viernes, 22 de julio de 2016

ROJINEGRO

ROJINEGRO

 

Apoyó la mano firme sobre la baranda fría de metal y logró quedarse quieta. Sentía mareos por el vaivén del barco. Sacó la máquina y comenzó a filmar la puesta de sol más electrizarte de todo el viaje. El mar embravecido, agitaba el buque; tenía el color negro y aciago del destino de su amor prohibido. El oleaje bello e inescrutable, lo penetraba todo y sólo el rojo fantástico del sol poniente, como caprichoso farol, ocupaba el horizonte, a estribor. Cuando no quedó sino el chasquido del agua contra las enormes murallas metálicas del barco, caminó lentamente, buscando el refugio obsceno de su camarote donde la ansiedad del amante la esperaba.

                                            

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