viernes, 26 de febrero de 2021

 

EL MAESTRO 

 

Yo lo esperaba en un sillón, y él apareció desde alguna                         

 parte y se sentó a callarse una larga hora y media”.

 

 

En la calle jugueteaba el sol de otoño con las hojas que fabricaron un tapiz dorado. El viento helado hería mi rostro. Busqué con detenimiento el número que me había dado la empleada por teléfono. Una doméstica que, con asombro, dijo: “La espera el domingo a las diecisiete, es casi un milagro que quiera recibirla”.

No cabía en mí de nervios. Mis labios temblaban, piernas y manos tremolaban. Aferraba una carpeta como si fuera un salvavidas del Titanic. Unos adolescentes de la cuadra miraron burlones cuando me detuve en la puerta. ¿Sabían quién vivía allí y pensarían que, sin duda, me echarían?

Me quedé un minuto observando la casa. Era antigua, de la época del 20 o del 30. Muy cuidada. El enorme balcón tenía una reja de hierro forjado a mano y desde un decorado macetón de cerámica esmaltada en colores mediterráneos, surgía una enredadera de flores. Estaba deshojada y sin un solo capullo. El otoño había hecho la tarea con dignidad. Igual, todo se veía impecable. La puerta de madera encerada, despedía un perfume exquisito y lucía la aldaba de bronce con orgullo.

Toqué timbre. Tardó apenas unos segundos en aparecer. Pensé que iba a abrir la mucama. Pero, frente a mí, estaba él. Con el rostro pálido y una grave sonrisa algo irónica ante mi sorpresa. El maestro. Me recibía en persona. Temblé. Pasamos a un salón alucinante. Señaló un sillón de pana azul oscuro. Me senté. Todo olía a viejo y un cierto aliento a humedad envolvía la estancia. Desapareció mascullando algo sobre el té y quedé momentáneamente sola.

            Examiné con cuidado. La sala era hermosa. Una enorme alfombra azul con pequeñas flores en color rosa y verde, variaban en guirnaldas. El tapete mullía las pisadas. Un gato negro sentado sobre el piano de cola abría un ojo cuando yo movía un papel o hacía un leve ruido. Dormitaba, pero estaba alerta. ¡Era magnífico el felino!

El sol entraba por las ventanas que tamizaban la luz, por los vitreaux, los rayos calientes aún secreteaban con la tarde. Seguramente daban a un patio interior. Un enorme retrato de mi admirado profesor, firmado por Alonso, presidía la pared contraria a la desmedida biblioteca, que abarrotada de libros, jugueteaba con mi curiosidad. ¿Qué no leería ese gran hombre de letras? Creí ver títulos de gente muy criticada. Me confundió la idea. ¿Podría ser que él tuviera criterios diferentes a los docentes de mi facultad? Sí, me intrigó saber.

Me fui tranquilizando. Apareció desde alguna parte. Dejó una bandeja con un termo de plástico verde manzana. Dos tazas de té de porcelana; una con flores y otra con un caballo de salto, ambas pintadas en suaves colores. Seguro que eran inglesas, antiguas y de sus antepasados, como las del programa de televisión que ve la abuela. Unas cucharitas de plata y la azucarera de cristal tallado, que brilló feliz con los últimos rayos de sol, acompañaban la cortesía.

Se sentó a callarse una larga hora y media, mientras saboreaba el té. En realidad preparó varias veces la infusión como una geisha. Lo observaba en silencio, respetando sus tiempos. El gato ronroneó apenas entró en la sala mi poeta admirado.  El maestro se acercó a un viejo tocadiscos y elevó la casi imperceptible música. No sabía si era Mozart o Beethoven. Soy poco conocedora de los músicos antiguos. Desde ya, que me gustan Charly y Madonna que son de mi generación.

Luego, sonriendo, preguntó: ¿Porqué una chica de tu edad quiere hablar con un hombre como yo? Quedé sorprendida. ¿No era yo la que tenía que hacer las preguntas? Pero, rápida, le dije mi nombre y edad:

—Azul, me llamo Azul, y tengo veinte recién cumplidos. Lo admiro y necesito hacer una tesina, por eso lo elegí—.  Sonrió.

Azul, tu nombre es un “pavo real que engarzó el sol de primavera en las pestañas”. ¡Tenés la edad de los suspiros! —sentenció, riendo, por mi alegría. Comencé a reír a carcajadas. (Tengo una risa contagiosa) Me acordé de todas las chanzas que me han hecho por causa de mi nombre en la escuela, en el club, en la facultad, en cada encuentro con mi gente.

—¡Sólo la belleza de un estero en verano puede envidiarte el nombre, déjate ser río, cielo o pañuelo al aire!

Comprendí; ¿Por qué yo, estaba allí, junto al hombre que después de Neruda, había cambiado mi visión de la vida?

—¿Puedo hacerle una pregunta señor?

Me pasó otra taza de té y me acercó la azucarera que recibí como a un trofeo de los dioses.

—¿Desde cuándo escribe?

