viernes, 27 de noviembre de 2020

SOLO EN EL DURO CAMINO

 

Una arista deshilachada de sueño

su poncho viejo

el viento    en el naciente.

El hombre solo

la tierra   comarca abandonada por

la gastada suerte antigua

tanta perversa miseria

hombre de campo     arracimando

camino al infierno indiferente

gaucho olvidado     que es

una piedra   un eucalipto  un pájaro que yace

los arpegios de guitarras silenciada

la oscuridad tras el monte y

el sol enamorando girasoles    trigo maduro

hombre -  gaucho que atrapa el sonido lejano

del galope

potro salvaje y coraje mezcla de indio y  blanco

odio y amor ancestral

con dulzura de zorzal  y  rugido de puma hambriento.

 

Magistral levedad

deseo de caminos sin alambrado de púas

un silbido de tacuaras    isla verde    sequía

paso aguzado de la noche

filtro de amor

atropello de herradura

fragua inquieta de suspiros

golpe de suerte – taba- trozo de hueso y bronce

hombre solo sin tapera

sin la hidalga esperanza de futuro

galopando el inmenso espacio marginal de la pampa.

MUCHACHA EN SÍ BEMOL

Luana caminó por el adoquinado, conforme. Había conseguido ingresar en el ámbito del teatro más prestigioso como segunda bailarina. Sus pies agrietados por los ensayos ya no le dolían. Era feliz. Su maestro Lijuel Boroskyn apostó a su calidad. No es fácil, le había dicho, pero verás como cada día, si te lo propones, tu tarea será más y más valorada.

Recordó el día en que su madre se iba a la fábrica de máquinas viales, y ella le dijo que quería ser bailarina. Lloró. En realidad lloraron juntas. Su madre sabía que se alejaría para siempre del pequeño pueblo, pero que el futuro era de su querida Luana.

            Consiguió que un capataz hiciera los arreglos y llegó a la capital, con sólo su sueño. Delgada, ínfima en su contextura, pálida y sutil, parecía una libélula desplegando sus pequeños brazos hacia el cielo. Su rostro, picado por la varicela la hacía parecer un ratoncito perdido. Su maestra, la primera que la recibió, se llamaba Nindya  y era tan severa, que sintió  que la despreciaba. La otra, antes de Lijuel Boroskyn, era Annia Glastovievich, la otrora primera bailarina del mejor ballet del mundo. Luana sudó. Sollozó. Gritó. Sus pies heridos por las puntas de madera, los dedos sangrantes, hasta que se encallecieron bajo las medias de algodón, fueron los órganos fustigados para lograr de Luana una bailarina. Cuando llego el examen final y Lijuel Boroskyn la eligió junto a tres jóvenes más, creyó que tocaba el cielo o la cara de Dios, con sus pies. Inmutable, el maestro, las hacía llegar a la máxima mortificación con su bastón de marcar el ritmo, golpeando pantorrillas y espaldas. Así había sido señalada para la prueba. Y allí estaban con Maika Verchinuaka tratando de conseguir el primer puesto en la compañía. Tomadas de la mano, esperaron el resultado de la prueba. Luana quedó en segundo puesto. Corrió a buscar una forma de comunicarse con su madre. Por el adoquinado primero caminó, luego corrió. Fue tan fuerte el golpe que le propinó el viejo camión del ejército que voló por el aire. El chofer sólo atinó a decir: - Alguien dijo que las mujeres, y las mariposas se parecen bastante. ¡No lo creen? ¿Vieron cómo voló,  parecía que quería tocar el rostro de Dios con sus pequeñas manos!  Y siguió su ruta para cumplir con la entrega de las armas que llevaba al cuartel.

 

 

LA TRIGUEÑA.

            El matorral cerca la vieja pedrera. Los ficus gigantes ahogan la antigua arcada de ingreso. Esa había sido la otrora mansión de Don Evencio Rojas y Trisón. Aún pueden verse los azulejos portugueses, que traían en los barcos como lastre, y que se usaban para decorar fachadas y banquetas de los portales sombreados. El silencio es sólo roto por el grito de los guacamayos azules. El aire enrarecido por el moho y el olor acre de los postigotes pudriéndose por las tormentas caribeñas, invaden el asolado jardín. Tormentas. Más que tormentas, arrecian lluvias bravías. El cielo se desploma digiriendo la tierra. La casa abandonada. Muerta. Recorta algunas imágenes de anticuados angelotes de piedra carcomidos.

            Dicen, porque lo dicen todos por aquí, que Don Evencio, murió loco de amor por la “Trigueña”. Tenía quince o catorce años la muchacha. Era desdeñosa y altiva. Pobre, muy pobre, eso sí, pero muy astuta. La madre quiso entregársela al “Pirata” pero ella huyó hacia la jungla cerrada. Dicen, porque dicen todos por aquí, que se desgarró el cielo furioso y que salía fuego de los árboles resinosos de sabia amarga. Un fuego helado por el viento grimoso que aullaba la interceptó. Y regresó no más, la “muchacha” descalza y chamuscada. Parecía herida por bestias infernales. Y él, la encontró. La trajo entre los pálidos brazos con pelambre anaranjada. La dejó sola en el sillón de seda y durmió dos días seguidos. Al despertar, dicen, que ella le sonrió y el hombre la cubrió de oro. De monedas de oro. Seducida por el brillo aceptó por un tiempo la lisonja y los regalos. Un día ya no estaba. Se escapó a la hacienda de Tiago Sampayo, el hijo de Don Girolando Sampayo. Dueño de diez mil acres de plantíos de café y algodón, al Norte. Y dueño también de cincuenta y siete esclavos fuertes de África Central. La enamorada, se escondió en el malecón entre las mandingas, que afrontaron castigos de látigo en sanguinarias manos de capataces  feroces.

            Dicen, puedo asegurar, que dicen, que Don Evencio la buscó con desesperada angustia. Indagó. Investigó. Pagó a delatores hasta encontrarla. Ella no quiso volver. Tiago Sampayo la había amancebado. Embarazada, la echó a la calle. Tiago era casado con Petronila Soares Da Silva, dueña de medio país. Con ella tenía once hijos blancos como ellos. La “Trigueña” desapareció de la zona. Y no hubo Dios ni demonio que la encontrara. Se había vuelto niebla, humo, en las tinieblas de la selva.

            Dicen y digo, que cuando ayer me mandó mi dueña a buscar un manojo de frutas maduras del huerto abandonado de la casa derruida…la vi. Era ella misma, pero detenida en el tiempo con un niño rubio mamando su pecho moreno. Mi grito hizo huir a los pájaros y guacamayos azules en una algarabía retumbona. Estaba descalza y con su traje verde claro hecho jirones. El cabello suelto y desparramado sobre su cuerpo flaco. No sé, si por mi grito o por mi terror cuando abrí los ojos ya no estaba. Corrí. Volé, mejor dicho, por el sendero abierto hasta llegar a la cocina de mi dueña. Pálida, dicen, que llegué. No podía hablar. Justina, me echó un trago de aguardiente en la boca. Así pude contarles. Todos se miraban, me miraban asombrados. La señora envió a Bernabé, el mulato, a dar una vuelta por el lugar donde la vi. Regresó tartamudeando y con terror, le suplicó que no lo mandara de nuevo al sitio. La había visto. La “Trigueña” y atrás al difunto Evencio Rojas y Trisón. ¿Fantasmas? No regresaré más al lugar aunque me castigue el ama.

