Apenas empezamos a pagar la
peor condena que pueda infligírsele a un ser
humano: no saber cuándo tendrá fin su pena.”No hay silencio que no termine”
Ingrid Betancourt.
La
calle no parece muy transitada, pero no nota esos detalles, está apurada. Un
coche blanco viene detrás del suyo con las luces altas encendidas
encandilándola, y trata de sobrepasarla. Se corre. El auto se aproxima y con
una brusca maniobra se le cruza. Del auto ve que bajan cuatros soldados - ¿Qué
extraño un grupo tan uniformado en un coche blanco? Mejor me quedo quieta o no,
Mauricio me dijo que arremetiera y choque y ¿si me matan o me roban el auto…?
Me detengo, si, me detengo. Fatal decisión.
Se da cuenta
que tienen puestas unas capuchas negras. Ágil, casi sin pensarlo, se saca el
anillo de la abuela y lo esconde en el lugar secreto que tiene pactado con
Mauricio. El instinto le dice que es una emboscada. La tienen rodeada. Mira
atrás por el espejo y ve que desde un pequeño coche le apuntan con una
ametralladora.
Feroz, un
hombre vestido de soldado, encapuchado, le indica que salga del coche. Toma su
cartera y baja. Le ponen una capucha y le inmovilizan las manos con alambre. Le
arrancan su bolso y siente risas y palabras obscenas. Roberto Carlos sigue
cantando “Un millón de amigos”, una canción de “amistad y paz” El auto ha
quedado abandonado en medio de la calle desierta. La empujan y la tiran en el
piso del auto que la trató de atropellar. Con voces guturales le indican que no
se mueva. Le arrebatan la chaqueta y con ella le cubren aún más la cabeza
ahogando cualquier sonido que pueda hacer. Una vos que cree es de hombre le
indica que van a cambiar de vehículo. Una mano ruda la tironea y la arrastra,
la meten en una camioneta donde deduce estaba la otra gente.
En
la cabina de atrás de un vehículo que ella no ve y trata de presentir la dejan
como un fardo inservible. Los ojos vendados y las manos atadas. De un puntapié
la corren. Se hace un raspón en una pierna con un objeto cortante. Le duele. Interiormente
se putea, soy una pendeja estupida.
Las voces se
pierden tras el ruido de una puerta que se cierra. Cree que son unos cuatro
guerrilleros. Tal vez son más. Sí, ya que venían otros en el auto pequeño.
Tiene tanto miedo, que no puede controlarse y se mea. Llora desconsoladamente.
Piensa en Mauricio y en los chicos. ¡Pobre María Clara, que susto tendrá! ¿Por
qué le tocó a ella que nunca se mete con nadie?
La
camioneta, se mueve a mucha velocidad. Golpea contra los laterales del
habitáculo. Pasan un paso a nivel, eso le parece por los tumbos y saltos que
dan.. El traqueteo la confunde y la golpea. ¡Nadie notará que la llevan allí,
ya se habrán encargado ellos, de que así sea! Piensa en su hermoso trajecito
blanco y llora con más calma. Tal vez la maten, ¿de qué le servirá su ropa
blanca si la matan? Se siente ridícula y tonta. Preocuparse por la vestimenta
cuando tiene sobre sí un grupo de revolucionarios sanguinarios.
¿Cuánto
tiempo pasa, no sabe! Así, aterrada, con las manos doliéndole, la cara tapada y
ese fuerte raspón que le duele en la pierna, ha perdido la dimensión del
tiempo. Hace un calor insoportable. La camioneta se detiene, luego de hacer una
brusca maniobra hacia la izquierda. Delfina se golpea nuevamente y peor pues su cabeza rebota contra cosas
metálicas con bordes afilados.
Alguien
se ha bajado y habla con voz queda y altanera. No alcanza a entender. Vuelven a
marchar por un camino muy desprolijo de tierra y pedregullo. Hay una agitación
en el movimiento del vehículo que le perfora el alma. Parece la huella, como
cuando llueve en el campo, allá en “Cuesta Blanca”. Luego de andar un rato se
detiene. Abren la puerta y una voz de
mujer la llama por su nombre.
