lunes, 24 de abril de 2017

LIRIOS CON SABOR A ESPERA

                        Tal vez vuelva a buscarte, me dijo, y ese "tal vez" me sonó a un badajo golpeando un bronce de cenizas. Me besó apasionadamente. Dejó el sabor dulce de lo transgredido en mi piel aún joven. Me volví sobre mis pies que parecían de plomo y observé la calle desierta. Allá al final de la calle entre los adoquines grises, grises como el presagio de un regreso casi imposible, me pareció ver la imagen de un animal agazapado. Era la muerte, seguramente, que vendría a ver los resultados de su nueva conquista. Salí caminando lentamente por la orilla de la calle y me interné entre los pasadizos de piedra, que se integraban al río. Allí evitaría el rudo trepidar de los cañones. Abajo, desde mi escondite en los refugios, vi la figura de ese hombre, que con su uniforme de soldado partía hacia la frontera con el batallón de zapadores. Lo amé igual y a pesar de las miserias que nos sobrevendrían. Su largo capote gris se diluía en la tarde y su cabello que había besado muchas veces en noches de pasión, se arremolinaba en su guerrera con la brisa del agua brava que se despeñaba entre las piedras. Nunca más lo volví a ver. En mis brazos hamaco el regalo del amor. Pequeño que llegó en el verano cuando ya el fuego de metralla había callado. Ya no acuso al amor o a la distancia. Llevo las manos brotadas de lirios.



OTOÑO EN MENDOZA, MI CABAÑA EN LA MONTAÑA



SIN PALABRAS... EL COLOR DE OTOÑO ES SUEÑOS, POESÍA Y AMOR.

EN LA CALLE

Mordisqueó hipando un trozo de pizza helada y mugrienta que encontró en un cesto. Le supo a asconausea, color verdoso. ¡ Otra vez la calle ! ¡ El horror y el miedo ! Sollozó en silencio recordando los cartones viejos, los papeles de diario y el frío. Al " Nuria "...lo habían encontrado muerto en un oscuro zaguán de un cuchitril abandonado. ¡Tenía tres cuchilladas y estaba atado con un alambre...había mucha sangre y su protector- madre, allí había quedado como lo que era un pobre tipo de la calle. Era hermoso...o mejor dicho era bella con su faldita de seda roja y las medias de malla y los tacos altos y ese cabello rubio, casi platinado, que le caía sobre la espalda. Era su padre- amiga. La recogió de un baño de la estación Retiro, una noche de tormenta cuando tenía aproximadamente siete...ocho años. Ella se había refugiado allí y escondida la vio entrar con su pelo suelto y sus ojos grandes de color oscuro. Después supo que era un chico. Mucho después que le enseño a usar el baño, a comer con plato y cubiertos y tantas otras cosas lindas. Un día le compró una muñeca. Otro le compró unos libros y un cuaderno y un lápiz y empezó con las letras. Con los deditos supo sumar y restar por la Nuria-Gustavo, que le traía comida y le daba la leche tibiecita en las mañanas frías.
                        Se escondió como pudo en un recodo de una galería. Si la encontraba la cana...o algún tipo de "esos", seguro que no tendría escapatoria para tantas cosas que había visto cuando huyó de su madre.¡ Pobre loca !. ¿Dónde estaría esa infeliz que le pegaba tanto?. Volvió a llorar por su suerte. Por su amiga-hermano muerto, lloró y, se tendió entre unos papeles.

                        Al comenzar el trajinar de la calle se irguió y comenzó a frotarse con las manos llenas de "smog", como le enseñó el Turquito cuando pequeña, para que no se dieran cuenta que era hembra. Se acomodó mal la ropa y comenzó una larga caminata por las calles frías e indiferentes al dolor de una niña...de la calle. ¿ Por qué a ella ?. Vio pasar chicos con guardapolvos y uniformes. Ella era una "mal parida"..., una lágrima larga comenzó a deslizarse por su mejilla sucia. Llegó otra noche y se metió en el hueco entre dos edificios en construcción. Allí sintió los gritos de otros desamparados que se llevaban "Ellos" o los "Otros", todos de temer. Comenzó a deambular hacia Retiro. Entró en el baño y encontró un rato de alivio. La sacó una mujer que se sentía dueña. Casi escapó corriendo. Terror, dolor, frío, hambre. Otra vez la calle. Se acurrucó en un pórtico y casi en la mano se encontró sin darse cuenta con la solución al problema. Un trozo de vidrio afilado y brillante. Se abrió una a una las venas de arriba abajo por sus lánguidos brazos de chica quinceañera. Pasó el " Jésica " contorneándose en sus altos tacones y vio el cuerpo herido y comenzó a chillidos pidiendo ayuda. Llegó una ambulancia y cuando la llevaban notó que aparecía tras el vidrio, la cara de Nuria, de Karla, de Yesenia, que sonrientes le daban su vestido de quince: de seda y encaje rosa, sus zapatos de tacos y tomandóle las manos comenzaron a danzar un vals .

DESPEDIDA

Parada allí sola, mirando los adoquines de la calle,
grises y maltratados..como los hombres tristes ,
que los labraron en piedra.
Parada allí entre el cordón pétreo que talló el picapedrero,
y la basura.
Y las tapas de hierro, fundiendo el rencor ,
de la violencia; que llevan a las oscuras
entrañas de las calles,
los desagües.
¡Espíritu de armas requisadas, que fueron la entrada
a algún infierno!
¡Y hoy son excusa de la vergüenza!
Calles  de mi ciudad perdida,
algunas bellas,
otras , como argumentos de la muerte.
Parada allí entre las bambalinas,
de un ballet del Colón,
o de un café de espejos biselados,
donde duermen los duendes,
y en la noche, un gallego,
con un mantel doblado en la cintura,
lava el damero triste de tus pisos,
ajedrez de embusteros y aventuras.

Parada allí  en el micro...
mientras leo a "Manucho",
y me observa la gente,curiosa,
indiferente, porque lloro o me río.
Doblamos en la esquina triste
y de repente...encuentro el "obelisco",
encuentro muchedumbres, mudas,
apasionadas, algo dementes.
Loca, parada allí me quedo,
buscando en el recuerdo :...
la ternura,
de tus calles hermosas, de tus jardines,
y de la espléndida música...¡ tus tangos !.
¡ Adiós ciudad de Buenos Aires !.
Me despido.

Comienzo a transitar por otras calles.

CAFÉ LITERARIO EN MENDOZA



¡CUÁNTO EXTRAÑAMOS NUESTROS CAFÉS LITERARIOS! PRONTO VOLVERÁN.

CUENTO DE TRENES Y OTRAS COSAS

   COMPRA VENTA... UNA GANGA.


