Me duelen las manos. También la espalda. Hace una larga
semana que trabajo sin descanso para cumplirle. Quiero pero no puedo. Sí,
quiero completar todo el pedido que recibió Joaquín de esa gente. Es una nueva
casa de comida, hotel, casino y albergue. Es nueva y única. La construyeron en
la ladera Este. Es muy linda. Está construida en una zona hermosa de la región.
La más bella. Tiene un sabor salvaje. Esa tierra húmeda, la fina llovizna de
unas nubes que como velo de novia se deposita o se apoya en las largas columnas
de pinos, arrayanes y piceas. Es un regalo fortuito que regala el amanecer de
los días de otoño. El sol está cansado de moverse por el bosque como novio
enamorado de los duendes del pinar. ¡El olor a resina y polen! Las cabañas son
hermosas, las comenzaron a construir en primavera, el mismo día de nuestro
encuentro. Yo iba con mi bicicleta por el sendero buscando setas frescas. ¡Nos
encantan “revueltas con cebolla finamente picada en juliana, huevos y queso
parmesano, con una pizca de sal y pimienta, una cucharada de salsa inglesa y
vino jerez”! Bien, como decía, me movía por esos rincones que conozco desde
pequeña, esos que recorría con el abuelo Marco, y él, me iba regalando cuentos,
recetas y recuerdos. Bueno, iba por allí y nos encontramos. Parecía un
astronauta recién aterrizado de un planeta lejano. Era como de otra galaxia.
Fresco, alegre y vivo. Sí, como mi bosque de cuento. Me gustó, así rápidamente,
con su sencilla forma de pedirme la receta de los hongos. Aparte, desconfiado,
creyó que eran venenosos. Yo le gusté, seguro, porque me comenzó a contar su
vida. Parecía como si me conociera de
toda la vida. Me senté en un tronco caído, junto a un árbol lleno de pájaros.
La madera podrida en parte, albergaba un sin fin de pequeños seres vivos como
su vital risa contagiosa. Su mirada clara se movía, deslizándose por mi rostro,
que sudoroso y sucio, aparentaba no haberlo lavado en meses. Los pinos, piceas,
abetos y abedules, eran el marco perfecto a ese encuentro informal y romántico.
Casi
me olvidé para qué había venido al bosque. Si él, no mira el reloj y da un
salto, seguimos hablando en el crepúsculo que le había puesto una mortaja
violeta a los rayos rojizos del sol. Joaquín se despidió, me ayudó a trepar a mi
bicicleta y partí. Cuando llegué a casa me encontré en la penumbra más cerrada,
corrí con la mitad de hongos acostumbrado. Llegué a la cabaña y caí sólida en
el banco rústico de mi pequeña cocina. Pensé cómo haría una cena sin la
cantidad de setas frecuentes y decidí hacerlas en la receta del abuelo:”con
miga de pan mojada en leche, salsa blanca o bechamel, perejil y ajíes rojos y
verdes. Así armé un budín que mezclado con dos huevos y nuez moscada”, alcanzó
para los cuatro. Papá quedó feliz, cuando le conté que había conocido a
Joaquín, el muchacho del bosque, pues lo trató en el pueblo y conversó mucho.
Le pareció muy simpático y además era alfarero. Papá dice siempre que hay
oficios santos: carpintero, alfarero, boticario y labrador. No quiere a los carteros,
tal vez porque un cartero siempre le trajo las noticias tristes. Mamá en cambio
es más desconfiada. Casi no habló. Mi casa es la típica casa de campo con olor
a fogón caliente, levadura, ajo y vino. El abuelo nos enseñó a hacer el pan. Él
guardaba un trocito de masa para levar y se levantaba a la madrugada para
hornear. Cuando estaba todo listo se acostaba y al comenzar el día con un
enorme tazón de leche tibia recién ordeñada de Chichí, la vaca, comíamos una
rebanada de pan caliente con manteca que mamá batía a mano en un bol y dulce de
grosellas que hago todos los años. ¡Qué rico era desayunar así, con el amor del
abuelo! Hoy lo recuerdo y se me hace un nudo acá, justo aquí en la garganta.
Bien sucedió que a los dos días sentí el ruido de un motor por el camino de
casa. Era Joaquín que me invitaba a trabajar con él. La camioneta destartalada
y muy ruidosa se escuchaba de lejos. Atrás traía un horno para cocer cerámica y
un sin fin de moldes de yeso y herramientas. Me entusiasmó su seguridad. Sus
ganas. El dueño del complejo hotelero le había encargado toda la vajilla
especial con sabor, color y forma de nuestro rincón lejano. Me intrigó su
exaltación y sus sueños. Era muy creativo. El perfume ácido de la arcilla me
entraba a los pulmones como una saeta inesperada. Acepté. Yo nunca había hecho
alfarería. Pero como amo cocinar imaginé que era como hacer un pastel de
berenjenas. Ese que me enseñó el abuelo. “Se pelan cinco berenjenas medianas y
se hierven con sal. En una sartén se re fritan en aceite de oliva con dos
dientes de ajo; los dos tomates picados en daditos, dos cebollas en juliana,
dos pimientos y un puñado de hongos recién cosechados que se filetean. Se pisan
con un tenedor las berenjenas ya blandas y se agrega el menjunje, con pan rallado, una tasa de queso
rayado, dos huevos y mucho perejil. Se hornea veinte minutos y ¡paf!: un pastel
para re-chuparse los dedos. Si las berenjenas son algo amargas se le agrega a
la pasta una cucharadita de azúcar”. Así era hacer todos esos recipientes de
arcilla. Con un gran amor y buen gusto. Yo le agrego además los gnomos del
bosque pintados y hasta los muérdagos y ardillas. Cada pequeño plato,
escudilla, taza, fuente, tiene un pedacito de mi bosque. Es su espíritu ingenuo
y personal, el que creó la chispa de este mundo mágico que hemos hecho juntos.
Creo que me he enamorado de Joaquín y él de mí. Estoy cansada pero tengo que
hornear todas las piezas en bizcocho de arcilla. Las pintaremos juntos y cuando
amanezca y cuando inauguren la casa de la colina, cada persona se asomará un
instante a nuestro mundo.
Realmente
me falta esa chispa para encenderle a cada jarra una señal con el fuego de la
creación aderezándole un pequeño trozo de monte perfumado de bellotas y musgo.
Debo recuperarme. Joaquín duerme junto al horno un rato esperando el pequeño
milagro de amor cotidiano. Mis manos lloran arcilla y falta una buena parte de
los platos y adornos para terminar la tarea. Anoche, antes de quedarse dormido,
Joaquín me dijo que estaremos juntos para toda la vida y me dio el anillo de
boda de su madre. El amor ha llegado a mi vida en forma inesperada. Estoy
conciente que es extraña la forma de nuestra relación pero espero. Mañana será
un festival de sueños cumplidos. Toda la vajilla terminada, la inauguración de
la posada de la montaña y el anuncio de mi boda.
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