- ¡Delfina,
bajá hija de puta, hemos llegado!
- ¡Che, Mara, cállate!
- ¡Yo con esta conchuda infeliz no me callo!
- Mara es una orden del jefe. Ordenó que no le hablaran.
Cuidemos las palabras.
La empujan y obligan a bajar. Camina entre dos
personas. No sabe si son hombres o mujeres. ¡Una de ellas se ríe y a media voz
comenta…!
-
Mirá, lo único que le faltó fue cagarse!
¿De dónde sacó sangre en la ropa esta infeliz?
-
¡El camarada capitán ordenó que no le hablen! Te dije. Hagan silencio.
La meten por una pequeña puerta. Tropieza con un
reborde y una mano impide que se caiga. Siente ruidos extraños a metal y
madera. La llevan hasta un lugar y le explica una voz gutural plagiada de un
personaje de la radio, que debe caminar en una escalera. Adelante nota que ha descendido
alguien, comienza a bajar lentamente. Detrás alguien viene. Le pisa una mano.
Ella pega un pequeño grito.
- ¡Cállate, o…!
-
¡Silencio compañera!
Oye
los diálogos breves e histéricos. Pelean entre ellos y se nota la adrenalina
que los desbarata.
-
Te vas a delatar y nos ponés a todos en peligro.
-
No me importa yo hago lo que se me antoja y mas con esta puta de mierda.
-
no te dije que sos una infeliz capaz de entorpecer la tarea. Callate es una
orden y basta.
Llegan a un espacio
fresco, con olor a cemento recién hecho y con pintura ordinaria. Parece el
edificio de Lina, su vecina, cuando le ayudaron a mudarse. Alguien la toma del
brazo y la sienta en el piso con extrema dureza. Le ponen la cartera vacía en
la falda. Siente que se van alejando entre risas contenidas y palabrerío sin
ton ni son para Delfina. Un suave y monótono ruido, semejante al motor de la
heladera es lo único que escucha. Así se queda, dolorida y muerta de terror.
Llora con sollozos cortos.
¡Siente, que
ya no verá a sus hijos, ni a Mauricio! Pasa un tiempo largo. Se calma un poco.
Cambia de posición las piernas que tiene adormecidas. ¡Quiere hacer otra vez
pis y no sabe qué hacer! Sigue el silencio… Nadie viene. Comienza a pensar que
si la dejan allí sola para siempre, se morirá de hambre. ¡Nadie sabrá nunca más
de ella!
Tanto
estudiar francés, inglés, ¡el maldito piano! ¿De qué le sirve ahora? Vuelve a
llorar. Se calma. ¡Ya María Clara se habrá comunicado con Mauricio! Los chicos
preguntarán por ella y no sabrán qué decirles. Siente un dolor terrible en su
pierna herida. Tiene sed y hambre.
¡Desde las
ocho que no come nada! ¿Qué hora será ya? No sabe, le arrancaron la alianza, el
reloj, la cadena con la medalla de la
Virgen de la
Merced y las pulseras de los aniversarios. ¡Suerte que
escondió el otro anillo!
Oye un ruido metálico y alguien
entra. Le desatan las manos, pero siente que un arma está apoyada en su
espalda. Le quitan la capucha y
queda ciega por un instante.
Luego se da cuenta que hay dos personas junto a ella con pasamontañas negros.
Mira el lugar donde pasó esas
horas. Es una pequeña habitación de unos tres metros por tres. Tiene una
escalera marinera que da a una claraboya de madera. Además hay una pequeña
puerta metálica. Se para. Observa y ve que tiene toda la pollera con sangre.
Sabe que no es su menstruación. Es la herida de la pierna. Su presencia es patética.
