lunes, 24 de abril de 2023

LA COCINERA

 

Los cascos de los caballos sonaban en las piedras del camino levantando chispas. Restallaba el látigo del cochero en el aire haciendo eco a los truenos. Luces inoportunas iluminaban al birlocho que brillaba fantasmal entre los árboles.

Ambrosio, apuraba al cochero. Quería llegar antes que se descargara la tromba. Las bestias sudadas resbalaban en el pedregal. Un eco repetía la angustia del corazón de ese rústico que no quería comprender lo sucedido.

A lo lejos, el viento montaba una sinfonía mística con las campanas de la vieja iglesia de los franciscanos. Allí esperaba encontrar a Milagros, la negra que había huido de la casa vieja.

Su patrón, echaba chispas de furia. Su cocinera había escapado el día antes de la boda de su hijo. Todo quedó patas arriba. El menú, tan detalladamente pensado dormía en cestos y mesones de madera. Las cocinas sin fuego y el aire que penetraba por el portal abierto hacia la carbonera.

Cada trecho más cerca, parecía que alejaba más el convento donde se creía se había refugiado Milagros. Allí, la habían criado hasta los seis años, los monjes, cuando la encontraron en el torno abandonada. Luego la entregaron en la casa del señor Faustino. Y la habían criado con su esposa como una más de la gran hacienda. Milagros aprendió a cocinar de la mejor, una vieja que tenía manos de ángel con las cazuelas y sartenes.

Ambrosio, después de un breve respiro, pidió al cochero que siguiera el camino de tierra, lleno ahora de cieno. Se veía mucho mejor la fachada del convento.

Al llegar al atrio y detener los animales, bajó de un salto y golpeó con bravura la rústica puerta que impedía el ingreso. Se abrió un pequeñísimo ventanal, y una voz serosa inquirió por semejante disparate.

Las campanas sonaban apretadas al ritmo de la tormenta. ¿Milagros, la pequeña, la cocinera está refugiada aquí? Mi amo la necesita y le dará lo que quiera con tal que regrese. Esta semana es importantísima en la casa. La boda de su hijo es el próximo domingo y…

¡Acá no está, por Cristo el Nazareno y san Francisco! Búscala en otra parte, este es un lugar sagrado y estas no son horas de interrumpir la paz de los monjes.

Ambrosio intentó seguir hablando, pero la ventanuca se cerró en silencio y los truenos volvieron a enseñorearse en el lugar.

De un salto subió al birlocho y nuevamente salieron a paso ingente por el camino. A lo lejos, vieron unas luces. Fogatas que algún campesino había encendido para calentarse. Se acercaron. Desde el pescante interrogaron a los pobres labriegos que no tenían nada.

Acá no hemos visto a nadie, solo el hambre y la tormenta. Pero si llega a la cantina, tal vez, la muy fastidiosa, ande burlando por ahí a algún parroquiano. Les tiró una moneda y siguió hacia ese puerto.

Por el camino, entre los robles y olmos, siguieron buscando. Llegaron a la cantina. Una nube de alcohol y tabaco los envolvió al entrar. Ambrosio dejó su capote y se dirigió al mesero. ¿Ha visto a una joven morena, se llama Milagros y es la cocinera de la casa grande? Acá no ingresa una buena muchacha desde hace… mil años. Le sirvió una ginebra que bebió de un trago. Puso una moneda sobre la madera oscura y lo miró a los ojos. Sepa, compañero que se le pagará bien cualquier dato. El mesero se volvió hacia una puerta que estaba entre abierta. ¡Julián, viste a una tal Milagro? No jefe. Ni idea. ¿Lo juras?

El juramento sobre una Biblia mustia, lo hizo salir rápido. Vamos de regreso a casa, nadie la ha visto. Por el camino vieron una figura iluminada apenas por los refucilos. ¡Es ella! No Ambrosio, esa es muy pequeña. De cerca, advirtieron que era una mujer a la que le habían cortado la cabeza y le colgaba de un lazo sobre el pecho. ¡Diantres! Paremos. Yo no me detengo. ¡Un alma en pena, Ambrosio, un alma en pena!

Siguieron al trote rápido y al volverse, había desaparecido la imagen. Llegaron a la casa y encontraron el cuerpo de Milagros que se había desplomado desde un campanil en la zona alta del tejado. ¿Qué hiciste muchacha? Cuando la sacaron del fango, entre sus ropas de cocinar a diario, encontraron el retrato del hijo del patrón.

Cuando el padre comenzó a indagar supo la verdad. Su amado hijo iba a ser padre del niño que la cocinera, esa que todos amaban, y el, despreciaba por ser una simple muchacha de servicio, tendría de sus amoríos mentirosos.

Ambrosio y el cochero, no quieren andar los días de tormenta por los caminos por temor a  encontrarse con la mujer sin cabeza o Milagros, transformada en fantasma.   

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