lunes, 24 de abril de 2017
EN LA CALLE
Mordisqueó
hipando un trozo de pizza helada y mugrienta que encontró en un cesto. Le supo
a asconausea, color verdoso. ¡ Otra vez la calle ! ¡ El horror y el miedo !
Sollozó en silencio recordando los cartones viejos, los papeles de diario y el
frío. Al " Nuria "...lo habían encontrado muerto en un oscuro zaguán
de un cuchitril abandonado. ¡Tenía tres cuchilladas y estaba atado con un
alambre...había mucha sangre y su protector- madre, allí había quedado como lo
que era un pobre tipo de la calle. Era hermoso...o mejor dicho era bella con su
faldita de seda roja y las medias de malla y los tacos altos y ese cabello
rubio, casi platinado, que le caía sobre la espalda. Era su padre- amiga. La
recogió de un baño de la estación Retiro, una noche de tormenta cuando tenía
aproximadamente siete...ocho años. Ella se había refugiado allí y escondida la
vio entrar con su pelo suelto y sus ojos grandes de color oscuro. Después supo
que era un chico. Mucho después que le enseño a usar el baño, a comer con plato
y cubiertos y tantas otras cosas lindas. Un día le compró una muñeca. Otro le
compró unos libros y un cuaderno y un lápiz y empezó con las letras. Con los
deditos supo sumar y restar por la Nuria-Gustavo , que le traía comida y le daba la
leche tibiecita en las mañanas frías.
Se
escondió como pudo en un recodo de una galería. Si la encontraba la cana...o
algún tipo de "esos", seguro que no tendría escapatoria para tantas
cosas que había visto cuando huyó de su madre.¡ Pobre loca !. ¿Dónde estaría
esa infeliz que le pegaba tanto?. Volvió a llorar por su suerte. Por su
amiga-hermano muerto, lloró y, se tendió entre unos papeles.
Al
comenzar el trajinar de la calle se irguió y comenzó a frotarse con las manos
llenas de "smog", como le enseñó el Turquito cuando pequeña, para que
no se dieran cuenta que era hembra. Se acomodó mal la ropa y comenzó una larga
caminata por las calles frías e indiferentes al dolor de una niña...de la
calle. ¿ Por qué a ella ?. Vio pasar chicos con guardapolvos y uniformes. Ella
era una "mal parida"..., una lágrima larga comenzó a deslizarse por
su mejilla sucia. Llegó otra noche y se metió en el hueco entre dos edificios
en construcción. Allí sintió los gritos de otros desamparados que se llevaban
"Ellos" o los "Otros", todos de temer. Comenzó a deambular
hacia Retiro. Entró en el baño y encontró un rato de alivio. La sacó una mujer
que se sentía dueña. Casi escapó corriendo. Terror, dolor, frío, hambre. Otra
vez la calle. Se acurrucó en un pórtico y casi en la mano se encontró sin darse
cuenta con la solución al problema. Un trozo de vidrio afilado y brillante. Se
abrió una a una las venas de arriba abajo por sus lánguidos brazos de chica
quinceañera. Pasó el " Jésica " contorneándose en sus altos tacones y
vio el cuerpo herido y comenzó a chillidos pidiendo ayuda. Llegó una ambulancia
y cuando la llevaban notó que aparecía tras el vidrio, la cara de Nuria, de
Karla, de Yesenia, que sonrientes le daban su vestido de quince: de seda y
encaje rosa, sus zapatos de tacos y tomandóle las manos comenzaron a danzar un
vals .
DESPEDIDA
Parada
allí sola, mirando los adoquines de la calle,
grises
y maltratados..como los hombres tristes ,
que
los labraron en piedra.
Parada
allí entre el cordón pétreo que talló el picapedrero,
y
la basura.
Y
las tapas de hierro, fundiendo el rencor ,
de
la violencia; que llevan a las oscuras
entrañas
de las calles,
los
desagües.
¡Espíritu
de armas requisadas, que fueron la entrada
a
algún infierno!
¡Y
hoy son excusa de la vergüenza!
Calles de mi ciudad perdida,
algunas
bellas,
otras
, como argumentos de la muerte.
Parada
allí entre las bambalinas,
de
un ballet del Colón,
o
de un café de espejos biselados,
donde
duermen los duendes,
y
en la noche, un gallego,
con
un mantel doblado en la cintura,
lava
el damero triste de tus pisos,
ajedrez
de embusteros y aventuras.
Parada
allí en el micro...
mientras
leo a "Manucho",
y
me observa la gente,curiosa,
indiferente,
porque lloro o me río.
Doblamos
en la esquina triste
y
de repente...encuentro el "obelisco",
encuentro
muchedumbres, mudas,
apasionadas,
algo dementes.
Loca,
parada allí me quedo,
buscando
en el recuerdo :...
la
ternura,
de
tus calles hermosas, de tus jardines,
y
de la espléndida música...¡ tus tangos !.
¡
Adiós ciudad de Buenos Aires !.
Me
despido.
Comienzo
a transitar por otras calles.
CUENTO DE TRENES Y OTRAS COSAS
COMPRA VENTA... UNA GANGA.
La
ciudad cabecea con un calor fastidioso, rumor de tormenta para algunos,
descanso para otros. Viento zonda en altura que desencaja y trastorna la mente.
Toda la población mirando al este o a la montaña buscando una señal de alivio.
Las calles empedradas o las de tierra van recibiendo de mujeres y de chicos
agua gredosa de las acequias, que dejan al secarse, polvo volátil como talco.
Hay un calor pegajoso y seco que molesta. Don
Florencio saca del solar trasero la carretela con "Emperador", que
sudará con el trotecito bajo la canícula. No queda lejos el corralón de los
amigos, necesita muchas cosas y a pesar de la hora, recorre la calle del
zanjón. Viaja tranquilo. El portón siempre cerrado no impide que con sus
fuertes manos de trabajador hagan un llamado como toda vez cuando necesita
mercadería. Espera un rato y vuelve a golpear pero nadie aparece. ¡Qué extraño! Envuelve el lugar un
silencio como de siesta, pero son las nueve de la noche, él no tiene reloj,
lujo de señoritos bien, sólo se acomoda con las campanas de iglesias o
conventos de la ciudad que aun recuerdan la colonia. Vuelve a insistir y
aparece la voz de Fortunato, que casi guturalmente contesta que vuelva mañana.
¡Extraño! Ellos tan atentos, tan educados, charlatanes y jaraneros. -Será el calor, habrán tomado cerveza y les
ha hecho mal.- piensa.
Son
tres viejos solos en ese caserón lleno de carbón, herramientas, leña, hierro,
forraje, maíz, cebada y mil cosas más para vender, simples gangas, baratijas,
nunca una mujer para alegrarles la vida. Don Florencio contrariado regresa por
donde vino refunfuñando contra los gringos que le hacen perder el tiempo.
Llega
a su caserón de adobes y ya en la vereda se trenza con su vecina en una charla
comadrera.
- Vio, don Florencio, ayer desapareció
el contador de la
Bodega El
Progreso, dicen que salió como a la siesta de la oficina y luego de ir a uno o
dos lugares de Las Heras y Maipú, nadie lo ha vuelto a ver. La familia pagaría
por saber algo.- la cara de Dominga tiene un aire de intriga y avaricia.
Si ella supiera algo, podría ganarse unos buenos pesos, mal no le vendrían.
Lava ropa para gente de todo tipo y camina de una punta a otra de la ciudad.