            ¡Ah!, y… dicen que en el mercado del pueblo le llaman, a la casona abandonada, la casa del “Ahorcado”; porque así murió el loco. Don Evencio, loco de amor. ¿Y la Trigueña? Nadie sabe. Pero yo la ví. El mulato Bernardo también. Aún tiene quince o catorce años. Y dicen que vivieron antes de la guerra con los franceses, allá por 1700.

...15 DEL LIBRO INÉDITO "SOMOS LA MATERIA DE LOS SUEÑOS"

 

Por cierto       pasó algo

un  día despertamos al amor dormido

descubrimos el dulce sabor de la arena tibia.

Fue un sordo sabor perdido  desplegando las alas

sobre el agua del lago con 

pétalos de  flores flotando de colores muy suaves

acunando la nave.

 

Sabes     a veces       te descubro entre la maleza que te esconde.

Brillas con la lluvia y el cielo aclara la mirada

que propone sin saberlo

un amor que edita a cada beso el recuerdo

verdadero del sentimiento que siento.

Amor    esto es amor.

 

Y vuelvo a reencontrar la materia de mis sueños.

DEL LIBRO INÉDITO POESÍAS PARA EL RECUERDO

.........................27

Manos grises

alas de gaviotas heridas

que arrastran sobre el arrecife

un manto de algas impregnadas de cielo.

La profundidad en el agua inquieta de mareas

azules mórbidos del mar.

 

 

Manos quietas

socavando el páramo de cieno

con perfume de alambiques rojos

unicornios grimosos.

Hembras inmóviles con rostro de vampiresas. Miran

el cuerpo desnudo de la vida en el pecho.

 

 

Manos metálicas

penetrando la lava azul en tiniebla de sueño

despigando trigales con esferas de hielo o

con tormenta de trombones mágicos

domando         truenos        relámpagos      lluvia.

Ellos haciendo el sonido del viento.

 

 

Otras manos muertas    silencio

un sonido de  antaño que en el eco murmura sibilante

el dolor de la ausencia

ojos vacíos en cuencas de piedra.

Hambre de niños que se sientan en la calle solitaria entre los escalones

de piedra esperando una palabra de olor a pan nuevo. 

EL REGALO DE ABRIL

            Llegó una tarde corriendo por el pasillo de la casa. Estaba eufórico, había hecho tres goles con sus zapatillas nuevas. Los otros chicos lo habían rodeado alabando su buen juego en la cancha de la plaza. Bueno, de lo que quedaba de la plaza. Comenzaba el frío y el sol ya no alentaba a salir en las tardes y los ruidos de las metrallas tampoco. La ciudad de Alepo estaba cerca y la guerra se avecinaba, por eso su abuelo le había comprado zapatillas nuevas por si tenían que huir. Esa noche sintieron las orugas de los tanques, los gritos y no pudieron encender luces ni siquiera para orar.

            Un pequeño atado de ropa y su libro de rezos era todo lo que se podía llevar. El abuelo le acariciaba la cabeza y le abrigaba el cuerpo que ya mostraba un poco desnutrido por falta de alimentos. ¡Así es la discordia que amenazaba su país! Su padre se había ido con los del ejército regular y no sabían nada de él. Su madre lloraba, pero se las ingeniaba para hacerles la vida agradable. El techo estaba roto y caían algunas cañas hacia el suelo, pero aun había ese hermoso perfume a hogar.

            Rachid abrazó sus pocas pertenencias y se acercó al anciano. Su madre alzó a Mussi, la pequeña de seis años y salieron despacio por la parte de atrás de la casa. Llevaban muy pocas cosas. Las pocas joyas de la boda de Maymuna las escondió entre sus ropas que ya no tenían ese color negro noche de antaño. El velo le ocultaba el rostro y sus bellos ojos no se veían. Pero una mirada enrojecida abrazaba los párpados. El abuelo iba adelante como indicando por donde debían pasar. El niño se acordó de su pelota y quiso regresar pero una mano fuerte se lo impidió. Era de su tía Alifa. Allí también estaban sus primos. ¡Qué mala suerte, eran estúpidos y siempre discutían por todo! Pero estaban pálidos y callados. Terror. Eso los mantenía callados y serios.

            Un estruendo y prácticamente desapareció la casa. El fuego como mordedura de serpiente había consumido las paredes de barro y caña. Estaba desatada la contienda en el pueblo.

            Caminaron entre escombros en silencio. Las manos apretadas por los mayores y el aire irrespirable. Les dolía la garganta por el polvo y el humo que envolvía todo.

            Al amanecer se escondieron en una granja abandonada. Habían caminado un siglo para los niños agotados. El miedo acorralaba. A lo lejos se veían columnas de humos. Al regresar la oscuridad, caminaron nuevamente hacia el oeste, tenían que llegar a Turquía. Aunque ya el anciano estaba muy débil y los niños llorisqueaban.

            Maymuna, les repartió unos trozos de pita con queso de cabra, un trago de agua que se iba acabando fue lo que los animó un poco. Vieron que otras familias también escapaban por el campo. Algunos trataban de llevar sus ovejas o cabras. Pero se hacía muy difícil. Ellos iban ligeros de trastos. Los dejaban atrás muy pronto.

            Fueron días largos y dolorosos. Dejaron al abuelo que siguiera con su fuerza debilitada. Acompasaron el paso a su paso lento. Una mañana avistaron una colina donde se veía la frontera, la libertad estaba cerca. Sin embargo en silencio observaron a los mayores que miraban con mucha desconfianza la muralla de piedra que separaba su tierra con Turquía. Allí seguro habían puesto trampas.

            Esperó el abuelo las sombras y se fue acercando lentamente entre las hierbas y los matorrales. Vio a unos hombres que colgaban de un poste, otros estaban en la tierra sembrados como semillas sangrientas. Se detuvo y esperó. Unas mujeres que se acercaron al paredón lograron trepar y desaparecieron. Con su bastón les hizo una seña. Avanzaron y llegaron junto a la pared de piedra. Primero emergió el anciano, ya estaba jugado, si le herían era su destino. Luego subió a los niños uno a uno y finalmente las dos mujeres. Unos soldados que no hablaban su idioma les recibieron los pequeños bultos. Y les hablaron serios sobre algo que no entendían. Maymuna entregó dos cadenas de oro por los niños y un brazalete por ella y el anciano. Su cuñada hizo algo parecido. Los soldados las subieron a un camión y despacharon hacia el valle donde estaban los refugiados. Allí fueron acogidos por unas mujeres que no llevaban chador y se cubrían el cabello con pañuelos. Sonó la hora de oración y todos se tendieron para rezar. ¡Alá, misericordioso los había llevado a un buen lugar!

            Esa fue la primera noche que durmieron bien. A la mañana, a Rachid le indicaron que tenía que seguir al maestro. Llevó su Corán y entró en una carpa acondicionada para los muchachos. Las niñas estaban separadas.

