jueves, 20 de abril de 2023

NIEVA EN LA DACHA

 


La nieve caía lenta y pregonaba un día levemente más benigno. Dejó de nevar y el sol se abrió solapado entre las nubes grises. Brillaba el suelo con un albo tan extremo que no podía mirar hacia el huerto. Una rama se desgajó con el peso de la nieve y cayó creando un caos ruidoso y móvil. Una malla de blancura hermosa voló por su derredor. Luego, comenzaron a caer trozos de nevazón tal que se fue acumulando alrededor de ciertos lugares.

Svetlana caminó sobre la breve alfombra y observó el camino. No podía ver el recodo por donde tenía que aparecer el caballo de Igor. Hacía una semana que salió a buscar a Natasha en la estación del norte.

Se sentó y siguió tejiendo. Cesó el ruido de caída de nieve. El viento se convirtió en una brisa apenas y breve calentaron los rayos solares. Pasó un tiempo huidizo y el samovar se enfriaba cuando sintió los cascabeles del noble “Tizón” por la huella del camino. Su sonido familiar trajo un grato cambio. Con Igor había seguridad y confianza ante los imprevistos.

La anciana acercó dos tazas de té caliente y revolvió el brasero bajo la mesa. Puso pequeños carboncillos en el samovar y agregó agua fresca para hacer más de ese delicioso té que trajera Natasha en su viaje anterior. Al ingresar en la casa un aire helado convirtió el ambiente en una escasa bendición. Luego se entibió y sacándose las capas y gorros, guantes y mantas, hablaron sobre el viaje y el trayecto, las novedades la ciudad y aconteceres de algunos vecinos y amigos.

Igor aseguró que la joven esposa esperaba un hijo. Que llegaría en verano y que estaba orgulloso de la fortaleza de la muchacha para afrontar ese viaje con el gélido invierno.

La figura de Natasha se deformaba con la presteza en que se derretía la nieve y aparecían los narcisos y comenzaban a verdecer los árboles.

Una madrugada de febrero nació Yerko. Era un bebé robusto que berreaba a todo pulmón para alegría de la abuela y padres. El cabello cubría todo con un estallido color rojizo y los ojos parecían las aguas calmas del lago, azul oscuro. Brillantes y profundos cuando se posaban en algo o alguien. Se alimentaba con desenvoltura y pasión. Era sano.

Fue creciendo con el amor de la abuela que disfrutaba de cuidarlo y enseñarle a vivir. Las historias fluían de su memoria hacia los ancestros y la mágica perspectiva de viejos cuentos de  su tierra.

La primera navidad fue extraña, el frío impidió a Igor salir en busca de alimentos para aliviar el clima gélido. La nieve tapaba ventanas y puertas, que enorme esfuerzo apaleaba cada mañana junto a su mujer. En un cobertizo “tizón” junto a las ovejas y a dos vacas, se entregaban un aliento vigoroso y vital. Poca pitanza quedaba y así Igor tentó ir a la aldea cercana a buscar  lo que escaseaba. Pasaban las horas y no regresó. Dos días después llegó Ivan, un aldeano con el hombre enfermo. La fiebre devoraba su natural fortaleza. Nada se pudo hacer en ese lugar lejano y duro.

La casa perdió la pujanza de los brazos del muchacho que con treinta años había logrado formar un hogar. Svetlana sabía lo que era perder al hombre, ella despidió a su esposo cuando fue a la guerra y nunca volvió. Una breve nota que trajo el comisario le anotició su muerte en combate.

Ambas mujeres no bajaron los brazos y lucharon para seguir adelante. Natasha, había quedado embarazada y así nació la pequeña Anusha. Nunca conoció a su padre, pero la vieja le hizo conocer a ese hijo que se llevó la nieve.

Yerko creció con las habilidades de un bravo campesino. Hachaba los enormes troncos, agregaba alimento a las vacas y ovejas y aprendió a montar. La vida no era fácil, pero con parquedad y alegría vendiendo lana y leche, quesos y mantas que tejían al telar las mujeres salieron adelante.

-          ¿Yerko, quieres comer un pan recién horneado y tocino?- le invitaba la anciana cada mañana antes que saliera a realizar las duras tareas de la dacha.

-          ¡Ni loco como eso, si no le agregas unos buenos huevos revueltos!- y reían porque la abuela guiñaba a la madre sabiendo que ya estaban en el plato.

-          ¿Y yo?- Nada para mí, claro el señor de la casa es el mimado de las dos.

-          Vamos que perderás esa cintura de abeja reina y no te casarás jamás, decían riendo a coro los tres.

-          No me interesa. Además con quién creen que viviendo acá me voy a casar.

-          Ya te llevaremos a la ciudad, o a la aldea. Allí conocerás a un hermoso “príncipe” que te abrazará y pedirá tu mano- se burlaba Yerko.

-          Me conformo con un campesino que sea como tú. Trabajador y bueno.

-          ¡Ja , ja, ja, qué crees que hay dos como tu hermano? – y así pasaban las semanas.

Llegó el invierno y Natasha salió en busca de un médico para Svetlana, que tenía una tos copiosa y dura. Cuando regresó la anciana deliraba y costaba hacerle comer o beber. Lucharon contra el frío y la edad. Sólo la esperanza de ver a los nietos formando una familia, logró sacar adelante a la abuela.

Pasaron cuatro años y ya al límite, Svetlana cerró su corazón para acompañar al viejo soldado. Yerko y Anusha, lloraron copiosamente, Natasha de la mano de su suegra, despidió a Igor para siempre. Juntos cuidarían de la pequeña familia. En el templo, donde se despedía a la abuela, Anusha conoció a un vecino que le trastornó el corazón y supo que la anciana se lo había mandado para que fuera su compañero.

Yerko, se quedó un tiempo con la madre. Cuando lo buscaron para ir a la guerra, Natasha, lo escondió en el bosque. No quiso repetir la historia de la suegra. Ahora, después de las nevadas, lo envió a la aldea, a la feria para que buscara una campesina que quisiera casarse con él. ¿Y vaya si la encontró! Una robusta y exuberante muchacha que lo amó hasta que fueron ancianos.

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