Camino por el
sendero que se ha formado entre los enormes cedros. La mística montaña emborracha
con su luz de nieve colorida de extraños matices solanos. Allá está el tronco
caído por la inflable tormenta de la noche. De mi boca sale un cálido vapor. Mi
aliento tibio. Vida que me parece arrebatada a cada paso por mis penas viejas.
El perfume de la tierra húmeda y los silencios del bosque. Los pájaros que
asustados huyen sin rumbo para regresar pronto a sus nidos. ¡Si me conocen!
Ellos saben dónde encuentran alimento en el invierno.
Cabizbaja,
trepo por una zona áspera del pequeño bosque. De repente se presenta ante mí un
anciano. De rostro acuñando mil años de historia y sufrimiento. Mirada
bondadosa.
Manos como cepas de vides prontas a la cosecha.
Su presencia
inesperada me deja perpleja. No sé quién es, no lo conozco y sin
embargo...parece que hiciera mil años que nos conocemos. Me detengo y me siento
en una roca. No me gusta. Está fría. Me busco un tronco muerto. Allí sí, me
quedo quieta.
- Hay cosas
que no tienen la audacia de irse para siempre.-
- ¡De tantos
modos muere el hombre...! y yo acá solo encuentro en el silencio que los que se
fueron están más cerca mío.
- Es verdad,
mi querida, mi pequeña... El sueño es la memoria del olvido. Pero recuerda que
soñar a veces ayuda a completar esa parte escondida de nuestras penas.
-A veces uno
se siente sin nada, con las manos vacías. Yo tengo las manos apretadas y
quietas. No tengo ni lágrimas, ni vuelo, ni sueños.
- Entonces
apenas somos unos condenados a plazo fijo. Según tú no hay esperanzas. ¡No lo
creo! Te prestaré mis alas para que eches a volar y encuentres un país donde
refugiarte, el mundo de los sueños.
- Pero... si
me alejo de este lugar, estaré aún más sola. Y tú me quieres obligar a regresar
a un mundo inhóspito sin el amor de ellos... mis muertos. Tengo la simple
eternidad que guarda el polvo. Allí en la simiente estará la flor que en cada
primavera surgirá en mi río de agua dulce. Déjame mi pena.
-La pena debe
ser como la imagen que, lejanamente, como un caballo se hunde en el mar. Un mar
que deje ingresar la esperanza al centro
mismo de la vida.
- Ahora siento
una pequeña luz en mi desierto lleno de escombros grises. La luz se muere en la
esclavitud de una lámpara de un tenue color ámbar. El color de los ojos de mí
los que amo... Una lámpara de luz celestial, cósmica, misteriosa.
- Te repito
eres tan frágil como la cola inestable de un cometa. Pero...no olvides que cada
pequeño instante...refleja las rocas eternas del principio de la vida. Ausentes
las piedras duermen su fatiga de siglos. Guarda tu lámpara encendida.
- ¡No te alejes
en la lluvia de pétalos de pasión encendida que te rodea! Eres un rayo
inexplicable. Voy a enterrar los silencios. Los trocaré por caracolas y auroras
plenas de libélulas iridiscentes. ¡No te vayas!
- El tiempo
apremia. Mi tiempo se termina, soy la nada. Adiós.
- ¡Por Dios
regresa... mi corazón te extraña ya aún viéndote en el trasluz glorioso de mi
bosque!... ¿Te alejas? Vuelve.
...Y seguí
allí desarmando mi nuevo crepúsculo. Mis silencios y mis tristezas. Dejo volar
mis penas como pájaros que migran al oriente. Abro grande los ojos. Comienzo a
caminar hacia la cabaña tibia. Me sentaré en el portal a esperar la noche. Abro
las manos para que escapen los suspiros. Respiro profundamente el aire puro y
vuelvo. La lámpara está encendida...alguien me espera. No estoy sola.
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