequeña Hara con 165 caballos de polo y de carrera, y eso me hizo descomponer de los intestinos. Rogué por un baño o hacía un papelón. Entendí las miradas socarronas del taxista. Yo de pronto era “millonario”.

            Me llevaron por la mitad de la casa hasta el baño, que parecía sacado de una revista de decoración de 1920. Pero resultó tener todas las comodidades de este momento. Luego de lavarme cara, manos y mirarme en un espejo gigante, escuché que me ofrecían ir a cenar. Fui a un comedor enorme. La mesa estaba como para un programa de Mirta Legrand. Platería, copas de cristal y porcelana. Me sirvieron pollo asado con patatas y setas. Huevos rellenos y ensalada. Postre… “Ambrosía” hecha por la casera. ¡Un banquete! Todo regado con vino fino. Los invité a sentarse y casi se caen. ¡Eso no les estaba permitido! Yo ni idea.

            Dormí como hacía veinte años que no dormía.  Desperté con el canto de los pájaros y un suave murmullo de los caseros. Se llamaban Casildo y Severina. Trabajaban allí desde los catorce y dieciséis años. No eran casados, pero me olí que vivían como pareja.

            Desayuno y a salir al campo. Nunca monté a caballo. Un peón me miró con desprecio cuando le expresé mi ignorancia sobre los nobles brutos. Acicaló una volanta y así pude dar una vuelta por una parte del campo. ¡Quedé sin aliento! Los prados de girasol eran mantas de color amarillo igual que cuadros de Van Gogh, más allá un verde selva brillante mostraba el maíz a punto de ser cosechado. El trigo ámbar era un mar de olas vegetales en un vals de sol. Árboles enormes coronaban los potreros. Regresé y llamé a mi oficina para comunicarles que renunciaba, noticia que cayó como un rayo mortífero.

            Me quedé en El Pantanoso y La Anunciada. Tenía que suplir a las “Queridas Tías”.

            Como soy soltero, sin apuro de formar familia e ignorante en muchísimas cosas, le escribí un e mail, a mis tres amigos más queridos. Viajen con carácter de “Urgente”. Los necesitaba. Tres días después llegaron: Julio, Isidoro y Carloncho. ¡No podían creer lo que me había sucedido!. Se ambientaron enseguida y la casa se llenó de risas y cada uno aportó su capacidad e inteligencia. Julio es contador, Carloncho ingeniero agrónomo e Isidoro veterinario. Yo soy ingeniero civil y de campo y animales… no sé nada.

            Revisando cartas y fotos descubrí que papá y mamá venían muy seguido, a visitar a las tías. Las fotos no mienten, dijo Carloncho. Vos eras un niño y jugabas en esta casa. Encontré tarjetas de cumpleaños y de salutación de navidad y fin de año, remotas para mí, los viajes hacia esta parte de mi país estaban escondidos en mi frágil memoria.

            Pasada dos semanas, apareció una joven, más o menos de 36 años, que vivía en la estancia “El Doradillo”, a 9 kilómetros al sur de “La Anunciada”. Era prima en varios grados lejanos a mí. ¡No la tuvieron en cuenta las tiítas, por algo!!!! Llegó galopando en un tobiano, como Jane Fonda en película de Hollywood. Era una amazona de cine. Se llamaba Celeste Huidobro Fontana

            Era morena y muy avejentada por las tareas rurales, Ya que ella, sí manejaba su estancia. Delgada y rústica, enseguida comenzó a historiar los hechos no escritos de la familia. Esos cuentos que se esconden en las tribus de todos los países, para aparentar que son seres valiosos sin nada que esconder. Así supe que el bisabuelo, por quien yo me llamo Servando…, había sido un loco de las armas, el juego, las mujeres por las que perdía la cabeza y el alcohol lo hacía delirar. Gracias a su esposa no había perdido las tierras. Papá era hijo de su único nieto varón y tenía hermanas que nunca conoció.

            Tuve que empezar a trabajar en los campos. Eso me obligaba a usar los potros y yeguas que pastoreaban felices en los pastizales.

            La vergüenza me hizo intentar trepar al lomo de un caballo. Me trajeron un lobuno enorme. Con ayuda de Carloncho me senté en la silla de cuero lustrada y taraceada en plata, del difunto marido de la bisabuela. Apenas sintió mi cuerpo sobre él, salió como un bólido hacia el camino. Cuando él subía yo bajaba, así agarrado a las crines y gritando como un perseguido por la justicia en un país sin justicia, estuve largos minutos, que me parecieron eternos, como bolo de Bowling de acá para allá en la maldita montura; de pronto me depositó de una frenada insólita sobre la maleza junto al chiquero. Por dos días sentí que mi culo estaba igual que si una horda de marineros rusos en la época de la guerra fría, me hubiera violado. Odié al matungo, a Carloncho y a la yegua que parió al rocillo.

            Ni al inodoro podía ir, sin que un dolor quejumbroso se deslizara por los pasillos de la casa. Las risotadas de las bestias de mis amigos, me despiertan en la noche con las pesadillas que tengo. ¡Mueran los pingos, carajo!

            Pero tuve que volver a intentarlo. Lilito, el peón que me ayudaba en las faenas asesinas… me trajo un bayo naranjo, muy tranquilo y pesado. Me enseñó a montar y con su caballo, noble como animal de circo, junto a mi cabalgadura, comencé la gran aventura.

            Pasado seis meses, ya no me movía tan mal y no me dolían los flancos y el traste. Pero imaginé como tendría la entrepierna la “prima Celeste” después de pasar la mayor parte de su vida montando el tobiano. ¡Chatas como bosta de vaca! Aunque yo no me quedaba atrás y sentía que ni aparejando los huevos, se verían como antes.