            La ciudad cabecea con un calor fastidioso, rumor de tormenta para algunos, descanso para otros. Viento zonda en altura que desencaja y trastorna la mente. Toda la población mirando al este o a la montaña buscando una señal de alivio. Las calles empedradas o las de tierra van recibiendo de mujeres y de chicos agua gredosa de las acequias, que dejan al secarse, polvo volátil como talco.
             Hay un calor pegajoso y seco que molesta. Don Florencio saca del solar trasero la carretela con "Emperador", que sudará con el trotecito bajo la canícula. No queda lejos el corralón de los amigos, necesita muchas cosas y a pesar de la hora, recorre la calle del zanjón. Viaja tranquilo. El portón siempre cerrado no impide que con sus fuertes manos de trabajador hagan un llamado como toda vez cuando necesita mercadería. Espera un rato y vuelve a golpear pero nadie aparece. ¡Qué extraño! Envuelve el lugar un silencio como de siesta, pero son las nueve de la noche, él no tiene reloj, lujo de señoritos bien, sólo se acomoda con las campanas de iglesias o conventos de la ciudad que aun recuerdan la colonia. Vuelve a insistir y aparece la voz de Fortunato, que casi guturalmente contesta que vuelva mañana. ¡Extraño! Ellos tan atentos, tan educados, charlatanes y jaraneros. -Será el calor, habrán tomado cerveza y les ha hecho mal.- piensa.
            Son tres viejos solos en ese caserón lleno de carbón, herramientas, leña, hierro, forraje, maíz, cebada y mil cosas más para vender, simples gangas, baratijas, nunca una mujer para alegrarles la vida. Don Florencio contrariado regresa por donde vino refunfuñando contra los gringos que le hacen perder el tiempo.
            Llega a su caserón de adobes y ya en la vereda se trenza con su vecina en una charla comadrera.
            - Vio, don Florencio, ayer desapareció el contador de la Bodega El Progreso, dicen que salió como a la siesta de la oficina y luego de ir a uno o dos lugares de Las Heras y Maipú, nadie lo ha vuelto a ver. La familia pagaría por saber algo.- la cara de Dominga tiene un aire de intriga y avaricia. Si ella supiera algo, podría ganarse unos buenos pesos, mal no le vendrían. Lava ropa para gente de todo tipo y camina de una punta a otra de la ciudad. Conoce a todos y casi todos la conocen.
            - ¡Parece que hay fantasma en esta ciudad, últimamente, doña, si no me equivoco, desde... hace dos años han desaparecido como cuatro o cinco personas sin dejar rastros...! - dice perplejo el hombre mientras se rasca el cuello y la cabeza.-¿Se acuerda del ingeniero alemán que había venido a “construir” el dique? Nunca se supo nada.-
            - Ese, dicen que se escapó a Chile con la hija del coronel Pereda, y se llevaron como doscientos mil pesos de la obra. Así escuché en las casas.
            - ¡Qué quiere que le diga, yo no lo creo, la chica dicen que se metió en las Carmelitas en Córdoba y que allá la van a ver los parientes!-  chismerío de mujeres. Por la mañana tiene que regresar al boliche de los solterones. -Me voy doña. Hasta pronto.
            Las calles dormilonas tienen en suspenso el tiempo y el polvo que vibra entre pasiones y amores. Las acequias traen algo de frescura a los árboles mustios y caballos que beben entre charla y charla de sus dueños. La ciudad comienza a murmurar. Algo raro pasa. Ya no sólo se habla del ingeniero, ha desaparecido el doctor Filomeno Uliarte, un médico con experiencia traída de Europa. También el candidato del partido liberal, Don Goyo Echenberrieta, otro que al partir  se llevó como cicuenta mil pesos del partido y ni hablar de Estanislao Telesky, el topógrafo del ferrocarril –¡Ese dicen que aparte de llevarse como ochocientos mil pesos, se llevó un Ford nuevito, recién llegado de los Estados Unidos en un vapor moderno a Chile! La gente comenta y saca conclusiones. ¡Algo pasa en este pueblo tranquilo!
            - Señor Comisario, necesito hablar con Usted. - la mujer insignificante se refriega las manos en su carterita vieja y deslucida.
            -¿Nombre  y datos de filiación? Agente tome los datos.
            - Me llamo Josefa Aureliana Pérez, soy nacida en Jocolí en mil novecientos veinte. Viuda. Empleada en casa de una maestra de la Compañía de María de ciudad. Se llama Clara Molina. ¿Algo más? No, no tengo documentos.
            - ¡Señora estoy muy ocupado! -dice con desdén el policía, casi sin ponerle atención a la pobre desgraciada. Y ordena a un ayudante para que la escuche.
            - Mire señor, yo vivo en la parte de atrás del corralón, allá en la Cieneguita, ¿conoce, me imagino? Bueno yo he sentido varias veces gritos pidiendo ayuda, a través de la pared, pero no me animo a asomarme. Después escucho ruidos de todo tipo y finalmente un silencio total, ni perros que ladren.- dice con mirada asustada.
            - ¡Bueno señora, no se inquiete yo le tomo la declaración y usted me deja su dirección y mañana o pasado la vamos a visitar!- rápidamente y torpe toma algunos datos como para tranquilizar a la humilde mujer... pero interiormente piensa que es otra vieja entrometida que fisgonea a los vecinos. Ya iría él a ver de todos modos.
            Una tormenta se desgarra sobre la población, estremecen los truenos y parece que el cielo cae en gruesos trozos de mampostería líquida. Un olor acre a tierra y podredumbre sale de las acequias en las zonas que comienzan a inundarse. En el corralón tres hombres tranquilamente sentados comen un trozo de pierna de cordero que un vecino y cliente les ha traído del sur. Charlan animados, cuando ven aparecer por el portón entreabierto a don Florencio con su carro.
             La charla entre los hermanos se alarga y entre chanzas y risotadas se pasa el núcleo del temporal. Cuando se separan los hombres silenciosos, van a sus camastros en un profundo silencio. Cada uno pensando sus propias cuitas.
            ¡Don Florencio y su carretela nunca regresa con las compras! La familia comienza la búsqueda incesante. El enigma es pavoroso.
            A los pocos días, el cabo Fermín Segura sale rumbo a la Cieneguita para constatar la denuncia de doña Josefa Aureliana Pérez, la modesta mujer. Él sabe que no encontrará nada. Igual hay que cumplir con su trabajo.
            ¡Extrañamente, él tampoco retorna y su cuerpo no se encuentra en los sucesivos rastrillajes que hacen en zanjones y descampados sus compañeros!
            La policía está nerviosa. El comisario recibe permanentemente pedidos de familiares de los desaparecidos y de los correligionarios del político. Deben buscar una salida a ese atolladero. Llama a los ayudantes y comienzan a buscar pistas. Un detalle se les ha escapado... ¿Cuál?
            - ¿Adónde dijo que iba el cabo, jefe?...- se miran curiosos. ¿No tenía que constatar una denuncia en un barrio de Las Heras? De un salto suben al flamante automóvil que ha entregado Don Pascual Aguirre, el señor Ministro de seguridad. La polvareda señala la ruta que han seguido los hombres de la ley.
             Se presentan en la pobre casa de la denunciante. Nadie contesta, un olor nauseabundo delata un cadáver en descomposición. Cuando ingresan a la miserable habitación el horrendo cuadro los hace retroceder. Un montón de ratas y alimañas se están peleando por el despojo de un ser humano... ¡Es lamentable pero han llegado tarde!
            Comienzan a revisar el cuartucho y sólo encuentran diarios viejos con los artículos donde se leen las noticias de las desapariciones. Nada nuevo. El cabo principal Onofre Miranda observa algo que le atrae la atención. Una pala nueva sin más uso que pelos y sangre seca, un azadón lustroso, nunca usado... sólo con rastros de sangre y tierra... y una horquilla tan nueva, como los anteriores objetos, con señales de masa encefálica, sangre y pelos... y allí presiente que está la clave.
            Muestra al jefe las piezas. - ¡Don Melitón, compadre, no le llama la atención tanta lindura, para matar a esta vieja? Todo tan nuevito y sin marcas... ¿Quién tiene por acá plata como para comprar herramientas y dejarlas tiradas por ahí?
            - ¡Che Onofre, no me había dado cuenta..., pero tenés razón, compadre, todo esto me da mala espina! - se siente más tranquilo desde que ha llegado un médico del hospital San Antonio y se han llevado el cadáver. Comienzan a pensar y de repente los dos  gritan a dúo: " Los del corralón"... y salen como disparando para entrar por la otra cara de la manzana. Enfrentan el enorme portón y al grito de “Policía"... Escuchan un disparo. Ingresan y encuentran a Juliano el más viejo de los Leonello con un disparo en la sien. Siguen hacia las habitaciones donde una discusión proyecta palabras en un dialecto que ninguno reconoce. Sale Vicente Leonello con una cara tranquila y seria... -¿Parece que no se respeta el luto de la gente? y se agacha al lado del hermano muerto. Sale Fortunato Leonello con una mirada extraviada y sudor  que le moja la camisa manchada con la sangre aun fresca. Se sienta y deja caer un revolver sobre una mesa destartalada.
            - ¿Dónde están los otros?- el comisario arriesga por las dudas... ¡Ya no pueden ocultar más las cosas!- en realidad no sabe de qué habla pero su experiencia le hace decir con seguridad las palabras.- Cabos registren el lugar...- Da la orden sin titubear. Los hombres salen a buscar sin saber qué. De pronto un grito desde la caballeriza...
            - ¡Jefe acá hay mucha tierra removida!- corren. Todos se agolpan en ese amplio espacio. Alguien alcanza una pala otro un pico, de las herramientas que están allí a mano, comienzan a cavar y sale entre la tierra una mano conocida... la mano de Fermín Segura... el pobre policía que fue allá a ver y a  investigar... luego van apareciendo uno a uno otros cuerpos y otros rostros. Hasta “Emperador”, y el mateo abandonado llora su muerte entre paja y polvo.  El gran misterio sería saber ¿por qué? Y al mirar hacia los hombres  sentados impávidos y serios, ven en sus rostros descompuestos por la furia que se desplaza una luz de " avaricia"... ¡Tan sólo fue por " Dinero"!


