viernes, 20 de noviembre de 2020

UNA MENTIRA PREGONADA A VOCES.

 

         

                                  "Lo que decimos no siempre se parece a nosotros"

                                               "Jorge Luis Borges"

 

      Máximo Retamosas era un hombre sencillo, de mirar franco y casi gris. Su vida transcurría entre su gastado escritorio de oficina ajena y su piecita de pensión barata. Callado y sumiso iba y venía por las calles de la gran ciudad sin levantar la mirada de la vereda. No hablaba con nadie, excepto con el verdulero que siempre le tenía preparada una pequeña bolsita con verduras de estación y fruta y con quien tenía una letanía de escrupulosas ideas sobre lo importante que es vivir sin necesidad de compañía, ni de amigos y ni siquiera de familia. Tampoco, según él tenía necesidad de poseer dinero ni fortuna. Era vegetariano y según deducción del hombre, era diabético pues jamás lo vio comprar dulces o masas u otro tipo de comida que contuviera harinas.

      Su habitación permanecía cerrada de lunes a sábado en que permitía que la empleadita de la patrona limpiara, cambiara sábanas y toallas, era terriblemente impersonal y triste. No había ningún objeto personal. Las viejas y gastadas cortinas llenas de tierra no se podían correr porque su ventana era ciega y daba a una pared de ladrillos a no más de veinte centímetros del vidrio. Una lamparilla de luz daba una iluminación agónica y neblinosa. Un sillón desgastado al infinito junto a una mesa de madera desnuda era su refugio para escuchar una antigua radio a válvulas que pertenecía a la dueña de la pensión. Su ropa gastada y limpia le daba un aire de tristeza muy opresivo. Siempre solo. Nunca recibía a nadie ni siquiera una carta, una postal o una simple propaganda de las que llegan de bancos o financieras. Pasaba navidades y año nuevo solo y se acostaba igual que los días de trabajo.

      Habían pasado casi veintitrés años desde que llegó y nunca pasó el día cinco, sin pagar su habitación y su servicio. Dolores, la señora que le daba pensión no había logrado penetrar esa solemne y silenciosa conducta. Había envejecido y nada sabía de él. Ya era como una parte de esa habitación, como la cama, el viejo ropero y el pequeño espejo. Una mañana muy temprano sintieron un ruido extraño en su habitación. Era como un murmullo de varias personas que hablaban. No atinaron a golpear y dejaron llegar la noche. Cuando oscureció y no se prendió la luz. Doña Dolores tomó impulso, golpeó brevemente y abrió. Sobre la cama estaba Máximo Retamosas, frío y rígido, cubierto de monedas de oro. En la pared un enorme cuadro con su imagen vestido como un galán de cine y rodeado de bellas mujeres, le sonreía. Ella salió corriendo y no volvió a entrar.

 

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