Conoce a todos y casi todos la conocen.
- ¡Parece que hay fantasma en esta ciudad,
últimamente, doña, si no me equivoco, desde...
hace dos años han desaparecido como cuatro o cinco personas sin dejar
rastros...! - dice perplejo el hombre mientras se rasca el cuello y la
cabeza.-¿Se acuerda del ingeniero alemán
que había venido a “construir” el dique? Nunca se supo nada.-
- Ese, dicen que se escapó a Chile con
la hija del coronel Pereda, y se llevaron como doscientos mil pesos de la obra.
Así escuché en las casas.
-
¡Qué quiere que le diga, yo no lo creo,
la chica dicen que se metió en las Carmelitas en Córdoba y que allá la van a
ver los parientes!- chismerío de
mujeres. Por la mañana tiene que regresar al boliche de los solterones. -Me voy doña. Hasta pronto.
Las
calles dormilonas tienen en suspenso el tiempo y el polvo que vibra entre
pasiones y amores. Las acequias traen algo de frescura a los árboles mustios y
caballos que beben entre charla y charla de sus dueños. La ciudad comienza a
murmurar. Algo raro pasa. Ya no sólo se habla del ingeniero, ha desaparecido el
doctor Filomeno Uliarte, un médico con experiencia traída de Europa. También el
candidato del partido liberal, Don Goyo Echenberrieta, otro que al partir se llevó como cicuenta mil pesos del partido
y ni hablar de Estanislao Telesky, el topógrafo del ferrocarril –¡Ese dicen que aparte de llevarse como ochocientos
mil pesos, se llevó un Ford nuevito, recién llegado de los Estados Unidos en un
vapor moderno a Chile! La gente comenta y saca conclusiones. ¡Algo pasa en
este pueblo tranquilo!
- Señor Comisario, necesito hablar con
Usted. - la mujer insignificante se refriega las manos en su carterita
vieja y deslucida.
-¿Nombre y datos de filiación? Agente tome los datos.
-
Me llamo Josefa Aureliana Pérez, soy nacida en Jocolí en mil novecientos
veinte. Viuda. Empleada en casa de una maestra de la Compañía de María de
ciudad. Se llama Clara Molina. ¿Algo más? No, no tengo documentos.
-
¡Señora estoy muy ocupado! -dice con desdén el policía, casi sin ponerle
atención a la pobre desgraciada. Y ordena a un ayudante para que la escuche.
-
Mire señor, yo vivo en la parte de atrás del corralón, allá en la Cieneguita , ¿conoce, me
imagino? Bueno yo he sentido varias veces gritos pidiendo ayuda, a través de la
pared, pero no me animo a asomarme. Después escucho ruidos de todo tipo y finalmente
un silencio total, ni perros que ladren.- dice con mirada asustada.
-
¡Bueno señora, no se inquiete yo le tomo la declaración y usted me deja su
dirección y mañana o pasado la vamos a visitar!- rápidamente y torpe toma
algunos datos como para tranquilizar a la humilde mujer... pero interiormente
piensa que es otra vieja entrometida que fisgonea a los vecinos. Ya iría él a
ver de todos modos.
Una
tormenta se desgarra sobre la población, estremecen los truenos y parece que el
cielo cae en gruesos trozos de mampostería líquida. Un olor acre a tierra y
podredumbre sale de las acequias en las zonas que comienzan a inundarse. En el
corralón tres hombres tranquilamente sentados comen un trozo de pierna de
cordero que un vecino y cliente les ha traído del sur. Charlan animados,
cuando ven aparecer por el portón entreabierto a don Florencio con su carro.
La charla entre los hermanos se alarga y entre
chanzas y risotadas se pasa el núcleo del temporal. Cuando se separan los
hombres silenciosos, van a sus camastros en un profundo silencio. Cada uno
pensando sus propias cuitas.
¡Don
Florencio y su carretela nunca regresa con las compras! La familia comienza la
búsqueda incesante. El enigma es pavoroso.
A
los pocos días, el cabo Fermín Segura sale rumbo a la Cieneguita para
constatar la denuncia de doña Josefa Aureliana Pérez, la modesta mujer. Él sabe
que no encontrará nada. Igual hay que cumplir con su trabajo.
¡Extrañamente,
él tampoco retorna y su cuerpo no se encuentra en los sucesivos rastrillajes
que hacen en zanjones y descampados sus compañeros!
La policía está nerviosa. El
comisario recibe permanentemente pedidos de familiares de los desaparecidos y
de los correligionarios del político. Deben buscar una salida a ese atolladero.
Llama a los ayudantes y comienzan a buscar pistas. Un detalle se les ha
escapado... ¿Cuál?
-
¿Adónde dijo que iba el cabo, jefe?...- se miran curiosos. ¿No tenía que
constatar una denuncia en un barrio de Las Heras? De un salto suben al flamante
automóvil que ha entregado Don Pascual Aguirre, el señor Ministro de seguridad.
La polvareda señala la ruta que han seguido los hombres de la ley.
Se presentan en la pobre casa de la denunciante.
Nadie contesta, un olor nauseabundo delata un cadáver en descomposición. Cuando
ingresan a la miserable habitación el horrendo cuadro los hace retroceder. Un
montón de ratas y alimañas se están peleando por el despojo de un ser humano...
¡Es lamentable pero han llegado tarde!
Comienzan
a revisar el cuartucho y sólo encuentran diarios viejos con los artículos donde
se leen las noticias de las desapariciones. Nada nuevo. El cabo principal
Onofre Miranda observa algo que le atrae la atención. Una pala nueva sin más
uso que pelos y sangre seca, un azadón lustroso, nunca usado... sólo con
rastros de sangre y tierra... y una horquilla tan nueva, como los anteriores
objetos, con señales de masa encefálica, sangre y pelos... y allí presiente que
está la clave.
Muestra
al jefe las piezas. - ¡Don Melitón, compadre, no le llama la atención tanta
lindura, para matar a esta vieja? Todo tan nuevito y sin marcas... ¿Quién tiene
por acá plata como para comprar herramientas y dejarlas tiradas por ahí?
-
¡Che Onofre, no me había dado cuenta..., pero tenés razón, compadre, todo esto
me da mala espina! - se siente más tranquilo desde que ha llegado un médico del
hospital San Antonio y se han llevado el cadáver. Comienzan a pensar y de
repente los dos gritan a dúo: " Los
del corralón"... y salen como disparando para entrar por la otra cara de
la manzana. Enfrentan el enorme portón y al grito de “Policía"... Escuchan
un disparo. Ingresan y encuentran a Juliano el más viejo de los Leonello con un
disparo en la sien. Siguen hacia las habitaciones donde una discusión proyecta
palabras en un dialecto que ninguno reconoce. Sale Vicente Leonello con una
cara tranquila y seria... -¿Parece que no se respeta el luto de la gente? y se
agacha al lado del hermano muerto. Sale Fortunato Leonello con una mirada
extraviada y sudor que le moja la camisa
manchada con la sangre aun fresca. Se sienta y deja caer un revolver sobre una
mesa destartalada.
-
¿Dónde están los otros?- el comisario arriesga por las dudas... ¡Ya no pueden
ocultar más las cosas!- en realidad no sabe de qué habla pero su experiencia le
hace decir con seguridad las palabras.- Cabos registren el lugar...- Da la
orden sin titubear. Los hombres salen a buscar sin saber qué. De pronto un
grito desde la caballeriza...
