EL
TRAPECISTA
Anatol se escapó de su dacha una
siesta de verano. Corrió por la vereda empedrada hasta la calle donde viera una
enorme carpa desplegada en el descampado que dejara la guerra. Allí del mil
colores una enorme construcción, para él, maravillosa, se abría a la curiosidad
de la gente. Se escondió entre unos carromatos y esperó.
Al atardecer, comenzó a llegar gente
que se detenía en una casilla donde un pintoresco payaso abría una boca grande
y por ahí, pasaban un papel y la gente dejaba un rublo.
Se deslizó por debajo de una tela
rústica y pesada. Entró como un invasor. Desprevenidos sus padres que
regresaban del campo no advirtieron su ausencia. Comieron sopa de col, como
todos los días e imaginaron que Anatol, andaría vagando por el campo buscando
nidos y huevos. Él, estaba dentro del circo.
Cada cosa que sucedía allí, lo
dejaba extasiado. Abría los ojos y la boca sin emitir sonidos, escondido debajo
de un banco de madera. Allí quedó quieto. Un atronador tambor llamó a silencio
al escaso público. Una luz se elevó al centro de la carpa; ahí suspendido como
un ave estaba un joven de figura atlética haciendo piruetas y movimientos
elásticos que lo hacían volar por los aires.
Anatol, vio que debajo había una
red, pero no le puso mucha atención, ya que quería ver las volteretas y formas
que creaba el muchacho. ¡Eso haré yo cuando crezca! Y soñó.
Pasaron diez años y Anatol se fue.
La gran ciudad lo recibió como recibe a los inocentes. Se lo tragó. Tenía
apenas quince años y muchos sueños. Buscó trabajo en una fábrica y comenzó a
indagar dónde había una escuela de trapecistas. Y en ese momento encontró una
que estaba en un centro comunal del partido. Se inscribió y al comienzo fue
duro el entrenamiento, pero más tenaz que hábil, logró llamar la atención de un
profesor que lo tomó bajo su mano.
Luchó para ser el mejor. Así llegó
pasando de etapa en etapa hasta llegar a ser el mejor trapecista del instituto.
Él, no sabía de política ni de poder, sólo de sacrificio y esmero.
Una mañana lo visitó el comisario
del partido y le propuso representar a su país en una olimpiada en Alemania.
Pero el soñaba con ir al circo. No tuvo alternativa y por primera vez, viajó en
avión, representó con excelencia la bandera de su país. Ganó una medalla de
oro. Lo llenaron de honores cuando regresó a su país. Cuando un periodista le
preguntó cuál era su sueño, él, dijo ser trapecista del circo. ¡Entonces, lo
llevaron como el soñaba y realizó unas largas temporadas de país en país, de
pueblo en pueblo. Un día llegó a
su pueblo. Buscó a sus padres…ya no vivían ahí. Cuando estaba en lo alto del
trapecio; vio a su madre y a su padre que lo miraban asombrados sin reconocer a
su hijo perdido. Se distrajo y cayó. ¡Gracias a Dios había una red debajo que
contuvo su cuerpo! El grito fue enorme. Su madre lo había reconocido y corrió a
abrazarlo entre los hilos de soga que sostuvieron su cuerpo. Un beso infinito
lo envolvió y lágrimas de ternura cubrieron el cuerpo del trapecista más
afamado del país. Anatol, no quiso seguir en el circo porque sus padres ya
estaban muy ancianos y lo necesitaban.
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