La joya
Rafael
era un hombre deslumbrante. Triunfador y muy admirado. Ligia era una mujer
moderna y llena de ingenio como para acompañar al empresario exitoso que la
urgía en todo momento con infinidad de pequeñas tareas sin importancia aparente
pero que eran decisivas en esa extraña maraña de compromisos del compañero. Se
habían amado siempre y eso era
verdaderamente insólito entre la gente que compartía sus vidas. En breve tiempo
festejarían los veinte años de casados. Ella estaba preparando una inusual
fiesta de incógnito, ya que él no daría
su consentimiento para algo tan íntimo.
Pensó a quién debería invitar, tan sólo a los
amigos más cercanos y a algunos socios de la empresa que podrían ayudar en la
carrera de su esposo. Pensó también en la compañía, que le robaba las mejores
horas de su vida. Pero ellos estaban acostumbrados a un ritmo de vida difícil
de abandonar. Lo organizó todo, hasta el más insignificante detalle. Todo debía estar perfecto. Así
previó su ropa de una elegancia y sobriedad intensa. La casa radiante, el menú
espléndido y ajustado a los gustos más refinados. Así llegó la noche prevista y comenzó a llegar el puñado de
elegidos. Socialmente era "la fiesta del año". Rafael quedó muy
sorprendido pero en su interior encantado de mostrar sus victorias y la belleza de su mujer.
Todo
se desarrollaba como estaba previsto, ajustado y magnífico. A Ligia lo que le
había sorprendido era un pequeño e insignificante detalle: él no la había
sorprendido con ningún regalo. Ya vería por qué, él nunca olvidaba esas
minucias.
La
mesa en el inmenso comedor resplandecía y
todos disfrutaban con una charla sosegada y gratificante. De pronto
Rafael alzó su copa y pidió un minuto de
atención: quería agradecer a esa esposa fiel y bella que lo elevaba como hombre
y que iluminaba su vida. Algunas miradas se detuvieron en un pequeño objeto que
él, le ponía entre sus cálidas manos. Bebieron el champagne mientras ella abría
ese estuche de terciopelo azul. Allí brilló
el collar de rubíes y brillantes que en
cascada caían en el suave cuello de Ligia quien aceptaba que Rafael le colocara
frente a todos. Nuevas miradas se entrecruzaban: admiración, envidia, codicia,
indiferencia y rabia generaron una atmósfera extraña y nebulosa entre los
comensales. Igualmente brindaron y continuaron ese espectáculo teatral donde se
notaba la falta de franqueza. Él dedicó
a su amada cada instante de la noche su admiración y pasión.
Envidia y desagrado en las mujeres sabedoras que no
eran las elegidas del amor. Sorna y desprecio en los hombres sínicos y
viciosos.
Uno
de los socios los invitó a chartear un avión y viajar por el mundo. Iván
Abryskovich, el gerente de la sociedad "Kiev & Cia." empresa moscovita con una mesurada complacencia les entregó los pasajes para ir a Moscú en breve. Algunos rieron ostentosamente
pues con los cambios habidos, en ese enorme país no estaban preparados para
disfrutar un viaje así. Ligia
sorprendida por la falta de delicadeza de sus amigos, comenzó una amena charla
alabando las magníficas y auténticas reliquias que pertenecían al inexplorado
país por los ingratos americanos. Comenzaron los comentarios sobre la economía,
se habló de la bolsa y analizaron
inversiones y negocios de de ese nuevo mundo después de la caída del
"muro" y así se arruinó su hermosa noche. Ligia quería algo
diferente.
Partieron
en tiempo oportuno para que ellos quedaran tranquilos a disfrutar su amor.
Llegó
el momento de partir a Moscú en un tiempo de clima
algo cálido y llegaron al mágico país
estepario. Una noche en que tenían dispuesto ir al teatro Bolchoy, para
disfrutar de "Giselle" y luego de prepararse como para una ceremonia
religiosa y secreta; un jovencito tocó a la puerta y le entregó a Rafael un
sobre
que llevaba su nombre. No tenía
ninguna seña que permitiera saber de quién provenía, pero era evidente que por
la caligrafía
y el tipo de sobre era de
un compatriota o amigo que seguramente quería hacerles alguna chanza. Adentro
había un billete para un palco, el nº 20 del 1º piso, donde se podía apreciar
mejor el espectáculo. Rafael con su estupendo esmoquin y Ligia con un traje de
"Armani" de terciopelo negro eran una pareja elegante y sobria. El
formidable collar brillaba con un portentoso goce estelar. Llegaron con tiempo
suficiente para disfrutar observando ese mundo seductor del viejo teatro.
Miraron a la estrafalaria gente que se movilizaba por pasillos y balcones y que
los rodeaba casi indiferente, buscando a quién pudo mandar el billete, pero no
conocían a nadie. Giselle loca bailaba y moría en brazos de su amor. Aplausos.
Vítores. Desde un palco cercano una anciana curiosa miraba con su largavista. Vio
a esa joven pareja de extranjeros tan diferentes en el vestir
y que
quietos, no aplaudían. Notó unas manos enguantadas que se deslizaban
sobre el respaldo de terciopelo rojo del asiento de la mujer. Siguió con su
mirada curiosa otros palcos
ya casi
indiferente. El teatro fue quedando vacío.
Los
jóvenes acomodadores ya se estaban retirando, pero inquietos esperaron que esa
extraña pareja se alejara, pero no se movían. El guía de los empleados ingresó al palco nº20. Allí estaban ambos con
un filoso puñal clavado en el corazón, cuya empuñadura desde el respaldo de la silla sostenía sus cuerpos yertos. La
policía actuó rápidamente. ¡Ah, nunca encontraron el collar de Ligia!
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