            Pasaron días y meses. En abril, una bella señora le regaló un lindo gatito. Le pidió que lo cuidara y así la ayudaba con su tarea diaria. Cuando llegó a la carpa su madre lo regañó. ¿Cómo harás con la comida? El niño no había pensado en eso. ¡Mamá este animalito será un buen musulmán y comerá lo que consiga! La persona que se atrevió a darte este animal, no pensó en nuestras necesidades. Rachid, suspiró y regresó a buscar a la dama. Era una médica que sabía que los niños necesitan tener una mascota cuando pierden tantas cosas lindas en la niñez. Le prometió que le daría una ración para el felino, y lo acarició con ternura. Era una bella doctora extranjera. Rachid, corrió feliz por el pasillo entre las carpas del refugio con su gato que ronroneaba con gusto entre sus delgados brazos infantiles.

EL CAMPAMENTO

             Los chicos tardaron dos años en juntar el dinero para ir de campamento. Sus familias no eran tan acomodadas como para pagarles un viaje por tantos días fuera de la provincia. Quermeses, Bingos y Cuadreras, fueron el apoyo de la comunidad.

            Cada uno de los veintitrés muchachos fue armando su mochila: dos pantalones de loneta dura y fuerte, cuatro camisetas y remeras de mangas cortas y largas, dos rompevientos de tela impermeable con capucha, tres pares de zapatillas con suela doble, calcetines y calzoncillos varios, saco de dormir, linterna y accesorios a elección, según podían proveerle su familia.

            Llegó el esperado día. El profesor llegó acompañado por tres ayudantes: Pablo enfermero adiestrado en cursos de rescatistas, Lautaro cocinero y Mateo que era un sabelotodo excepcional. Ellos transportaban desde palas y piquetas, hasta bancos rebatibles para sentarse. Un botiquín de primeros auxilio que dejaba mudo al mejor médico recibido y una enorme carpa que se armaba entre los cuatro adultos que los acompañaba.

            ¡Era una fiesta verlos llegar al Autobús! Las madres emocionadas llorisqueaban. Era la primera vez que se desprendían de sus cachorros. Los padres disimulaban con el entrecejo fruncido sus temores y sentimientos. La algarabía era irrefrenable. Por orden de lista se fueron sentando de atrás hacia delante. Eso porque habían puesto a los más pequeños en primer lugar en ella y así los más robustos y maduros quedaban cerca de dos adultos y los más pequeños con dos adultos detrás. El chofer y su acompañante separados por un vidrio grueso, miraban sonrientes la desilusión de los chicos que no iban a poder hacerles ruidos y canciones burlescas.

            Al principio el murmullo era aceptable. Fue subiendo de tono y el coche se frenó. ¡Si no se callan no seguimos! Dijeron los chóferes, riéndose por dentro.

            Así acomodaron con canciones y chistes parte del camino. Se apagaron las luces cuando ya era hora de dormir. Algunos secretamente sacaron de sus mochilas un sándwich o una fruta y comieron otros se conformaron con alfajores y refresco cola.

            Los profesores y ayudantes pensaron: ¡Bueno se van a dormir! Pero no, esperaron que algunos se quedaran dormidos y dos o tres se pararon y con pasta dental o fibras les pintaron bigotes, barbas candado, patillas y cejas tipo demoníacas a sus compañeros. ¡Era un juego!

            A la mañana siguiente las carcajadas de los que miraban a sus compañeros enmascarados era muy divertidas, pero todos se señalaban y se dieron cuenta que no quedaba casi nadie sin el pincel hilarante.

            Llegaron al Valle de Los Alfiles. Armaron la carpa y se acomodaron y mientras Lautaro disponía las ollas para hacer el desayuno, los chicos se fueron a limpiar el rostro en el arroyo. Regresaron a desayunar y el aroma del té con chocolate y masitas, los alucinó. Luego Mateo los preparó para la primera caminata. Hacia allí tenemos que ir, ven esa piedra blanca allá arriba; allí vamos. ¡Protesta general! Es muy lejos y alto y…nada. A caminar. Allá comenzaron a trepar. 

            Felipe que ha cumplido dieciséis años es el que hace punta. Lleva una piqueta que le regaló el padrino, lo siguen Eduardo y Marcelo. Más atrás vienen Isidro y Jorge. Y el profe los ha atado con cuerdas por si acaso uno se resbala y los guía. 

martes, 24 de noviembre de 2020

ATREVERSE

 

Párate en la ventana y escudriña tu horizonte,

Breve como un pañuelo movido por el silencio

Alejando los temores de una extraña Apocalipsis.

Un puñado de aves, pájaros silvestres y escurridizos

Picotean en el pasto, junto al jazmín y sterlizias.

La ciudad está en reserva, sus sueños están dormidos,

Nadie se atreve a asomarse y esperan una noticia.

Las calles que antes bramaban con sonatas y alaridos,

Hoy son cementerios quietos, sin campanas ni bocinas.

 

Esto pasa en mis montañas que se han poblado de nidos,

Han regresado las liebres y hasta un zorro escurridizo.

El río que quieto estaba, baja con rotundos bríos,

El polvo de nieve abruma el camino de los riscos

Hay chorrillos borboteantes que bajan juntos al río

Detrás de los ventanales, nosotros somos espías.

Las loicas y los zorzales vuelan libres en los pinos

Han regresado los cóndores buscándose la comida.

 

Dicen que los ríos traen cardúmenes de peces, miles

De peces saltan en las aguas de los ríos.

Los hombres que los esperan ya no quieren usar redes

El asombro los embruja y permiten que viajen

Rumbo a su verdadero destino.  Dorados, truchas, pacúes

Pejerreyes y surubíes, surcan las aguas tan claras

Como hace tiempo no veían, su Paraná generoso

Ahora parece un río como en los tiempos antiguos.

 

Un enemigo llegó con su Caballo Apocalíptico

Arrastrando su castigo. Miles de humanos muriendo

Y la naturaleza revive, regresan las aguas limpias,

Las aves bajan tranquilas a los parques y jardines,

A los bellos sembradíos, cerdos salvajes pasean

por las calles de pueblos que están vacíos.

Cabras saltan por los cercos y capibaras por las rutas

Caminan junto a los ríos. Un Arca nueva ha llegado

Noé ha resucitado con su emporio de animales

Para repoblar la tierra que tanto hemos destruido.

 

 

 

ABUELA

 

¡He cometido la indiscreción de seguir viviendo! Jorge Luis Borges

 

Entró corriendo, deshilachando el aire cálido de la calle. Dentro de la casa un suave fresco envolvía el cuerpo de la abuela anciana. Estaba sola y sentada como una muñeca de seda y puntillas. Su cabello largo, suelto atado con una cinta azul, algo desvaído. Las manos, como dos alas de golondrinas heladas, se apoyaban sobre un almohadón de terciopelo rosa. Parecía una reina triste. ¿Cuántos años puede tener, se preguntó la nieta?