            La muy chancha, que venía por mí, y a quien no di bolilla, se hizo amiga de mis compañeros, que salían a retozar por la estancia como si fuera ella la dueña. Descubrí que mi odio era sólo celos, porque sabía cómo y cuándo era la época de cada plantación, cosecha y venta de cereales y vacunos. Tenía al día los precios en bolsa y se manejaba con los intermediarios de la capital, para vender al mejor precio. ¡Lilito la adoraba! Estaba enamorado y parecía morirse si ella le dirigía una sonrisa. Se babeaba si le pedía una opinión y su parecer en la yerra o en la esquila.

            ¡Somos muy idiotas los hombres! Pronto Isidoro y Julio, se disputaban un lugar junto a ella en la mesa. Nunca sabré si era por su “belleza exuberante” o su “cartera y cuenta bancaria”.

            Así aprendí a capar y comer esas asquerosas creadillas asadas. Debo haber aumentado el colesterol hasta el infinito con tanto asado a la llama. Aprendí también, a  mirar cuando venía una tormenta y era tipo huracanada. Fui tomando un color dorado oscuro y no era por estar en Cannes o Bahía. Aprendí a pialar y supe ¿qué era un brete? Y deduje que las tías me habían odiado para dejarme semejante cantidad de trabajo. ¡Y me amaron para dejarme tanta plata!

            Un día se dio el batacazo. Isidoro le pidió matrimonio a Celeste. Lilito al amanecer, salió de la estancia sin rumbo cierto. Creo que se fue llorando. La vida parecía una novela de Migré. Julio volvió a la capital y continuó con su tarea. Desde allá hacía los pagos, balances y tramoyas propias de los contadores para no pagar tantos impuestos.

            Y yo, acá estoy en “El Pantanoso” y “La Anunciada” viajando al “Doradillo” en donde por rara cuestión han comenzado a ser visitados, Isidoro y Celeste, por un sin número de amigas y parientes lejanas de mi “prima”. Algunas están para el rapto y el manotazo, pero me niego todavía a dejar mi condición de “candidato soltero”.

            De noche me suelo preguntar: ¿Qué carajo habrá hecho uno para tener tanta suerte?

 

 

¿Dónde quedó mi árbol de hojas perfumadas?


Un arpa de nácar arrancando el eco de bosque mañanero

se perdió en mi montaña.

esa que hoy es jaula de barrotes de acero. Barrotes de besos.

En su vientre de piedra se cobijan mis sueños,

se desgranan latidos.

Mi lago de guijarros son el áspero soporte

de la piel de mis entrañas tan heridas.

Sonríen pasajeros los labios de madera

Aprietan mis senos. Alguien, sólo alguien.

Mis manos sangrantes se mueven lentamente buscando

una caricia. Pero

llega un frío de abandono con su largo capote helado y

el fuego huye con sus ojos milenarios

hasta la cumbre errante de la vieja montaña.

Está amaneciendo, hoy...

No tengo huída.

 


ME CUESTA MUCHO MADRE

 

            Si te digo la verdad, me disparas con un golpe. Estoy perdida. Sí, perdida por el amor imposible a un hombre mayor que tiene su familia en una casa enorme. Es tan gentil y habla tan lindo… parece un ángel. Ya sé, estoy metida en una ciénaga de aguas insalubres. Un amor de este tipo, es un peligro.

            Tiene mujer e hijos. Tiene un trabajo importante y es muy conocido en la ciudad. Nunca me mira. Yo le sirvo un café y sin levantar la vista me da las “gracias” y mis piernas tiemblan.

            Me cuesta dormir sin pensar en él. En su frente despejada y suave. Su piel perfumada a lavanda y su barba. ¿Qué voy a hacer, me digo? Quiero escapar y me quedo paralizada, no me responden las piernas.

            En la oficina, nadie se ha dado cuenta que transpiro cuando me llama. Que tartamudeo si me hace alguna pregunta o me pide que le alcance una carpeta o una pluma. Parezco torpe, gracias a Dios, tengo los lentes gruesos que esconden mi mirada.

            Me visto como usted me enseñó, moderada y bien limpia. Un día se detuvo y me dijo que el aroma de mi cabello le recordaba a su madre. Casi caigo desmallada. Salí apresurada de la oficina con una breve palabra: “gracias”.

            Madre: ¿Es tan duro el amor? ¡Es tan doloroso como yo lo vivo! No me castigues, madre. No he buscado este sueño. Lo sé imposible. Cuando cumpla los cincuenta, en el verano, seguro pediré el retiro. Así, no habrá un problema con esta pasión ingrata que atraviesa mi vida. ¡Me cuesta mucho madre, dejar de ser quien soy, la “soltera” fea y triste del estudio jurídico! La anticuada y torpe. La que soñó hace mucho con la gloria de un beso, de un abrazo legítimo que nunca recibió de los brazos de un hombre.

            Sus manos. De dedos largos y finos, uñas cuidadas. Venas azulosas y rápidas con la pluma y la máquina. Su sonrisa soñadora cuando mira la foto de sus hijos. La voz adorable cuando habla con su esposa. ¡Es muy duro el amor!

            Ya se que no me cree. No finja. Usted sabe algo y no me lo dice. ¿Qué él, tiene una amante? Imposible. Es un disparate. ¡Que la conoce mucho! No es cierto.

            Quiere que yo me muera de tristeza. Quiere que yo lo vea como a un monstruo. ¿Pero de dónde saca que tiene una pareja fuera de su matrimonio? Que Lidia, la otra secretaria es ella… nunca. Nunca lo he visto mirarla. Ni le habla de otra cosa que no sea un expediente o un protocolo jurídico. Usted me miente. ¿Los ha visto en un rincón comiendo muy acaramelados? Me cuesta mucho madre creerle.