Tiene un taco roto. El cabello rubio despeinado. Tiene la cara sucia de llanto
y tierra con pelusas, briznas de pasto y hojas. Trata de limpiársela con la chaqueta
blanca. El más alto de los hombres, le muestra una lata de aceite “Cocinero”
llena de agua en un rincón. Indecisa los mira.
No le
hablan. Se acerca y se lava. Mete la cabeza entera y bebe. El pelo chorrea y
salpica. Se seca con un pedazo de toalla vieja, que le alcanza el más menudo de
los hombres. No, parece ser mujer. Aunque tiene debajo del burdo uniforme
formas de mujer tiene una actitud agresiva. Trata de serenarse.
- Por favor ¿qué sucederá conmigo? ¿Por qué
estoy acá y porqué no me hablan?
- Cállese. Se le hará un juicio pronto, más
rápido de lo que se imagina, susurra la guerrillera.
- Yo no sé nada de lo que mi esposo hace. Se
han equivocado conmigo.
- Callate, acá nadie se equivoca
nunca.
- Dejala, que hable, ésta es una
tilinga, llena de plata y nada en la cabeza.
- La “Señora” puede acostarse. Aquí
tiene una manta no es de armiño pero la calentará igual. Aunque nunca como los
soldaditos con que se debe encamar.
- ¿No puedo ir al baño? Yo no me
acuesto con ningún soldado, sépalo. Los guerrilleros se ríen.
- No tarada, acá no hay baño. Allí en ese rincón tendrás tu
baño.
Delfina mira y ve, un cajón de los
de embalar fruta con aserrín. Piensa en la gata de su hija Sol. Ella será
igual. Sin querer sonríe. Seré gata por un tiempo.
- Sabemos que no comés desde temprano. Pero
ahora no tenemos nada. Después te traerán algo, será algún manjar del Molino.
¡Ja, ja, ja!
- El relevo vendrá a las siete de la mañana.
Tendrás que aguantar. Vamos que el “Capitán Toyo” espera.
- No le hablés tanto, carajo te lo he dicho
mil veces.
Delfina mira como trepan y salen
por la pequeña puerta. La cierran con llave y la dejan sola. Mira todo en
detalle. Hay una especie de ventilador para extraer el aire. Allí está el ruido
que escuchaba, aquel como motor de heladera. Las paredes están recién hechas.
El ladrillo y el cemento aún húmedos. Una bombilla de luz, encerrada entre
alambres, ilumina débilmente la habitación. El suelo es de cemento y sólo hay
una vieja silla. Allí está la manta color rojo y negro a cuadros que pudo ser
de un avión de línea. -Roban de todo estos maldito. Así dejan la imagen del
país en el extranjero,- piensa. Tiene deshilada la orilla y algunos agujeros, un
trapo hilachento que tuvo mejor historia. La cartera. La abre. Allí están
alguno de sus tesoros: peine, lápiz de labio, maquillaje. Un pañuelo pequeño y
uno de Mauricio. Los anteojos. La agenda y lapicera se la quitaron. La foto de
los chicos y de Mauricio la han borroneado con labial.
El rosario de nácar roto en mil partes, un
pequeño costurero para emergencias sin agujas, las sacaron también. Una lima de
uñas destrozada, una tijerita quebrada en partes. Un tapón higiénico con barro,
una bombacha que estaba limpia la han ensuciado con mierda. (Según María Clara,
ella estaba chiflada porque siempre llevaba una bombacha limpia en la cartera)
Un cepillo de dientes que le regalaron en “Hilton” hotel de Brasil el otro
verano. Un cortaplumas multiuso que compró en Suiza desapareció en los bolsillos
de alguno de ellos. Horquillas y ligas para el pelo, dejaron dos.
Un “Rasti”
de recuerdo para llorar ausencias. Aspirinetas y aspirinas sueltas, que sucias,
ella limpia con esmero por si las necesita. Las llaves de casa y del auto no
están y han dejado tres figuritas del álbum de “Anteojito” que colecciona Luisito, esas que le quitó en
misa el domingo pasado para que no se distrajera. Un caramelo de menta. Se saca
la bombacha sucia y se va al cajón. Orina y se lava como puede. Se seca y no se
pone bombacha limpia, tendrá que esperar que se sequen las otras que enjuagó.