Se acercó y la besó levemente en la frente. Estaba tibia y suave entre las profundas heridas que llaman arrugas. Son señales de la vida. Señuelos para el ángel negro. Le preparó un té y se sentó a su lado. Abrió el libro de poemas y le leyó con calma el último que había dejado marcado con unas hojas de tilo. La abuela, cerró los ojos mientras discurrían los poemas. En su juventud era quien recitaba frente a una concurrencia eufórica. Antes, la gente amaba escuchar poesía. Había personas que leían por radio, en galerías de arte, en las plazas y en las noches de frío junto al fuego. Ahora se reirían de esa costumbre.

¡Pero la belleza no ha muerto! Murmuró con voz cascada, mi niña, lee ese, el de la página 27, el de Garrid. ¡Ese es muy bello!

Volvió a releer el mismo, ese que le pedía y luego la anciana sollozaba. Abuela te leo uno de Rubén Darío o de uno de Alfonsina… son más dulces. La mano apenas se cerró en su brazo. Tráeme un vaso con agua fresca, hija, por favor. Y tomó el libro para abrirlo en la página 27. Cuando la muchacha regresó, ella se había dormido.

Seguro soñaba o simplemente entraba en un pasillo de amables recuerdos de amores contrariados. Apena la tocó. Abrió los ojos de un verde claro como agua y sonriendo le dijo: Mi pecado es seguir viviendo. Él ya se fue hace muchos años y si viene, me encontrará muy avejentada. No quiero que me vea así. ¡Por favor, llévame a la cama!

La envolvió en una bata delgada de seda verde y se acurrucó entre las puntillas de antigua hechura. Seguro, esperando que él, entrara en cualquier momento y la besara.

 

EL TRAPECISTA

             Anatol se escapó de su dacha una siesta de verano. Corrió por la vereda empedrada hasta la calle donde viera una enorme carpa desplegada en el descampado que dejara la guerra. Allí del mil colores una enorme construcción, para él, maravillosa, se abría a la curiosidad de la gente. Se escondió entre unos carromatos y esperó.

            Al atardecer, comenzó a llegar gente que se detenía en una casilla donde un pintoresco payaso abría una boca grande y por ahí, pasaban un papel y la gente dejaba un rublo.

            Se deslizó por debajo de una tela rústica y pesada. Entró como un invasor. Desprevenidos sus padres que regresaban del campo no advirtieron su ausencia. Comieron sopa de col, como todos los días e imaginaron que Anatol, andaría vagando por el campo buscando nidos y huevos. Él, estaba dentro del circo.

            Cada cosa que sucedía allí, lo dejaba extasiado. Abría los ojos y la boca sin emitir sonidos, escondido debajo de un banco de madera. Allí quedó quieto. Un atronador tambor llamó a silencio al escaso público. Una luz se elevó al centro de la carpa; ahí suspendido como un ave estaba un joven de figura atlética haciendo piruetas y movimientos elásticos que lo hacían volar por los aires.

            Anatol, vio que debajo había una red, pero no le puso mucha atención, ya que quería ver las volteretas y formas que creaba el muchacho. ¡Eso haré yo cuando crezca! Y soñó.

 

            Pasaron diez años y Anatol se fue. La gran ciudad lo recibió como recibe a los inocentes. Se lo tragó. Tenía apenas quince años y muchos sueños. Buscó trabajo en una fábrica y comenzó a indagar dónde había una escuela de trapecistas. Y en ese momento encontró una que estaba en un centro comunal del partido. Se inscribió y al comienzo fue duro el entrenamiento, pero más tenaz que hábil, logró llamar la atención de un profesor que lo tomó bajo su mano.

            Luchó para ser el mejor. Así llegó pasando de etapa en etapa hasta llegar a ser el mejor trapecista del instituto. Él, no sabía de política ni de poder, sólo de sacrificio y esmero.

            Una mañana lo visitó el comisario del partido y le propuso representar a su país en una olimpiada en Alemania. Pero el soñaba con ir al circo. No tuvo alternativa y por primera vez, viajó en avión, representó con excelencia la bandera de su país. Ganó una medalla de oro. Lo llenaron de honores cuando regresó a su país. Cuando un periodista le preguntó cuál era su sueño, él, dijo ser trapecista del circo. ¡Entonces, lo llevaron como el soñaba y realizó unas largas temporadas de país en país, de pueblo en pueblo.          Un día llegó a su pueblo. Buscó a sus padres…ya no vivían ahí. Cuando estaba en lo alto del trapecio; vio a su madre y a su padre que lo miraban asombrados sin reconocer a su hijo perdido. Se distrajo y cayó. ¡Gracias a Dios había una red debajo que contuvo su cuerpo! El grito fue enorme. Su madre lo había reconocido y corrió a abrazarlo entre los hilos de soga que sostuvieron su cuerpo. Un beso infinito lo envolvió y lágrimas de ternura cubrieron el cuerpo del trapecista más afamado del país. Anatol, no quiso seguir en el circo porque sus padres ya estaban muy ancianos y lo necesitaban.

 

EL RELOJ DEL JARDÍN

                                                               Un hombre edifica dos sueños, un reloj y un jardín, para lograrlo trabaja hasta la hora sin regreso.

 

               Don Rufino había llegado de su terruño lejano en un barco que transportaba mercaderías del oriente. Abarrotado de cajones, bultos y fardos inciertos; se tenía que acurrucar en los espacios mínimos de la panza de la nave. El olor nauseabundo que latigaba los infiernos oscuros adormecía su vientre que mareado se deshacía en las barandas del puente. El baño era un retrete transgresor de las buenas costumbres. Había ratas y chinches que se pavoneaban entre los barriles, y la mugre que merodeaba cada rincón del paquebote.

              Su compañero era Oscar, quien en el pueblo había cometido dos actos inenarrables por osados y malignos. Él escapaba de la comandancia que lo había buscado con afán, sin saber que ya estaba encerrado entre los montones de materiales que llevaba el barco. Arribaban a los puertos que rodean el mar del Japón, pero no se atrevían a descender. No tenían buenos papeles que los defendieran y esperaban llegar a un puerto de esos que esconden “piratas y “apátridas”. Muchos lugares estaban poblados por irregulares de las fuerzas armadas de países que fueron beligerantes y que no querían regresar a sus tierras por fechorías cometidas y deudas múltiples con la sociedad.

En una tormenta borrascosa y triste, Rufino, comenzó a soñar. Sentía que su vida iba a cobrar sentido cuando creara una familia, una casa con ventanas amplias por donde ingresara el aire puro y sano del mundo, suelo habitable y generoso en donde pudiera hacer posible la actividad que más amaba: trabajar.

Oscar tomó la decisión de abandonarlos en una isla pequeña, donde un truhán más, no se notaría. Y el compañero de la aventura, sintió que se elevaba el ancla de su destino. Lo saludo con un abrazo, le regaló unas monedas de plata que traía y lo despidió sin demostrar lo feliz que se sentía. Ancho el corazón y la esperanza ancha.

Llegaron a un puerto donde el olor a sal y algas, profetizaba una vida. Y bajó su ancla. Con su bulto al hombro y su mano adelantada, saludó a sus compañeros de travesía. Despedida sin mayores ruidos. Rufino, amagó al puesto del sereno guardia y entró como forastero hambriento. Pidió asilo. La mirada penetrante del vigía, descubrió al hombre, cuyo interior no escondía maldad, sino una enorme pena.

