El
calor sofocante en la selva presagiaba una gran tormenta. Mi madre barritaba
angustiada por lo terribles dolores de parto, Gitao, la matriarca de la manada
sofocada y nerviosa, golpeaba con su larga nariz cerca de mamá para que ésta
hiciera el enorme esfuerzo de parir. Una madrina atenta ayudaba con sus
colmillos y su trompa. Comencé a nacer en la madrugada birmana cuando un color
rojo incandescente marcaba el asomar del sol. Pronto unas extrañas nubes
cubrieron el paisaje salvaje y un chubasco friolero me lavó la sangre y el
polvo de mi suave piel de bebé. Mi madre amorosamente con sus doloridos
músculos me fue acercando a las tetillas llenas de leche que me supieron a
miel. Yo supe que había pesado seiscientos kilos y que era algo grande para una
elefante hembra. Al despejarse la tormenta yo ya caminaba junto al resto de la
manada y jugaba con otros seres de mi misma especie.
¡Qué
sorpresa tuve cuando llegamos a un lugar lleno de agua que caía desde unos
riscos altos y donde todas las hembras de la familia inició sus baños
matinales! Los otros pequeños como yo nos revolcábamos en el barro, felices. El
pelo de mi piel, grueso y brillante, tenía unas preciosas gotas de lodo que me
daban risa y comencé a imitar los ruidos
que hacían todos los pequeños. Un largo barrite de la matriarca nos hizo
esconder entre las poderosas patas de las mamás, sí, yo casi pierdo con el
susto a la mía, que también tenía un
hermoso y recién nacido macho entre sus enormes piernas. ¡Es que nunca se
desprenden de nosotros, luego entendí porqué!
El
grupo se dirigía al sur en busca de alimentos frescos y sabrosos. Luego de
salir de Birmania y entrar en un
territorio lleno de comida y de una extraña fauna humana muy desagradable,
comprendí cuan difícil es la libertad para nosotros los elefantes. Unos
pequeños seres llamados hombres nos atraparon...¡ qué dolor teníamos todos!, la
matriarca peleó y lamentó tanto que los machos nunca estuvieran cerca nuestro,
porque hay que reconocer que enfurecidos los machos son muy temibles, con sus
enormes colmillos y sus narices pueden matar a otros seres tan grandes como
ellos. Los humanos son de tamaño ínfimo y con un nazizazo enojadas las hembras
también podían matarlos pero nosotros somos pacifistas. ¡Sólo deseamos comer y
que nos dejen vivir!
Así
comenzó mi vida en una plantación de Thailandia, yo como entonces era muy
chiquita me dejaban estar con mami y un niño jugaba conmigo. ¡Era simpático y
bueno! Me llevaba al río a bañar y chapaleábamos en el barro juntos. Fue muy
divertido hasta que ya más crecida me pusieron una cadena en una de mis patas y
me llevaban a la espesura para arrastras troncos y otras pesadas cargas. De
noche Sarit, mi amigo que tiene como catorce años, viene al pesebre y se sienta
en mi testú y canta en singalés suaves canciones tradicionales. Comemos a
escondidas cañas de azúcar y nos revolcamos un poco en el polvo para recordar
nuestros pactos de la niñez.
¡Me
acabo de escapar de la plantación! Nos compró un hombre blanco y nos golpearon
tanto, que arranqué mi cadena y huí por la espesura hacia el norte. Las lluvias
del monzón van borrando mis huellas. No pararé hasta encontrar una nueva manada
salvaje y regresaré a ser una elefante libre. Así no se puede vivir.
¡Soñaba
demasiado! Anoche me volvió a tomar prisionera un grupo de hombres khmer, y nos
llevan hacia el oeste entre la espesura de la selva. Yo creo que nos llevan a la India. Allí nos van a
vender. ¡Ahora he sufrido lo peor que me pudo pasar...me han serruchado mis
preciosos colmillos...! ¿Cómo podré ayudar sin mis dientes a levantar objetos y
en los partos a otras elefantas? Nunca me sentí tan desgraciada, aunque no lo
crean entre mis duras pestañas hay lágrimas de dolor.
¡Saben que ahora soy diosa! Me vendieron a unos
religiosos que me han pintado con colores todo el cuerpo y me visten con ropas
de seda y oro y cantan frente a mí. Yo no entiendo a los humanos. Me traen
flores para que coma y bananas frescas. Me llenan de pétalos de flores y de
humos de especies... ¡sí que son extraños los hombres! Cantan, bailan, ejecutan
instrumentos ruidosos que me ponen muy nerviosa, pero me acuerdo de mi amigo
Sarit y los trato con mucha paciencia...como él, me trató a mí. La India es un país muy
colorido, lleno de tradiciones y costumbres raras, aquí me veneran en un
hermoso templo. ¡Pero extraño la selva donde nací! De noche vuelvo en sueños a
ser libre, como me gustaría ser matriarca y barritar para que una joven hembra
pueda parir a alguien como yo..., mejor me duermo. Mañana hay un nuevo festival
y debo estar hermosa para estos extraños humanos.
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