-
¡Jefe acá hay mucha tierra removida!- corren. Todos se agolpan en ese amplio
espacio. Alguien alcanza una pala otro un pico, de las herramientas que están
allí a mano, comienzan a cavar y sale entre la tierra una mano conocida... la
mano de Fermín Segura... el pobre policía que fue allá a ver y a investigar... luego van apareciendo uno a uno
otros cuerpos y otros rostros. Hasta “Emperador”, y el mateo abandonado llora
su muerte entre paja y polvo. El gran
misterio sería saber ¿por qué? Y al mirar hacia los hombres sentados impávidos y serios, ven en sus
rostros descompuestos por la furia que se desplaza una luz de "
avaricia"... ¡Tan sólo fue por " Dinero"!
CUENTO SUPER CORTO
La pequeña Lorena estaba apoyada
en la balaustrada del jardín con su
blanco rostro cerúleo con su leucemia que avanzaba como una artera asaltante de
alegrías y esperanzas juveniles. Descalza sobre el prado, junto a la fuente que
con su cascada atrevida de frescura y
los trinos gozosos de aves que se acercaban a sus pálidas manos donde reposaban
semillas milagrosas de fiesta en primavera, se apoyó y observó su cabello, en
realidad el reflejo de su cabeza calva le devolvió su realidad. ¡Había perdido
su preciosa cabellera color rojiza y de suaves hondas! La quimioterapia se adueña de las más profundas posesiones
celulares y...mata. Yo la miraba desde mi escritorio y me deshacía en lágrimas
y dolor pero apenas elevó su mirada, yo sonriendo escondí mi amargura y la
llamé para que regresara y jugáramos una partida de ajedrez.
Ese
invierno fue cruel por lo frío y ladrón. Ella partió y aunque acepto la
terrible prueba...
"Desde
aquel día, no he movido las piezas del tablero", es como si ella a través
del tiempo siguiera jugando conmigo. Tal vez ella es un espíritu libre que
juega entre las sombras y yo no la pueda ver.
CUENTOS PARA CHICOS Y NO TAN CHICOS
EL HIJO DE LA VEJEZ.
Leyenda mendocina. Cuento
infantil.
Los
viejos habían subido hasta el corazón mismo del cerro. El frío dejaba azuladas
y secas sus manos apenas cubiertas por piel de mará. Los golpeaba el viento.
Pero el sacerdote - brujo, les había exigido eso. Ya Mismiya cumpliría ese
verano treinta años. Ya era casi imposible tener un hijo. Los dioses se lo
negaban y las ofrendas año tras año eran más difíciles. Caminaron en círculo
alrededor de un nido abandonado de cóndor. El gran Padre de las Montañas. Luego
derramaron aloja y chicha. Armaron altares de piedra que adornaron con hojas de
coca y churqui. Acomodaron entre las piedras una ofrenda con la imagen de un
niño con vestidos hechos con lana de alpaca. ¡Su pariente había viajado catorce
jornadas hacia el norte buscando la lana tan codiciada por los dioses ¡
Cantaron
a voz en cuello los cánticos antiguos. Lloraron sobre el nido y dejaron sus
trenzas en él. Pasaron cada día y cada noche con la esperanza de regresar y
concebir al hijo.
El retorno fue duro. La rocas afiladas
rompían el cuero de sus ojotas. Sus pies sangraban e iban marcando un pequeño
camino entre los pajonales. Eran Huarpes. Su grupo estaba muy separado de los
grandes centros habitados por la gente Mapuche y Arauca. Tenían su pequeña
tierra trabajada en terrazas con maíz y papas. Un corral con diez guanacos
servían para trasquilar lana y tener leche. La carne era muy valiosa y la
charqueaban para los largos inviernos del Cuyun. Llegaron a su casa de piedra y
paja. El techo había volado y debieron `acoyararse´, entre unos algarrobos hasta la mañana
siguiente. Kiskpe trajo de los cerros
unas marás que se apretaban en una talega de fibras vegetales. Las ubicó en una
hoya de piedra para que no escaparan. Tendrían comida por un tiempo. La
primavera llegó y Mismiya supo que los dioses se habían apiadado de ellos.
Estaba embarazada. La vida fue un canto de cajas y yaravíes. De música interior
y amor.
El pequeño Mijotenok llegó en otoño. Era un
niño moreno con cabello fuerte y ojos oscuros como la noche. Lloró como sus
padres a pulmón. Pero sus progenitores lloraban de felicidad. Él lloraba para
comer, para llamar la atención y para todo. En la pequeña casa nadie podía
dormir. Cada día uno de sus papás debía dedicarse sólo a cuidarlo. El temor que
los demonios entraran y se los arrebatara era increíble. Los vecinos reían al
ver su desesperación ante el menor signo de dolor. Así fue
creciendo...caprichoso, egoísta y remolón. Nadie sospechaba que tendría un
extraño destino.
Las estrellas de su nacimiento estaban
marcadas en un cuero de chinchillón, que Kiskpe, su adorador incondicional,
había trabajado con sus muelas hasta dejar finito como un ala de mariposa. Pero
ninguno advirtió tampoco que el día que había sido concebido la diosa Luna
había tapado al dios Sol. Inti, la madre Tierra seguro pudo evitar ese
maleficio, pero los dioses necesitan cumplir sus mandatos superiores.
¡ Así, con ese futuro siguió creciendo !
Pasaron varios años. Mijotenok, era travieso
y hasta malicioso. Gustaba de mortificar animales y personas. Los niños
evitaban jugar con él. Sus padres sentían que era por la belleza de su hijo. No
entendían que el muchacho hacía cosas perversas. El amor les impedía aceptar el
consejo de los ancianos. Ellos advertían la mala intención de los juegos y
tareas del jovencito. Un día que su madre no le hizo una comida de su gusto
tomó un palo y le golpeó la espalda. La mujer lloró pero se inculpó frente al
padre. Éste callado miró con pena pero no se animó a castigar al hijo. Nunca
quiso ayudar en la tarea de plantar y cosechar. Tampoco quería servir a su
padre en labores de pesca o caza; ni en la recolección de semilla de algarroba,
ni de miel.
Salía a vagabundear solitario rompiendo nidos
y madrigueras. Matando pájaros o pequeñas bestias. Disfrutaba ver desangrada a
las ranas y lagartijas.
Los padres, ya ancianos, veían que su
Mijotenok era un ser despreciable a los ojos de la tribu. Nadie lo quería y
todos lo evitaban. Arreciaban los palos con la fragilidad del padre y la madre,
que ya no servían como antes al hombre. Astuto y maligno, los dejaba pasar
frío, sed y hambre. Así, primero partió Mismiya, una tarde de frío invierno.
Como pudo Kiskpe la llevó envuelta en la mejor manta de pelo de llama que aún
tenía. La cubrió de piedras como era su costumbre y al regresar encontró su
casa abandonada y revuelta. Mijotenok había sacado lo poco de valor que tenían
y se había marchado. Muy pronto los dioses se acordaron de Kiskpe. Un grupito
de vecinos lo envolvió y lo dejó junto a su buena compañera. Un paño de dolor y
silencio envolvió al grupo. Nadie preguntó por el hijo.
En verano regresó Mijotenok, y encontró la
casa vacía y desprovista. Comenzó a golpear a los hombres y mujeres que se
cruzaban silenciosos por su camino. Borracho, la chicha lo había convertido en
un demonio. Gritaba y maldecía. Nadie respondía a su grosería. Así entre
borrachera y borrachera, su cuerpo débil, comenzó a sufrir alucinaciones. Veía
a sus padres por todos lados. Corría por las veredas de los cerros vociferando.
