Laureano llegó apurado,
tiró sobre el sillón azul, la gabardina y el sombrero. Las llaves cantaban en
sus manos temblorosas. Acababa de chocar en la avenida de Las Peñas. Justo ese
bendito día tenía que accidentarse. Se miró en el espejo del dormitorio y vio
un hilo de sangre que corría por su rostro. Se tocó la cabeza y se dio cuenta
que tenía un herida pequeña pero profunda. Se cambió la camisa y se acicaló.
Enfrentaría a las veinte una gran cantidad de personajes en
Sacó del placard una
chalina y se envolvió el cuello, escondiendo otra marca que le dejara el
cinturón de seguridad con la compresión del choque. Se colocó un pequeño parche
y salió. El coche estaba abollado y recordó la cara de agua fiesta de la mujer
y el hombre del otro vehículo. ¡Qué pena! Subió por la colectora hasta la
avenida y rogó no encontrar a los policías de tránsito. Por fin llegó al
terraplén donde dejaría su automóvil.
Entró con cuidado por un
pasillo poco transitado. Se oía a lo lejos el ruido de las charlas de los
asistentes a la convocatoria del decano. Cuando abrió la puerta al salón se
quedó paralizado. Allí, frente a él, estaban en pié a quienes atropellara en la
calle Las Peñas. ¡Gracias al destino, se había detenido y entregado su tarjeta
con los datos del seguro!
Flavio Olivera, se acercó
y lo invitó a subir al estrado. Y Laureano, sintió que un fuego le atravesaba
el rostro. Era la mirada pegajosa de la mujer. Con discreción le preguntó a
Flavio quiénes eran esas personas… ¡Ah, los dueños de la facultad! ¡Ella es la
hija del ministro de asuntos legales del gobierno saliente y su marido es
consejero de la comuna! Sus piernas temblaban. Sus latidos se debían escuchar
en el silencio de la noche.
El decano lo presentó:
“Señores, con ustedes nuestro querido y recién galardonado Laureano Tancredi”.
Se perdía el apellido con los aplausos. Pero un para de ojos verdes se
incrustaban en su cuerpo, sus manos también tremolaban. Les había destruido el
“Porche” en el choque. Y estaban allí, mirándolo como un par de mafiosos cuando
quieren destruir a un enemigo. Sacó un papel de su bolsillo y trató de leer un
párrafo. Ella, comenzó a toser. Y todas las miradas se dirigieron a la mujer.
¡Bueno es decir que era hermosa, elegante y denotaba fortaleza de carácter!
Se hizo un silencio y
Laureano, comenzó a relatar lo que había sucedido unas horas antes. La gente lo
miraba sorprendida. Y públicamente se disculpó. Por supuesto el hombre, aseguró
que había sido un incidente sin mayor problema y que lo importante allí era el
premio que
Cuando terminó el acto,
el decano le indicó que se acercara al buffet donde lo esperaba un grupo de
periodistas. Él, intentó escabullirse, pero fue inevitable. Los flashes de las
cámaras lo desquiciaban, usó toda su paciencia contestando las preguntas. Al
salir hacia la calle, vio su coche ardiendo sobre un pequeño círculo de
gasolina. Junto a el, la mujer se había parado con los brazos en cruz. ¡Cómo
lamentamos su problema, ahora tendrá en qué gastar el premio que le hemos
conferido! Y se fue riéndo.
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