            Ayer en la Avenida Laszlo Krauzt, una mujer se abalanzó bajó un autobús que repleto de pasajeros, no pudo evitar arrollarla. En la mano, llevaba un sobre con una carta para su madre. La occisa de unos cincuenta años, sólo se dejó caer frente al vehículo. Sus jefes, de un famoso estudio jurídico de la ciudad, lamentan su pérdida, ya que era excelente secretaria y persona. Todos sus compañeros le harán una ceremonia de despedida en la catedral de la capital.   

EL PODER

 

            ¡Tener dinero te dará poder! Ese era el lema de su familia. Habían trabajado como mulas en los tiempos lejanos, hasta que la suerte los tocó. La abuela Herminia, se ganó la lotería y con eso comenzaron las artimañas para conseguir mucho, mucho dinero.

Se mudaron a un barrio muy “paquete” y se agregaron apellidos que parecían plaquetas de brillantes en la frente.

            Compraron un caserón y llamaron a un decorador que era famoso entre los famosos. ¡Para eso estaban las revistas de chimentos! Vino con un ejército de ayudantes y dejó la casa como la de unos verdaderos magnates.

            Les llovían las invitaciones a cenas, bailes e incluso los instaron a hacerse socios de un club exclusivo. Ropa nueva, calzado a la moda, peluquerías caras y cambio de colegios. ¡Los públicos, son para los pobres! No importaba si aprendían o no, los hijos, pero se hacían de amistades de ilustres.

            Así pasaron un par de años, con ciertos negocios que les dieron más dinero, consiguieron aparecer en los espacios más prometedores del poder. Un grupo de vecinos le propuso a don Silverio para que se presentara como concejal. Y aceptó, así fue votado en una lista y comenzó su carrera como político.

            De puerta en puerta, de barrio en barrio, abrazando ancianos y niños, besuqueando mujeres que lo miraban asombradas porque les besaba la mano, fue siendo popular.

            Mientras tanto conseguía más renta y más dinero que solicitaba para la “Campaña” para poder llegar al poder.

            Ya no manejaba el auto, que había cambiado por uno de última generación, el compadre que recogía los sobres era su chofer.

            Le habían preparado una oficina con banderas y carteles de un partido nuevo que prometía mil falsedades. ¡Total cuando se llega, nadie se acuerda lo prometido!

            Y un fatídico día, salió ganando en elecciones y llegó a gobernador. El despilfarro de los que lo rodeaban era incalculable. Pero él, tenía poder. Se enemistó con gente preocupada por la felicidad del pueblo. Puso cargas económicas infernales y cerró negocios que se adherían a sus propuestas.

            Un día, desde una moto, pasaron unos tipos envueltos en cuero negro y metieron dos tiros por la ventanilla. ¡Adiós poder! La muerte fue acallada. Nadie investigó seriamente y hasta hoy se habla de don  Silverio el que quiso tener el mundo entre las manos y lo perdió todo en un momento.

           

-LA PERVERSIÓN

 


 

            Merodeaba por los centros juveniles. Siempre bien acicalado, peinado y vestido como un gran señor. El automóvil impecable y lustrado como el de un caballero ocupado.

            Desde la salida de la etapa del secundario se sentía perdido. Ya no podía decir que era el centro mismo de la atención de las “chiquilinas púberes”.

            Se había graduado con honores, siempre brillante en el discurso y la palabra. Sus comentarios atraían por conocer  temas que atrapaban las mentes curiosas de las púberes. Sabía bailar y jugar al tenis, cantaba bastante bien y aprendía las canciones de moda atrayendo los oídos curiosos. Se compró un pequeño perro que más parecía un juguete que una mascota y se paseaba cerca de las escuelas del barrio lejano a su casa. ¡No debía llamar la atención de quienes pudieran reconocer las oscuras intenciones que tenía!

            Su madre, preocupada por ciertas actitudes comenzó a regañarlo. Las discusiones se iban haciendo cada vez más fuertes y difíciles. Un día la golpeó. La madre cayó sobre un sillón con un hilo de sangre sobre la tez arrugada por los años. Él, ya no era su pequeño Valerio. ¿Un monstruo? Su hijo un monstruo que ante sus angustias respondía con golpes.

            Salió azotando la puerta y chirriaron los neumáticos sobre el pavimento caliente de la calle. Cuando se acercó al Liceo, dejó el vehículo, se acomodó la ropa, abrazó su mejor sonrisa y comenzó a caminar pegado a la cerca donde las pequeñas jugaban al hockey y se detuvo a observarlas. Sintió una erección indescriptible cuando una bella pelirroja pecosa se agachó cerca de él, a recoger la pelota. Esperó.

            Cuando las chicas dejaron de jugar, se apresuró a la niña que le atrajo tanto hacía unos momentos. Le comenzó a hablar sobre cómo debía manejar el juego. La niña, incrédula se interesó. La invitó a subir al auto, con el pretexto de mostrarle la cancha de los jóvenes que jugaban en primera. Así la fue llevando por la carretera hasta un parque donde en efecto estaba la enorme cancha de hockey de la universidad. Se detuvo y sin hacer mucha presión, la tomó del brazo y la atrajo con un movimiento que por sorpresa la niña no supo esquivar.

            Trató de besarla. Inexperta la muchacha intentó desprenderse. Le tapó la boca y la manoseó. Un auto patrulla se iba acercando, él, la soltó y salió con furia hacia la calle principal y la dejó sobre la vereda con la carita mojada en lágrimas y sangre en la nariz.

            ¡Otra vez será se dijo desesperado! No fue mi culpa que ella no me aceptara, con un poco de tiempo sería mi enamorada.

            Cuando llegó a su casa, lo esperaba la policía. Lo arrestaron porque habían reconocido el vehículo y no era la primera vez.