CUENTO SUPER CORTO

La pequeña Lorena estaba apoyada en la balaustrada del  jardín con su blanco rostro cerúleo con su leucemia que avanzaba como una artera asaltante de alegrías y esperanzas juveniles. Descalza sobre el prado, junto a la fuente que con su cascada  atrevida de frescura y los trinos gozosos de aves que se acercaban a sus pálidas manos donde reposaban semillas milagrosas de fiesta en primavera, se apoyó y observó su cabello, en realidad el reflejo de su cabeza calva le devolvió su realidad. ¡Había perdido su preciosa cabellera color rojiza y de suaves hondas! La quimioterapia  se adueña de las más profundas posesiones celulares y...mata. Yo la miraba desde mi escritorio y me deshacía en lágrimas y dolor pero apenas elevó su mirada, yo sonriendo escondí mi amargura y la llamé para que regresara y jugáramos una partida de ajedrez.
            Ese invierno fue cruel por lo frío y ladrón. Ella partió y aunque acepto la terrible prueba...

                                   "Desde aquel día, no he movido las piezas del tablero", es como si ella a través del tiempo siguiera jugando conmigo. Tal vez ella es un espíritu libre que juega entre las sombras y yo no la pueda ver.

CUENTOS PARA CHICOS Y NO TAN CHICOS

 EL HIJO DE LA VEJEZ.

                                      Leyenda mendocina. Cuento infantil.

Los viejos habían subido hasta el corazón mismo del cerro. El frío dejaba azuladas y secas sus manos apenas cubiertas por piel de mará. Los golpeaba el viento. Pero el sacerdote - brujo, les había exigido eso. Ya Mismiya cumpliría ese verano treinta años. Ya era casi imposible tener un hijo. Los dioses se lo negaban y las ofrendas año tras año eran más difíciles. Caminaron en círculo alrededor de un nido abandonado de cóndor. El gran Padre de las Montañas. Luego derramaron aloja y chicha. Armaron altares de piedra que adornaron con hojas de coca y churqui. Acomodaron entre las piedras una ofrenda con la imagen de un niño con vestidos hechos con lana de alpaca. ¡Su pariente había viajado catorce jornadas hacia el norte buscando la lana tan codiciada por los dioses ¡  
            Cantaron a voz en cuello los cánticos antiguos. Lloraron sobre el nido y dejaron sus trenzas en él. Pasaron cada día y cada noche con la esperanza de regresar y concebir al hijo.
                        El retorno fue duro. La rocas afiladas rompían el cuero de sus ojotas. Sus pies sangraban e iban marcando un pequeño camino entre los pajonales. Eran Huarpes. Su grupo estaba muy separado de los grandes centros habitados por la gente Mapuche y Arauca. Tenían su pequeña tierra trabajada en terrazas con maíz y papas. Un corral con diez guanacos servían para trasquilar lana y tener leche. La carne era muy valiosa y la charqueaban para los largos inviernos del Cuyun. Llegaron a su casa de piedra y paja. El techo había volado y debieron `acoyararse´,  entre unos algarrobos hasta la mañana siguiente.  Kiskpe trajo de los cerros unas marás que se apretaban en una talega de fibras vegetales. Las ubicó en una hoya de piedra para que no escaparan. Tendrían comida por un tiempo. La primavera llegó y Mismiya supo que los dioses se habían apiadado de ellos. Estaba embarazada. La vida fue un canto de cajas y yaravíes. De música interior y amor.
                        El pequeño Mijotenok llegó en otoño. Era un niño moreno con cabello fuerte y ojos oscuros como la noche. Lloró como sus padres a pulmón. Pero sus progenitores lloraban de felicidad. Él lloraba para comer, para llamar la atención y para todo. En la pequeña casa nadie podía dormir. Cada día uno de sus papás debía dedicarse sólo a cuidarlo. El temor que los demonios entraran y se los arrebatara era increíble. Los vecinos reían al ver su desesperación ante el menor signo de dolor. Así fue creciendo...caprichoso, egoísta y remolón. Nadie sospechaba que tendría un extraño destino.

                        Las estrellas de su nacimiento estaban marcadas en un cuero de chinchillón, que Kiskpe, su adorador incondicional, había trabajado con sus muelas hasta dejar finito como un ala de mariposa. Pero ninguno advirtió tampoco que el día que había sido concebido la diosa Luna había tapado al dios Sol. Inti, la madre Tierra seguro pudo evitar ese maleficio, pero los dioses necesitan cumplir sus mandatos superiores.
 ¡ Así, con ese futuro siguió creciendo !
                        Pasaron varios años. Mijotenok, era travieso y hasta malicioso. Gustaba de mortificar animales y personas. Los niños evitaban jugar con él. Sus padres sentían que era por la belleza de su hijo. No entendían que el muchacho hacía cosas perversas. El amor les impedía aceptar el consejo de los ancianos. Ellos advertían la mala intención de los juegos y tareas del jovencito. Un día que su madre no le hizo una comida de su gusto tomó un palo y le golpeó la espalda. La mujer lloró pero se inculpó frente al padre. Éste callado miró con pena pero no se animó a castigar al hijo. Nunca quiso ayudar en la tarea de plantar y cosechar. Tampoco quería servir a su padre en labores de pesca o caza; ni en la recolección de semilla de algarroba, ni de miel.
                        Salía a vagabundear solitario rompiendo nidos y madrigueras. Matando pájaros o pequeñas bestias. Disfrutaba ver desangrada a las ranas y lagartijas.
                        Los padres, ya ancianos, veían que su Mijotenok era un ser despreciable a los ojos de la tribu. Nadie lo quería y todos lo evitaban. Arreciaban los palos con la fragilidad del padre y la madre, que ya no servían como antes al hombre. Astuto y maligno, los dejaba pasar frío, sed y hambre. Así, primero partió Mismiya, una tarde de frío invierno. Como pudo Kiskpe la llevó envuelta en la mejor manta de pelo de llama que aún tenía. La cubrió de piedras como era su costumbre y al regresar encontró su casa abandonada y revuelta. Mijotenok había sacado lo poco de valor que tenían y se había marchado. Muy pronto los dioses se acordaron de Kiskpe. Un grupito de vecinos lo envolvió y lo dejó junto a su buena compañera. Un paño de dolor y silencio envolvió al grupo. Nadie preguntó por el hijo.
                        En verano regresó Mijotenok, y encontró la casa vacía y desprovista. Comenzó a golpear a los hombres y mujeres que se cruzaban silenciosos por su camino. Borracho, la chicha lo había convertido en un demonio. Gritaba y maldecía. Nadie respondía a su grosería. Así entre borrachera y borrachera, su cuerpo débil, comenzó a sufrir alucinaciones. Veía a sus padres por todos lados. Corría por las veredas de los cerros vociferando. Trataba de alejar las visiones. Solo, estaba muy solo. Una mañana de primavera cayó en un precipicio a la vista de algunos hombres del caserío. De su cuerpo yerto salió como despegándose de entre sus brazos una enorme ave negra.
Así nació en estas tierras el "jote", ave de rapiña que sólo come carroña.


BÚSCAME

Te abordaré en la calle de mi mundo pequeño.
En la fuente tranquila.
En el lecho de polen y pétalos de seda.
Agregaré el néctar de mi tristeza casi, casi dormida.
Seré como un pájaro con aroma de pino y suave madreselva.
Llegaré a acunarte con voces de violines,  de arpas, de celestas.
Desgrana mi fruto, mi fragancia y mis sueños.
Encuéntrame allí dentro... adentro de un poema.
Tal vez en otra esfera acomodaré los sueños al chispazo de la vida.
Recitaré un poema de Neruda o de la dulce Olga Orozco,
y sonarán campanas en ritmo de violines. 
En un arrebato de oropeles brillaré en la oscura sombra del olvido
o cantarán los coros la canción libertaria de "Va pensiero"
y una nube de ángeles apresten los clarines para que surja 
ese grito distante de las palabras bellas, de las rimas 
otorgando el descanso al caminante 
al que pasa indiferente junto a mí
en la calle de mi mundo pequeño.


MENDOZA EN OTOÑO, MI RINCÓN DE SUEÑOS, MI CASA


OTOÑO ES COLOR, EL ROJO SE MEZCLA CON EL AMARILLO, OCRES Y VERDES. ATRÁS LAS MONTAÑAS , YA CON NIEVE.


COSECHANDO SETAS COMESTIBLES EN EL JARDÍN CON UN PERFUME EXQUISITO Y UN SABOR INCREÍBLE.

LOS COLORES SON LA PALETA DE UN PINTOR MÁGICO QUE VA TRANSFORMANDO EL VERDE EN MIL TONOS DE ROJOS, AMARILLOS Y OCRES.

A MENDOZA

Camino, en un destino involuntario,
apenas sol ,apenas hálito de vida,
y queda atrás , en la esperanza,
un Mendoza, de verdes y calurosos días.

¡Llenándome ...el quizás, tal vez, mañana...
de acequias rumorosas y sombrías!
Los álamos, frutales y viñedos, verdes, esmeraldinos,
y   un perfume dulzón de mosto y de duraznos...,
y una vendimia  ansiada, y el odiado granizo.
¡Mendoza , terruño amado, a todo eso,
y a tus colores , yo aspiro !


¡Por ti ,Mendoza, yo ansío, escuchar,
en el crepúsculo  voces de tu gente bravía!

¡Escucha!  Oasis mío. Estoy viva y quiero,
gritar mi fe, en ti , y someterme, al silencio de tu suelo.
Para abrasada, a un rugoso y gris olivo,
inmolada en su fuego, volver , en su fruto gris-verdoso,
victoriosa. Ser única, indescriptible, como un profeta.

Mendoza, luchadora, amiga altiva.
Quiero participar de tu destino.
¡Déjame vivir   tu verde suelo,
hecho de espaldas gachas, de manos duras,
de campesinos pobres y esperanzados!
Soy parte de tus raíces.
Mendoza  amiga, no rechaces mi mano,
que beberé tus cálices con vino,
que cantaré tus vientos infernales,
y volveré a buscar entre tus  viñas...

la esencia de mi ser,de mendocina.