Trataba de alejar las visiones. Solo, estaba muy solo. Una mañana de primavera
cayó en un precipicio a la vista de algunos hombres del caserío. De su cuerpo
yerto salió como despegándose de entre sus brazos una enorme ave negra.
Así nació en estas tierras
el "jote", ave de rapiña que sólo come carroña.
BÚSCAME
Te
abordaré en la calle de mi mundo pequeño.
En
la fuente tranquila.
En
el lecho de polen y pétalos de seda.
Agregaré
el néctar de mi tristeza casi, casi dormida.
Seré
como un pájaro con aroma de pino y suave madreselva.
Llegaré
a acunarte con voces de violines, de
arpas, de celestas.
Desgrana
mi fruto, mi fragancia y mis sueños.
Encuéntrame
allí dentro... adentro de un poema.
Tal vez
en otra esfera acomodaré los sueños al chispazo de la vida.
Recitaré
un poema de Neruda o de la dulce Olga Orozco,
y
sonarán campanas en ritmo de violines.
En un
arrebato de oropeles brillaré en la oscura sombra del olvido
o
cantarán los coros la canción libertaria de "Va pensiero"
y una
nube de ángeles apresten los clarines para que surja
ese
grito distante de las palabras bellas, de las rimas
otorgando
el descanso al caminante
al que
pasa indiferente junto a mí
en la
calle de mi mundo pequeño.
MENDOZA EN OTOÑO, MI RINCÓN DE SUEÑOS, MI CASA
OTOÑO ES COLOR, EL ROJO SE MEZCLA CON EL AMARILLO, OCRES Y VERDES. ATRÁS LAS MONTAÑAS , YA CON NIEVE.
COSECHANDO SETAS COMESTIBLES EN EL JARDÍN CON UN PERFUME EXQUISITO Y UN SABOR INCREÍBLE.
LOS COLORES SON LA PALETA DE UN PINTOR MÁGICO QUE VA TRANSFORMANDO EL VERDE EN MIL TONOS DE ROJOS, AMARILLOS Y OCRES.
A MENDOZA
Camino,
en un destino involuntario,
apenas
sol ,apenas hálito de vida,
y
queda atrás , en la esperanza,
un
Mendoza, de verdes y calurosos días.
¡Llenándome
...el quizás, tal vez, mañana...
de
acequias rumorosas y sombrías!
Los
álamos, frutales y viñedos, verdes, esmeraldinos,
y un perfume dulzón de mosto y de duraznos...,
y
una vendimia ansiada, y el odiado
granizo.
¡Mendoza
, terruño amado, a todo eso,
y
a tus colores , yo aspiro !
¡Por
ti ,Mendoza, yo ansío, escuchar,
en
el crepúsculo voces de tu gente bravía!
¡Escucha! Oasis mío. Estoy viva y quiero,
gritar
mi fe, en ti , y someterme, al silencio de tu suelo.
Para
abrasada, a un rugoso y gris olivo,
inmolada
en su fuego, volver , en su fruto gris-verdoso,
victoriosa.
Ser única, indescriptible, como un profeta.
Mendoza,
luchadora, amiga altiva.
Quiero
participar de tu destino.
¡Déjame
vivir tu verde suelo,
hecho
de espaldas gachas, de manos duras,
de
campesinos pobres y esperanzados!
Soy
parte de tus raíces.
Mendoza amiga, no rechaces mi mano,
que
beberé tus cálices con vino,
que
cantaré tus vientos infernales,
y
volveré a buscar entre tus viñas...
la
esencia de mi ser,de mendocina.
jueves, 20 de abril de 2017
CUENTO DE TRENES Y OTRAS COSAS
Me duelen las manos. También la espalda. Hace una larga
semana que trabajo sin descanso para cumplirle. Quiero pero no puedo. Sí,
quiero completar todo el pedido que recibió Joaquín de esa gente. Es una nueva
casa de comida, hotel, casino y albergue. Es nueva y única. La construyeron en
la ladera Este. Es muy linda. Está construida en una zona hermosa de la región.
La más bella. Tiene un sabor salvaje. Esa tierra húmeda, la fina llovizna de
unas nubes que como velo de novia se deposita o se apoya en las largas columnas
de pinos, arrayanes y piceas. Es un regalo fortuito que regala el amanecer de
los días de otoño. El sol está cansado de moverse por el bosque como novio
enamorado de los duendes del pinar. ¡El olor a resina y polen! Las cabañas son
hermosas, las comenzaron a construir en primavera, el mismo día de nuestro
encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el sendero buscando setas frescas. ¡Nos
encantan “revueltas con cebolla finamente picada en juliana, huevos y queso
parmesano, con una pizca de sal y pimienta, una cucharada de salsa inglesa y
vino jerez”! Bien, como decía, me movía por esos rincones que conozco desde
pequeña, esos que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando cuentos,
recetas y recuerdos. Bueno, iba por allí y nos encontramos. Parecía un
astronauta recién aterrizado de un planeta lejano. Era como de otra galaxia.
Fresco, alegre y vivo. Sí, como mi bosque de cuento. Me gustó, así rápidamente,
con su sencilla forma de pedirme la receta de los hongos. Aparte, desconfiado,
creyó que eran venenosos. Yo le gusté, seguro, porque me comenzó a contar su
vida. Parecía como si me conociera de
toda la vida. Me senté en un tronco caído, junto a un árbol lleno de pájaros.
La madera podrida en parte, albergaba un sin fin de pequeños seres vivos como
su vital risa contagiosa. Su mirada clara se movía, deslizándose por mi rostro,
que sudoroso y sucio, aparentaba no haberlo lavado en meses. Los pinos, piceas,
abetos y abedules, eran el marco perfecto a ese encuentro informal y romántico.
Casi
me olvidé para qué había venido al bosque. Si él, no mira el reloj y da un
salto, seguimos hablando en el crepúsculo que le había puesto una mortaja
violeta a los rayos rojizos del sol. Joaquín se despidió, me ayudó a trepar a mi
bicicleta y partí. Cuando llegué a casa me encontré en la penumbra más cerrada,
corrí con la mitad de hongos acostumbrado. Llegué a la cabaña y caí sólida en
el banco rústico de mi pequeña cocina. Pensé cómo haría una cena sin la
cantidad de setas frecuentes y decidí hacerlas en la receta del abuelo:”con
miga de pan mojada en leche, salsa blanca o bechamel, perejil y ajíes rojos y
verdes. Así armé un budín que mezclado con dos huevos y nuez moscada”, alcanzó
para los cuatro. Papá quedó feliz, cuando le conté que había conocido a
Joaquín, el muchacho del bosque, pues lo trató en el pueblo y conversó mucho.
Le pareció muy simpático y además era alfarero. Papá dice siempre que hay
oficios santos: carpintero, alfarero, boticario y labrador. No quiere a los carteros,
tal vez porque un cartero siempre le trajo las noticias tristes. Mamá en cambio
es más desconfiada. Casi no habló. Mi casa es la típica casa de campo con olor
a fogón caliente, levadura, ajo y vino. El abuelo nos enseñó a hacer el pan. Él
guardaba un trocito de masa para levar y se levantaba a la madrugada para
hornear. Cuando estaba todo listo se acostaba y al comenzar el día con un
enorme tazón de leche tibia recién ordeñada de Chichí, la vaca, comíamos una
rebanada de pan caliente con manteca que mamá batía a mano en un bol y dulce de
grosellas que hago todos los años. ¡Qué rico era desayunar así, con el amor del
abuelo! Hoy lo recuerdo y se me hace un nudo acá, justo aquí en la garganta.
