Y cuando no estén ¿durante cuánto tiempo aún se oirá su voz en la casa
desierta? ¿Cómo serán en el recuerdo las caras que ya no veremos más? “El
tamaño de mi esperanza” Jorge Luis Borges
Tenía dieciséis años y
su padre le regaló a Tomita, la yegua más linda de la Feria Rural. Se había
sacado un premio en la escuela y los padres se la dieron para alentarla. Desde
muy chica amó a los caballos. Solía salir con sus hermanos Atilio y Gilberto,
muy temprano a galopar, por Cuesta Blanca, A veces llegaban a los campos de
Colonia Caroya. Toda la gente de la región, los conocía y saludaba cuando
pasaban.
Al regalarle la yegua,
convenció a la abuela Rosalba, para que le cosiera un traje de montar. La
abuela le hizo traer de Buenos Aires un conjunto de Brecht y cazadora de pana
roja. Las botas de charol negro y el sombrero de topé negro. La camisa que le
dio era de la época del 20, cuando ella montaba. ¡De linón blanco llena de
valenciana!
Le regaló, también, la
pequeña fusta con empuñadura de plata, que le diera su padre el bisabuelo
Antenor, antes de fallecer. ¡Ambas parecían tener la misma edad! Tanta era la
alegría que compartían. Salía temprano a pasear a Tamita por la sierra, llevaba
el cabello rubio, suelto y al viento, parecía una princesa de cuentos de
Disney. Una tarde, que galopaba, ya de regreso, cuando quiso cruzar el Río Ascochinga,
la yegua se negó y Delfina, pensó que su amiga, potranca joven, tenía algo en la pata. Se apeó del animal y se
agachó para revisarla.
Cuando quiso acordar la
yegua coceó y le golpeó la espalda. La joven cayó al suelo muy dolorida, igual trató
de calmar a Tamita que inquieta bufaba y pateaba sustentándose en las patas
traseras. Había encontrado una yarará esperando para atacarlas.
Entre los árboles
aparecieron dos jinetes. Ambos se apresuraron y saltando de los animales
corrieron para ayudarla. Mientras uno la tomaba entre los brazos para
levantarla. ¡El otro tomó a la yegua y la calmó! La víbora se había escurrido
entre las breñas escondiéndose de los humanos, uno de sus mayores enemigos.
Con lágrimas Delfina, vio los ojos y la sonrisa de su salvador; y no pudo
creer lo que le sucedía. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¡Allí mismo
quedó profundamente enamorada de ese desconocido!
- Recordar ahora ese dulce momento
la llena de pena y alegría. Mauricio, ¿Cómo estaría sufriendo?
El joven la alzó en sus fuertes brazos y la
montó en Rayo su Overo Negro. ¡Jineteó junto a ella, la acomodó lo mejor que
pudo y esperando a que su amigo cabalgara también, y recogiera a Tamita,
salieron de allí al galope rumbo a la casa próxima!
Llegaron pronto a una vivienda
de los alrededores que pertenecía a la familia del muchacho pelilargo; y con
toda ternura, se apeó, la tomó en brazos nuevamente, entró en la casa y la
depositó en un sillón de cuero negro. Mientras Eugenio Torres, su amigo,
revisaba la yegua, y le daba agua; Mauricio se dedicó a socorrer a la joven. El
pelo de Delfina parecía una mantilla dorada sobre el oscuro sillón. Él se quedó
mirándola y le dijo:
- No
sé quién sos, ni se nada tuyo. Pero me casaré contigo.
- ¡Me
llamo Delfina… tengo dieciséis años y me duele mucho la espalda! ¡Tamita me
pateó!
- Vení
que te miro. - La ayudó a quitarse la chaqueta y le levantó la camisa. Allí
había quedado una fea herida de unos siete centímetros en forma de media luna.-
¡Belarmina, andate a Cuesta Blanca y trae al médico! Es urgente. ¿Cómo se
llaman tus padres? Avísales de paso a los padres, cuando regresen, - le dijo
urgido a la cocinera de la casona.
- ¡Se
llama Gilberto Cuenca Izaguirre y somos de la casa grande de Cuesta Blanca! ¡Ay,
como me duele…!
- ¡Quedate
quieta, muchachita linda! ¿Cómo es tu nombre? ¡Con todo este lío me olvidé de
preguntarte, ves qué poco caballero soy!
- Me
llamo Delfina. ¡Tengo miedo!
- ¡Ya
se te pasará, mientras llega el médico te daré un poco de vino de Colonia
Caroya, eso te hará bien!
- Nunca
tomó vino, según papá aún no forma parte de mi educación.
- Yo
tomo de vez en cuando. Los cadetes lo tenemos prohibido. Pero haremos una
excepción. Y brindaremos por haberte encontrado y porque sos hermosa.