 

 

 

LA SEÑORA DE TAL


 

            Llegó en verano, con altiva mirada. No saludó a ninguna de las personas de la cuadra. Vestía con  la última moda que mostraban los magacines y vidrieras de los escaparates más caros. Sus largas piernas perfectas, su cabellera hermosa, larga y de un dorado perfecto. Manos impecables y cuerpo escultural.

            La casa era muy bella, grande, iluminada y discreta. El personal llegaba temprano y se retiraba tarde. Tres automóviles diferentes esperaban en el garaje.

            Un cambio en la economía me dejó sin mi puesto en el banco y salí del apuro, cuando Ernesto me ofreció su taxi. ¡Sólo de noche! Claro, de día lo trabajaba él. Salí de 23 a 6 de la mañana. Difícil acostumbrarme a ese horario, pero Carmelita, mi esposa  trabajaba en una escuela y el salario era escaso.

            Ella, la vecina nueva jamás nos saludó y menos ahora que yo salía de noche con el taxi. Y un día, como por casualidad me mandan a un motel de lujo a buscar una pareja. El muchacho era joven y salió muy nervioso. Detrás, ¡Oh, sorpresa! Ella, nuestra vecina. Un sudor frío le recorrió la frente. Subió atrás y el hombre me pidió que la llevara a su casa, que el viajaba en unas horas. ¡Era el amante! Pero no mostré el más mínimo asombro. Me suplicó silencio. Yo le prometí discreción y secreto. Unas lágrimas le hicieron correr el rimel. Le pasé un pañuelo de papel y se secó las lágrimas.

            ¡Si mi marido sabe… me mata! Yo no la he visto, dije. La dejé en la puerta de su casa, luego de dar unas vueltas para que se tranquilizara. ¡Gracias!

            Ahora cuando sale me saluda afable. Y a mi esposa le dije que la traje del cine junto a unas amigas. ¡Cómo nadie se imagina, no quiero una muerte en mi conciencia!

jueves, 23 de febrero de 2023

LA CORRUPCIÓN

 

            Dejó pasar el tren dos veces antes de subir al que había elegido. Desde niño supo que se quedaría con ese hermoso edificio de la ciudad donde vivía esa anciana de mucho apellido y medio excéntrica. ¡Claro que ella no se daría cuenta de la maniobra!

            Todo comenzó el día que su tío que trabajaba como sereno en el edificio del casino le contó la historia. Doña Primitiva es viuda y sin hijos. Viene de una familia de rancia estirpe. Siempre la lleva el chofer a una casa de campo que tiene en las afueras. Ella va con su caniche. No tiene familia y a mí me llena de billetes para que la cuide cuando sale.

            En el verano, antes viajaba en un auto descapotado a un lugar hermoso de la costa. Me contaba que el único problema era la arena que con el viento solía meterse por todos lados. Me pidió que le consiguiera una acompañante y la charlé a la muchacha que vive en el tercero “C” que es una aprendiz de bailarina. Ella encantada se fue con la señora y cuando regresó, venía que parecía había tocado el cielo con las manos. Le había regado hasta un abrigo de piel de zorro nuevo que ella ya no usaba. Ahora que cumplió los ochenta está más sola y enferma. Yo te digo es un tesoro en bruto la vieja.

            Así comencé a pensar cómo podía meterme en su vida. Doña Primitiva debía haber nacido en algún lugar y según comencé a investigar estuvo casada con un hombre muy adinerado que adoraba viajar. A veces ella no lo acompañaba. Para averiguar mejor fui al registro civil. Allí me presenté como ayudante de su notario. Les inventé una historia y el viejo carcamán que atendía por no molestarse en trabajar un poco más, me puso en las manos un montón de papeles sobre la vida y haberes de la señora. ¡Claro que le deslicé unos cuantos billetes! Y  ni me hizo firmar el cuaderno de entrada.

            Así me enteré que tenía tres departamentos en pleno centro, alquilados por monedas y que sus inquilinos le enviaban con el chofer, un viejo que se caía a pedazos.  Ella no los conocía. Supe de los campos en Chivilcoy y de unas minas en San Luis que según decían los papeles eran de oro, sí, tenían oro. Luego de sacar fotocopias de las escrituras, le agradecí en nombre de la señora Primitiva Méndez de Petrichelli, y me subí a un taxi. Llegué a la pensión y me puse a estudiar los ventajosos escritos.

            Pensé en inventar una vida nueva para mí. Yo era el hijo “bastardo” del viejo Petrichelli. En un viaje se había enamorado de una bella cantante y me había concebido sin que ella supiera. Me inventé un nombre bien tano y luego de averiguar, me dieron el nombre de un oficinista que por unos cuantos pesos me haría una partida de nacimiento en calle Uruguay. Me inventé una fecha aproximada de un viaje que mi tío le había preguntado a ella cuándo viajó a Europa y luego de varias idas y vueltas, porque el tipo no era ningún tonto le pagué el doble y me dio una nueva historia donde yo era hijo “ilegítimo de don Aurelio Petrichelli”.

            Dejé pasar unos meses y me presenté con la anciana. Me había comprado un traje de marca, zapatos “gamuza”, camisa de seda y hasta pasé por una peluquería de fama.

            Cuando llamé al departamento, salió el chofer casi ciego y me miró con cara de asombro. -Soy el hijo de Aurelio Petrichelli, y quiero hablar con la señora Primitiva.- Casi se cae de culo.

            Me llevó a un anticuado living y allí, apoltronada con el caniche que me ladraba feroz, estaba la mujer. Me hicieron tomar un té en vajilla de porcelana que en mi vida había usado. Le hablé de “papá” y le pedí mil disculpas por venir a arruinarle la paz de su vida… pero ella estaba feliz. ¡Hasta me encontró parecido al difunto!