Bien sucedió que a los dos días sentí el ruido de un motor por el camino de
casa. Era Joaquín que me invitaba a trabajar con él. La camioneta destartalada
y muy ruidosa se escuchaba de lejos. Atrás traía un horno para cocer cerámica y
un sin fin de moldes de yeso y herramientas. Me entusiasmó su seguridad. Sus
ganas. El dueño del complejo hotelero le había encargado toda la vajilla
especial con sabor, color y forma de nuestro rincón lejano. Me intrigó su
exaltación y sus sueños. Era muy creativo. El perfume ácido de la arcilla me
entraba a los pulmones como una saeta inesperada. Acepté. Yo nunca había hecho
alfarería. Pero como amo cocinar imaginé que era como hacer un pastel de
berenjenas. Ese que me enseñó el abuelo. “Se pelan cinco berenjenas medianas y
se hierven con sal. En una sartén se re fritan en aceite de oliva con dos
dientes de ajo; los dos tomates picados en daditos, dos cebollas en juliana,
dos pimientos y un puñado de hongos recién cosechados que se filetean. Se pisan
con un tenedor las berenjenas ya blandas y se agrega el menjunje, con pan rallado, una tasa de queso
rayado, dos huevos y mucho perejil. Se hornea veinte minutos y ¡paf!: un pastel
para re-chuparse los dedos. Si las berenjenas son algo amargas se le agrega a
la pasta una cucharadita de azúcar”. Así era hacer todos esos recipientes de
arcilla. Con un gran amor y buen gusto. Yo le agrego además los gnomos del
bosque pintados y hasta los muérdagos y ardillas. Cada pequeño plato,
escudilla, taza, fuente, tiene un pedacito de mi bosque. Es su espíritu ingenuo
y personal, el que creó la chispa de este mundo mágico que hemos hecho juntos.
Creo que me he enamorado de Joaquín y él de mí. Estoy cansada pero tengo que
hornear todas las piezas en bizcocho de arcilla. Las pintaremos juntos y cuando
amanezca y cuando inauguren la casa de la colina, cada persona se asomará un
instante a nuestro mundo.
Realmente
me falta esa chispa para encenderle a cada jarra una señal con el fuego de la
creación aderezándole un pequeño trozo de monte perfumado de bellotas y musgo.
Debo recuperarme. Joaquín duerme junto al horno un rato esperando el pequeño
milagro de amor cotidiano. Mis manos lloran arcilla y falta una buena parte de
los platos y adornos para terminar la tarea. Anoche, antes de quedarse dormido,
Joaquín me dijo que estaremos juntos para toda la vida y me dio el anillo de
boda de su madre. El amor ha llegado a mi vida en forma inesperada. Estoy
conciente que es extraña la forma de nuestra relación pero espero. Mañana será
un festival de sueños cumplidos. Toda la vajilla terminada, la inauguración de
la posada de la montaña y el anuncio de mi boda.
CUENTO CORTO
Hoy se armó en casa. Carlota así como así, largó la
célebre frase del tenista argentino Guillermo Vilas: “ El césped es para las
vacas”. Estábamos desayunando y despiertos desde las cuatro y veinticinco, para
ver el partido en Berlín, entre Ghana y Holanda. Papá tenía unas ojeras que
parecían las cortinas del teatro Independencia y Lucas enrojecía todo el
partido con sus córneas rubicundas por los rayos catódicos. Mi corazón estaba
dando su quinta vuelta olímpica a la cancha de Berlín porque si Holanda le
ganaba a Ghana, podíamos perder el campeonato. Carlota nos miró con desprecio y
pronunció otra de sus macabras palabras. “Son verdaderos idiotas”. Todavía no
comprendo cómo papá no le sacudió un tortazo. ¡Se lo merecía!
Llegó mamá con su décimo
termo de agua para el mate. Sacó unas galletitas y las puso sobre la mesa.
Automáticamente comenzamos a engullir sin mirar si tenían arsénico o naftalina.
El penal nos puso de pie. A cada movimiento de los jugadores, nos movíamos como
títeres o titanes en el ring. Un chiflido esparcido por el living fue el
resultado del penal. ¡Animal!- gritó papá fuera de sí. Carlota volvió sobre
nuestra loca esperanza diciendo que sólo unos tarados, pueden salirse de sus
cabales por un partido entre un montón de negros del quinto mundo contra otro
montón de negros del primer mundo. De verdad todos los jugadores son africanos.
Bueno; ni la miramos, como te imaginás, aunque papá se la quiso masticar cruda
por lo de “quinto y tercer mundo”. Muy discriminatorio…
Mamá comenzó a preparar
nuestras mochilas. Ese día, era un día más, de nuestras obligaciones, que
estaban detenidas en el tiempo. ¡Mi hermana sacó sus libros de la biblioteca! y
comenzó a buscar entre las páginas de un atlas.- ¿Dónde queda Ghana?- nos
preguntó- ¿Dónde quedaba Ghana? La verdad ni idea, en África seguro, pero el
sitio exacto… no. Una imagen de chicos hambrientos quedó suspendida sobre
nuestros ojos. -¡Esto es Ghana! - dijo. Papá saltó y le dio un zamarrón. Mamá
sin decir una palabra tomó una tijera y luego de desenchufar el televisor,
cortó el cable que nos unía al partido con Berlín. Igual perdimos el mundial,
pero sigo pensando que Carlota es una amargada. Sólo piensa en cosas serias.
En el próximo mundial de
fútbol, voy a juntar tanta plata como pueda, para ir a ver los partidos al
país, en donde se jueguen. Ya verá
Carlota cuando ella no pueda viajar con nosotros. Seguro que para ese viaje,
todos se van a querer anotar. Mamá, dijo muy seria, que nunca más nos va a
permitir salir de la cama a horas desopilantes por un partido de fútbol; pero
hace unos días atrás, descubrimos, que a las cuatro de la mañana estaban con
papá viendo un partido de básquet en Japón, donde jugaban argentinos para las
próximas olimpíadas. Con Carlota seguimos peleando, pero ella es una chiquilina
con sólo trece años. ¡Es una idiota! Ya va a crecer y se pondrá la camiseta. Ya
verán, cuando se ponga de novia, tendrá que ver todos los mundiales de por
vida. ¿Qué novio o marido, se aguantará que le prohíban ver fútbol?
FOTOS DEL RECUERDO
PARÍS Y SU TORRE INOLVIDABLE... TAN GOLPEADA POR PROBLEMAS DE ATENTADOS.
LAS FAMOSAS TIENDAS LAFALLETE CON VITAUX
LA TUMBA DE NAPOLEÓN BONAPARTE EN MÁRMOL ROJO, HAY QUE BAJAR LA CABEZA EN RESPETO AL HOMBRE QUE REHIZO LA FRANCIA POSTERIOR A LA REVOLUCIÓN.
NIÑOS DE LA CALLE
Te vi como una torcaza rústica y perdida
despreciando sutiles maravillas
robándole la comida a un perro
callejero
igualito a tus sueños, pelo sucio y
tu piel
cargada de rasguños y
penas.
