Los chicos tardaron dos años en juntar el dinero para ir de campamento. Sus familias no eran tan acomodadas como para pagarles un viaje por tantos días fuera de la provincia. Quermeses, Bingos y Cuadreras, fueron el apoyo de la comunidad.
Cada uno de los veintitrés muchachos
fue armando su mochila: dos pantalones de loneta dura y fuerte, cuatro
camisetas y remeras de mangas cortas y largas, dos rompevientos de tela
impermeable con capucha, tres pares de zapatillas con suela doble, calcetines y
calzoncillos varios, saco de dormir, linterna y accesorios a elección, según
podían proveerle su familia.
Llegó el esperado día. El profesor
llegó acompañado por tres ayudantes: Pablo enfermero adiestrado en cursos de
rescatistas, Lautaro cocinero y Mateo que era un sabelotodo excepcional. Ellos
transportaban desde palas y piquetas, hasta bancos rebatibles para sentarse. Un
botiquín de primeros auxilio que dejaba mudo al mejor médico recibido y una
enorme carpa que se armaba entre los cuatro adultos que los acompañaba.
¡Era una fiesta verlos llegar al
Autobús! Las madres emocionadas llorisqueaban. Era la primera vez que se
desprendían de sus cachorros. Los padres disimulaban con el entrecejo fruncido
sus temores y sentimientos. La algarabía era irrefrenable. Por orden de lista
se fueron sentando de atrás hacia delante. Eso porque habían puesto a los más
pequeños en primer lugar en ella y así los más robustos y maduros quedaban
cerca de dos adultos y los más pequeños con dos adultos detrás. El chofer y su
acompañante separados por un vidrio grueso, miraban sonrientes la desilusión de
los chicos que no iban a poder hacerles ruidos y canciones burlescas.
Al principio el murmullo era
aceptable. Fue subiendo de tono y el coche se frenó. ¡Si no se callan no
seguimos! Dijeron los chóferes, riéndose por dentro.
Así acomodaron con canciones y
chistes parte del camino. Se apagaron las luces cuando ya era hora de dormir.
Algunos secretamente sacaron de sus mochilas un sándwich o una fruta y comieron
otros se conformaron con alfajores y refresco cola.
Los profesores y ayudantes pensaron:
¡Bueno se van a dormir! Pero no, esperaron que algunos se quedaran dormidos y
dos o tres se pararon y con pasta dental o fibras les pintaron bigotes, barbas
candado, patillas y cejas tipo demoníacas a sus compañeros. ¡Era un juego!
A la mañana siguiente las carcajadas
de los que miraban a sus compañeros enmascarados era muy divertidas, pero todos
se señalaban y se dieron cuenta que no quedaba casi nadie sin el pincel
hilarante.
Llegaron al Valle de Los Alfiles.
Armaron la carpa y se acomodaron y mientras Lautaro disponía las ollas para
hacer el desayuno, los chicos se fueron a limpiar el rostro en el arroyo.
Regresaron a desayunar y el aroma del té con chocolate y masitas, los alucinó.
Luego Mateo los preparó para la primera caminata. Hacia allí tenemos que ir,
ven esa piedra blanca allá arriba; allí vamos. ¡Protesta general! Es muy lejos
y alto y…nada. A caminar. Allá comenzaron a trepar.
Felipe que ha cumplido dieciséis años es el que hace punta. Lleva una piqueta que le regaló el padrino, lo siguen Eduardo y Marcelo. Más atrás vienen Isidro y Jorge. Y el profe los ha atado con cuerdas por si acaso uno se resbala y los guía.
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