miércoles, 11 de noviembre de 2020

EL HERMANO

 

“Sobre el vidrio de la ventana cada mañana aparecían las huellas grasientas  de unos dedos. La hermana del muerto, mirándolo allí, en la cuneta dijo: - No tuviste, hermano, ni tan siquiera una limpia muerte- y se secó el sudor con el delantal de la cocina, que hacía tiempo usaba.

Eloisa caminó unos pasos en el callejón ahora poblado de curiosos. Esa noche, el “Pardo Ortega” lo vino a buscar para ir al boliche. Fue. Lástima de destino, porque el Lucho era un tipo simple, callado y trabajador. Muy sombrío, si, por ser analfabeto. Pero un hombre bueno. Todos por ahí lo querían.

La muchacha, que lo crió desde chico, sabía que era incapaz de pelear a cuchillo, como decían los mirones.

Esa mañana ella miró la ventana y no había huellas de dedos grasientos en el vidrio. ¿Quién era ese fantasma infernal que se había evaporado entre los olivos?

Vino el Oliverio y le puso en la mano un fajo de billetes. No los necesitaba. Ella y su hermano eran cosechadores y concientes de que no tenían que tirar la vida en chucherías. Pero el hombre insistió tanto que guardó en el bolsillo del delantal el fajo. Cuando pudiera se lo regresaría.

La gente de bien y de palabra no se queda con dinero ajeno. Para eso vendía unos cerdos o una vaca.

Lloró. Sola en el mundo ahora, buscaría la forma de irse a la ciudad y emplearse de mucama en cualquier casa que encontrara. Luego vendería la finca del abuelo gringo. Y entonces, conoció al inspector que vino a cargarle la culpa de lo de su hermano. Le fue creciendo una rabia enorme. El Lucho no se merecía que pensaran que ellos eran malos.

El tipo la miró con lascivia, pero astuta como buena campesina, le dio la espalda. Llamó al Oliverio y le pidió que presenciara el interrogatorio. El hombre preguntaba si tenían deudas de juegos o de trampas con las ventas de los olivares. Muda, miró de frente a los ojos oscuros y morunos del inspector. Afrenta a mi hermano difunto y a mí, le dijo. Somos gente de bien.

Pasaron los días y otra vez aparecieron los dedos grasientos en la ventana de la cocina. ¿Un fantasma o un ánima?

La madrina del Lucho vino con una noticia: ¡Sabés Eloisa, que el Lucho tiene un hijo? Ayer lo conocí en la parada del micro que va para Paredita. Es de la Mireya, la gorda pintada que se metió en el catre a tu difunto hermano. Para mí que fue ella.

No, yo lo sabría. El Lucho no me escondía nada.

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