viernes, 14 de abril de 2017

UN AMOR IMPOSIBLE


Se acomodó en el sillón de rústica estera, permitiendo que Dinorá le diera aire con una palmeta. Sentía fuego en el cuerpo, desde que murió Amazildo, cada atardecer sentía que las manos ásperas de su amante le acariciaban la nuca.
Soltó su larga cabellera que llevaba recogida en una trenza y con eso, esperó no sentir el aliento del hombre. ¿Si estaba en otro espacio, cómo estaba tan cerca? Fue peor, ya que el perfume de tabaco del difunto, junto a su cuerpo le enardecía el alma.
-          ¡No puedes hacerme esto, Amazildo, vete!- dijo a la penumbra y escuchó la risa gargantosa del difunto.
La noche se avecinaba con nubes negras que habían dejado el fuego del sol de occidente apagado como hoguera  moribunda. Pero su cuerpo abrasado y sus entrañas quemaban. A lo lejos un relámpago avecinó un enorme trueno que rugió como anímala en celo. Comenzó a llover. Una verdadera cortina de agua caía sobre su cuerpo. Empapada su cabellera azabache y su bata que pegada a su piel, inauguraba una fiesta de lujuria.
Sintió unas manos que creyó eran de Amazildo que apretaban la cintura y bajaban lentas por el vientre hasta el pubis. Otro relámpago le descubrió que no era el difunto. Quien estaba allí sino el joven Joâo , quien había logrado que Dinorá le entregara a su ama para amarla hasta el mismo infierno.
-          ¡No! Yo amo a mi Amazildo y jamás le seré infiel.- dijo con lágrimas en sus mejillas que se mezclaban con la lluvia. Golpeó al aturdido enamorado y corrió hacia su dormitorio. Allí un pequeño fuego aliviaba el frío de la tormenta .
-         Mi adorada mujer ¿cómo puedes ser fiel a un muerto?. Acá tienes un hombre que te ama. –dijo pegando sus labios a la puerta. –No me niegues una noche de ternura y felicidad…- se fue alejando dado que la mujer se empeñaba en su mutismo.
Se durmió agitada. No recordaba haber sufrido un solo día junto al recordado marido, pero soñó con los brazos fuertes del hombre. Su voz y su aliento tibio, la sonrisa y los ojos que acechaban sus movimientos en la casa cuando trabajaba con sus hilos en la encajera. Despertó empapada, esta vez por haber sudado todo el tiempo de  sueño.
Llamó a Dinorá, quien escondía su rostro tras el delantal de algodón que cubría su pollerón. Traía un jugo de piña fresco y agua de colonia con aceite de coco para darle unas friegas en el cuerpo. Había salido un sol agudo y húmedo que penetraba por las endijas de la ventanas que daban al patio.
-          Anoche soñé con él, mi amado vino a besarme y estuvo todo el tiempo abrazada a su cuerpo… bueno a su alma.
-          No, mi señora él no puede regresar de donde está… y usted es joven y debe amar nuevamente a un hombre.
-          Ni loca. Mi vida es por y para él.
-          Ya verá que con el tiempo pensará diferente. Y salió a buscar una cesta con pequeños bocados para su ama.
Se cambió la bata y se colocó un vestido fresco  de algodón color granate, sujetó el cabello en un nudo tras en la nuca y calzó unas zapatillas de seda negra. Puso algo de carmín en los labios y mirándose en el espejo observó una marca en su hombro. Era relativamente pequeña pero bien clara. Tenía la forma de un beso de labios gruesos como nunca había visto en el querido perdido. Caminó y bajo el árbol de guayabo se sentó a hacer su encaje matinal. Los hijos parecían bailar en el almohadón. El dibujo era perfecto. El contraste con su falda era maravilloso, era encanto a la belleza de un enjambre de rodelas y pétalos de filigrana, un juego fantástico de luz y color. Vio a Joao que entraba con un ramos de orquídeas blancas y se las dejaba sobre los pies.

Esa noche en la semi penumbra de su cuarto, la figura de Amazildo se acercó y dándole un suave beso en la cabellera le dijo suavemente … Amor déjame partir y acepta el amor  que viene en mi nombre para hacerte feliz. Y partió como una lengua de fuego por el enrejado de la ventana hacia el infinito.  

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