Uno
tras otra las butacas del teatro se alineaban despobladas. Un resplandor sutil,
conjugaba soledad con silencio. Había rumores lejanos. Voces que era imposible
decodificar, ruidos de golpeteo de zapatillas de punta, que las novatas sufrían
sangrando. Cada tarde solían acercarse sumisas, para suspirar frente a la boca
del plató.
¡Ringa, no te sientes allí! ¡Esa es la butaca de Fedora Stenka!
Recuerda sus largas piernas hábiles para desentrañar los pasos más difíciles
que inventaba el maestro Romanensky. La piel de sus manos, como alas de aves en
vuelo hacia occidente, atravesaba el aire soltando trinos plateados. Palabra
prohibida. Libertad. Eso la llevó, gracias a una delatora, a Teblinka, a las
minas de carbón donde se fue apagando en un dolor mezquino, negro, azulado. No
era rebelde, sí algo extraña para esa época difícil.
Mi memoria la sigue en “El Lago de los Cisnes” vestida de negro
junto al príncipe enamorado. Me parece sentir aún el aullido de la gente cuando
se agachó a saludar. Hasta el recién nombrado Comisario del Partido se paró
para aplaudirlos. Pero a ella, le mandó luego, un ramo de rosas rojas que
devolvió rabiosa. Dicen que en Teblinka solía bailar entre la nieve. La
adoraban, pero los pulmones le jugaron una mala pasada.
¡Ringa, no te sientes en esa butaca! ¡Esa es la que usa Svetlana
Ronsya, ese monstruo sagrado que logró sostenerse varios segundos en el aire!
Si pones un tanto de atención, verás que le ganó en ardor a Ninjinsky. Fue un
dios pagano en el escenario bailando Tchaikosky. Muy rudo y lejano, su voz casi
era desconocida. Pero, cometió el error de criticar al consejo en la etapa de
academia, y eso que llegó casi siendo un niño desde la ciudad más pequeña de
Ucrania. Logró abrir de boca a los grandes maestros. No cerró la suya.
Su cuerpo parecía engendrado por el gran Fidias o Leonardo Da
Vinci. Envuelto en las mallas sus músculos eran cables de acero y seda. Saltaba
hasta tocar las nubes con sus dedos y los pies desnudos se transformaban en
espadas de alabastro. Svetlana era un chico muy solitario. Triste, diría yo.
Cada movimiento fuera del teatro parecían pasos de un gallo de riña. El pelo
casi blanco, ¡tan rubio era!, le caía sobre la frente cuando caminaba pensando
en lo que haría en el próximo ensayo. Era un Fauno erguido frente a la multitud
ruidosa. Lástima que habló. Fue torpe lo que dijo y pasó derecho hasta la
estepa helada de Siberia. Se lo comió el vodka. Fue un pájaro herido de muerte.
¡Por eso no te sientes en su silla!
¿Ringa, te quieres sentar ahora en
la butaca de Ninna Shoronskaya? Eres demente. La frente sudada entre
bambalinas, hacía sufrir a los maestros, hasta llegar al éxtasis en medio de
“Giselle”. Todos creían que se desmayaría antes de mover un pie, y sabes, la
llevaron a países de occidente.
A su regreso cometió el pecado de relatar cómo se vivía en otros
lugares fuera de nuestra patria. Sirvió a la causa a expensas de su salud y
terminó en un hospital de alienados en Stalingrado. Cuenta su madre que, en las
noches de pleno invierno, se desnudaba y bailaba bajo la luz pálida de las
farolas de los patios helados.
La pobre mujer ingresaba haciéndose pasar por demente y le fregaba
el cuerpo con vodka o vino que conseguía en el mercado negro. Pero no logró
sobrevivir. Tenía sólo veinte años cuando partió al paraíso. Ese que ella
nombraba creyendo que volvería si viajaba danzando por los teatros del planeta.
No quieras sentarte en esta
fila. Tu lugar es atrás. En la tercer hilera y en la butaca número trece. Esa
es la tuya, cuando regreses del Archipiélago Gulasch. Ahora deja que los viejos
fantasmas del teatro disfruten mirando “El Quijote de la Mancha ”, lo interpreta un
muchacho hermoso, se llama Nureyev y hace poquísimo tiempo regresó de Italia.
Él pudo conocer otro mundo, mas el HIV lo regresó a casa.
Sabes, Ringa, me encantó cómo
desplegaste los brazos cuando bailaste “Copellia”. Tu cuerpo parecía de
porcelana y tus ojos de cielo turquesa.
¿Por qué te animaste a ir a esa manifestación contra la nueva
enfermedad? ¿Acaso tú, como mujer, creías que te podía afectar? Siempre los
jóvenes proclamando desprecio por la vida que impone el estado, nunca va a
cambiar nada, así son las cosas. Cuando en el 17 yo salí a la calle me dieron
tantos palos que nunca más pude bailar en el Bolshoy y tú pretendes arreglar esto
ahora. No, querida es imposible.
La ingenuidad ha llenado este teatro de fantasmas. Ven siéntate
ahora en la butaca que te corresponde. Otros están en fila y esperan su turno.
Todos jóvenes y crédulos. Tal vez algo mejore un día, pero falta tiempo aún. ¿No
lo sabes? Ringa ven, siéntate junto a mí y cuéntame qué fue de ti en esa tundra
helada. No puedo calentarte las manos, ponte estos mitones verdes.
Los nombres de artistas son imaginarios,
exceptuando el de Ninjinsky y Nureyev.
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