martes, 18 de abril de 2017

CUENTOS PARA DIARIO LOS ANDES-TINTERO


             ABELITO, UN CHICO SUREÑO.

    Hablar de don Emeterio Sosa, es hablar de un criancero malagüino, que posee una gran majada de chivos y de cabras lecheras, de una significativa recua de mulas y burros y de una tropilla de caballos criollos que hacen las delicias de los lugareños. Además tiene una linda familia con catorce hijos e hijas, cinco nietos y seis chicos arrimados, que siendo ahijados, viven con él. Es una fiesta verlos sentados a la mesa comiendo el pan recién horneado por doña Rosa y las hijas, el asado de chivito crujiente y los higos de tuna.
         Abelito es su hijo regalón. Alegre y chistoso siempre ayuda en las tareas de pastoreo, y en otros menesteres propios del campo. Un día llegó a la hacienda una camioneta desconocida. Era el hijo de Rufino González, que siempre traía en un viejo carro, tirado por dos caballos, toda clase de cosas. Era un bazar ambulante, y, tienda, ferretería, farmacia y librería. El hijo llegó modernizado. Traía radio a transistores, bicicletas y pantalones de denín. Tal fue la algarabía que don Emeterio le dio permiso a su querido Abel, para que diera la vuelta con Emanuel González por todos los campos que aún no visitaba.
         Así fue que cada mes buscaba a su ayudante en el campo y partían entre valle y valle, cruzando ríos secos y huellas con el muchachito, que resultó ser un experimentado guía. Luego le regalaba un par de zapatillas, un libro o un juguete, como premio. Ni hablar de los emparedados de jamón y queso, con sabor a diferente, que comían a orillas del río.
         Llegó el otoño y el frío desalentaba el viaje, pero las necesidades de los puesteros eran muchas y Emanuel sabía que no podía abandonarlos. Junto al chico, viajaron entre las ráfagas arrachadas del viento cuando comenzaron las primeras nevadas. Todo había amanecido blanco y se perdía la huella y el camino. Andando con dificultad siguieron el viaje para llegar al campo de don Aniceto Lencina.
         Se perdieron. El ruido del viento los asustaba mucho. Abel tenía apenas ocho años y Emanuel veintidós, no eran muy experimentados en verdad. El miedo creció como la capa de nieve que cada vez hacía más difícil mover la camioneta...¿ qué hacer? Abel se colocó el poncho de vicuña que le tejió al telar la abuela Ramona, se puso un gorro grueso y guantes; y con esfuerzo abrió la puerta del vehículo, bajó al helado suelo y le dijo a su asustado amigo...- Espérame acá, no te muevas yo vendré con ayuda._ Y comenzó a caminar por la nieve. Parecía perdido pero no abandonó  su tarea.
         Cuando había caminado varias horas sintió ladridos. Tuvo más miedo, podía ser una jauría de perros salvajes hambrientos. Sin embargo pronto se acercaron a él y vio que con sus colas heladas le mostraban un camino. Los siguió, no sin antes pedirle a la Virgen de la Carrodilla que no le sucediera nada malo. Al poco tiempo de andar, y ya muy fatigado, en medio de la nieve vio el humo que salía desde una casa de puestero. Llegó casi sin fuerzas, pero con alegría descubrió que los rústicos perros les habían salvado la vida. ¡ Ah, los bondadosos criollos fueron con mulas a rescatar a Emanuel que había quedado en la nieve allá lejos! Pasaron unos días increíbles en esa humilde casa que los recibió con mucha hospitalidad. ¡ Así es el criollo mendocino: generoso y sacrificado!          

                                               Mendoza--10--3--98. Graciela Elda Vespa para Tintero.

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