La niebla lame sus sandalias viejas, heredadas y algo rotas. Ella era tan fuerte como una palmera en el desierto. Rústica y firme. Llena de fuerza y ternura como un nido azotado por el viento. Pero no ahora. Ahora, cuando tendrá que hacer malabarismos para poder alimentar a sus cuatro hijas.
Antes, cuando Abu Yasir la sacó de su pueblo, allá en las montañas, un sin fin de premios creyó que le depararía la vida. Sabía guisar, asar bien en el horno el cordero y hacer pasta de garbanzos y queso de cabra. Su madre, le enseñó a tejer en un telar familiar. Supo hacer alfombras para vender y ayudar en las compras de su familia. Su hermosa casa de barro y caña, se transformó de pronto en un verdadero refugio, una oquedad segura a su soledad de mujer.
Una mañana Abu Yasir salió al mercado con su moto y antes de asistir al templo, dejó un pedido de verduras y carne en el negocio de Turuk, que le proporcionara su vecino Omar para hacerse de unas monedas. Depositó la moto allí y siguió entre los transeúntes que se dirigían a la mezquita a orar. Ingresó luego de lavarse y dejar sus sandalias en el sector opuesto al que le correspondía. Ese que estaba destinado a los obreros, extrañamente parecía lleno de bolsas con calzado.
Vio entrar al Imán y cuando todos comenzaron a rezar, un estallido fatal, arrebató la vida a decenas de hombres. Simplemente quedaron allí, como trozos de carne destripada y sanguinolenta. Había muchos heridos. Llegó un coche policial y nuevamente un estallido impidió que se socorriera a los ahí caídos. Esa noche, Sima esperó en vano. Su vecino golpeó la pequeña puerta y le dijo que la moto de Abu Yasir estaba en el negocio. Ella se cubría con respeto y el hombre de espaldas, le dijo: -Mujer Abu Yasir estaba en la mezquita, donde esta mañana pusieron bombas los “hombres de negro”. De su garganta sólo salió un quejido. ¡Su esposo muerto! Ella viuda en un mundo hostil y cruel, para las mujeres solas. Sus cuatro hijas serían como pájaros muertos.
¿Cómo llegar hasta su pueblo en la montaña? No tenía un hombre que la pudiera acompañar y sin un varón no podía moverse en la calle. Menos aun siendo viuda. En la oscuridad de media noche se acercó Turuk. Golpeó la puerta y esperó. Ella asustada se colocó la burka más enlutada y tras una pequeña ventana lo atendió. Señora Sima, le dejo el dinero que no pudo recoger su difunto marido; y la moto. Véndala y ayúdese con eso. Llame a su padre. Ella entre sollozos le dijo: ¡Está muerto, en mi familia que está muy lejos, en la montaña, no hay hombres! Mi madre es sola y vive con un tío muy anciano. Tienen solo un asno y no saben salir del lugar. Llévese la moto y le mandaré a uno de mis niños a recoger lo que pueda darme por su venta.
Esa noche decidió vestir a su hija de diez años de varón para poder mandarla a la calle en su lugar. Sabía que su prima Suraya había sido varón unos años cuando su madre en la aldea quedó viuda. Se quedó despierta sobre su alfombra cuando ya amanecía. Lamiya, la despertó. Habían venido unos policías a buscarla. Se colocó la burka y se cubrió las manos y los pies antes de asomarse. Un recio preventor de la mezquita quiso ingresar a la modesta vivienda. Ella, no se lo permitió. ¡Aun no ha llegado mi hijo! El hombre sonrió. Sabía que no había un hombre en esa casa, pero supo que debía cumplir con la ley de Alá, el Misericordioso.
Abu Yasir, su marido será llevado al campo cerca de la “madrasa” y así podrán ir luego a ver su tumba. Cerró ella, la ventanilla de la puerta y dando la espalda al preventor, asintió. Iremos en cuanto pueda salir con mi hijo. Una carcajada pedante y ríspida salió de la garganta del hombre. ¿Usted tiene un hijo? No, tengo una “Bashar posch” en mi hogar. ¡Ah, entonces esperaremos que se presente en la central de policía a firmar unos papeles! ¿Su hijo se llama?... Desde hoy Nihad Mohamed. Hasta ayer se llamaba Lamiya. ¡Ya verá usted lo inteligente que es mi hijo! Buenas noches.
Desde el altavoz de la mezquita ya sonaba la voz del Imán para la oración del anochecer. El preventor subió al coche policial y huyó del lugar. ¡Puah, puras mujeres y dice que tendrá que transformar a una hija en varón! Desgracia que no tiene un pariente masculino en la ciudad.
Se sentó en la alfombra a llorar y llamó a Lamiya. Hija desde hoy serás varón. Ven, te cortaré el cabello y te pondré una ropa que achicaré para ti. Era de tu padre. Pasaré la noche entre lágrimas y costura, pero mañana habrá un hombre en esta casa. Debes aprender a comportarte como tu prima Suraya. La niña salió sollozando y se durmió recordando lo fea que se veía su prima Suraya, cuando era hombre. ¡Yo seré un “Bashar posch” y tendré que jugar al fútbol con los varones de la escuela y se reirán de mí!
La mañana las encontró transformadas en otros seres. Más tristes y llorosas; más pobres y más firmes en sus decisiones. Nihad Mohamed, era un niño de diez años, con sus sandalias raspadas con tijeras, su pelo al ras y con una vestimenta tan fea que le bailaba en el flaco cuerpo de pequeño asustado. Su madre cubierta con tres velos y la burka, caminó tres pasos detrás de su “hijo”. Todo el camino, la miraron extrañados, ya que sabían de su tragedia. El cuerpo de Abu Yasir, estaba aun sobre un trozo de cartón en un oscuro garaje policial junto a restos de seres inescrutables, pedazos humanos recogidos sin piedad entre los escombros. El niño, se tomó de una argolla para sujetarse y devolver la poca comida de la mañana. ¡Nunca olvidaría ese día! Firmó unos papeles que le presentaron con su nuevo nombre y la madre apoyó la yema del dedo entintado. Le ordenaron salir y regresar a su casa. Se ocuparían ellos de los trámites que faltaban. Como un remolino de pájaros negros los dolientes buscaban los despojos de los hombres. La mujer salió detrás del “Hijo” y caminó en silencio. Al llegar a la vivienda, el olor de cazuela de pollo sorprendió a ambos. Su vecina le había dejado una olla con comida. Comieron en silencio.
Desde ese día, Nihad Mohamed tendría que vivir como el varón de la casa, hasta que creciera y su cuerpo se desarrollara como antes. Por lo que su madre les dijo: Desde hoy cada una de ustedes irá aprendiendo a ser un “hombre”. Y ella permanecería encerrada dentro de esa jaula inhumana en la que vivían.
VOCABULARIO:
Burka: velo de tela que cubre desde la cabeza a los pies en zonas de Afganistán y países aledaños. Puede ser de color añil.
Preventor: especie de policía religioso, que controla a la sociedad islámica.
Bashar posch: se dice de la necesidad de transformar niñas en varones en la sociedad ultra islámica, para remplazar a un Varón. La mujer no puede salir a la calle, ni a comprar alimentos, sola, sin un acompañante masculino de la familia: padre, esposo, hijo, abuelo o tío.
Madrasa: escuela coránica, donde acuden las niñas para aprender a leer y recitar las zuras del Corán.
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