Juan Nicolás Durán es un escritor poco conocido en la capital. Ha escrito muchos cuentos y poemas, pero nunca se atrevió a mostrar su trabajo. ¡No se tiene mucha fe!
Tiene un corazón sensible y mucha imaginación; a veces es un peligro para la realidad de este mundo tan ingrato en el que la diversidad se ve muy transgredida y agredida. Pero sus amigos, que los tiene y son muy buenos, le ayudan a repartir en la plaza o en la escuela sus poemas o cuentos impresos en la computadora de la escuela.
Este año que llegan a fin de ciclo, se irán a estudiar a otra provincia y se disgregarán porque algunos se van becados a otros países o a trabajar. Otros, los menos, seguirán en la facultad en la misma provincia en la que viven.
Juan Nicolás, tiene a una cohorte de compañeras que lo siguen. Todas suspiran por él, claro, es “el poeta” y un halo de romanticismo las deslumbra.
Cuando el profesor de literatura leyó algunos poemas y cuentos, sonrió. Es malísimo, se dijo, pero puede llegar con esfuerzo a ser un poeta. Tiene madera para tallar. Y si lo ayudo tal vez lo logre.
Lo primero que hizo fue llamarlo y decirle dos cosas: Juan Nicolás Durán… le aconsejo que lea mucho. En especial poesía de todos los clásicos y luego comience con los poetas “buenos” modernos, contemporáneos y también escriba sobre cosas que conoce. Hay que respetar al lector. Aunque sean pocos, ellos detectan enseguida el que miente o es un ignorante. ¿Sabe por qué? Si lo leen es porque leyeron antes a otros; el que nunca lee, no lo va a leer aunque usted le pida de rodillas… así es la vida.
Y el muchacho se propuso crecer. Y creció. Las bibliotecarias de la zona cuando lo veían sonreían y le traían el alto de libros y sabían que ese día saldrían tarde del trabajo. Conoció a muchos clásicos: españoles, franceses, italianos y hasta rusos. Comenzó a distinguir a los poetas por su estilo y su vocabulario. Se propuso ser un gran poeta. ¡Y lo logró! Pero… como en toda historia real, encontró varias piedras en el camino.
Los
críticos no le hacían gran favor. Los editores eran sabuesos que sólo deseaban
ganar con la venta de los libros, ellos no hacen concesiones. Lo comenzaron a premiar dentro y fuera del
país. Eso atrapó celos y envidia de otros que se creían mejores. Hablaban con
desprecio de su trabajo, pero el apoyo de unos amigos lo ayudó a superar ese
triste sentimiento:
Conoció en una presentación de su cuarto libro a una muchacha espléndida. Culta y buena. Ciega, gran lectora en sistema Braile. Ella lo acompañó un trecho en su carrera pero su noviazgo se vio interrumpido por una beca que Juan ganó.
Pasó un tiempo y fue declarado el mejor poeta del momento. La fama le llegó de la mano de un profesor de Harbar que luego de leer su mágico crecimiento le dijo: ¡Mi querido muchacho… le aconsejo que no persiga sombras, dedique el tiempo a seguir creando intuitivo pero novedoso. Me gusta su palabra y su silencio. Tiene mucho talento aprovéchelo!
Al año siguiente fue un premio Internacional y propuesto para el Cervantes. Su nombre estaba en todos los medios, mas él, no se subió al podio de la soberbia. Su gran valor fue seguir soñando con las palabras y los sentimientos.
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