Le tendió un papel con varios sellos y lo dejó pasar. Un aroma de calles habitadas, con sabor a guisos y pucheros, despertó su asombro. ¡La tierra prometía!

Caminó con esperanza silbando una canción en la memoria de los ancestros dejados atrás, y se mezcló con parroquianos que laboriosos, iban y venían con sacos llenos de frutos de la tierra. Entró en una fonda y pidió un trozo de pan. Lo miraron asombrados cuando puso una moneda de plata sobre la madera desnuda del boliche. Vino un mozo con una hogaza del más perfumado pan que sintiera en meses. Un tazón de carne y alubias en brebaje celestial, para su hambre. Comió en silencio,                                                      

                                                                                                              

Pronto preguntó por un albergue, ya que hotel era muy caro, pensó. Le indicaron uno a pocas calles. Era una casa antigua y amable. Y pasó la mejor noche que soñara. Durmió con el corazón puesto en la ventana desde donde se podía ver el pueblo. era un lugar hermoso.

LAILA

Hoy está sentada frente a la ventana. Leila Alkelaibe no sabe que es Leila Alkelaibe. Mira tras los vidrios ¡Cuánto han florecido las glicinas! Las mira bajo la opaca visión del glaucoma. El lila es suave y opalescente. El perfume inunda la estancia. Todo es nacarado desde hace un tiempo. Su edad ha comenzado a desdibujar el tiempo y los relojes ya no sirven. Suenan las campanas. Ella no las oye. Regresa, cada vez que se despierta, a su lejana memoria.

Ahora tiene quince años y usa por primera vez tacones altos. Un vestido de gasa de seda blanca, flores en el cabello cobrizo que cae lloviendo en su espalda.

Y baila, baila el vals en brazos de jóvenes que sonríen y tratan de rodear su cintura. Ella los aparta con delicadeza. Busca al amor que tiembla en su corazón. Esa ensoñación de la edad temprana. Se ha dormido. Leila se ha alojado en el ayer. Hoy no existe en su mente. Y es su cumpleaños. No lo recuerda. Despierta y está allí parada con tan solo cinco años en el sótano de la casa de sus abuelos. La penitencia es por haber roto el jarrón chino antiguo. Leila llora. Se orina. Llama a su madre y nadie le contesta.

Una luz muy brillante le muestra el camino hacia el mañana.

Leila el día de su cumpleaños noventa y tres no se despierta. El reloj de pared se detiene con las últimas doce campanadas.

 

 

 

 

 

UNA CIUDAD EXTRAÑA

La  ciudad  monolítica de grises y rojos.

Empedrada de miedos, de silencios y gozos.

La pradera incendiada con migajas de soles con una hierva perfumada

Los hombres caminantes sonámbulos, atentos y cargados de tiempo,

En sus rondas minuciosas de esferas y arco iris,

 transeúntes de aceras  rumorosas, hombres

 apostando al futuro de un globo movedizo como ola intranquila

en noche de tormenta.

Como lluvia de estrellas y cometas que agitan nuestros sueños

La calle que esconde, en mi ciudad de estirpe de poeta,

 Abraza con ternura los cuerpos y las almas fantasmales del árbol de madera que incendia las palabras murmurada  al oído de un gigante de piedra.

 

viernes, 20 de noviembre de 2020

LA BODA

 

      Entró  la Purita corriendo con una pequeña caja y se la entregó a Paulina que terminaba con los últimos detalles del traje de María del Pilar .Las  manos nerviosas de ambas parecían palomas prontas a volar.Golpearon suavemente en la puerta  y entró Don  Pedro  con su estampa de hombre ilustre en ese chaqué de negro y grises azulados, que lo hacían más noble aún de lo que era él en la vida cotidiana.Brillaban los botones de diamante  y la corbata de seda .María del Pilar lo miró con inmenso amor de hija agradecida.Él, le entregó también una pequeña caja que abrió presurosa y feliz.Un collar de oro y zafiros irrumpieron entre el terciopelo blanco,ella no pudo quedarse quieta y se abrazó nuevamente con su amado padre.Sabía que esa alhaja estaba en la familia desde siempre.Sacó de la otra cajita una sutil coronilla de nardos ,rositas blancas minúsculas, azahares y helechitos que le daban un pequeño toque de color, le pidió a su padre que se la colocara en la cabeza junto con el velo que le daba un aspecto casi fantasmal,pero con el hermoso traje  que envolvía su cuerpo en seda y encaje, el porte era de una venus,ya estaba casi lista.Saldría  de allí rumbo a la capilla del convento Del Divino Amor donde esperaba el hombre que su corazón había elegido apenas vio .

      Don Pedro cerró los ojos porque unas traviesas lágrimas trataban de escapar de allí sin su consentimiento y mancharían su galante ropa.

Cuando llegaron las monjas del ´Divino Amor´ al pueblo, con sus hábitos color rosa y sus velos de novias,  con sus silencios totales y permanentes penitencias y rezos ,había nevado en pleno verano dejando en todos la sensación de singularidad,asombro y desconcierto .¿Acaso significaba alguna premonición ? Tal vez sirvió para que muchos lugareños revisaran su vida y se prometieran cambios que luego olvidaron.

      Pasado el tiempo fueron llegando muchachas de los pueblos vecinos que se atrevieron al silencio y a la contemplación.          

      Recuerdo que en esa época  la abadesa era la Madre  Natalia , una frágil mujercita que por su porte  más parecía una niña que la superiora,conductora y líder de más de treinta mujeres religiosas.Una noche de  agotadora tormenta, rumorosa y afligente, cuando sólo quedaban las hermanas guardianas rezando en la capilla ; comenzó a sonar insistentemente la campana del torno por el que la gente del pueblo se comunicaba con las monjas, sin palabras ni rostros para contemplar.Rompía en la noche la monotonía de los sonidos , el ruido de la campanilla era persistente y la abadesa pidió a la hermana Buen Pastor que con la hermana Resurrección bajaran a ver qué sucedía allá abajo. Cuando llegaron agitadas y asustadas por lo inusual de lo que pasaba, encontraron un pequeño bultito en el torno que tomaron apresuradamente creyendo que eran comestibles de algún penitente  trasnochado.Corrieron al refectorio donde estaban esperando silenciosas las otras religiosas...,¡cuál fue la sorpresa cuando a la luz ven que allí había un pequeño bebé que gesticulaba  ya casi sin fuerzas de tanto llorar! La abadesa se sentó intimidada, nunca se imaginó que algo así sucedería en esas paredes.

Yo había sido la hermana mayor de 17 niños, que me habían amado, alegrado y desgastado hasta lo más íntimo mi capacidad  de criar  a un pequeño más.Apenas le vi, mi impulso fue tomarlo en mis manos y darle el calor a su cuerpecito.

      Sor Natalia me miró y en su suave pero firme mirada me amonestó y di un paso atrás.

