lunes, 10 de abril de 2023

SIMULACRO


            El hombre cayó desde el muro donde creía que se podía esconder. Había entrado en una espiral de locura, donde su único interés era robar el secreto de la familia más renombrada de la región.

Un estampido, rompió en la noche y un balazo entró por su pierna, que realizaba un movimiento con destreza de deportista hábil. Una rara mancha de sangre comenzó a mojar su ropa. En silencio, agazapado y reptando subió a un vehículo que había dejado en las cercanías. El motor se escuchó y rompió el secreto que lo apañaba.

La luna estaba opacada por el polvo de un viento que avanzaba por la región y daba al campo y caserío, el rubor de un caliente velo traslúcido. Le habían pagado una pequeña fortuna para descubrir el secreto. No lo había logrado, tras los muros, mastines entrenados impidieron su silencioso e intrépido ingreso. Un guardián corrió para impedir que huyera. No logró su deseo. La orden de sus jefes era impedir que se acercara ningún extraño a la casa.

De paredes gruesas, puertas y ventanas blindadas, luces que en forma circular se movían buscando extraños. Una alarma que habían usado desde que llegaron a ese paraje, no había funcionado. El extraño la había desactivado. Los perros seguían nerviosos. Sus caninos sobresalían en sus fauces renegridas. Las luces interiores estaban apagadas.

Mientras recorrían los alrededores, el herido había desaparecido. Su vehículo, había derrapado en la granza del camino. En un recodo, abandonó ese automotor y subió a una motocicleta de alta cilindrada. Le dolía la pierna herida. Se había hecho un torniquete en la parte herida, pero sabía que era por unos pocos minutos una solución y que si seguía con ese cinturón apretando las arterias y venas, podía tener un problema peor. La muerte se le atravesó. Tenía que regresar.

Las luces del pueblo se acercaban urgentes. No quería que lo vieran. Se alejó por un camino poco usado. La señal de su gente, le impidió detenerse. Lo habían seguido o lo delataron. Lo siniestro era que no tenía muchas oportunidades. Pensó en quién podía confiar. Recordó a Rachid. Ese energúmeno lo había dejado tendido en un tatami en un juego de poder. Se jugaba por dinero. Ahora, el tenía mucho. Su cuenta en una isla lejana, estaba gorda como la ballena de su ex mujer. ¡Esa mujer que le puso el cuerpo hasta que se cansó y se fue con el “Richard” un pelilargo que se fumaba hasta los “fasos” de achicoria! El tipo, era un genio. Sabía armar bombas de humo y de las otras.       Según averiguó, había luchado en varios frentes de las guerrillas urbanas de países del hemisferio sur. Lo habían apresado y estuvo bajo tortura y vejaciones de todo tipo. Se había “chalado”. Y cambió de vida. Se aplacó y tocaba la armónica o guitarra con melodías átonas que rompían los oídos de los que amaban la música de verdad.

La Gorda, se fue con él y le salvó la vida al hombre. Él, no sufrió, por el contrario, se sintió libre. Llegó a las puertas del lugar donde vivía Rachid. Una luz cenicienta instaba a acercarse con cuidado. Dejó la moto a una cuadra detrás de una pared del cementerio. Caminó con dificultad. La sangre se apreciaba desde cierta distancia. Miró por encima de la verja. Vio que lo tenían atado a una silla. Salió con su rostro deshumanizado. El dolor lo hacía doblar sobre sí mismo.

Cuando encontró la moto advirtió que estaba al revés de cómo la había dejado. Se agazapó y reptó en la tierra entre matorrales. Un caño le apretó el cuello. Era un arma de sus enemigos. Lo tomaron con fuerza. Era Rachid, que había simulado ser atacado por los “otros”. Lo atrajo a la casa donde esperaba un pequeño grupo de amigos. Lo pusieron sobre una mesa que habían limpiado para hacerle una asistencia en la pierna herida.

Despertó con el sol sobre el rostro. Su pierna ya no sangraba, estaba bien curada. Abrió los ojos con dificultad. Su corazón era un tambor rítmico que anunciaba que había fracasado. Tuvo miedo. ¿Cómo cubriría lo que le habían depositado en aquel banco lejano? Rachid ingresó con una bandeja donde un tazón humeante de té. Sonreía.

Te hemos probado. Tu trabajo de ayer, fue un simulacro. Dentro de un mes viajas a tu verdadero “objetivo”.

Cerró los ojos y sintió que lo habían provocado, sintió una punzada en el pecho. ¡Traición! Ellos me han traicionado. No habló más. El silencio le permitió dormitar un rato. Perdió la noción del tiempo. Pasó un tiempo impreciso y despertó con una luz fortísima en el rostro. Eran unos hombres de “Negro”, y sintió el dolor agudo de un arma que le entraba por el pecho con la dulzura de la traición de traiciones. La luz se fue apagando en su mundo. Un mundo donde ya no encontraría la verdad.

           


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