Se acomodó en el sillón de rústica
estera, permitiendo que Dinorá le diera aire con una palmeta. Sentía fuego en
el cuerpo, desde que murió Amazildo, cada atardecer sentía que las manos
ásperas de su amante le acariciaban la nuca.
Soltó su larga cabellera que
llevaba recogida en una trenza y con eso, esperó no sentir el aliento del
hombre. ¿Si estaba en otro espacio, cómo estaba tan cerca? Fue peor, ya que el
perfume de tabaco del difunto, junto a su cuerpo le enardecía el alma.
-
¡No puedes hacerme esto, Amazildo, vete!- dijo a la
penumbra y escuchó la risa gargantosa del difunto.
La noche se avecinaba con nubes
negras que habían dejado el fuego del sol de occidente apagado como
hoguera moribunda. Pero su cuerpo
abrasado y sus entrañas quemaban. A lo lejos un relámpago avecinó un enorme
trueno que rugió como anímala en celo. Comenzó a llover. Una verdadera cortina
de agua caía sobre su cuerpo. Empapada su cabellera azabache y su bata que
pegada a su piel, inauguraba una fiesta de lujuria.
Sintió unas manos que creyó eran de
Amazildo que apretaban la cintura y bajaban lentas por el vientre hasta el
pubis. Otro relámpago le descubrió que no era el difunto. Quien estaba allí
sino el joven Joâo , quien había logrado que Dinorá le entregara a su ama para
amarla hasta el mismo infierno.
-
¡No! Yo amo a mi Amazildo y jamás le seré infiel.- dijo
con lágrimas en sus mejillas que se mezclaban con la lluvia. Golpeó al aturdido
enamorado y corrió hacia su dormitorio. Allí un pequeño fuego aliviaba el frío
de la tormenta .
-
Mi adorada mujer ¿cómo puedes ser fiel a un muerto?.
Acá tienes un hombre que te ama. –dijo pegando sus labios a la puerta. –No me
niegues una noche de ternura y felicidad…- se fue alejando dado que la mujer se
empeñaba en su mutismo.
Se durmió agitada. No recordaba
haber sufrido un solo día junto al recordado marido, pero soñó con los brazos
fuertes del hombre. Su voz y su aliento tibio, la sonrisa y los ojos que
acechaban sus movimientos en la casa cuando trabajaba con sus hilos en la
encajera. Despertó empapada, esta vez por haber sudado todo el tiempo de sueño.
Llamó a Dinorá, quien escondía su
rostro tras el delantal de algodón que cubría su pollerón. Traía un jugo de
piña fresco y agua de colonia con aceite de coco para darle unas friegas en el
cuerpo. Había salido un sol agudo y húmedo que penetraba por las endijas de la
ventanas que daban al patio.
-
Anoche soñé con él, mi amado vino a besarme y estuvo
todo el tiempo abrazada a su cuerpo… bueno a su alma.
-
No, mi señora él no puede regresar de donde está… y
usted es joven y debe amar nuevamente a un hombre.
-
Ni loca. Mi vida es por y para él.
-
Ya verá que con el tiempo pensará diferente. Y salió a
buscar una cesta con pequeños bocados para su ama.
Se cambió la
bata y se colocó un vestido fresco de
algodón color granate, sujetó el cabello en un nudo tras en la nuca y calzó
unas zapatillas de seda negra. Puso algo de carmín en los labios y mirándose en
el espejo observó una marca en su hombro. Era relativamente pequeña pero bien
clara. Tenía la forma de un beso de labios gruesos como nunca había visto en el
querido perdido. Caminó y bajo el árbol de guayabo se sentó a hacer su encaje
matinal. Los hijos parecían bailar en el almohadón. El dibujo era perfecto. El
contraste con su falda era maravilloso, era encanto a la belleza de un enjambre
de rodelas y pétalos de filigrana, un juego fantástico de luz y color. Vio a
Joao que entraba con un ramos de orquídeas blancas y se las dejaba sobre los
pies.
Esa noche en la
semi penumbra de su cuarto, la figura de Amazildo se acercó y dándole un suave
beso en la cabellera le dijo suavemente … Amor déjame partir y acepta el
amor que viene en mi nombre para hacerte
feliz. Y partió como una lengua de fuego por el enrejado de la ventana hacia el
infinito.
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