      Habló...¡Hacía por lo menos  cinco años que no escuchábamos una voz humana! -Hermanas...No sabemos si es niña o ..niño. Si así fuera debemos ...no sé, llevarlo a otro sitio.Yo con una mirada inquisitiva pedí autorización para ver al bebé.Ella aprobó mi gesto .Recuerdo las bellas prendas de encaje ,seda y suave lana de la ropita de aquella bebita .Desprendí los pañales y con alegría vimos que era una bella nena.Sana y hermosa como un capullo de rosa.Un suavísimo murmullo de alegría y de estupor  salió de las mudas gargantas de las hermanas que con sus hábitos mal compuestos habían llegado ,rompiendo las reglas.Esa pequeña no era hija de una rústica , de una mujer imposibilitada de criarla por pobreza y hambre.Ella era portadora seguramente de una historia misteriosa que allí no se podía develar por ser una abadía de contemplativas.

      La superiora me la entregó con amor y suave ternura.No me dio ninguna indicación. Ella siempre sabia, sabía que yo conocía como sacarla adelante.

      Isidro estaba eufórico.Sus dos mejores amigos habían llegado con sus flamantes chaqués.

Lo chanceaban, jugando con sus nervios a flor de piel.Él, estaba allí con una complacencia infinita.

Sus padres se habían regocijado con la noticia de su noviazgo y la idea de la boda.Recordó el día que conoció a María del Pilar,en casa de José Carlos .La vio y le parecía que la conocía de siempre.Ella trató de no demostrar su enorme interés en ese chico ,recién llegado a ese pueblo desde un lugar algo distante del sitio donde fue criada y educada.Pero fue muy fugaz la resistencia . Conversaron hasta la madrugada y se enamoraron. Eran la pareja perfecta, era lógico que pronto surgiera la idea  de estar juntos para siempre.

      Isidro miró que por la nave central llegaban amigos de las dos familias.Allí estaba Isabella ,su compañera de facultad, artífice de muchas de sus buenas notas en filosofía.El rector de su colegio el Reverendo Iñaqui Berrechea ,con sus compañeros  de mayor confianza.La esposa de su médico de cabecera fallecido hacía un año en triste accidente de automóvil.Cada vez había más gente .En un costado tras las rejas,las monjas seguían impávidas rezando..Algo lo sacó de ese cuadro.Entraba por uno de los lados de la nave central Monseñor  Callejas .Le saludó con su acostumbrada sonrisa y siguió hasta la sacristía donde debía ponerse la ropa para la ceremonia.

      Entre las personas que entraron, había una figura a quien nadie puso mucha atención, pero que yo detrás de mi velo y con los ojos hinchado por las lágrimas,advertí con una extraña sensación de pánico.Estaba vestida de un frío tono gris azulado,y llevaba su rostro completamente cubierto con un espeso velo del mismo tono.Con silenciosos y disimulados movimientos, vi que se acercó cuanto pudo  a la actual Abadesa ,quien se agachó ante su insistencia en el llamado e implorando la escuchara.Las palabras debían ser terribles porque de la garganta de mi superiora salió un sonido gutural de horror y se desmayó.Rápidamente fue sostenida por varias novicias y por  un momento  sólo atinó  a pedir hablar con Monseñor.

      Isidro muy sorprendido comenzó a escuchar que el organista tocaba los salmos que habían elegido con Maripí,como él le decía en la intimidad, y ella como una aparición del paraíso  venía del brazo de su padre por la nave central .Unas bellas rosas blancas temblaban entre sus manos  emocionadas.Un brevísimo diálogo entre el monje y la abadesa .El hombre desfigurado, pálido y decidido  se plantó frente a los jóvenes que ya  se habían tomado de las manos para tomar su lugar en los reclinatorios delante del altar mayor ,los observó detenidamente y con voz firme dijo:

-¡Vosotros tenéis un impedimento atroz  que os impide ser esposos!.-¡Dios ha querido que fuera en este momento que supierais esta tremenda verdad...,vosotros dos sois  hermanos de sangre ,vuestra madre ha revelado  hace unos minutos la singular y desconcertante realidad...!

      Mi pequeña María del Pilar cayó desmayada en brazos de quien pudo ser su esposo amantísimo y era allí su hermano . Lágrimas de desconsuelo arrebató las suaves facciones de Isidro y lentamente su cabello de un tenue color castaño se fue tornando grisáceo, como envejecido. Se sentó con ella entre los brazos ,nada comprendía.¿Esos que él llamaba padres, quienes eran ? ¿Esa mujer que había llegado a destruir su vida, dónde estaba ?

      La iglesia fue quedando lentamente vacía. Murmullos de pena y confusión dejaban a ese pequeño grupo de personas atados a una misteriosa verdad que... ¿Nunca podrían desentrañar?

           

            Las novicias y las monjitas se inclinaron como era su rutina frente al Jesús del Divino Amor para rogar por esos jóvenes cuyas vidas estaban entrando en un túnel de enigmático y oscuro laberinto .

      Lejos de allí en un salón de una mansión una mujer solitaria lloraba amargamente.Por segunda vez había traicionado a sus hijos y los había abandonado con igual cobardía que el día que nacieron.Para ella ya era tarde. Salió al salón donde estaban las armas de caza de su esposo, lenta, lentamente caminó  y se perdió en la tiniebla y se perdió con su verdad.

 

BAILARÍN

                                                           ADAGIO .

                                   Abrazo de ruiseñores azul turquesa.

                                   Palomas de alas plateadas y doradas .             

                                   Luz de luna y estrellas...duerme y sueña.

                                   Nudo de alas de pájaros, aves de escarcha,

                                   ¡ sueña tu sueño celeste de primavera!.

                                   Espiral de cometas que se abrasan,

                                   que se queman en fuegos fantasmales.

                                   Delfín azul grisáceo, escamas y algas verdes,

                                   corales envolventes de abismos y de espuma.

                                   Nudo de escarcha y nieve. Tibieza de ave.

                                   Sirena entre tus alas, abrazo de amapolas

                                   azul celeste. Nube, cielo, sueño...,infinito de estrellas.

                                   Bailarín de músculos de acero que estiran

                                   el terciopelo suave de la luna. Quimera.

                                   Catedral de pétalos de jazmines celestes.

                                   Territorio de soles y de ninfas de nácar.

                                   Adagio precursor del paraíso, noche clara.

                                   Rayo frío de un sol de espuma y agua.

                                   Espectro del fantasma del amor y  la vida,

                                   tu luz cegó mi instante, emborrachó mi dicha,

                                   trocó la monótona paz inconstante de mi ahora,

                                   fui feliz un minuto interminable. Se apagaron las luces

                                   y ha quedado el silencio en el teatro.

                                   Puedo vivir soñando, tu abrazo de música, me sigue,

                                   acompaña mi  quietud y mis tristezas.

 

                                                                       Para el gran : MAXIMILIANO  GUERRA

UNA MENTIRA PREGONADA A VOCES.

