viernes, 22 de julio de 2016

LA JOYA


La joya


                        Rafael era un hombre deslumbrante. Triunfador y muy admirado. Ligia era una mujer moderna y llena de ingenio como para acompañar al empresario exitoso que la urgía en todo momento con infinidad de pequeñas tareas sin importancia aparente pero que eran decisivas en esa extraña maraña de compromisos del compañero. Se habían amado siempre y eso  era verdaderamente insólito entre la gente que compartía sus vidas. En breve tiempo festejarían los veinte años de casados. Ella estaba preparando una inusual fiesta  de incógnito, ya que él no daría su consentimiento para algo tan íntimo.

                        Pensó  a quién debería invitar, tan sólo a los amigos más cercanos y a algunos socios de la empresa que podrían ayudar en la carrera de su esposo. Pensó también en la compañía, que le robaba las mejores horas de su vida. Pero ellos estaban acostumbrados a un ritmo de vida difícil de abandonar. Lo organizó todo, hasta el más insignificante  detalle. Todo debía estar perfecto. Así previó su ropa de una elegancia y sobriedad intensa. La casa radiante, el menú espléndido y ajustado a los gustos más refinados. Así llegó la noche  prevista y comenzó a llegar el puñado de elegidos. Socialmente era "la fiesta del año". Rafael quedó muy sorprendido pero en su interior encantado de mostrar sus victorias  y la belleza de su mujer.

                        Todo se desarrollaba como estaba previsto, ajustado y magnífico. A Ligia lo que le había sorprendido era un pequeño e insignificante detalle: él no la había sorprendido con ningún regalo. Ya vería por qué, él nunca olvidaba esas minucias.

                        La mesa en el inmenso comedor resplandecía y  todos disfrutaban con una charla sosegada y gratificante. De pronto Rafael alzó su copa  y pidió un minuto de atención: quería agradecer a esa esposa fiel y bella que lo elevaba como hombre y que iluminaba su vida. Algunas miradas se detuvieron en un pequeño objeto que él, le ponía entre sus cálidas manos. Bebieron el champagne mientras ella abría ese estuche de terciopelo  azul. Allí brilló el collar de  rubíes y brillantes que en cascada caían en el suave cuello de Ligia quien aceptaba que Rafael le colocara frente a todos. Nuevas miradas se entrecruzaban: admiración, envidia, codicia, indiferencia y rabia generaron una atmósfera extraña y nebulosa entre los comensales. Igualmente brindaron y continuaron ese espectáculo teatral donde se notaba la falta de franqueza. Él dedicó  a su amada cada instante de la noche su admiración y pasión. Envidia  y  desagrado en las mujeres sabedoras que no eran las elegidas del amor. Sorna y desprecio en los hombres sínicos y viciosos.

                        Uno de los socios los invitó a chartear un avión y viajar por el mundo. Iván Abryskovich, el gerente de la sociedad "Kiev & Cia." empresa  moscovita con una mesurada complacencia  les entregó los pasajes para ir a  Moscú en breve. Algunos rieron ostentosamente pues con los cambios habidos, en ese enorme país no estaban preparados para disfrutar  un viaje así. Ligia sorprendida por la falta de delicadeza de sus amigos, comenzó una amena charla alabando las magníficas y auténticas reliquias que pertenecían al inexplorado país por los ingratos americanos. Comenzaron los comentarios sobre la economía, se habló de la bolsa y analizaron  inversiones y negocios de de ese nuevo mundo después de la caída del "muro" y así se arruinó su hermosa noche. Ligia quería algo diferente.

            Partieron en tiempo oportuno para que ellos quedaran tranquilos a disfrutar su amor.
          Llegó el momento de partir a Moscú en un tiempo de clima  algo cálido y llegaron al mágico país estepario. Una noche en que tenían dispuesto ir al teatro Bolchoy, para disfrutar de "Giselle" y luego de prepararse como para una ceremonia religiosa y secreta; un jovencito tocó a la puerta y le entregó a Rafael un sobre  que llevaba su nombre. No tenía ninguna seña que permitiera saber de quién provenía, pero era evidente que por la caligrafía  y el tipo de sobre era de un compatriota o amigo que seguramente quería hacerles alguna chanza. Adentro había un billete para un palco, el nº 20 del 1º piso, donde se podía apreciar mejor el espectáculo. Rafael con su estupendo esmoquin y Ligia con un traje de "Armani" de terciopelo negro eran una pareja elegante y sobria. El formidable collar brillaba con un portentoso goce estelar. Llegaron con tiempo suficiente para disfrutar observando ese mundo seductor del viejo teatro. Miraron a la estrafalaria gente que se movilizaba por pasillos y balcones y que los rodeaba casi indiferente, buscando a quién pudo mandar el billete, pero no conocían a nadie. Giselle loca bailaba y moría en brazos de su amor. Aplausos. Vítores. Desde un palco cercano una anciana curiosa miraba con su largavista. Vio a esa joven pareja de extranjeros tan diferentes en el vestir  y que  quietos, no aplaudían. Notó unas manos enguantadas que se deslizaban sobre el respaldo de terciopelo rojo del asiento de la mujer. Siguió con su mirada curiosa otros palcos  ya casi indiferente. El teatro fue quedando vacío.

                        Los jóvenes acomodadores ya se estaban retirando, pero inquietos esperaron que esa extraña pareja se alejara, pero no se movían. El guía de los empleados  ingresó al palco nº20. Allí estaban ambos con un filoso puñal clavado en el corazón, cuya empuñadura desde el respaldo  de la silla sostenía sus cuerpos yertos. La policía actuó rápidamente. ¡Ah, nunca encontraron el collar de Ligia!

 

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