            Yo le conté que una vez me había llevado a conocer la casa de la playa, claro, por mi tío sabía como era. Él, tenía un excelente detalle por la muchacha del 3ª “C” y entonces se secó unas lágrimas y me comenzó a contar historias de la casa. Yo me moría por dentro de risa.

            Volví con bombones y flores y me fue dando cada día más confianza. Me dijo que pensaba que por fin los bienes quedarían en la familia y que no le importaba que fuera de una escapadita de su marido que era un santo.

            Tuve que inventarme un viaje de trabajo y por supuesto con mi tío, nada. Él, recibiría su buena parte de lo que yo me quedaría. Llamé a un abogado conocido al que le pagué con la escritura de uno de los departamentos cuando Primitiva se fuera de este mundo. Firmó totalmente feliz, la pobre vieja. Un día que fui a comer con ella estaba hecha harapos porque su chofer se había muerto. Entonces ahí mismo me regaló el “Mercedes”.

            Cuando cumplió los ochenta y tres, le dio un derrame y mi tío la encontró muerta en el departamento. El caniche a su lado le lamía las manos leñosas y frías. Lo saqué de ahí y la chica del 3ª “C” se lo llevó. Enterré a mi” Madrastra” y me instalé en el departamento. Un amigo que se hizo pasar por abogado y escribano, sacó a los inquilinos del departamento que me quedaba y el otro se lo di al falso abogado. De un día para el otro fui dueño de campos casas y hasta del chalet del mar. Mi tío ahora vive como un “bacán” y yo acepto que nadie podrá demostrarme que hice, porque la corrupción de los oficinistas no me puede inculpar nada. Ellos caerían conmigo y como están bien Untados… todos están felices.

 

¿QUIÉN PODÍA EXTRAÑAR EL BESO DE LA LUNA?

 

Y fue en la noche

que cayó una lágrima sedienta de simpleza

cuando un murmullo de acequia adormecía

el suelo y

la canción trataba de soltarse.

Nadie escuchó la caída desde el sueño.

¿Quién podía extrañar el beso de la luna?

Si en cada estribo de sus besos

queda una astilla que se arquea hacia lo

infinito del silencio.

Una lágrima

cayó sobre el corazón alterado de tristeza

y allí

creció con un dolor plateado

con pétalos de ámbar

fue

un dolor nuevo, noble, saturado

de perfume a violetas

cargado de prestigio

solidario con estrellas dormidas.

Un dolor

que se agitó sorprendido

con los sueños aciagos y

mañana

tal vez mañana, frutecerán las manos

dejará que crezca un mundo de arlequines

arropados saltarines de colores vistosos

carcajadas de niño, esperanza.

Ahora cierra la noche una guiñada fresca entre las nubes.

Ahí te escondes

con cada párpado cerrado de la luna.

LA LOLA

 

            La criaron como se cría a un huérfano. Con mucho trabajo y poco afecto. La persona que la quiso más fue doña Purificación, gallega hasta los tuétanos. El marido apenas hablaba español. Siciliano testarudo y de mal carácter, ni miraba a la criada. Sólo recordaba, la niña, que se llamaba Lola. Ni el apellido, ni el día de su cumpleaños; no tenía identidad. La finca poseía extensos parrales y árboles frutales. Era su refugio. Trabajaba desde el amanecer hasta el crepúsculo, sin pedir absolutamente nada. Difícil, enclenque y dolorido, su cuerpo era quien le daba ese calor épico a la vida. Sólo unos enormes ojos color Chablís, entre amarillo topacio y dorado verdoso, con pequeñas chispitas marrones, la embellecía y hacía que la gente la observara sorprendida. ¡Y la permanente dulzura de su rostro infantil!

            Arrastraba una pierna. Según dijo el médico de Tupungato, había tenido una fisura en el hueso mal curada, en algún momento de la infancia. La espalda, con escoliosis, era una “s” itálica que le daba la imagen de una extraña figura. No hablaba. No conocía la risa, ni participaba de bailes. No repetía cantos que la madre adoptiva solía tararear mientras guisaba. Jamás la mandaron a la escuela. Pero era despierta y rápida con las cuentas, que hacía con garbanzos o fichas en la cosecha.

            Pasó el tiempo y comenzó a tener las transformaciones propias de una mujer. Fue su ruina. Tenía hermosos senos blancos, cadera ancha, cintura fina y cabello de color trigo. Trastornó sin saberlo a los jornaleros, tomeros y al contratista, que comenzaron a decirle toda clase de guasadas. Impávida, siguió su tarea, sin mirar ni responder. Alrededor de marzo, el tiempo de cosecha, próxima a los catorce años, mientras echaba maíz a las gallinas, un obrero golondrina la agarró de las trenzas y le apretó la boca. Luego, apoyándole un cuchillo en el cuello, la arrastró por la amarga tierra hasta un cobertizo y la atravesó con su verga. Desesperada, trató de defenderse, pero el mordisco, patada y golpe de puño, no alcanzó para salvarla del ataque salvaje. El tipo escapó como un zorro rastrero. Sola, allí, con su sangre chorreando por las piernas y desorientada, sólo atinó a ir al galpón para esconderse. Unos barriles de vino blanco, fue lo único que encontró. ¡Y se lavó con vino! Después, sin llorar siquiera, regresó a su tarea habitual.

            Cada vez más silenciosa. Más triste. Lola.

            Tres meses pasaron hasta que el Juan, tomero de la zona, descubrió que vomitaba apretada a un parral. “La Lola no me engaña, la muy raposa, tan callada y esquiva, está preñada” Y se fue derechito hasta donde estaba doña Purificación. ¿Sabe la noticia? La Lola, lo tenía bien escondidito. Está preñada. ¿Ahora qué van a hacer con la “santita” esa?

