miércoles, 2 de septiembre de 2020

DE SÍNDROME DE TRAICIÓN, CAP.2


Apenas empezamos a pagar la peor                                                    condena que pueda infligírsele a un ser humano: no saber cuándo tendrá fin su pena.”No hay silencio que no termine” Ingrid Betancourt.


            La calle no parece muy transitada, pero no nota esos detalles, está apurada. Un coche blanco viene detrás del suyo con las luces altas encendidas encandilándola, y trata de sobrepasarla. Se corre. El auto se aproxima y con una brusca maniobra se le cruza. Del auto ve que bajan cuatros soldados - ¿Qué extraño un grupo tan uniformado en un coche blanco? Mejor me quedo quieta o no, Mauricio me dijo que arremetiera y choque y ¿si me matan o me roban el auto…? Me detengo, si, me detengo. Fatal decisión.
Se da cuenta que tienen puestas unas capuchas negras. Ágil, casi sin pensarlo, se saca el anillo de la abuela y lo esconde en el lugar secreto que tiene pactado con Mauricio. El instinto le dice que es una emboscada. La tienen rodeada. Mira atrás por el espejo y ve que desde un pequeño coche le apuntan con una ametralladora.
Feroz, un hombre vestido de soldado, encapuchado, le indica que salga del coche. Toma su cartera y baja. Le ponen una capucha y le inmovilizan las manos con alambre. Le arrancan su bolso y siente risas y palabras obscenas. Roberto Carlos sigue cantando “Un millón de amigos”, una canción de “amistad y paz” El auto ha quedado abandonado en medio de la calle desierta. La empujan y la tiran en el piso del auto que la trató de atropellar. Con voces guturales le indican que no se mueva. Le arrebatan la chaqueta y con ella le cubren aún más la cabeza ahogando cualquier sonido que pueda hacer. Una vos que cree es de hombre le indica que van a cambiar de vehículo. Una mano ruda la tironea y la arrastra, la meten en una camioneta donde deduce estaba la otra gente.
            En la cabina de atrás de un vehículo que ella no ve y trata de presentir la dejan como un fardo inservible. Los ojos vendados y las manos atadas. De un puntapié la corren. Se hace un raspón en una pierna con un objeto cortante. Le duele. Interiormente se putea, soy una pendeja estupida.
Las voces se pierden tras el ruido de una puerta que se cierra. Cree que son unos cuatro guerrilleros. Tal vez son más. Sí, ya que venían otros en el auto pequeño. Tiene tanto miedo, que no puede controlarse y se mea. Llora desconsoladamente. Piensa en Mauricio y en los chicos. ¡Pobre María Clara, que susto tendrá! ¿Por qué le tocó a ella que nunca se mete con nadie?
La camioneta, se mueve a mucha velocidad. Golpea contra los laterales del habitáculo. Pasan un paso a nivel, eso le parece por los tumbos y saltos que dan.. El traqueteo la confunde y la golpea. ¡Nadie notará que la llevan allí, ya se habrán encargado ellos, de que así sea! Piensa en su hermoso trajecito blanco y llora con más calma. Tal vez la maten, ¿de qué le servirá su ropa blanca si la matan? Se siente ridícula y tonta. Preocuparse por la vestimenta cuando tiene sobre sí un grupo de revolucionarios sanguinarios.
¿Cuánto tiempo pasa, no sabe! Así, aterrada, con las manos doliéndole, la cara tapada y ese fuerte raspón que le duele en la pierna, ha perdido la dimensión del tiempo. Hace un calor insoportable. La camioneta se detiene, luego de hacer una brusca maniobra hacia la izquierda. Delfina se golpea nuevamente  y peor pues su cabeza rebota contra cosas metálicas con bordes afilados.