Caminabas
distraído sin cuidarte
como desandan los ángeles sin miedo
las noches fantasmales de tormentas
entre los rieles olvidados de un
país
que dejamos allá lejos.
Pequeño
espantapájaro de carne
barriguita vacía manos sucias
apenas diez palabras te pueblan la
memoria
la mitad son de miedo y de miseria
yo te vi pasar ayer, rumbo a una escuela.
Se te
colaba de tu piel morena
entre los brazos flacos y
mugrientos
la sonrisa del sol y la esperanza
transformada en maestra y en
merienda
calentita la leche y la caricia
del amor sin precio
escrito en pizarras de conciencia.
Pequeña
marioneta sin futuro
estás más pobre hoy,
que una nave perdida en el
espacio y mañana,
tal vez ya no hay mañana
para los niños como vos
sin familia, ni país y sin bandera
que pueblan nuestra patria
esa patria soñada como fértil edén de sabios grande
fuerte
Palomita
que corres sin cumplido
robando
la comida de otra gente
aquí tienes los brazos cariñosos
de una madre sin matriz pero con nombre...
maestra en la ciudad, en el campo,
en las orillas
hacedoras de amor y de constancia.
CUENTO DE NAVIDAD PARA CHICOS Y NO TAN CHICOS.
Abuela Julia ¿por qué estás tan triste? Mi maestra dice que
tenemos que estar contentos por todas las cosas que tenemos. Por ejemplo, nos
enseña a ser cuidadosos con el agua. Ella no gasta agua pensando en las
personas de nuestra provincia que muchas veces abren el grifo y ni una gota
sale de allí y por ahí, ve a señoras o señores que lavan el auto o hasta la
vereda con la manguera y dejan correr el agua como si fuera aire. Ya cambiá esa
cara abuela, y abrázame porque yo te amo y mis hermanos también. ¿Hasta el
“Firulete”, mi perro te hace fiesta cuando te ve?
Perdóname Agustín, me estaba acordando de mi mamá. Ella era
muy buena y me enseñó tantas cosas… desde chiquita me ayudó con las tareas,
aprendí a tejer, a cocinar y a ser buena compañera con toda la gente y con mis
amigas. Pero un día se fue de este mundo y la extraño, Sabés bien que es raro
verme triste.
¿No será por las fiestas de Fin de Año que en pocos días
vamos a festejar? Tal vez por eso te sentís apenada… Mamá dice que tenemos que
estar muy contentos y dar Gracias de poder pedir regalos y cosas ricas para
comer.
¡Ay, Agustín, tal vez tenés razón! Yo pienso que cuando era
chica, no había todo esto de comprar y dale que te compra y quiero ese juguete
y esa tablet y esos pantalones y un sin fin de cosas que terminan tirados por
ahí. Hemos perdido la verdadera razón por la que nos juntamos en Noche Buena y
en Navidad.
¿Por qué abuela? – Y mirá ese día es el cumpleaños del rey
de la Creación ,
Jesucristo. Cuando veo que en la reunión no se dan gracias a la vida y ni si
quiera piensan en alguna oración de amor a la familia, no sólo me acuerdo de mi
mamá y mi papá, también recuerdo a mis abuelos. Ellos eran de un país lejano. La Nona era Italiana y el Nono
era Gallego. Eran bastante pobres pero vivían muy felices, trabajaron mucho y
les dieron a sus hijos estudio y le enseñaron que el trabajo es “Dignidad”…
¿sabés que significa ser digno? Es ser “Merecedor”, “Honrado”, “Honorable… y
varias cosas más que se han ido perdiendo”
Mi mamá, Agustín, me enseñó la importancia de no mentir, no
molestar a mis compañeros, lo que ustedes dicen Bullyn o algo así, a querer a
mis padres y hermanos… en fin y en Noche Buena lo Importante no era ni el
arbolito, ni Papá Noel, ni la comida y ni siquiera los regalos, sino agradecer
a Dios por participar de una mesa en familia, abrazando a papá y mamá. A los
abuelos…
- ¿No recibían regalos abuela? - No cuando yo era chica no
se recibían en Navidad, sino el 6 de Enero cuando esperábamos a los REYES
MAGOS. Ellos habían entregado a Jesús en Belén, tres cosas. ¿Sabes qué? –No
abuela, no me acuerdo.- Oro, Incienso y Mirra.
- ¿Y eso que es? – dijo Agustín. –Tanto que te gusta buscar
en Internet averígualo y luego me cuentas… Ja. Ja .Ja te embromé. Y aprende que
“No hay mejor Navidad que la que se Vive en Amor Familiar” ¡Es el cumpleaños de
Nuestro Señor Dios, Jesucristo! Y déjame hacer mis cosas que estoy llena de
tareas.
Agustín esa noche soñó con tres reyes vestidos con coronas
de oro y piedras, cuando despertó se restregó los ojos y se prometió portarse
mejor y un poco más todavía en Navidad.
CUENTO DE TRENES Y OTROS TEMAS.
MUY MACHO PERO…
Miró
el trapo lleno de sangre que tenía en las manos y de un tirón le quería quitar
el policía. Dio un salto hacia atrás y se alejó. Vomitó. ¡Nunca había pensado
que le pasaría eso a él, el mejor maquinista del ferrocarril del sur de la
provincia de Buenos Aires.
Nació
para ver pasar los trenes, su casa temblaba con el pasó de cada vagón, fuera de
pasajeros o de carga. Amaba el olor del humo y de los aceites que derramaban
las locomotoras. Iba pasando el tiempo y le suplicó a su madre que lo dejara
ir a la escuela Técnica de “Ferroviarios”.
Estudió y salió con una medalla. No era muy inteligente, pero si tenía la
testarudez de un toro. Orgullosos con su título se presentó en la oficina en
Paternal donde le harían unas pruebas. Salió bien pero los acomodados le
ganaron de mano.
Se
“conchabó” como aprendiz de un viejo polaco que armaba camiones y grúas, para
el ejército. Aprendió de ese viejo agrio que escupía cada vez que hablaba en un
idioma trágico de su tierra, un sin fin de estrategias con los metales. Sabía
de todo y atento memorizó mucho de lo que el anciano sabía.
Siempre puteaba por la guerra y se dormía
sentado en un sillón desvencijado que según él, era traído de Polonia. Tenía
más tierra y mugre que todo el vertedero de basura.
El
hombre escuchaba una música linda, pero extraña para el muchacho que amaba el tango.
Igual, un día encontró en la mesa de la cocina una carta que lo llamaba del
Ferrocarril Central para comenzar como maquinista.
Un
sueño cumplido. ¡No fue fácil! Tenía a un montón de tipos envidiosos y vagos
que le hacían la vida imposible. Nunca los delató, hubiera sido peor. Había un
pequeña mafia apadrinada por punteros políticos y del sindicato.
Cumplió
a rajatabla con su tarea, hasta lo premiaron dándole la locomotora más nueva y
la más bella. La limpiaba como a una estatua de mármol o de acero. Brillaba
cuando rauda pasaba por la ruta. Siempre atento a los cambios de luces, si veía
una color naranja, aminoraba caso a diez kilómetros para evitar cualquier
accidente. Si era roja, frenaba y los rieles y las ruedas chirriaban como una
sinfonía de terror. Era verde volaba como los pájaros libres de la pampa.