 

         

                                  "Lo que decimos no siempre se parece a nosotros"

                                               "Jorge Luis Borges"

 

      Máximo Retamosas era un hombre sencillo, de mirar franco y casi gris. Su vida transcurría entre su gastado escritorio de oficina ajena y su piecita de pensión barata. Callado y sumiso iba y venía por las calles de la gran ciudad sin levantar la mirada de la vereda. No hablaba con nadie, excepto con el verdulero que siempre le tenía preparada una pequeña bolsita con verduras de estación y fruta y con quien tenía una letanía de escrupulosas ideas sobre lo importante que es vivir sin necesidad de compañía, ni de amigos y ni siquiera de familia. Tampoco, según él tenía necesidad de poseer dinero ni fortuna. Era vegetariano y según deducción del hombre, era diabético pues jamás lo vio comprar dulces o masas u otro tipo de comida que contuviera harinas.

      Su habitación permanecía cerrada de lunes a sábado en que permitía que la empleadita de la patrona limpiara, cambiara sábanas y toallas, era terriblemente impersonal y triste. No había ningún objeto personal. Las viejas y gastadas cortinas llenas de tierra no se podían correr porque su ventana era ciega y daba a una pared de ladrillos a no más de veinte centímetros del vidrio. Una lamparilla de luz daba una iluminación agónica y neblinosa. Un sillón desgastado al infinito junto a una mesa de madera desnuda era su refugio para escuchar una antigua radio a válvulas que pertenecía a la dueña de la pensión. Su ropa gastada y limpia le daba un aire de tristeza muy opresivo. Siempre solo. Nunca recibía a nadie ni siquiera una carta, una postal o una simple propaganda de las que llegan de bancos o financieras. Pasaba navidades y año nuevo solo y se acostaba igual que los días de trabajo.

      Habían pasado casi veintitrés años desde que llegó y nunca pasó el día cinco, sin pagar su habitación y su servicio. Dolores, la señora que le daba pensión no había logrado penetrar esa solemne y silenciosa conducta. Había envejecido y nada sabía de él. Ya era como una parte de esa habitación, como la cama, el viejo ropero y el pequeño espejo. Una mañana muy temprano sintieron un ruido extraño en su habitación. Era como un murmullo de varias personas que hablaban. No atinaron a golpear y dejaron llegar la noche. Cuando oscureció y no se prendió la luz. Doña Dolores tomó impulso, golpeó brevemente y abrió. Sobre la cama estaba Máximo Retamosas, frío y rígido, cubierto de monedas de oro. En la pared un enorme cuadro con su imagen vestido como un galán de cine y rodeado de bellas mujeres, le sonreía. Ella salió corriendo y no volvió a entrar.

 

JUANA... LA PEQUEÑA MADRE

      El Terencio Osorio tiene que atravesar varios ríos secos, arroyos y aguadas, con su viejo carro empujando a veces con sus propias manos. Las mulas no son nuevas y el camino casi inexistente. Arriba entre unos cojinillos y trastos viene un guiñapo humano. Es una bolsita flaca, descarnada y fea. Es la Juana. No tiene nada. ¡ Ni siquiera lágrimas !

      Al fin llegan a Pueblo Tanco. Busca un sauzal para descansar y recuperarse. Él, tan viejo como el mismo valle, conoce a casi todos. Se echa un rato, poco porque no hay mucho tiempo. Después va a buscar al "dotor", un curandero de los buenos. Allí habla en voz muy baja y el otro con rotunda resistencia se niega a recibir tanto despojo. Se va con su carga al puesto sanitario. Un joven médico recién llegado recibe con asombro ese pequeño cuerpo maltrecho. Casi sin palabras el Terencio le muestra el bulto inusual en la panza de una niña, destapando su amarga carga, incrédulo. No ha visto nunca algo igual. El pobre doctor se repone también del asombro y comienza preguntando nombre y edad. La Juana tiene algo así como once años...es la respuesta del criollo. La madre murió hace cuatro inviernos y quedó con su padre y tres hermanos a su cuidado en el puesto. ¿Si el padre toma...? Los ojos sombríos de la cría se abren desmesuradamente. Dos llamas muertas en el fondo de sus negras pupilas lamentables. Un temblor vuelve a estremecer el cuerpo de la Juana.

      El galeno llama con urgencia a su ayudante. Vieja del lugar y conocida de todos, doña María Bravo o María a secas es quien resuelve todo los imprevistos. La levanta entre sus brazos fuertes y la lleva a una cama. Lava sus flacas piernitas maltratadas, higieniza su intimidad destrozada por el padre. Luego de abrazarla un rato le administra un sedante. Así la Juana no sabe de su parto. Después habrá tiempo de explicarle. Nació un chico deforme y medio muerto. El ser recién nacido es un machito pero muy difícil que pase la noche. Y el silencio. Las lágrimas del médico, de la María y del Terencio que la trajo . La tuve que arrancar del puesto. El padre no quería. Así murió la madre. ¿Ahora quién sabe que será de los otros chicos?

      Al despertarse la Juanita mira sorprendida el lugar, la cama, el techo. No recuerda casi nada. Sí, al bueno de don Terencio que la trajo en su carro. Las mulas, su panza ya no está y ya no le duele como antes. ¡ El dolor... ¿cuál de todos fue más grande?...cuando encontró a su mamá en un charco de sangre en el piso de tierra apisonada y entre sus piernas una cosa chiquita con forma de animalito muerto...,¡oh no, cuando el padre vio que ella ya era grande y podía arrastrar un balde lleno de agua del arroyo y después de tomarse media damajuana de tinto áspero y caliente, la agarró de los pelos y la golpeó con el rebenque para que abriera sus piernas. ¡Cuánta sangre! Lloró porque creyó que se moría como su madre. Pero así una vez y otra y otra...y comenzó a hincharse. Y ese día que vino don Terencio y la vio tirada y se la trajo a Pueblo Tanco. ¿Qué estarán haciendo mis hermanos?...¡Son tan chicos...todavía para cocinar y ordeñar las cabras!

      Juana mira con ternura a la María, que la peina igual que antes lo hacía su mamá. Está contenta. Le toca la cara con sus deditos escuálidos y callosos por las duras tareas del corral y de la casa. Ella no conoce el amor, lo intuye. ¿ Y mi barriga, qué pasó con mi panza?¡ Nada, te sacamos un tumor, contesta suave la vieja enfermera! Era así... de grande y por eso te dolía. La cara asombrada de la niña con unos enormes ojos negros dejan escapar una chispa de alegría. No va a sufrir más dolores fuertes. Me tengo que ir. Se queda pensado. Los chicos y las cabras. El papá necesita que le dé más vino sinó se pone furioso y nos azota. Pasan unos días y don Terencio Osorio ensilla y se la lleva. El niño ha muerto. Ella no pregunta. Sabe sin saber.

      ¡Cuándo llegan al puesto, se están llevando al hombre! La policía vino y se llevó al atroz salvaje por orden judicial. ¡ Tendrían que sacarla a ella pero...quién se atreve a arrancarla del rancho! La Juana ya no llora. Tampoco sonríe y abraza con ternura a sus pequeñitos que la esperan. Cuando sea grande será una buena madre. ¡ Destino de mujer !

                                                                            Homenaje a las niñas de los puestos; a los Derechos del Niño.

 

CAPTURÓ LAS SOMBRAS DE SUS IDEAS

             Se burlaba de los escritores jóvenes. Siempre se sintió algo superior. Había soportado a unos profesores en letras que creían ser Goethe, Joyce y Borges en distinto plano intercelestiales. Eran normales y algunos dejaban mucho que desear. Sólo el maestro Sergio Arguiles les había proporcionado un carácter de excelencia a sus producciones.