            Doña Purificación se sentó con terrible sofoco Con el faldón del delantal blanco, se secó el rostro sudoroso y haciendo un gesto de desprecio al chismoso, dijo airada: ¿Qué te importa a vos? Sos muy metiche y lenguaraz. Andate de mi casa, no te quiero ver por acá. Desgraciado. ¡Bien que si la hubieras podido agarrar vos, ahora te estarías escondiendo como perro rabioso! ¿Y quién dice que no fuiste vos, malparido? Manoteó un cucharón para tirarle a la cara alcahueta del Juan que salió como lagartija asustada, mientras negaba puteando airado.

            Al entrar a la cocina, la mujer miró el rostro y el cuerpo de la Lola. ¡Vení, sentate! Contame, ¿qué te ha pasado a vos y quién es el padre? Un mar de lágrimas inevitable, escapó de los ojos de topacio. Cuando terminó de hablar, con sollozos entrecortados, doña Purificación la abrazó y acunó, como nunca lo había hecho. ¡Pucha, che, en medio de la vendimia, uno no puede estar atenta a estos ladinos! ¡Son tan hijos de puta algunos… ya vamos a ver qué hacemos!

            La discusión con el viejo, fue histórica. Grito va grito viene mientras la Lola se tapaba los oídos... Al final, el testarudo, se desparramó de amor y casi llorando dijo que allí había un refugio para un niño. Purificación le dio un abrazo como cuando tenía veinte años; y unieron el corazón pensando en el hijo que no pudieron concebir.

            Pasado unos meses, necesarios, entre tejer y coser; luego de preparar una cuna y el tiempo justo en la espera, nació una niña. Hermosa. Morena con ojos color Chablís, como los de la madre. Una verdadera joya.

            La Lola quiso bautizarla con vino blanco de aquella barrica que le lavó la sangre en vendimia.


ENCUENTRO EN DURBAN

           

            Hoy encontré la carta que escribí hace años a los Reyes Magos. La letra es la de una niña de ocho años que recién comenzaba a crecer, soñar y esperar. La leí emocionada recordando aquellos días. “Queridos Reyes Magos, les pido que este año me dejen la muñeca de ojos azules que está en la mercería de doña Porota. Soy la alumna que tiene las mejores notas en todo cuarto grado y, en clases de baile, ya logré hacer punta por más de quince minutos. La señorita Sonia dice que tengo futuro como bailarina, pero mamá dice que ni sueñe, que nunca me va a dejar. Yo ahora prometo no ser bailarina si me traen la muñeca. Con cariño: Luciana”.

             Me senté en la orilla de la cama de mamá, mientras tomaba una copa de Cabernet fresco y recordé cada minuto de esos días. Encontré varios papeles y cartas, que escondió, para que no lograra llegar a la capital, a la selección de becarias en el Teatro Coliseo. A su pesar, lo conseguí.

 Renuncié, esta vez, a varias funciones en New York y Durban, para realizar la horrible tarea de enterrarla y desarmar la vieja casa en el pueblo. Los vecinos, en el cementerio, me miraban con envidia. Creerán que hacer un trabajo como el que tengo es mejor que el de ellos. Viajar tanto en avión de París a Londres, de Moscú a Berlín o Tokio, no es como caminar por las calles tranquilas del pueblo en que crecí. Andar bajo los paraísos en flor o los jacarandaes violetas, con olor a tierra húmeda y escuchar el canturreo de los pájaros. ¿Qué es mejor? ¿Quién sabe? A veces, cuando estoy sola en un hotel, en el que ni siquiera salgo a recorrer la zona, siento nostalgia de esta patria chica. El querido pueblo de la niñez.

Una lágrima está borroneando la tinta de la hoja de cuaderno en que hice el pedido de Reyes. Esa muñeca todavía permanece en mi nostalgia, acompañándome. No es llanto de dolor el que se escurre, sólo añoranza de la infancia.

 

            Hace exactamente tres años, cuando papá iba desde Paraíso del Indio al pueblo, en el viejo Chevrolet, un tornado lo elevó sobre el pastizal de los Silveira. Desapareció. A los seis meses encontraron parte de la carrocería en un bañado como a noventa kilómetros de casa. A mamá le dieron pequeñas pertenencias de papi, que hallaron algunos chacareros en los campos. Nada importante: un pulóver, un zapato marrón, la caja de herramientas vacía, además un libro de Víctor Hugo, embarrado y con pocas hojas. De él, nada en concreto.

 Al año siguiente, en Semana Santa, encontraron un cadáver. El comisario dijo que era el cuerpo de papá. Lo lloramos como si en realidad lo fuese. Nadie estuvo seguro que fuera él.

            Me llamo Luciana. En noviembre cumplí los ocho. Como todas las niñas del pueblo, voy a la escuela y a danza. La señorita Sonia es mi profesora.  Ella —dicen mamá y la tía— era una gran bailarina. Un día tuvo no sé qué enfermedad en los tendones y ya no pudo competir en audiciones de ballet. Nosotras miramos, sobre el piano de la sala, un sin fin de fotografías en que se la ve, en algunos teatros, con tutú y zapatillas de punta. Están firmadas por gente muy importante y destacada, me parece.

 

            Mi pueblo sigue tranquilo. La pereza abunda entre sus habitantes y crece lento. Los que viven aquí están detenidos en el tiempo. Abrumados por los miedos. Los moradores, beben en bares todo el tiempo vino casero, ginebra y caña. ¡Es un problema!

 

Acá las madres temen todo. Si te ven hablar con alguien mayor, no les gusta; si te ven jugando en la plaza a la siesta o en la tarde y comienza a oscurecer, salen a buscarte. Es como si detrás de cada hombre, hubiera un monstruo capaz de comerte. La mayoría trabaja en la chacra. Cosecha y siembra. Mi papá vendía plaguicidas y abonos. Nunca encontraron el maletín donde llevaba las muestras.

