viernes, 29 de noviembre de 2019

EL VIENTO


EL VIENTO

El viento me arroja sobre las dunas calientes de la mar bravía
me deja desprotegida y sorprendida en las ramas de una palmera.
Me distraigo con el bramido de las aves que roban sus presas al mar.
El viento cesa. Aparece una brisa deliciosa y suave, seda amarilla.
Ataja mi cabeza que se desprende de la orilla de mi alma, al viento.
En los tejados se despereza un gato negro y me persigue por las tejas
llevando un rosario de plata entre sus ojos verde azul y su lengua
que intenta limpiar mi piel despoblada de cicatrices, con aspereza;
luego me arrastra con su suave ronroneo de felino ciego. ¿Ciego?
Se abre el laberinto de mis desdichas y atravieso el páramo ocre.
No acaricia mi rostro imperfecto el ábrego rumoroso de la noche
Ni se refleja en el agua la luna dorada con peonías rojas. Sangre.
El remolino de sangre apretuja las manos a mi cuerpo herido y,
una incesante melodía de cuervos se perfila en la noche calma.
Regresa el viento con furor de olvido sobre mi mar bravía, inquieta.
La muerte ronda. La verdad se oculta y me persigue un sueño.
Miro hacia atrás y me convierto en sal. Mi corazón palpita dentro
de la cáscara salobre que mató mi ensueño. El gato se desliza.
Duermo. Sostenida por la música de la cascada de mi corazón herido.
¡Tan herido y tan triste como un pequeño pichón de ave abandonado!
Atrás el viento murmura mi nombre que es olvido, que es desdicha.



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