jueves, 20 de abril de 2017

CUENTO DE TRENES Y OTRAS COSAS

Me duelen las manos. También la espalda. Hace una larga semana que trabajo sin descanso para cumplirle. Quiero pero no puedo. Sí, quiero completar todo el pedido que recibió Joaquín de esa gente. Es una nueva casa de comida, hotel, casino y albergue. Es nueva y única. La construyeron en la ladera Este. Es muy linda. Está construida en una zona hermosa de la región. La más bella. Tiene un sabor salvaje. Esa tierra húmeda, la fina llovizna de unas nubes que como velo de novia se deposita o se apoya en las largas columnas de pinos, arrayanes y piceas. Es un regalo fortuito que regala el amanecer de los días de otoño. El sol está cansado de moverse por el bosque como novio enamorado de los duendes del pinar. ¡El olor a resina y polen! Las cabañas son hermosas, las comenzaron a construir en primavera, el mismo día de nuestro encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el sendero buscando setas frescas. ¡Nos encantan “revueltas con cebolla finamente picada en juliana, huevos y queso parmesano, con una pizca de sal y pimienta, una cucharada de salsa inglesa y vino jerez”! Bien, como decía, me movía por esos rincones que conozco desde pequeña, esos que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando cuentos, recetas y recuerdos. Bueno, iba por allí y nos encontramos. Parecía un astronauta recién aterrizado de un planeta lejano. Era como de otra galaxia. Fresco, alegre y vivo. Sí, como mi bosque de cuento. Me gustó, así rápidamente, con su sencilla forma de pedirme la receta de los hongos. Aparte, desconfiado, creyó que eran venenosos. Yo le gusté, seguro, porque me comenzó a contar su vida.  Parecía como si me conociera de toda la vida. Me senté en un tronco caído, junto a un árbol lleno de pájaros. La madera podrida en parte, albergaba un sin fin de pequeños seres vivos como su vital risa contagiosa. Su mirada clara se movía, deslizándose por mi rostro, que sudoroso y sucio, aparentaba no haberlo lavado en meses. Los pinos, piceas, abetos y abedules, eran el marco perfecto a ese encuentro informal y romántico.
                        Casi me olvidé para qué había venido al bosque. Si él, no mira el reloj y da un salto, seguimos hablando en el crepúsculo que le había puesto una mortaja violeta a los rayos rojizos del sol. Joaquín se despidió, me ayudó a trepar a mi bicicleta y partí. Cuando llegué a casa me encontré en la penumbra más cerrada, corrí con la mitad de hongos acostumbrado. Llegué a la cabaña y caí sólida en el banco rústico de mi pequeña cocina. Pensé cómo haría una cena sin la cantidad de setas frecuentes y decidí hacerlas en la receta del abuelo:”con miga de pan mojada en leche, salsa blanca o bechamel, perejil y ajíes rojos y verdes. Así armé un budín que mezclado con dos huevos y nuez moscada”, alcanzó para los cuatro. Papá quedó feliz, cuando le conté que había conocido a Joaquín, el muchacho del bosque, pues lo trató en el pueblo y conversó mucho. Le pareció muy simpático y además era alfarero. Papá dice siempre que hay oficios santos: carpintero, alfarero, boticario y labrador. No quiere a los carteros, tal vez porque un cartero siempre le trajo las noticias tristes. Mamá en cambio es más desconfiada. Casi no habló. Mi casa es la típica casa de campo con olor a fogón caliente, levadura, ajo y vino. El abuelo nos enseñó a hacer el pan. Él guardaba un trocito de masa para levar y se levantaba a la madrugada para hornear. Cuando estaba todo listo se acostaba y al comenzar el día con un enorme tazón de leche tibia recién ordeñada de Chichí, la vaca, comíamos una rebanada de pan caliente con manteca que mamá batía a mano en un bol y dulce de grosellas que hago todos los años. ¡Qué rico era desayunar así, con el amor del abuelo! Hoy lo recuerdo y se me hace un nudo acá, justo aquí en la garganta. Bien sucedió que a los dos días sentí el ruido de un motor por el camino de casa. Era Joaquín que me invitaba a trabajar con él. La camioneta destartalada y muy ruidosa se escuchaba de lejos. Atrás traía un horno para cocer cerámica y un sin fin de moldes de yeso y herramientas. Me entusiasmó su seguridad. Sus ganas. El dueño del complejo hotelero le había encargado toda la vajilla especial con sabor, color y forma de nuestro rincón lejano. Me intrigó su exaltación y sus sueños. Era muy creativo. El perfume ácido de la arcilla me entraba a los pulmones como una saeta inesperada. Acepté. Yo nunca había hecho alfarería. Pero como amo cocinar imaginé que era como hacer un pastel de berenjenas. Ese que me enseñó el abuelo. “Se pelan cinco berenjenas medianas y se hierven con sal. En una sartén se re fritan en aceite de oliva con dos dientes de ajo; los dos tomates picados en daditos, dos cebollas en juliana, dos pimientos y un puñado de hongos recién cosechados que se filetean. Se pisan con un tenedor las berenjenas ya blandas y se agrega el  menjunje, con pan rallado, una tasa de queso rayado, dos huevos y mucho perejil. Se hornea veinte minutos y ¡paf!: un pastel para re-chuparse los dedos. Si las berenjenas son algo amargas se le agrega a la pasta una cucharadita de azúcar”. Así era hacer todos esos recipientes de arcilla. Con un gran amor y buen gusto. Yo le agrego además los gnomos del bosque pintados y hasta los muérdagos y ardillas. Cada pequeño plato, escudilla, taza, fuente, tiene un pedacito de mi bosque. Es su espíritu ingenuo y personal, el que creó la chispa de este mundo mágico que hemos hecho juntos. Creo que me he enamorado de Joaquín y él de mí. Estoy cansada pero tengo que hornear todas las piezas en bizcocho de arcilla. Las pintaremos juntos y cuando amanezca y cuando inauguren la casa de la colina, cada persona se asomará un instante a nuestro mundo.
                        Realmente me falta esa chispa para encenderle a cada jarra una señal con el fuego de la creación aderezándole un pequeño trozo de monte perfumado de bellotas y musgo. Debo recuperarme. Joaquín duerme junto al horno un rato esperando el pequeño milagro de amor cotidiano. Mis manos lloran arcilla y falta una buena parte de los platos y adornos para terminar la tarea. Anoche, antes de quedarse dormido, Joaquín me dijo que estaremos juntos para toda la vida y me dio el anillo de boda de su madre. El amor ha llegado a mi vida en forma inesperada. Estoy conciente que es extraña la forma de nuestra relación pero espero. Mañana será un festival de sueños cumplidos. Toda la vajilla terminada, la inauguración de la posada de la montaña y el anuncio de mi boda.


                                                              

CUENTO CORTO

Hoy se armó en casa. Carlota así como así, largó la célebre frase del tenista argentino Guillermo Vilas: “ El césped es para las vacas”. Estábamos desayunando y despiertos desde las cuatro y veinticinco, para ver el partido en Berlín, entre Ghana y Holanda. Papá tenía unas ojeras que parecían las cortinas del teatro Independencia y Lucas enrojecía todo el partido con sus córneas rubicundas por los rayos catódicos. Mi corazón estaba dando su quinta vuelta olímpica a la cancha de Berlín porque si Holanda le ganaba a Ghana, podíamos perder el campeonato. Carlota nos miró con desprecio y pronunció otra de sus macabras palabras. “Son verdaderos idiotas”. Todavía no comprendo cómo papá no le sacudió un tortazo. ¡Se lo merecía!
                        Llegó mamá con su décimo termo de agua para el mate. Sacó unas galletitas y las puso sobre la mesa. Automáticamente comenzamos a engullir sin mirar si tenían arsénico o naftalina. El penal nos puso de pie. A cada movimiento de los jugadores, nos movíamos como títeres o titanes en el ring. Un chiflido esparcido por el living fue el resultado del penal. ¡Animal!- gritó papá fuera de sí. Carlota volvió sobre nuestra loca esperanza diciendo que sólo unos tarados, pueden salirse de sus cabales por un partido entre un montón de negros del quinto mundo contra otro montón de negros del primer mundo. De verdad todos los jugadores son africanos. Bueno; ni la miramos, como te imaginás, aunque papá se la quiso masticar cruda por lo de “quinto y tercer mundo”. Muy discriminatorio…
                        Mamá comenzó a preparar nuestras mochilas. Ese día, era un día más, de nuestras obligaciones, que estaban detenidas en el tiempo. ¡Mi hermana sacó sus libros de la biblioteca! y comenzó a buscar entre las páginas de un atlas.- ¿Dónde queda Ghana?- nos preguntó- ¿Dónde quedaba Ghana? La verdad ni idea, en África seguro, pero el sitio exacto… no. Una imagen de chicos hambrientos quedó suspendida sobre nuestros ojos. -¡Esto es Ghana! - dijo. Papá saltó y le dio un zamarrón. Mamá sin decir una palabra tomó una tijera y luego de desenchufar el televisor, cortó el cable que nos unía al partido con Berlín. Igual perdimos el mundial, pero sigo pensando que Carlota es una amargada. Sólo piensa en cosas serias.

                        En el próximo mundial de fútbol, voy a juntar tanta plata como pueda, para ir a ver los partidos al país, en donde se jueguen.  Ya verá Carlota cuando ella no pueda viajar con nosotros. Seguro que para ese viaje, todos se van a querer anotar. Mamá, dijo muy seria, que nunca más nos va a permitir salir de la cama a horas desopilantes por un partido de fútbol; pero hace unos días atrás, descubrimos, que a las cuatro de la mañana estaban con papá viendo un partido de básquet en Japón, donde jugaban argentinos para las próximas olimpíadas. Con Carlota seguimos peleando, pero ella es una chiquilina con sólo trece años. ¡Es una idiota! Ya va a crecer y se pondrá la camiseta. Ya verán, cuando se ponga de novia, tendrá que ver todos los mundiales de por vida. ¿Qué novio o marido, se aguantará que le prohíban  ver fútbol?

FOTOS DEL RECUERDO


PARÍS Y SU TORRE INOLVIDABLE... TAN GOLPEADA POR PROBLEMAS DE ATENTADOS.

LAS FAMOSAS TIENDAS LAFALLETE CON VITAUX

LA TUMBA DE NAPOLEÓN BONAPARTE EN MÁRMOL ROJO, HAY QUE BAJAR LA CABEZA EN RESPETO AL HOMBRE QUE REHIZO LA FRANCIA POSTERIOR A LA REVOLUCIÓN.

NIÑOS DE LA CALLE

Te  vi como una torcaza rústica y perdida
despreciando sutiles  maravillas
robándole la comida a un perro callejero
igualito a tus sueños, pelo sucio y tu  piel
cargada de rasguños  y  penas.

Caminabas distraído sin cuidarte
como desandan los ángeles sin miedo
las noches fantasmales de tormentas
entre los rieles olvidados de un país
que dejamos allá lejos.

Pequeño espantapájaro de carne
barriguita vacía        manos sucias
apenas diez palabras te pueblan la memoria
la mitad son de miedo y de miseria
yo te vi pasar ayer, rumbo a una escuela.

Se te colaba de tu piel morena
entre los brazos flacos y mugrientos
la sonrisa del sol y la esperanza
transformada en maestra y en merienda
calentita la leche y la caricia del amor sin precio
escrito en pizarras de conciencia.

Pequeña marioneta sin futuro
estás más pobre hoy,
que una nave perdida en el espacio  y   mañana,
tal vez ya no hay mañana
para los niños como vos 
sin familia, ni país y sin bandera
que pueblan nuestra patria
esa patria soñada como fértil    edén de sabios    grande    fuerte

Palomita que corres sin cumplido
robando
la comida de otra gente
aquí tienes los brazos cariñosos
de una madre sin matriz  pero con nombre...
maestra en la ciudad, en el campo, en las orillas
hacedoras de amor y de constancia.


CUENTO DE NAVIDAD PARA CHICOS Y NO TAN CHICOS.

Abuela Julia ¿por qué estás tan triste? Mi maestra dice que tenemos que estar contentos por todas las cosas que tenemos. Por ejemplo, nos enseña a ser cuidadosos con el agua. Ella no gasta agua pensando en las personas de nuestra provincia que muchas veces abren el grifo y ni una gota sale de allí y por ahí, ve a señoras o señores que lavan el auto o hasta la vereda con la manguera y dejan correr el agua como si fuera aire. Ya cambiá esa cara abuela, y abrázame porque yo te amo y mis hermanos también. ¿Hasta el “Firulete”, mi perro te hace fiesta cuando te ve?
Perdóname Agustín, me estaba acordando de mi mamá. Ella era muy buena y me enseñó tantas cosas… desde chiquita me ayudó con las tareas, aprendí a tejer, a cocinar y a ser buena compañera con toda la gente y con mis amigas. Pero un día se fue de este mundo y la extraño, Sabés bien que es raro verme triste.
¿No será por las fiestas de Fin de Año que en pocos días vamos a festejar? Tal vez por eso te sentís apenada… Mamá dice que tenemos que estar muy contentos y dar Gracias de poder pedir regalos y cosas ricas para comer.
¡Ay, Agustín, tal vez tenés razón! Yo pienso que cuando era chica, no había todo esto de comprar y dale que te compra y quiero ese juguete y esa tablet y esos pantalones y un sin fin de cosas que terminan tirados por ahí. Hemos perdido la verdadera razón por la que nos juntamos en Noche Buena y en Navidad.
¿Por qué abuela? – Y mirá ese día es el cumpleaños del rey de la Creación, Jesucristo. Cuando veo que en la reunión no se dan gracias a la vida y ni si quiera piensan en alguna oración de amor a la familia, no sólo me acuerdo de mi mamá y mi papá, también recuerdo a mis abuelos. Ellos eran de un país lejano. La Nona era Italiana y el Nono era Gallego. Eran bastante pobres pero vivían muy felices, trabajaron mucho y les dieron a sus hijos estudio y le enseñaron que el trabajo es “Dignidad”… ¿sabés que significa ser digno? Es ser “Merecedor”, “Honrado”, “Honorable… y varias cosas más que se han ido perdiendo”
Mi mamá, Agustín, me enseñó la importancia de no mentir, no molestar a mis compañeros, lo que ustedes dicen Bullyn o algo así, a querer a mis padres y hermanos… en fin y en Noche Buena lo Importante no era ni el arbolito, ni Papá Noel, ni la comida y ni siquiera los regalos, sino agradecer a Dios por participar de una mesa en familia, abrazando a papá y mamá. A los abuelos…
- ¿No recibían regalos abuela? - No cuando yo era chica no se recibían en Navidad, sino el 6 de Enero cuando esperábamos a los REYES MAGOS. Ellos habían entregado a Jesús en Belén, tres cosas. ¿Sabes qué? –No abuela, no me acuerdo.- Oro, Incienso y Mirra.
- ¿Y eso que es? – dijo Agustín. –Tanto que te gusta buscar en Internet averígualo y luego me cuentas… Ja. Ja .Ja te embromé. Y aprende que “No hay mejor Navidad que la que se Vive en Amor Familiar” ¡Es el cumpleaños de Nuestro Señor Dios, Jesucristo! Y déjame hacer mis cosas que estoy llena de tareas.
Agustín esa noche soñó con tres reyes vestidos con coronas de oro y piedras, cuando despertó se restregó los ojos y se prometió portarse mejor y  un poco más todavía en Navidad.


