EL VIENTO
El viento
me arroja sobre las dunas calientes de la mar bravía
me deja
desprotegida y sorprendida en las ramas de una palmera.
Me
distraigo con el bramido de las aves que roban sus presas al mar.
El viento
cesa. Aparece una brisa deliciosa y suave, seda amarilla.
Ataja mi
cabeza que se desprende de la orilla de mi alma, al viento.
En los
tejados se despereza un gato negro y me persigue por las tejas
llevando un
rosario de plata entre sus ojos verde azul y su lengua
que intenta
limpiar mi piel despoblada de cicatrices, con aspereza;
luego me
arrastra con su suave ronroneo de felino ciego. ¿Ciego?
Se abre el
laberinto de mis desdichas y atravieso el páramo ocre.
No acaricia
mi rostro imperfecto el ábrego rumoroso de la noche
Ni se
refleja en el agua la luna dorada con peonías rojas. Sangre.
El remolino
de sangre apretuja las manos a mi cuerpo herido y,
una
incesante melodía de cuervos se perfila en la noche calma.
Regresa el
viento con furor de olvido sobre mi mar bravía, inquieta.
La muerte
ronda. La verdad se oculta y me persigue un sueño.
Miro hacia
atrás y me convierto en sal. Mi corazón palpita dentro
de la
cáscara salobre que mató mi ensueño. El gato se desliza.
Duermo.
Sostenida por la música de la cascada de mi corazón herido.
¡Tan herido
y tan triste como un pequeño pichón de ave abandonado!
Atrás el
viento murmura mi nombre que es olvido, que es desdicha.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario