El ángel suspiró y un millón de luciérnagas escapaban de sus labios de pulpa de damascos. Se miró reflejado en el charco plateado de la fuente. Ya no era un niño. Se deslizó por el césped y era como una mariposa de escarcha engarzada en hilos de rocío planetario. En el tiempo infinito de los ángeles había transcurrido en un instante y se volvió a mirar. El perfil de su cuerpo parecía la costa de un río sereno de los llanos en flor. No pudo esconder el plumón rebelde de su ala izquierda, esa que tremolaba cuando veía a la ninfa de mármol de la fuente. Volvió a suspirar y salieron volando pétalos de flores de colores amarillos pálidos y fuertes. Se había enamorado.
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