Se da cuenta
que deberá beber el agua que usó para higienizarse. ¡Soy estúpida y loca!
¡Delfina sos testaruda le decía su abuela! Recuerda cuando jugaban en el campo
a lavar a lo india y con habilidad enjuagaban la bombacha en el río de Cuesta
Blanca. Las extiende entre las salientes del cemento de la pared. Se limpia
la herida y se tira al piso sobre la
manta. Se saca las hebillas y se peina con los dedos el largo cabello rubio. Lo
heredó de su abuela Rosalba. Hace una trenza y se ata en la punta con una de
esas bandas elásticas que siempre lleva en la cartera. Guarda todo y se recuesta.
Luego de rezar en la “Misericordia Divina” se queda dormida y sueña.
Cuando
se despierta alguien está abriendo la puerta de hierro. Entra un muchacho
diferente a los otros. Tiene un pantalón de jean azul, una camisa celeste y un
suéter azul y blanco, de muy buena calidad; calza mocasines finos.¡Está limpio
y usa una suave colonia inglesa…!
La
capucha negra que lleva puesta le impide ver si es joven. Pero cuando le ve las
manos, se da cuenta que no es tan joven. Son manos fuertes, pero bien cuidadas
y limpias. Trae un jarro de loza de café con leche y un tibio pan crujiente. Se
lo entrega y le habla.
- Buenos días. Tome
- Buenos días, gracias. Tengo mucha
hambre.
-
Lo sé.
- ¿Qué sucederá conmigo?
- Coma y serénese. Yo no puedo hablarle.
- Le ruego que me diga algo, soy madre de
cuatro niños pequeños. ¡Los mellizos apenas tienen dos años! ¡Le suplico,
dígame algo!
- No puedo decirle nada. Lo siento.
No piense en los chicos… ¡Trate de pensar…en nada… nada!
- ¿Usted, podría pensar en nada, sabiendo que cuatro niños lo esperan?
Sol tiene apenas seis años, Luis cumplió cuatro el mes pasado y los mellizos
aún no dejan los pañales! Yo me puedo volver loca.
- Cálmese. Con llorar no cambiará los planes. Acá imagine, todo está cuidadosamente
meditado. El jefe, la eligió a usted y
seguirá punto por punto el plan propuesto.
- Entonces usted conoce mi futuro.
- Yo no se nada. Hago mi parte y no
pregunto.
- Por lo menos tiene la caridad de
hablarme, gracias.
El hombre toma el jarro, que le
entrega Delfina y se acerca al agua del rincón que está sucia. Mira la cara de
la mujer que observa con asco el olor y color del agua. Debe hacer varios días
que no se cambia por agua limpia y teme que se enferme la joven prisionera,
cosa que exasperaría al comandante “Ramón”. Saca la lata y se la lleva en
silencio. Luego regresa y le deja agua limpia.
- No tengo que hacerlo, pero, no
puede tomar el agua sucia. Mire: Cuide el agua. Si viene otro a remplazarme,
pueden pasar días sin que se la cambien.
- Dígame una sola cosa… ¿Quiénes son
ustedes?
- ¿Todavía no entendió, quiénes la tienen? Creí que usted era una mujer
inteligente!
- Quise decirle: de ¿qué grupo guerrillero son?
- ¡Ya lo va a descubrir, no puedo hablarle! - Vuelve a salir. Esta vez
el silencio es total. Comienza a ordenar su manta y la pequeña habitación.
Camina: son ocho pasos, tres, ocho y tres.
Saca el rosario que arregló con esmero y mientras reza, camina. Siente
que le duele la pierna lastimada. Se mira, y nota la herida roja y caliente. Se
está infectando. Sigue caminando y reza. “Rosa Mística” ¡Ora pro nobis! “Mater
Inmaculata” ¡Ora pro nobis! “Mater Dei” ¡Ora pro nobis!
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