            Alguien se ha bajado y habla con voz queda y altanera. No alcanza a entender. Vuelven a marchar por un camino muy desprolijo de tierra y pedregullo. Hay una agitación en el movimiento del vehículo que le perfora el alma. Parece la huella, como cuando llueve en el campo, allá en “Cuesta Blanca”. Luego de andar un rato se detiene. Abren  la puerta y una voz de mujer la llama por su nombre.
- ¡Delfina, bajá hija de puta, hemos llegado!
     -  ¡Che, Mara, cállate!
     -  ¡Yo con esta conchuda infeliz no me callo!
           -  Mara es una orden del jefe. Ordenó que no le hablaran. Cuidemos las palabras.
 La empujan y obligan a bajar. Camina entre dos personas. No sabe si son hombres o mujeres. ¡Una de ellas se ríe y a media voz comenta…!
- Mirá,  lo único que le faltó fue cagarse! ¿De dónde sacó sangre en la ropa esta infeliz?
- ¡El camarada capitán ordenó que no le hablen! Te dije. Hagan silencio.
La meten por una pequeña puerta. Tropieza con un reborde y una mano impide que se caiga. Siente ruidos extraños a metal y madera. La llevan hasta un lugar y le explica una voz gutural plagiada de un personaje de la radio, que debe caminar en una escalera. Adelante nota que ha descendido alguien, comienza a bajar lentamente. Detrás alguien viene. Le pisa una mano. Ella pega un pequeño grito.

- ¡Cállate, o…!
- ¡Silencio compañera!
Oye los diálogos breves e histéricos. Pelean entre ellos y se nota la adrenalina que los desbarata.
- Te vas a delatar y nos ponés a todos en peligro.
- No me importa yo hago lo que se me antoja y mas con esta puta de mierda.
- no te dije que sos una infeliz capaz de entorpecer la tarea. Callate es una orden y basta.
Llegan a un espacio fresco, con olor a cemento recién hecho y con pintura ordinaria. Parece el edificio de Lina, su vecina, cuando le ayudaron a mudarse. Alguien la toma del brazo y la sienta en el piso con extrema dureza. Le ponen la cartera vacía en la falda. Siente que se van alejando entre risas contenidas y palabrerío sin ton ni son para Delfina. Un suave y monótono ruido, semejante al motor de la heladera es lo único que escucha. Así se queda, dolorida y muerta de terror. Llora con sollozos cortos.
¡Siente, que ya no verá a sus hijos, ni a Mauricio! Pasa un tiempo largo. Se calma un poco. Cambia de posición las piernas que tiene adormecidas. ¡Quiere hacer otra vez pis y no sabe qué hacer! Sigue el silencio… Nadie viene. Comienza a pensar que si la dejan allí sola para siempre, se morirá de hambre. ¡Nadie sabrá nunca más de ella!
Tanto estudiar francés, inglés, ¡el maldito piano! ¿De qué le sirve ahora? Vuelve a llorar. Se calma. ¡Ya María Clara se habrá comunicado con Mauricio! Los chicos preguntarán por ella y no sabrán qué decirles. Siente un dolor terrible en su pierna herida. Tiene sed y hambre.
¡Desde las ocho que no come nada! ¿Qué hora será ya? No sabe, le arrancaron la alianza, el reloj, la cadena con la medalla de la Virgen de la Merced y las pulseras de los aniversarios. ¡Suerte que escondió el otro anillo!
            Oye un ruido metálico y alguien entra. Le desatan las manos, pero siente que un arma está apoyada en su espalda. Le quitan la capucha y  queda  ciega por un instante. Luego se da cuenta que hay dos personas junto a ella con pasamontañas negros.
               Mira el lugar donde pasó esas horas. Es una pequeña habitación de unos tres metros por tres. Tiene una escalera marinera que da a una claraboya de madera. Además hay una pequeña puerta metálica. Se para. Observa y ve que tiene toda la pollera con sangre. Sabe que no es su menstruación. Es la herida de la pierna. Su presencia es patética. Tiene un taco roto. El cabello rubio despeinado. Tiene la cara sucia de llanto y tierra con pelusas, briznas de pasto y hojas. Trata de limpiársela con la chaqueta blanca. El más alto de los hombres, le muestra una lata de aceite “Cocinero” llena de agua en un rincón.                      Indecisa los mira.