CUENTO DE TRENES Y OTROS TEMAS.

MUY MACHO PERO…

            Miró el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la provincia de Buenos Aires.
            Nació para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara ir  a la escuela Técnica de “Ferroviarios”. Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le ganaron de mano.
            Se “conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.
             Siempre puteaba por la guerra y se dormía sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.
            El hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango. Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.
            Un sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había un pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.
            Cumplió a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía una color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.
            Ese día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público, comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo “su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho, nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te perdone.

            Ese día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que demostraron que era un suicidio.

FOTOS PARA EL RECUERDO


ROMA DE NOCHE, UNA FUENTE ILUMINADA.


RESTOS DE UN ARCO ROMANO EN ESCOCIA

UNA CALLE EN ESCOCIA, POR DONDE BUSQUÉ UN ZAPATERO REMENDÓN... Y LO ENCONTRÉ.

CUENTO CORTO

                                                                       
                                               UN SIMPLE HOMBRE VOLANDO.                                          

            Todo comenzó con la internación en el lugar más sórdido de la ciudad. Yo había perdido la paciencia. Tal vez querer volar era un desafío para otros. Traté de volar desde la columna de la luz, desde el campanario de la catedral...desde el mismísimo cielo. No pude. Nunca me dejaron. Mi familia, mis amigos, los bomberos... todos me impedían volar. Eso era mi sueño. Repetía cada mañana el rito. Me bañaba, afeitaba, me vestía con el mejor jeen, la mejor remera o el sueter nuevo, zapatillas de marca. Siempre llegaba al lugar estudiado o elegido. Nada. Algo lo impedía. Alguien me seguía. Punto. Será otro día.
            Entré como si conociera a cada uno de los hombres que habitaban ese espacio infernal. Ahora mis pares. Se acercaron algunos, otros gruñían o reían a mi paso. Yo, los miraba lleno de asombro. Me presentaron al médico especialista " en vuelos"o no. Era un hombrecito calvo, con lentes muy gruesos, algo obeso pero agradable. Lo acompañaba un ayudante enorme. Todos vestían batas blancas o verde claro. Todos estaban algo sucios. El dormitorio apestaba. El baño...bueno no parecía un baño, era apenas una letrina oscura, obscena, un asco.
            Caminaba mirando hacia el parque. Quería ver si desde allí podría volar alguna vez. Nada. Todo era triste. Los árboles y las paredes desnudas sin farolas ni flores. Vi a otros hombres. ¡ Casi hombres ¡ Mis manos trémulas apretaban la poca ropa que me dejaron. Me quitaron el cinturón, los cordones de los zapatos, la radio, la cadenita de oro con el `santito´ que me dio mi hijo. Casi todo me quitaron. Pero eran simpáticos. Todos reían viendo pasar al médico con uno `nuevo´. Estaba tranquilo. Sabía que con paciencia lograría que un día me permitieran volar. Era un sueño. Desde niño quise volar.
            Me costó dormir en esa cama dura y fría. Pero al amanecer reconocí el canto de los jilgueros y zorzales de la zona. Envidio a los pájaros. Ellos vuelan sin pedir permiso a nadie.
            Un enfermero me buscó temprano y me llevó con una hermosa joven. Ella era amigable y dulce. Charlamos un largo tiempo cálido y bueno. Hablamos de mi madre. De mi padre que apenas conocí. De la escuela en el barrio...hasta de fútbol. Me hizo mil preguntas sobre el trabajo, los amigos, los compañeros y bueno...también fue hermoso. Recordamos las películas de Sandrini, de Niní Marshal, de Cantinflas y las de vuelo. Hablamos de alas delta, de aeroplanos, aviones y cohetes. De éso, sé un montón, le dije. Cuando me iba al dormitorio, ella, me entregó un libro. Comencé a leerlo esa misma tarde. La vida de un tal Saint Exúpèry. Él sí volaba. Me gustó tanto como puede gustarle a un pájaro soñar con aire libre en una elevada montaña  entre las nubes.
            Los otros  habitantes me seguían. Me acosaban. Hasta que encontré a Felipe. Él era un tipazo. Había trabajado en el aeropuerto. Sabía de mi amor por el vuelo. Me escuchaba. A veces no, se sentaba ausente, no hablaba. Sonreía. A veces le daban ataques de rabia y rompía todo. Pobre Felipe, con los ataques queda hecho una porquería. Lo ayudaba a vestirse, lo afeitaba, le daba de comer... Era mi amigo. Los médicos nos tenían cariño. A los dos nos tenían cariño. Eramos tranquilos, inteligentes, limpios. Hasta que llegó el "loco". Ese era loco realmente, no se hacía el loco. Creía que era Jesucristo y bendecía a todos. A veces yo se lo aceptaba, tal vez así lograba volar un poquito. Quería celebrar la santa misa. Estaba loco de remate. Repetía el Sermón de la montaña o a los Corintios a los gritos. Los otros le tenían miedo. Aparte no quería ni hablar de volar...el pobre. Odiaba a los médicos. La furia le hacía dar fuerte patadas y allí empezaba a blasfemar. Quería matar a los doctores. Era muy triste verlo. Comenzó a buscar la compañía de nosotros dos que éramos amigos. Aparte de ser dios, había sido profesor de filosofía, lenguas muertas, literatura y quién sabe qué otras sabidurías. Pero no quería volar. Estaba loco. Nos seguía. Hablaba de Van Gogh, Beethoven, Verdi, Da Vinci...y dale con los genios. Dalí, Chopín, Tchaikovsky, Chaplín era su favorito. ¡ Y tuvo que suceder, era lógico! Peleamos. Él comenzó a hablarme de Darwin y yo no tenía ganas de escucharlo. Yo, repito, sólo quiero volar, que por otra parte es algo normal en un hombre pájaro. Le grité que me dejara. Le dije: "Me tenés abrumado por tanto tabaco, por tanta cultura. Entre saber y no saber, prefiero..." La pizza"... agregó Felipe" Y comenzó a golpearnos. Ya no repetía en latín a Homero ni a Virgilio, no. Puteaba que daba gusto. Vinieron y lo ataron. Por supuesto lo ataron con aquellas vendas blancas que existen...acá.
                   Entonces sucedió inesperadamente algo maravilloso. ¡ Felipe me tomó de la mano y me invitó a volar...!           


