Logré poner mis ojos calientes sobre la árida margen
de tu vida. Reviviste.
En esa arista deletreo un amanecer sin calor ni relatos.
Sostengo una tea que ilumina el recinto oscuro de la garganta
donde anidan los colibríes multicolor y las serpientes.
En la hendidura de un socavón hay estalactitas de lágrimas.
Un ronroneo aislado en la arena del camino hacia el hueco muerto
de la tarde de jueves, con la ventana abierta para el gato que salió
ronroneando con mordiscos feroces el aire de tristeza.
Me resisto a continuar esta vida.
¿Acaso será diferente a la de siempre?
Envolverá el césped recién segado luego que la lluvia invada
con hermosas dalias y azucenas azules,
cayendo por los cristales de mi alcoba.
Revivirte. En mi sueños nocturnos de verano.
Un rocío de vino sobre el mantel de lino bordado antaño. Cae.
Luego de la sonata de Chapín, que se recicla en la radio antigua,
una mano pasará por la piel tibia en la aridez de la tarde.
Quedaré tan sola como en la caminata de la playa al poniente.
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