- ¿A
qué instituto vas?
- Al
colegio Militar de La
Nación. Curso el último año. Ahora estoy de vacaciones. Si
Dios quiere en diciembre seré subteniente.
- ¡Oh!,
parece mentira… nunca pensé que fueras cadete… ¡Tenés el cabello largo! Mi
abuelo llegó a general y murió al año, de ulcera perforada. Un problema de
honor entre compañeros de servicio. ¿Todavía tienen esos terribles conflictos
de cuidar la palabra de honor?
- Si.
¡Aún somos de palabra y estricta! Lástima, me hubiera gustado conocerlo…y sabés,
en vacaciones me doy el lujo de no cortarme el pelo. Es mi pequeña rebeldía
juvenil de rockero.
- Me
está doliendo mucho la espalda…
- Yo
te voy a curar ese dolor… Mauricio, se agacha y con todo desenfado le da un
beso largo y cálido…-“Abrí los ojos con
asombro. Era mi primer beso. Totalmente
sorprendida traté de moverme para salir de ese abrazo y el dolor me paralizaba.
Justo a tiempo llegó el Dr. Godoy con Belarmina. El me guiñó un ojo y sonrió”.-
- ¡Será nuestro secreto…! ¡Delfina, me gustás
mucho!- Dijo y yo supe que era mi primer amor. Sueño de adolescente criada
entre polleras de mamá y tías solteras, mis hermanas igual de inocente que yo y
con hermanos muy celosos. ¡Mi primer beso! -
Ahora
recordar todo eso la llena de alegría y dolor. Sabe que desde ese día, se prendó
de Mauricio y que lo quiere apasionadamente, como niña, como hembra, como
esposa y compañera para toda la vida. Lentamente se va quedando dormida. El
silencio es total. ¡La soledad le aterra!
Hizo
un paseo imaginario por la casa de la abuela Rosalba. La sala con los muebles
antiguos, oscuros con olor a viejo. Los cortinados ya gastados pero bien
planchados y con perfume a lavanda. Recordó el penetrante aroma cuando hacían
dulce de leche o cayote en la paila de cobre. ¿Dónde fue que la compró el tío Serapio?
¿En Francia o en Marruecos? Ese viejo pícaro que nunca se casó, debe haber
dejado más deudas de juego y almas femeninas con lágrimas que Enrique Octavo.
Recordó
la fiesta de presentación en el club. Tenía diecisiete años. Mamá me hizo el
vestido más lindo que pude tener. Era de color turquesa, con una falda ancha y
cuando bailaba el rock, parecía una corola de flor abierta.
Sus
primas estaban todas locas con Billy Caffaro y Neil Sedaka. Elvis Presley era
lo máximo y había comenzado un grupo inglés que hacía furor, Los Beatles. ¡Los
bailes terminaban a las doce, pero algunas veces, las dejaban media hora más y
así podían bailar algunos lentos! Los Panchos, Sinatra y Manzanero…Un llanto
suave acompañó el recuerdo.
La
imagen de Martín Saurralde, Ricardo Sottello y Luisito Fernández, le secó las
lágrimas. Una sonrisa ocupó el recuerdo. Las chicas. Eran otro tema. Cotita
Solari era su compinche, Luli Sarratea su vecina de banco que era pizpireta y
vivía hablando de los futuros novios que tendría, Beba Lazcano habilidosa para
pintar y bordar, pero imposible en matemáticas y química; pero estaba esa chica
Reina López, compañera de aula que la seguía como sombra y ella siempre la
ayudaba porque su mamá era muy ocupada y no podía darle los pequeños caprichos
que tenía. Muy terca y contestadota, caprichosa y difícil, le hacia la vida
imposible a la Madre Superiora,
a Sor Inmaculada del Sagrario. Igual estaban juntas y estudiaban y se ayudaban
en todo lo que podían.
“Le regalé el vestido lila de seda con las chatitas
blancas para el baile. Le regalé también mi chaqueta de encaje que cosió la abu
Rosalba. Hasta vino a dormir a casa para que los otros compañeros no supieran
dónde vivía. Su mamá, una mujer laboriosa, era la ayudante de unos vecinos y
estaba cama adentro con tarea completa. ¡Reina tenía vergüenza! Renegaba de su
destino y no escuchaba razones de las monjitas, que la querían y la habían
becado.”
Volvió
Delfina a la realidad. Se acomodó y recitó algunas poesías de Pablo Neruda y
Alfonsina Storni. Amaba la poesía. Papá no me dejó ir a declamación, pero igual
aprendí de memoria tantos poemas como oraciones de catecismo. Comenzó a rezar
el rosario y el Ángelus, para pasar mejor todo este tiempo. No sé si es mejor
traer los recuerdos o dormirlos. Las horas se estaban transformando en un
castigo helénico.