Ese
día fue un horror. Bajadas las barreras y terminado de subir todo el público,
comenzó a poner la máquina a andar, llevaba a los obreros y mucamas de media
provincia, en la próxima barrera baja, una joven mujer corrió y se tiro bajo
“su” tren. El grito y escándalo fue feroz. La gente gritaba y se tiraban para
tratar de ayudar. Unos varitas y policías echaron a todos. A él, lo tomaron de
atrás para quitarle el trapo que arrancó del cuerpo de la joven mujer. ¡No! Se
deshizo de las duras manos que lo sostenían y le pusieron unas esposas de
acero. No dejó el trapo sangrante. Lo arrastraron hasta un celular que
irradiaba luces azules y rojas como la cabeza que rodó a sus pies, de la pobre
mujer. Sacaron el cuerpo y lo llevaron fuera de su vista. Lloró. Lloró mucho,
nunca pensó que le podía pasar algo así. Para eso no estaba preparado. Cuando
abrió entre sus manos ese trapo sangrante, comprendió que era un delantal de
cocina. Metió la mano en el bolsillo y encontró un sobre, arrugado y sucio. Lo
abrió y había una hoja que con letra temblorosa decía: “Marcos, no soporto más
tus golpes, tus insultos y tus llegadas borracho todos los días. Estoy
embarazada y seguro que no quiero que mi hijo sea como vos” adiós y que Dios te
perdone.
Ese
día Roberto González, dejó de ser maquinista de ferrocarril. El “polaco” y su
madre fueron los únicos que lo fueron a ver en la cárcel de Caseros, hasta que
demostraron que era un suicidio.
FOTOS PARA EL RECUERDO
ROMA DE NOCHE, UNA FUENTE ILUMINADA.
RESTOS DE UN ARCO ROMANO EN ESCOCIA
UNA CALLE EN ESCOCIA, POR DONDE BUSQUÉ UN ZAPATERO REMENDÓN... Y LO ENCONTRÉ.
CUENTO CORTO
UN
SIMPLE HOMBRE VOLANDO.
Todo comenzó con la internación en
el lugar más sórdido de la ciudad. Yo había perdido la paciencia. Tal vez
querer volar era un desafío para otros. Traté de volar desde la columna de la
luz, desde el campanario de la catedral...desde el mismísimo cielo. No pude.
Nunca me dejaron. Mi familia, mis amigos, los bomberos... todos me impedían
volar. Eso era mi sueño. Repetía cada mañana el rito. Me bañaba, afeitaba, me
vestía con el mejor jeen, la mejor remera o el sueter nuevo, zapatillas de
marca. Siempre llegaba al lugar estudiado o elegido. Nada. Algo lo impedía.
Alguien me seguía. Punto. Será otro día.
Entré como si conociera a cada uno
de los hombres que habitaban ese espacio infernal. Ahora mis pares. Se acercaron
algunos, otros gruñían o reían a mi paso. Yo, los miraba lleno de asombro. Me
presentaron al médico especialista " en vuelos"o no. Era un
hombrecito calvo, con lentes muy gruesos, algo obeso pero agradable. Lo
acompañaba un ayudante enorme. Todos vestían batas blancas o verde claro. Todos
estaban algo sucios. El dormitorio apestaba. El baño...bueno no parecía un
baño, era apenas una letrina oscura, obscena, un asco.
Caminaba mirando hacia el parque.
Quería ver si desde allí podría volar alguna vez. Nada. Todo era triste. Los
árboles y las paredes desnudas sin farolas ni flores. Vi a otros hombres. ¡
Casi hombres ¡ Mis manos trémulas apretaban la poca ropa que me dejaron. Me
quitaron el cinturón, los cordones de los zapatos, la radio, la cadenita de oro
con el `santito´ que me dio mi hijo. Casi todo me quitaron. Pero eran
simpáticos. Todos reían viendo pasar al médico con uno `nuevo´. Estaba
tranquilo. Sabía que con paciencia lograría que un día me permitieran volar.
Era un sueño. Desde niño quise volar.
Me costó dormir en esa cama dura y
fría. Pero al amanecer reconocí el canto de los jilgueros y zorzales de la
zona. Envidio a los pájaros. Ellos vuelan sin pedir permiso a nadie.
Un enfermero me buscó temprano y me
llevó con una hermosa joven. Ella era amigable y dulce. Charlamos un largo
tiempo cálido y bueno. Hablamos de mi madre. De mi padre que apenas conocí. De
la escuela en el barrio...hasta de fútbol. Me hizo mil preguntas sobre el
trabajo, los amigos, los compañeros y bueno...también fue hermoso. Recordamos
las películas de Sandrini, de Niní Marshal, de Cantinflas y las de vuelo.
Hablamos de alas delta, de aeroplanos, aviones y cohetes. De éso, sé un montón,
le dije. Cuando me iba al dormitorio, ella, me entregó un libro. Comencé a
leerlo esa misma tarde. La vida de un tal Saint Exúpèry. Él sí volaba. Me gustó
tanto como puede gustarle a un pájaro soñar con aire libre en una elevada
montaña entre las nubes.
Los otros habitantes me seguían. Me acosaban. Hasta que
encontré a Felipe. Él era un tipazo. Había trabajado en el aeropuerto. Sabía de
mi amor por el vuelo. Me escuchaba. A veces no, se sentaba ausente, no hablaba.
Sonreía. A veces le daban ataques de rabia y rompía todo. Pobre Felipe, con los
ataques queda hecho una porquería. Lo ayudaba a vestirse, lo afeitaba, le daba
de comer... Era mi amigo. Los médicos nos tenían cariño. A los dos nos tenían
cariño. Eramos tranquilos, inteligentes, limpios. Hasta que llegó el
"loco". Ese era loco realmente, no se hacía el loco. Creía que era
Jesucristo y bendecía a todos. A veces yo se lo aceptaba, tal vez así lograba
volar un poquito. Quería celebrar la santa misa. Estaba loco de remate. Repetía
el Sermón de la montaña o a los Corintios a los gritos. Los otros le tenían
miedo. Aparte no quería ni hablar de volar...el pobre. Odiaba a los médicos. La
furia le hacía dar fuerte patadas y allí empezaba a blasfemar. Quería matar a
los doctores. Era muy triste verlo. Comenzó a buscar la compañía de nosotros
dos que éramos amigos. Aparte de ser dios, había sido profesor de filosofía,
lenguas muertas, literatura y quién sabe qué otras sabidurías. Pero no quería
volar. Estaba loco. Nos seguía. Hablaba de Van Gogh, Beethoven, Verdi, Da
Vinci...y dale con los genios. Dalí, Chopín, Tchaikovsky, Chaplín era su favorito.
¡ Y tuvo que suceder, era lógico! Peleamos. Él comenzó a hablarme de Darwin y
yo no tenía ganas de escucharlo. Yo, repito, sólo quiero volar, que por otra
parte es algo normal en un hombre pájaro. Le grité que me dejara. Le dije:
"Me tenés abrumado por tanto tabaco, por tanta cultura. Entre saber y no
saber, prefiero..." La pizza"... agregó Felipe" Y comenzó a
golpearnos. Ya no repetía en latín a Homero ni a Virgilio, no. Puteaba que daba
gusto. Vinieron y lo ataron. Por supuesto lo ataron con aquellas vendas blancas
que existen...acá.
Entonces sucedió
inesperadamente algo maravilloso. ¡ Felipe me tomó de la mano y me invitó a
volar...!