            Aprendió a escribir con la fluidez de un especialista, pero no se sentía completo. Le faltaba esa chispa de creatividad, de entusiasmo y algo de magia, que veía en los libros de extraordinarios literatos.

            Desde pequeño había leído profusamente desde los clásicos hasta lo más moderno, hasta se había atrevido con los “anti literatos” y una escuela que rompía todos los esquemas lógicos del pensamiento. Se detuvo. Tomó la decisión de irse a vivir por un tiempo a un lugar alejado de la cosmopolita ciudad y serenarse. Tenía que encontrarse con el ingenio mismo, con la pizca de la secreta belleza. Tampoco quería ser uno de esos que por ser  diferentes escribían mamarrachos o copiaban el ritmo o el lenguaje de los buenos.

            Una mañana salió por una de esas calles apretadas de sombra del lugar donde habitaba y vio un breve cartel que invitaba a tomar “Sidra artesanal”. Entró y lo sorprendió todo lo que allí se podía observar. Antiguos carteles de propaganda, raros aparatos de metal y madera que colgaban junto a cacerolas y sartenes de cobre mustios, llaves y candados enmohecidos por el polvo y el tiempo. Y pudo soñar. Se sentó y pidió una “sidra”. Puso el ojo, justo en el lugar donde su mente absurda comenzaba a transmitirle ideas. Pidió al dueño, hombre de cultura dudosa, papel y pluma. Comenzó a escribir con fluidez y hoja tras hoja, fue creando un mundo de misterio. Había encontrado ese destello interior que esperaba.

            Su trazo imprudente recorrió las páginas con una celeridad inesperada. El hombre, se había parado tras él y leía su trabajo. Su cara se fue transformando. De tranquilo despensero a un cantinero iracundo y fiero. Cuando llegó a la página final de la historia la tosca mano golpeó sobre los papeles con furia. Saltaron hojas por doquier.

            Un hilo de sangre completó las páginas que cayeron lentas sobre el piso mientras escuchaba la voz del hombre que le hablaba de su ira con lo escrito. ¡Era una historia verdadera! Mi vida no se la presto a nadie. Dijo mientras lo arrastraba por el pavimento hacia la calle. “Mequetrefe, capturó las sombras de mi alma en pena”. ¡Devuélvamelas!

            Quedó tirado a la vera de una acera que conocía viejas y notorias historias brumosas de astucias para esconderse de la verdad. Lo último que oyó fue: “Al Carnicero de Riga, nadie lo desnuda”

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

ZENÓN SOSA, EL VIEJO

            El sol penetraba el sudor grasiento del cuello del hombre. Febril, con las manos ensangrentadas, escarbaba entre las piedras y cascotes de roca que habían explotado sobre su compañero. Recordaba aquél día en la taberna, cuando el Belisario Yuspe, habló del oro. Les contó la leyenda que había escuchado de boca de sus antepasados. Una historia que se transmitía de generación en generación.

Allí, en esa montaña sagrada para los huarpes, había vetas de oro que los extranjeros, en tiempos de antes no pudieron encontrar jamás. Esos rubios ladrones que habían llegado de quién sabe dónde a quitarles la riqueza. Esos hombres rústicos se enamoraron de la historia. Zenón Sosa cuatreriaba, por causa del cierre de la Mina de Cobre El Retortuño.  Los gringos la compraron para dejarlos sin trabajo y sin mina.

Ahora arriaba caballos de los campos y él, perdió todo. Tal vez, ése era su destino; arrancarle a la roca la sangre mineral que escondía y salir de la pobreza. ¡Maldita pobreza del hombre de la tierra! Lo buscó al Lisandro Quiróz, compadre, y lo invitó. ¡Vamos a intentarlo!

            Mucho costó juntar una pequeña recua de mulas, que apenas cargaron. El Lisandro, trajo candiles y cartuchos de dinamita que robó en el polvorín de Uspallata en una noche oscura. Se había arrastrado bajo las alambradas, distrayendo a los guardianes con su perro que era un maula. Inteligente el animal, se hizo el herido jugando con los sentimientos de los guardias. Los cartuchos eran seis, pero causó alarma en el pueblo cuando el griterío hizo que una patrulla arremetiera fiera en cada rancho, buscando el explosivo. La redada no dio con ellos que ya habían salido rumbo a la cordillera. Tenían que jugarse antes que llegara la nieve. Si los agarraba el temporal, iban a volver como el famoso “descabezado”. El Futre, ese misterioso hombre, del que todos hablaban y algunos, entre grapa y grapa, decían haberlo visto cuando cruzaban para Chile. -¡Es mentira...! – pensó el Zenón, -¡Son embuste de hembra para justificarse con su hombre cuando se preñan de otro!- y escupiendo la tierra, hizo una cruz de barro para confirmar su dicho.- ¡El Futre no existió nunca, Lisandro, ¿usté se piensa que un señorito de ciudá, va dirse al campo ansí como ansí nomás, sin priendas güenas? Busque el mejor poncho que encuentre para pasar el frío, la cordillera es una puta.¡ Mujer arisca! Y el oro puede que se nos niegue si está tan dentro.”

            Salieron apenitas clareaba el día. Huían de los milicos. ¡No fuera que los sorprendieran con la dinamita! En la cuesta empinada cada metro era más difícil. Los cardones espinudos, indicaban la altura. El Lisandro se recordó que había una maldición que contaban los huarpes. El miedo no lo hizo recular, era bien macho. Zenón sudaba a pesar del frío.

Las manos arrancaban las piedras tratado de sacar al compadre. No había tiempo que perder. 

No miró el brillo del oro, luchó. Una lluvia de escombros lo tapó. El “Descabezado” tranquilo se alejó de la mina. Había hecho lo suyo, cumplía con el mandato de los Huarpes, “El oro huarpe no iba a ser de nadie, la Pacha Mama era la única dueña

 

 

Vocabulario:

Huarpes: tribu de nativos de la región de Cuyo, en la actual Argentina. Sus costumbres     tranquilas y de laboreo de la tierra los hizo ser dominados por los Incas y luego se mezclaron con los españoles en la conquista. Quedan aun familias descendientes de Huarpes en la zona de Lavalle y Malargüe.

Cuatreriando: cuatreros: ladrón de ganado.

Uspallata: pueblo de frontera entre Argentina y Chile.

Futre: leyenda que cuenta que en una apuesta un hijo de hombre principal, prometió cruzar a Chile a caballo y sólo vestido con frac, galera y capa. La leyenda dice que se congeló y el caballo regresó a la ciudad con el muchacho erguido pero que en el galope había perdido la cabeza. La gente de campo dice que se aparece entre las montañas antes de los temporales de nieve para prevenir a los que osan viajar sin cuidado.

¿Usté se piensa que un señorito de la ciudá, va dirse al campo ansí como ansí nomás sin priendas güenas?: sociolecto propio de hombres rústicos del campo argentino.

Naides: idem a lo anterior: nadie

Maula: malo, falso, pícaro.

Pacha Mama: diosa de la tierra en las comunidades nativas.