                                              

A LA VIRGEN MARÍA

MARÍA INMACULADA

ME DEJAS UN LUGAR EN TU REGAZO

MADRE DEL SALVADOR

VÍRGEN DULCÍSIMA

A NOSOTRAS LAS MADRES DE ESTE SIGLO

QUE ROMPEMOS LAS PIEDRAS CON LAS MANOS

QUE LAVAMOS LOS ROSTROS DE LOS HIJOS

CON LA PIEL ENSANGRENTADA DE DOLOR

POR LOS NIÑOS QUE MUEREN SIN TU GRACIA

POR LA TRISTE VERGÜENZA DEL CALVARIO

SUAVE Y BELLA ESPERANZA TU MIRADA

TU PRESENCIA QUE VUELVE COMO AVE

EN CADA MOMENTO QUE LA TIERRA TE CLAMA.

MADRE DEL SALVADOR

DIVINA MADRE

QUE LLORASTE EN EL CAMINO AL GÓLGOTA

AL PIE DEL MADERO ENSANGRENTADO

Y TU CORAZÓN ATRAVESADO POR ESPADAS

DE UN ODIO QUE NO CESA

DE UN RENCOR INFINITO QUE DESTROZA LA FÉ

MADRE- ESPERANZA DE TODOS LOS CRISTIANOS

MIRA NUESTRO DOLOR Y VUELCA TODO EL AMOR


DE TU HIJO AMADO. JESÚS, MI SALVADOR.

EN LOS ESCOMBROS

Caían uno a uno los ladrillos seculares. Un polvo agrio atrapaba la poca saliva que quedaba en la triste garganta cerrada del obrero. Era uno de esos inmigrantes atormentados por el hambre. Era un hombre solo. Pobre. Hombre sin esperanza, casi. Soltó el pico y acomodó un ridículo sombrero en su cabeza. Amoratadas manos duras sobaron el pescuezo secando el sudor. Se escupió esas manos embarrándolas. O no. Se refregó y continuó con su obra. Pensaba en el tiempo que le quedaba para el crepúsculo. A esa hora, las siete u ocho, regresaba a su habitación compartida con otros parias como él. Una línea más de ladrillos y llegaría hasta el piso. Había sido hermosa esa vivienda añeja. ¿Por qué la demolían ¿ Aun sirve, pensó? Yo no tengo casa y ellos destruyen ésta tan hermosa. Su boca siempre cerrada no admitía una réplica. Había visto poco al arquitecto. Lo contrató apurado. Estaba siempre apurado. Por las rendijas de puertas viejas, despintadas, lo espiaban ojos invisibles. Él sabía. A veces se entreabría una celosía gastada y percibía  una presencia humana. Nunca vio a nadie en realidad. El calor era sofocante. El polvo penetraba en sus más íntimos orificios. Estaba solo. Siguió mecánicamente con el pico, rompe que te rompe. Su mente se fue como ave migratoria a un territorio ajeno. Se fue lejos. Sólo quería que el sol se disparara hacia el poniente.
El hierro dio un golpe agudo. Chispeó en una losa de granito. Se detuvo. Se alejó un instante y se prendió a la botella de agua. Estaba tibia. Gorgoteó en su garganta reseca. Sintió alivio. También asco. Estaba muy caliente su agua. Quizá en otra región la gente fuera más solidaria. Allí eran de arena, escurridizos, secos, muertos. Se sentó bajo un árbol que daba una sombra enorme. El verde era un paraíso de frescor impensado. Ya hacía tiempo no sentía dolor en sus músculos agarrotados. Cerró los ojos un minuto. Sintió un perfume a madera de nogal. No supo de dónde provenía. Se quedó quieto, allí, sin siquiera atinar un suspiro. Cuando se incorporó necesitó un esfuerzo inusual para volver al pico.
La losa estaba allí, con una inscripción, apenas perceptible. Tal vez no debía tocarla. Pensó en esperar al patrón. Y dejó ese rincón para luego.
Sintió que mil ojos invisibles lo observaban. Se sentían los metales herrumbrados mordiendo en las fallebas de ventanas y puertas. No vio a nadie. Ellos estaban, seguro ellos estaban, aunque no se mostraban nunca. Buscó otro ángulo de la vieja casa. Comenzó a demoler la chimenea. Era bella, recubierta de mayólicas pintadas. Un magnífico escudo labrado en bronce; y pintado. No alcanzaba a leer lo que decía.  Tomó la decisión de no romper las bellas piezas. Con una pequeña azuela comenzó a hurgar en el pegamento que las incrustaba en la chimenea. El tizne saltaba entre los colores frescos y caía como lluvia imperceptible. Era sorprendente con la facilidad que podía desprender los pequeños cuadraditos. Fue haciendo un atadillo y los escondió entre los montones de escombros. Sintió que a medida que se desprendían iba apareciendo una madera noble de color claro. Alguien, en algún momento de su historia, había escondido en ese lugar algún secreto.
Raspó y descubrió un agujero. Estaba realmente alterado. Eran ya dos cosas extrañas para un solo día. Se quedó quieto. Apoyó el pico y la azuela contra la losa de granito y automáticamente comenzó a su alrededor un raro movimiento. Se deslizaban haciendo un mágico ruido sordo. Hipnotizado comenzó a mirar el hoyo profundo. Al abrirse totalmente, se vio un muñeco hecho en paño de lana, crines, ojos de cristal y de apariencia humana varonil. Tenía un afilado estilete de acero toledano atravesando el frágil cuerpo. Parecía la imagen de un enano. Pero con forzada dificultad lo tomó sacándolo del insólito escondrijo. Lo acomodaba en un rincón cuando comenzó a ver que gente de todas las edades comenzaba a caminar por pórticos, aceras y calle. Como autómatas todos convergían en el amplio habitáculo. ¿Eran espectros o curiosos? Él, no entendía nada. Era muy ignorante. Además el terror lo petrificaba.
La tarde se estaba acostando sobre la construcción desmantelada. El jornalero sudoroso se afanaba entre ese sin fin de ojos acuosos. Buscaba un lugar por dónde huir. Ya no hacía el calor sofocante de la tarde, pero sintió igual la fiebre que le secaba la garganta agostada. Salió disparado.
La noche cubrió el edificio. Una figura fantasmagórica atravesó el portal derruido y se agachó en el frío pavimento antiguo. Se deslizó por el oscuro agujero y desapareció en las sombras. Un helado viento comenzó a mover las hojas del árbol y algunas ramas débiles comenzaron a quebrarse en una danza sutil. Nada hacía prever los sucesos que luego acontecieron.
Al regresar el día y aportar la canícula  lujuriosa de enero, el obrero destapó su miserable rectángulo personal en la demolición. No encontró nada. No estaban las tejuelas, ni las mayólicas, ni el pico, ni la azuela. Nadie aparecía en el desmedrado edificio desmantelado. Se acercó a la cavidad pétrea y allí hecho un ovillo encontró al arquitecto con un estilete atravesado en la garganta. Su mirada extraviada en un punto alejado. La mano en un gesto infantil de pánico. Ni una gota de sangre. Ni un grito en la noche. Nada. Su traje de estricto corte inglés, su reloj de oro, su blanca camisa de seda y sus zapatos impecables. En la mano que estaba bajo su cuerpo, una moneda antigua con el noble emblema de la familia. En el augusto escudo un lema en latín: Verum moritura sumus.
El hombrecillo atrapó desconfiado sus ínfimas posesiones y salió corriendo en la calle empedrada.