A LA VIRGEN MARÍA
MARÍA INMACULADA
ME DEJAS UN LUGAR EN TU REGAZO
MADRE DEL SALVADOR
VÍRGEN DULCÍSIMA
A NOSOTRAS LAS MADRES DE ESTE SIGLO
QUE ROMPEMOS LAS PIEDRAS CON LAS MANOS
QUE LAVAMOS LOS ROSTROS DE LOS HIJOS
CON LA PIEL ENSANGRENTADA
DE DOLOR
POR LOS NIÑOS QUE MUEREN SIN TU GRACIA
POR LA TRISTE VERGÜENZA
DEL CALVARIO
SUAVE Y BELLA ESPERANZA TU MIRADA
TU PRESENCIA QUE VUELVE COMO AVE
EN CADA MOMENTO QUE LA TIERRA
TE CLAMA.
MADRE DEL SALVADOR
DIVINA MADRE
QUE LLORASTE EN EL CAMINO AL GÓLGOTA
AL PIE DEL MADERO ENSANGRENTADO
Y TU CORAZÓN ATRAVESADO POR ESPADAS
DE UN ODIO QUE NO CESA
DE UN RENCOR INFINITO QUE DESTROZA LA FÉ
MADRE- ESPERANZA DE TODOS LOS CRISTIANOS
MIRA NUESTRO DOLOR Y VUELCA TODO EL AMOR
DE TU HIJO AMADO. JESÚS, MI SALVADOR.
EN LOS ESCOMBROS
Caían
uno a uno los ladrillos seculares. Un polvo agrio atrapaba la poca saliva que
quedaba en la triste garganta cerrada del obrero. Era uno de esos inmigrantes
atormentados por el hambre. Era un hombre solo. Pobre. Hombre sin esperanza,
casi. Soltó el pico y acomodó un ridículo sombrero en su cabeza. Amoratadas
manos duras sobaron el pescuezo secando el sudor. Se escupió esas manos
embarrándolas. O no. Se refregó y continuó con su obra. Pensaba en el tiempo
que le quedaba para el crepúsculo. A esa hora, las siete u ocho, regresaba a su
habitación compartida con otros parias como él. Una línea más de ladrillos y
llegaría hasta el piso. Había sido hermosa esa vivienda añeja. ¿Por qué la
demolían ¿ Aun sirve, pensó? Yo no tengo casa y ellos destruyen ésta tan
hermosa. Su boca siempre cerrada no admitía una réplica. Había visto poco al
arquitecto. Lo contrató apurado. Estaba siempre apurado. Por las rendijas de
puertas viejas, despintadas, lo espiaban ojos invisibles. Él sabía. A veces se
entreabría una celosía gastada y percibía
una presencia humana. Nunca vio a nadie en realidad. El calor era
sofocante. El polvo penetraba en sus más íntimos orificios. Estaba solo. Siguió
mecánicamente con el pico, rompe que te rompe. Su mente se fue como ave
migratoria a un territorio ajeno. Se fue lejos. Sólo quería que el sol se
disparara hacia el poniente.
El hierro dio
un golpe agudo. Chispeó en una losa de granito. Se detuvo. Se alejó un instante
y se prendió a la botella de agua. Estaba tibia. Gorgoteó en su garganta
reseca. Sintió alivio. También asco. Estaba muy caliente su agua. Quizá en otra
región la gente fuera más solidaria. Allí eran de arena, escurridizos, secos,
muertos. Se sentó bajo un árbol que daba una sombra enorme. El verde era un paraíso
de frescor impensado. Ya hacía tiempo no sentía dolor en sus músculos
agarrotados. Cerró los ojos un minuto. Sintió un perfume a madera de nogal. No
supo de dónde provenía. Se quedó quieto, allí, sin siquiera atinar un suspiro.
Cuando se incorporó necesitó un esfuerzo inusual para volver al pico.
La losa
estaba allí, con una inscripción, apenas perceptible. Tal vez no debía tocarla.
Pensó en esperar al patrón. Y dejó ese rincón para luego.
Sintió que
mil ojos invisibles lo observaban. Se sentían los metales herrumbrados
mordiendo en las fallebas de ventanas y puertas. No vio a nadie. Ellos estaban,
seguro ellos estaban, aunque no se mostraban nunca. Buscó otro ángulo de la
vieja casa. Comenzó a demoler la chimenea. Era bella, recubierta de mayólicas
pintadas. Un magnífico escudo labrado en bronce; y pintado. No alcanzaba a leer
lo que decía. Tomó la decisión de no
romper las bellas piezas. Con una pequeña azuela comenzó a hurgar en el
pegamento que las incrustaba en la chimenea. El tizne saltaba entre los colores
frescos y caía como lluvia imperceptible. Era sorprendente con la facilidad que
podía desprender los pequeños cuadraditos. Fue haciendo un atadillo y los
escondió entre los montones de escombros. Sintió que a medida que se
desprendían iba apareciendo una madera noble de color claro. Alguien, en algún
momento de su historia, había escondido en ese lugar algún secreto.
Raspó y
descubrió un agujero. Estaba realmente alterado. Eran ya dos cosas extrañas
para un solo día. Se quedó quieto. Apoyó el pico y la azuela contra la losa de
granito y automáticamente comenzó a su alrededor un raro movimiento. Se
deslizaban haciendo un mágico ruido sordo. Hipnotizado comenzó a mirar el hoyo
profundo. Al abrirse totalmente, se vio un muñeco hecho en paño de lana, crines,
ojos de cristal y de apariencia humana varonil. Tenía un afilado estilete de
acero toledano atravesando el frágil cuerpo. Parecía la imagen de un enano.
Pero con forzada dificultad lo tomó sacándolo del insólito escondrijo. Lo
acomodaba en un rincón cuando comenzó a ver que gente de todas las edades
comenzaba a caminar por pórticos, aceras y calle. Como autómatas todos
convergían en el amplio habitáculo. ¿Eran espectros o curiosos? Él, no entendía
nada. Era muy ignorante. Además el terror lo petrificaba.
La tarde se
estaba acostando sobre la construcción desmantelada. El jornalero sudoroso se
afanaba entre ese sin fin de ojos acuosos. Buscaba un lugar por dónde huir. Ya
no hacía el calor sofocante de la tarde, pero sintió igual la fiebre que le
secaba la garganta agostada. Salió disparado.
La noche
cubrió el edificio. Una figura fantasmagórica atravesó el portal derruido y se
agachó en el frío pavimento antiguo. Se deslizó por el oscuro agujero y
desapareció en las sombras. Un helado viento comenzó a mover las hojas del
árbol y algunas ramas débiles comenzaron a quebrarse en una danza sutil. Nada
hacía prever los sucesos que luego acontecieron.
Al regresar
el día y aportar la canícula lujuriosa
de enero, el obrero destapó su miserable rectángulo personal en la demolición.
No encontró nada. No estaban las tejuelas, ni las mayólicas, ni el pico, ni la
azuela. Nadie aparecía en el desmedrado edificio desmantelado. Se acercó a la
cavidad pétrea y allí hecho un ovillo encontró al arquitecto con un estilete atravesado
en la garganta. Su mirada extraviada en un punto alejado. La mano en un gesto
infantil de pánico. Ni una gota de sangre. Ni un grito en la noche. Nada. Su
traje de estricto corte inglés, su reloj de oro, su blanca camisa de seda y sus
zapatos impecables. En la mano que estaba bajo su cuerpo, una moneda antigua
con el noble emblema de la familia. En el augusto escudo un lema en latín:
Verum moritura sumus.
El
hombrecillo atrapó desconfiado sus ínfimas posesiones y salió corriendo en la
calle empedrada.
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