            La señorita Sonia dice que no pierda la esperanza de reencontrar a papá. Mami se enoja cuando le cuento lo que hablamos entre paso y paso de baile.

            Pronto será la cuarta navidad esperándolo. Es feísimo esperar y esperar, aunque la parentela nos invita a pasar la fiesta con ellos. Siempre agradece mi mami, pero nos quedamos solas en casa. Es más triste, pero es una manera, de estar más juntas. Unidas en nuestra desgracia.

 

Al principio, no me daba cuenta de que nos faltaba plata, luego descubrí que recibían ropa para arreglar y después hacían vestidos, camisas y pantalones, para vecinos del pueblo. Así pudieron mantener la casa.

 

            Ayer, me mandó a la casa de la señora Clarita. Debía llevarle la falda nueva, ésa de color blanco que iba a usar en el baile del colegio. Luego, pasé por la mercería a comprar hilos y un cierre cremallera color anaranjado. Allí la vi. La muñeca más hermosa que jamás pude haber soñado. Estaba sobre el mostrador de vidrio, junto a una caja llena de guantes de seda, ésos que usan los chicos que hacen la primera comunión o son abanderados.

            Recuerdo que me quedé un rato mirándole los ojos azules y el cabello castaño, de pelo natural que caía como en bucles sobre el vestido de plumetí rosado. ¡Los zapatitos color negro de charol, con dos pequeños pompones y hasta medias blancas! Tenía dos dientecitos que le asomaban por los labios apenas abiertos. Lucía pestañas de verdad y cejas pintadas suavecito, sobre las mejillas de un sonrosado que apenas le daban color, como a una niña recién nacida. Deditos regordetes. Aritos y pulsera de perlas. La señora Porota, me dejó observarla un rato, sin decir nada. Después, dijo que le llevara las cosas a mamá, pues estaría preocupada. Ya caía el sol y si oscurece sabe que se asusta.

           Volé con alas entre nubes de ensueño. Jamás volveré a pasar por ahí sin mirarla, recuerdo que me prometí. Se la voy a pedir a los Reyes Magos. Esa muñeca será mía. No una parecida, ésa.

            Le conté a mamá. Dijo que no pidiera algo tan caro, porque los Reyes, tienen que repartir juguetes a muchos niños. La tía me miró mal. Pensé que era una bruja porque vivía retándome por todo y tal vez haría algo para que los reyes no me la dejaran.

           Anoche escuché a mamá llorando. Le decía a la tía, que era imposible comprar nada extra. Imaginé que hablaba de los zapatos que necesito, pero el corazón me dio un porrazo cuando le oí decir. “No le puedo comprar la muñeca a Luciana, deberá esperar, tal vez más adelante” ¡Doble pena, saber que los Reyes Magos no existían y que nunca tendría la muñeca de ojos azules!

            El día de la fiesta de fin de curso, grande fue mi sorpresa, cuando entré en la dirección de la escuela y vi la caja con ella en una mesita. ¡La iban a rifar! No tengo más esperanzas, pensé. Me fui a casa y lloré a escondidas. Mamá sufrió bastante con la desaparición de papá, no debía darle más pena. Me acosté con los ojos rojos e hinchados, pero igual me dormí. Esa noche soñé con mi papi. Venía volando. Entró por la ventana y traía en la mano un papel con el número 8. Sonriendo me mostraba el cielo y por allí se iba.

Cuando desperté, le conté a la tía y sonrió. Salió rápido de la cocina hacia su habitación, me dio un peso y dijo que corriera y comprara el número de rifa de la escuela. “Comprá el 8 “. Y no corrí, volé. Lo encontré. Gracias a Dios nadie había querido ese número. Con el papelito verde en la mano, apretado contra mi corazón, se lo llevé y de alguna manera supe que la tía, me quería y no era mala, como pensaba yo, cuando me regañaba. Al número, lo guardó en una Biblia vieja que era de la abuela, y así llegó el día de la rifa. Cuando escuché que cantaban el 8, casi caigo desmayada.

La directora tomó de mi mano el número, miró el que un nene de jardín de infantes tenía en la mano, al que sacó de una bolsita donde estaban todos y tomando la caja, me la puso con cuidado en los brazos.   

            Pronunció un largo discurso, que no entendí, pero creo que dijo: “Luciana se lo merece. Porque es estudiosa y ha perdido a su papá”. Cuando llegué a casa con la muñeca, saltábamos abrazadas alrededor de la mesa del comedor. Mamá comentó que papá me la mandaba desde el Cielo. Ese día creí nuevamente en los Reyes Magos.

 

            Hace unos meses, caminando por el aeropuerto, antes del debut en Durban, en Sudáfrica, se me acercó un nativo, muy extraño, vestido con una túnica amarilla y un enorme turbante de color brillante. Su piel oscura, relucía con el neón de los pasillos. Los ojos parecían dos estrellas negras en un mar rojizo. Una enorme sonrisa acarició mi desconcierto cuando, en perfecto francés, habló: “Su padre, al que veo, dice que el cuerpo está en el fondo de un lago en su lugar de América. Él, su espíritu, está siempre cerca, ahora mismo permanece parado a su lado. Sonrió y señaló la muñeca que llevo desde niña en brazos cuando viajo. Se la regaló cuando usted tenía ocho años. Le expresa que la ama y que se cuide al bailar”. Luego, con paso lento, se perdió entre la muchedumbre en el aeropuerto.