No le hablan. Se acerca y se lava. Mete la cabeza entera y bebe. El pelo chorrea y salpica. Se seca con un pedazo de toalla vieja, que le alcanza el más menudo de los hombres. No, parece ser mujer. Aunque tiene debajo del burdo uniforme formas de mujer tiene una actitud agresiva. Trata de serenarse.
 - Por favor ¿qué sucederá conmigo? ¿Por qué estoy acá y porqué no me hablan?
 - Cállese. Se le hará un juicio pronto, más rápido de lo que se imagina, susurra la guerrillera.
 - Yo no sé nada de lo que mi esposo hace. Se han equivocado conmigo.
            - Callate, acá nadie se equivoca nunca.
            - Dejala, que hable, ésta es una tilinga, llena de plata y nada en la cabeza.
             - La “Señora” puede acostarse. Aquí tiene una manta no es de armiño pero la calentará igual. Aunque nunca como los soldaditos con que se debe encamar.
            - ¿No puedo ir al baño? Yo no me acuesto con ningún soldado, sépalo. Los guerrilleros se ríen.
             - No tarada,  acá no hay baño. Allí en ese rincón tendrás tu baño.
             Delfina mira y ve, un cajón de los de embalar fruta con aserrín. Piensa en la gata de su hija Sol. Ella será igual. Sin querer sonríe. Seré gata por un tiempo.
  - Sabemos que no comés desde temprano. Pero ahora no tenemos nada. Después te traerán algo, será algún manjar del Molino. ¡Ja, ja, ja!                        
 - El relevo vendrá a las siete de la mañana. Tendrás que aguantar. Vamos que el “Capitán Toyo” espera.
  - No le hablés tanto, carajo te lo he dicho mil veces.
             Delfina mira como trepan y salen por la pequeña puerta. La cierran con llave y la dejan sola. Mira todo en detalle. Hay una especie de ventilador para extraer el aire. Allí está el ruido que escuchaba, aquel como motor de heladera. Las paredes están recién hechas. El ladrillo y el cemento aún húmedos. Una bombilla de luz, encerrada entre alambres, ilumina débilmente la habitación. El suelo es de cemento y sólo hay una vieja silla. Allí está la manta color rojo y negro a cuadros que pudo ser de un avión de línea. -Roban de todo estos maldito. Así dejan la imagen del país en el extranjero,- piensa. Tiene deshilada la orilla y algunos agujeros, un trapo hilachento que tuvo mejor historia. La cartera. La abre. Allí están alguno de sus tesoros: peine, lápiz de labio, maquillaje. Un pañuelo pequeño y uno de Mauricio. Los anteojos. La agenda y lapicera se la quitaron. La foto de los chicos y de Mauricio la han borroneado con labial.
 El rosario de nácar roto en mil partes, un pequeño costurero para emergencias sin agujas, las sacaron también. Una lima de uñas destrozada, una tijerita quebrada en partes. Un tapón higiénico con barro, una bombacha que estaba limpia la han ensuciado con mierda. (Según María Clara, ella estaba chiflada porque siempre llevaba una bombacha limpia en la cartera) Un cepillo de dientes que le regalaron en “Hilton” hotel de Brasil el otro verano. Un cortaplumas multiuso que compró en Suiza desapareció en los bolsillos de alguno de ellos. Horquillas y ligas para el pelo, dejaron dos.
Un “Rasti” de recuerdo para llorar ausencias. Aspirinetas y aspirinas sueltas, que sucias, ella limpia con esmero por si las necesita. Las llaves de casa y del auto no están y han dejado tres figuritas del álbum de “Anteojito”  que colecciona Luisito, esas que le quitó en misa el domingo pasado para que no se distrajera. Un caramelo de menta. Se saca la bombacha sucia y se va al cajón. Orina y se lava como puede. Se seca y no se pone bombacha limpia, tendrá que esperar que se sequen las otras que enjuagó.
