lunes, 21 de septiembre de 2020

COMO EL HORNERO


          De cosecha en cosecha siendo obrero golondrina, llegó Cesario del norte a la tierra de los viñedos. Allá, en los montes de la región noroeste, ya han desmontado y no queda nada. Los algarrobos son la sombra de un remoto esplendor de la tierra. El nuevo patrón, pregunta al hombre: “¿Años?”

          Veintiocho, ansí me anotó mi mama—. Y una mirada inquisidora se desliza por la piel descorchada de otro desalojado del terruño.

—Soy fuerte patrón, he levantao una zafra enterita en Tucumán y domé potros en tierra e’ Córdoba.

            Pequeño, de piernas gruesas, pies enormes y brazos como leña seca es el montaraz. Ojos negros achinados y crinado. Bajo el ala del sombrero desgastado y olvidado del negro con el que lo fabricaron, esconde fuerza y coraje. Usa bombacha amarronada y sin botones, alpargatas. Lleva un insignificante bulto, en que acarrea todo lo que posee.

          ¿Cuánto querés ganar?

          Lo que le venga en ganas, comida y catre..

          Andá, la Adelaida te va a enseñar el galpón donde hay otros jornaleros como vos. Acá nada de vino ni cerveza mientras se trabaja. Y cuidado con pelear. ¿Tenés cuchillo? Me lo dejás acá.

          —Yo soy tranquilo don, muy tranquilo y sólo pito un cigarro cada vez que lleno la panza.

           Bueno, me alegra que seas tranquilo. ¡Dejame acá el facón, eh! Andá nomás.

            Camina, el Cesario, con la esperanza abrigada en el corazón. ¡Por fin trabajo! Hace como dos meses que sólo changuea por acá y allá. Nada fijo.

Desconfiado, husmea. El lugar es grande, Un galpón separado en dos con un panel de madera, donde esperan un par de catres con pellón de oveja y manta de lana, aguarda el cuerpo cansado de los peones. Ese espacio da abrigo a la fatiga por el trabajo de la viña en época de cosecha.

            ¡Mal clima nos está acechando! Anteayer, granizo, hoy lluvia. Mañana, espero que mejore, si no se pudrirá la uva!”, opina la Adelaida, mientras le entrega unos platos, tenedor y cuchara, con un cuchillo casi sin filo. Una palangana enlozada, muy cascada yace en un rincón con una jarra de plástico amarillo llena de agua para lavarse. La toalla de color cetrino pende de un clavo en los adobes descascarados. “Acá tenís un cajón con tapa para guardar tus cosas”. La voz cargosa de la mujer, quiere ordenar la vida entre los obreros golondrina. Adelaida, la Gorda, como le dicen todos, se mueve al compás rítmico de sus piernas enormes. Es un burdo barco graso que se desliza por la tierra apisonada con agua y escoba de pichana. “A las nueve se cena. No lleguís tarde que ti quedás con lo pior.” Parte arrastrando el trasero, afortunado en carnes, como triunfo de una vida plena. La cocina es su mundo.

            Cesario alborozado recibe los cachivaches en silencio.

           —Tá güeno. ¿Y cómo voy a saber la hora?

           Ya te vay a avivar solito—. Se escucha la cháchara de la matrona.

            Negras nubes merodean sobre los viñedos. El muchacho se persigna y busca agua fresca en la bomba manual del patio. Allí se encuentra con dos braceros más, que lo estudian para sacarle algún comentario, Los evita.

          Ya en la cocina, sentado junto a una mesa de madera de pino, sin mantel y sobria en trastos, la Adelaida trajina ollas tiznadas con perfume de puchero. ¡Suculento golpe para el hambre de un estómago vacío! La albahaca y el tomate maduro, conspiran con la hambruna de todos. Ni nombrar el tufillo obsceno del orégano.

           —¡Mal tiempo doña! —comenta un boliviano color de aceitunas negras.

            —Ahorita salgo con la pala hacir una cruz de cenizas pa´ alejar la tormenta —contesta la doña.  “La ayudamos”, dicen todos para meter la nariz en la extraña ceremonia ancestral del campo.

             —Nosotros la hacimos de sal gruesa —mete Cesario—. Allacito en mi tierra, la fabrican de sal gruesa y es güena.

            Por la puerta abierta a la penumbra, que se desplaza solapada, ingresa el patrón acalorado:

         . —Mañana necesito ir a la ciudad con dos de ustedes.

           —Yo voy, si quiere —ofrece uno..

           —Yo también —expresa Cesario.

           —A las cinco en punto me tienen que esperar junto a la chata vamos a buscar fungicida y caldo bordelés, para el parral del este, que tiene peronóspora. Y también hay que traer cosas pesadas, solo no puedo ir. Y vos, Evaristo, andate preparando la mochila y el tractorcito con tanque, para fumigar, así apenas regresemos te hacés la parte más jodida. Te ponés un trapo en la nariz, te cubrís los ojos y le metés duro. Si se llena de hongos la viña, a la uva hay que ararla toda y esto se va a la mierda. ¡Qué clima de porquería, carajo! Esto no parece Mendoza”.

             En la finca oscurece. El resplandor que perfila olivos y vides imita un espantapájaros sombrío. La silueta grácil de la cordillera se recorta con la claridad de la nieve eterna. El espectro de la arboleda húmeda por la lluvia acaba de negarse a continuar para hacer daño, y surge un cuadro fantasmal. Un zorzal apunta hacia uno de los álamos que bailotea una danza perfecta junto a las acequias. La noche interrumpe adueñándose del parral. Todos duermen.

Al amanecer, una luz lejana se desparrama suave invitando al sol a entrometerse en la heredad.

—¡Si viene mucho sol, sonamos! Más humedad y más hongos. Pero sin sol no hay tenor alcohólico en la uva —le explica a los atolondrados obreros que escuchan sin entender mucho de lo que habla el patrón.

—Y diga, don ¿de ande sale eso?

—Si serás abombao, de l´azucar de los granos —explica el otro como si supiera.

Cesario observa y abre sus oídos grandes para aprender. ¡Le gusta esta tierra y piensa quedarse!

Aclara. La ciudad contornea sus edificios como gigantes enfrentados en una guerra cruel al campo. Luego de un breve recorrido, encuentran los remedios para fumigar y después de ir a los bancos, el patrón quiere regresar.

Odio la ciudad. El tránsito, la gente que te empuja y los ruidos.        

Hacia el este, Montecaseros está más cerca de la vida. Cesario piensa y pregunta si es posible construirse una pieza con adobes, para vivir solo.

—Acá, che patrón, sobra el barro.

¡Ay, vos querés volar alto! Muy rápido. Esperate a terminar la cosecha. Ya veremos. Si sos bueno con la tijera y el tacho, capaz que te de un terrenito en el cuadro sur y te hacés un nido.

—Sí, como el de un hornero, don.

Sueña el golondrina con su nido de barro, como son los ranchos cerca del río, allá en su tierra. Sueña.   

 

 

Vocabulario:

Zafra: cosecha de caña de azúcar y tiempo de fabricación del azúcar.

Changuea: (changa) trabajo breve con contrato verbal, especialmente entre trabajadores sin educación formal.

Pichana: escoba que se fabrica con ciertos vegetales de la zona árida y xerófila.

Caldo bordelés: agroquímicos usado por los viñateros como fungicida.

Peronóspora: enfermedad de los viñedos característica por su color rojo-violáceo en las parras.

 

 

 

 

 

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