Cerró
la cortina, dejó sobre la mesa una taza de té de limón que ya fría sólo le
traía más tristeza. Había esperado horas a su querido primo Reinaldo. Él sí,
podía traer buenas noticias del campo. Las nubes pasaban como pájaros muertos
sobre los edificios y nada podía cambiar su ansiedad. Ese día había llamado
desde Concordia sosteniendo que traía buenas noticias. ¿Dónde estaban? Ya era
casi la media tarde y el sol se escondía entre los altos muros del complejo
edilicio de la nueva ciudad.
Encendió
el televisor y se distrajo con un programa de preguntas y respuestas. Era muy
simpático ver lo poco que sabían los participantes. Ella contestaba antes que
los ingenuos que creían saber. De joven se pasó la vida leyendo libros y
manuales. Su padre llegó a encargar algunos a la capital.
Cuando
llegaban las cajas con libros las compañeras del instituto donde estudiaba le
hacían chanzas. ¡Así jamás te casarás! Y se reían a carcajadas. ¡Y fue así como
ellas dictaminaron! No se casó. En realidad nunca logró que un muchacho la
invitara a salir a bailar o al club a cenar o al cine. Pero todos la miraban
con admiración porque era como una enciclopedia ambulante.
¡Malditos
conocimientos! ¿De qué le servían ahora cuando hasta le llegó un telegrama con
una felicitación por su jubilación? Estaba sola. Triste. Es verdad que varias
de las mujeres que se habían casado, estaban divorciadas y solas como ella,
odiando al mundo y a los hombres. La mayoría manteniendo como podían sus casas
y si había hijos, a los pequeños. Otras arrastrando a sus parejas enfermas y
suegras postradas. Ella sola y tranquila.
Miró
por el ventanal hacia el camino. Vio un auto nuevo que veloz venía desde la
zona de Concordia. Suspiró. Fue a la cocina y calentó agua para hacer unos
mates. Apagó el televisor. Se sentó a esperar y escuchó el chirrido de los
neumáticos y luego el portero que temblaba con su ruido. ¡Adelante!
Reinaldo
no venía solo. Tras de sí, una rubia despampanante sonreía con ojos color arena
y botox en los labios. La abrazó su primo y le mostró a su esposa, la cuarta o
quinta de la lista infinita de mujeres que le hubo presentado en la vida. ¡Acá
tienes tu cheque! Vendimos todo el trigo y parte de la avena a unos gringos.
Como ves, estoy muy apurado. Le prometí a Yiyi, que la llevaría a la capital a
un recital de Rock y las entradas son carísimas. Ella aleteó unas hermosas
pestañas postizas y le dio un pringoso beso en la mejilla. Salió tras Reinaldo
corriendo. El agua hervía en la hornalla.
Apagó
el fuego, cebó unos mates y se sentó a ver una película que pasaba por cuarta o
quinta vez en la T.V.
¡Ella era una mujer solitaria y sin problemas!
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