FATALIDAD
El hombre es la mueca del
silencio
No sentía ni tu aliento, ni tu pulso. Sólo el fuerte perfume
de diamelas y heliotropos que le dan un sabor frenético a todo tu ser. Penetré
en la oscuridad de la noche donde estallaban como fuegos de artificio los
recuerdos dormidos o escondidos por perversos y obstinados. Tú, la mujer
prohibida. Lejos la verdad de tu vida real. Marqué ávido tu número de teléfono
para escuchar esa voz planetaria y helicoide. Tras el otro aparato, una voz
varonil ya conocida y realmente odiada me dejó perplejo y mudo. Corté la
comunicación, inventando una escusa casi cómica y pueril. ¡Cómo decir que eras
tú a quien yo ansiaba! Tomé la determinación exacta. Me senté a esperarte como
siempre lo hago en el sillón detrás de los moreras amigas. Esperé en silencio.
Soñé contigo y cuando sentí la llave en la puerta elevé el mortal amigo de mi
locura y vomité su plomo devastador en tu frágil figura. Ahora miro perdido en
la noche silenciosa tu bello rostro. Mi sangre fluye con borbotones mágicos
sobre tu piel de seda y nieve. Muero, sí, pero nadie, nadie podrá amarte como
lo hice yo en esta vida. Trato de llegar hasta tu cuerpo inerte y se va
desplegando mi cuerpo inmaterial sobre ti en besos apasionados y me voy yendo y
observo una mueca destemplada en mi antiguo rostro. Una mueca de ira y dolor
por no poder amarte. Silencio. Sólo queda el silencio del jardín nocturno donde
un casal de alondras hacen el amor entre las frondas de los rododendros en
flor.
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