Se da cuenta que deberá beber el agua que usó para higienizarse. ¡Soy estúpida y loca! ¡Delfina sos testaruda le decía su abuela! Recuerda cuando jugaban en el campo a lavar a lo india y con habilidad enjuagaban la bombacha en el río de Cuesta Blanca. Las extiende entre las salientes del cemento de la pared. Se limpia la  herida y se tira al piso sobre la manta. Se saca las hebillas y se peina con los dedos el largo cabello rubio. Lo heredó de su abuela Rosalba. Hace una trenza y se ata en la punta con una de esas bandas elásticas que siempre lleva en la cartera. Guarda todo y se recuesta. Luego de rezar en la “Misericordia Divina” se queda dormida y sueña.
            Cuando se despierta alguien está abriendo la puerta de hierro. Entra un muchacho diferente a los otros. Tiene un pantalón de jean azul, una camisa celeste y un suéter azul y blanco, de muy buena calidad; calza mocasines finos.¡Está limpio y usa una suave colonia inglesa…!
            La capucha negra que lleva puesta le impide ver si es joven. Pero cuando le ve las manos, se da cuenta que no es tan joven. Son manos fuertes, pero bien cuidadas y limpias. Trae un jarro de loza de café con leche y un tibio pan crujiente. Se lo entrega y le habla.
           - Buenos días. Tome
           - Buenos días, gracias. Tengo mucha hambre.
            -  Lo sé.
           - ¿Qué sucederá conmigo?  
            - Coma y serénese. Yo no puedo hablarle.
            - Le ruego que me diga algo, soy madre de cuatro niños pequeños. ¡Los mellizos apenas tienen dos años! ¡Le suplico, dígame algo!
           - No puedo decirle nada. Lo siento. No piense en los chicos… ¡Trate de pensar…en nada… nada!
- ¿Usted, podría pensar en nada, sabiendo que cuatro niños lo esperan? Sol tiene apenas seis años, Luis cumplió cuatro el mes pasado y los mellizos aún no dejan los pañales! Yo me puedo volver loca.
- Cálmese. Con llorar no cambiará los planes. Acá imagine, todo está cuidadosamente meditado.  El jefe, la eligió a usted y seguirá punto por punto el plan propuesto.
- Entonces usted conoce mi futuro.
           - Yo no se nada. Hago mi parte y no pregunto.
            - Por lo menos tiene la caridad de hablarme, gracias.
            El hombre toma el jarro, que le entrega Delfina y se acerca al agua del rincón que está sucia. Mira la cara de la mujer que observa con asco el olor y color del agua. Debe hacer varios días que no se cambia por agua limpia y teme que se enferme la joven prisionera, cosa que exasperaría al comandante “Ramón”. Saca la lata y se la lleva en silencio. Luego regresa y le deja agua limpia.
            - No tengo que hacerlo, pero, no puede tomar el agua sucia. Mire: Cuide el agua. Si viene otro a remplazarme, pueden pasar días sin que se la cambien.
            - Dígame una sola cosa… ¿Quiénes son ustedes?
- ¿Todavía no entendió, quiénes la tienen? Creí que usted era una mujer inteligente!
- Quise decirle: de ¿qué grupo guerrillero son?
- ¡Ya lo va a descubrir, no puedo hablarle! - Vuelve a salir. Esta vez el silencio es total. Comienza a ordenar su manta y la pequeña habitación. Camina: son ocho pasos, tres, ocho y tres.  Saca el rosario que arregló con esmero y mientras reza, camina. Siente que le duele la pierna lastimada. Se mira, y nota la herida roja y caliente. Se está infectando. Sigue caminando y reza. “Rosa Mística” ¡Ora pro nobis! “Mater Inmaculata” ¡Ora pro nobis! “Mater Dei” ¡Ora pro nobis!


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