En la arena una amarilla huella del pie en rocas livianas,
con aristas de un mar infinito de ensueños y espuma vibrante
que me avivan, elevan en sus brazos casi humanos
hacia el arcano profundo del oriente.
En el valle poblado de simientes
maduras
una ruta de pétalos de fuego en su hermosura,
amapolas rojas que ondulan un mar verde-vegetal
hacia un nuevo occidente iluminado.
En la espesura larga noche estrellada, fronda frutada
indecorosa
que crece, me acurruca en su matriz húmeda . Roja.
Entonces. Una brecha se abre entre nubes que cubren mi
desnudez.
Me muestran una luna mágica y pequeña, el origen virginal.
En la ciudad con el smog. El aire del humo maloliente de
basura.
Una mano, tu mano, se extiende en la súplica del hambre.
Desamparo. Todos solos y mudos. La mirada sin lumbre de
esperanza
y esos ojos que observan hacia el Norte, hacia el mañana.
Siempre allí Tú. Tu nombre en la
plegaria...
Jesucristo.
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