 

AZNYA

 

Llegó con una carreta de parvas de pasto, parecía un pájaro escondido. Su frente despejada apenas sudaba con el sol que caliente, despertaba en la piel enrojecida lágrimas saladas de sudor. Saltó del carro, se acomodó la ropa. Su ropa desgastada y grande, le daba el toque de fantoche que los ojos sedientos de granujas, buscaban para reír de alguien. Ella era ahora la elegida. Sus botines viejos y su mirada triste, dejó perplejo al carretero, que levantando la mano gritó: ¡Adiós pequeña Yazda, que tengas suerte!

Caminó asombrada. Era una sobreviviente de la tierra árida y dormida. Su suerte estuvo echada el día que se murió el último animal en la granja. Faltaba la pastura y el agua. Y su viejo abuelo, le rogó que fuera en busca de ayuda al pueblo. Allí, detuvo la mirada en los enormes carteles de las tiendas. Buscó entre sus bolsillos el papel que le diera el anciano y caminó un trecho. Vio el dibujo que le había hecho el anciano. ¡Es aquí, dijo! Y se encaminó a una escalera de madera que roncaba como un fuelle con cada pisada de la niña.

Yazda no sabe leer. Nunca pisó una escuela. Como mujer le estaba vedado ir a los lugares donde se aprendían las palabras de ese idioma de arabescos y puntos que usaban los hombres. Ingresó en un pequeño habitáculo oloroso a sopa de guisantes y col. Apareció un hombre de larga barba negra que la miró asombrado. ¿Cuántos años tienes? ¿Por qué no usas velo?

Yazna, asustada se tocó la cabeza. Rápida como un gato se subió un chal y se cubrió sin pausa. Tengo trece años y vivo con mi abuelo. El hombre gruñó. ¿De donde vienes? ¿De quién eres nieta? Mi abuelo se llama Walazy Al Mahmud y vivo lejos. Murió el último animal en el campo, no hay agua y él, me pidió que le entregue esto.

Le entregó un atado, hecho con una seda desteñida y vieja. Eso quiere que usted o quien sea, le busque una solución a sus problemas. ¿Y usted puede ayudarle? Acaso sabe lo que está pasando allá arriba en las montañas. ¡Siéntate allí y cierra esa bocota! Niña tonta. Llamaré al jefe.

Un hombre de barba blanca y encorvado, entró sin mirarla. Se acomodó en una silla y con la cola de un camello se echaba aire. Abrió lentamente el bulto. Un pequeño libro apareció en su interior. ¡Ajá! Veamos. Leía con una especie de cristal engrosado que agrandaba su ojo. Parecía un monstruo de los cuentos que de niña le relataba el abuelo. ¡Bueno, espera acá! El anciano ingresó a un salón alejado, arrastraba sus piernas y su ánimo. Cerró una puerta y se hizo un silencio que le pareció eterno a Yazna.

Mientras esperaba, miró ávida todas las imágenes que había en las paredes. Muchas estaban escritas con las letras que ella no sabía interpretar; otras eran antiguas fotos o láminas con caras de hombres barbudos, siempre mirando con profunda oscuridad. ¿Serían los famosos jefes tribales de los que relataba su abuelo? Sintió ruidos de pisadas y arrastrarse un para de sandalias. Se abrió la puerta y apareció el anciano con un hombre joven que traía un bulto.

¡Niña, ven acércate! Llévale esto a tu abuelo. Cuida que no se te caiga o pierda. No se lo entregues a nadie. Y recuerda, ya no eres pequeña y tienes que cubrirte la cabeza como corresponde. Dio la media vuelta y desapareció en otra oficina.

Yazna, se acomodó bien el chal y salió despacio. El bulto pesaba y ella estaba muy débil por la poca comida que había tomado esos meses. Buscó con la mirada si estaba el carrero que la trajo. A lo lejos vio el burro y la carreta sin pasto. Ahora tenía varios barriles con algún líquido. Caminó entre la risotada de unos muchachones que no hacían nada. Solo estaban ahí, como unos torpes muñecos de feria.

Se acercó al hombre que la había traído. ¿Puede llevarme a mi casa? Mi abuelo me espera. El sol parecía una hoguera en el mediodía. Sentía sed. Hambre y sueño, pero quería regresar pronto. ¿Cuánto me pagarás? Le dijo el hombre... ¡Ah, eso lo arregla con mi anciano abuelo! Ven a buscarme más tarde, como a la hora en que comienza a bajar el sol.

Yazna, se quedó sentada junto a la mula sobre un tronco de palmera. Esperaré acá. Y se quedó dormida abrazada al bulto que le diera el otro hombre en la oficina. Despertó cuando ya bajaba el sol. El carretero estaba arreglando los aperos de su mula. Ella, se dio cuenta que le faltaba el bulto. ¿Qué pasó cono lo que traía de allí? Señaló la oficina. ¡No se, ni idea, si tu no cuidas tus cosas, te duermes...! ¿Qué puedo saber yo?

La niña lloraba. ¿Ahora qué voy a hacer? El hombre la miró con picardía... ven que yo lo alcé y lo guardé junto a mis barricas. Ella, se limpió la cara y saltó al pescante.

El camino de regreso se hizo corto, la figura de su anciano abuelo se recortaba en el poniente. La esperaba ansioso y cuando llegó, la abrazó con afecto. ¿Estás bien mi niña? ¿Te trataron bien, qué traes? El conductor de la carreta le entregó el bulto. ¡Eh, el viaje sale... tres monedas de cobre! Cayeron las monedas en manos del cochero. Y te doy dos más por cuidarme a la nieta.

Entró apurado con el bulto. Yazna detrás lo seguía llena de curiosidad. Acá está el valor de la venta de esta tierra. Sólo he dejado la casa para ti y un terreno para cuando llueva y puedas tener una majada de ovejas y cabras. La pequeña lo abrazó y besó sus manos, que se agitaban en el aire.

Al día siguiente... comenzó a llover.