Me miró y, después de una prolongada pausa, contestó:

¡Desde que amanecí una tarde de invierno sin el chupete! No quiero entrar en mi memoria, en el tiempo. Me hiere saber que han pasado tantos inviernos ya. La palabra, pequeña, sangra en mí desde antes de antes. Soy un inmigrante del silencio, llegué al papel de la mano de mi abuela. ¿Tienes abuelos, Azul?”

Comencé a relatarle de cómo mi abuelo Roque, contaba historias de su tierra europea agreste y guerrera, para entretenerme, mientras mamá planchaba.

El maestro, callado, asentía con gozo. Detenía el relato y agregaba: “¿Y entonces?”. Me volvía a embarcar en leyendas y mitos que el abuelo había trasvasado a mi corazón de niña. El poeta acotaba algún nombre o me corregía el lugar o las fechas. Flameaba la bandera de los hombres célebres que hicieron la patria chica de mis ancestros. El profesor festejaba cada una de mis palabras.

Azul. eres un pozo de agua de manantial, que tiene la gente de ese pueblo. Tu abuelo debe estar orgulloso de ti, no te pierdas nada de todo eso. ¡Escríbelo!.

—Profesor, quiero que usted cuente ahora... —pedí.

—Te has ganado un premio —dijo, mirándome con dulzura.

Trajo desde un armario una copa de cristal y se sirvió un vino ámbar, con perfume a fruta. Ya el sol se iba enterrando en la pared frente a la ventana.

 —Nací a la orilla de un río oscuro y ruidoso, con olor desagradable. Los sauces lamían el agua cuando estaba manso pero cuando se enfurecía derrotaba ramas que se desgajaban en la crecida, río abajo. Fui criado, mal criado, por mi abuela materna en una vieja bodega en el campo. Mis padres me dejaron cuando era muy pequeñito. Ellos fueron los exiliados de la pobreza. En ese tiempo el vino era de muy mala calidad y no se pagaba bien.

Como era delicado de salud y muy enfermizo, me mandaron tarde a la escuela. Pisé un aula con casi nueve años. Pero ya había aprendido mucho. De la naturaleza conocía el nombre de cada planta, cada animal, cada lugar; en fin todo lo que me rodeaba. Acariciaba con palabras cada objeto y mi primer cuaderno y lápiz, me lo dio la mejor docente, la primera. Enseguida descubrió que era un chico diferente, un loco de la palabra. Me enredaba en ellas con el caudal que me regalara mi abuela a puñados. Aprendí rápidamente. Tenía sed y hambre de nuevas palabras.

 Ella, la maestra, me prestó sus libros, que devoré. Cuando cumplí los once años, ya le había sacado “varios cuerpos” a mis compañeros. Mi clase, los niños, claro, me odiaban. Era el que escribía todo. A escondidas, la señorita Lilian mandó mis poemas a un amigo de la capital, que era un conocido profesor de letras de mi provincia. Y se armó un gran revuelo: “Ha nacido un gran poeta”, expresó aquel hombre y llegaron a verme como a un bicho raro.

            —¿Era usted, profesor?

          Reía con gusto. El gato se desperezó, elevó su lomo, erizó los pelos brillantes, curvó la espalda y saltó a sus piernas. No quería perderse ese momento de euforia del amo. Ronroneaba feliz.

“¡Yo profesor!  Pará, pará, paraaaá.  ¿Sabés, Azul, que nunca fui a una facultad. Soy apenas maestro nacional. De campo. Orgulloso estoy de serlo. Los agrandados de la capital creen que si no tenés un montón de diplomas —yo les digo- “cartones firmados ilegibles”— no podés ser un poeta. Es puro orgullo, insensatez, estupidez y locura. Pero no es importante para mí.

Azul, mi pequeña, aprenderás con dolor que se puede ser muy capaz y sabio sin atravesar por el aburrimiento de “ciertos claustros universitarios”. Abre las alas, muchacha.

Se hizo un profundo silencio. Acariciaba al gato, luego supe que se llamaba Mefisto. Tomé otra taza de té en largos sorbos. Repasé con la mirada la habitación. Él se irguió y salió sin más, un momento. Afuera el sol se iba desdibujando en cárdenos sobre los muros, escapando al claroscuro escondite lejano en el oeste. Cambiaba el clima. Ya la música había enmudecido.

 El felino ahora estaba sobre mis pies y afilaba las uñas en mi bota nueva de gamuza marrón. No me atrevía a sacudir el pie. Era “su” gato. Pasaron unos minutos interminables y al ingresar, trajo un brasero de bronce encendido. Otra botella de vino, esta vez era tinto, que descorchó. Se sirvió en una copa distinta.

El perfume de la madera quemada me recordó la infancia; me acordé de la casa de mi madrina Flora, donde nos juntaba a todos los chicos a pelar castañas, con los pies cerca del borde del brasero de hierro. Cerré los ojos y aspiré profundamente. Él se detuvo y colocó un disco. Es Vivaldi, dijo, y se ubicó en el sillón. Tomó la copa. Me ofreció té. Le agradecí.  No quiero más.

Siguió callado.

—Bien maestro, ¿cuénteme, se casó alguna vez?  ¿Tuvo hijos?

Una enorme sombra envolvió su cuerpo. El rostro se transformó y dejó caer a Mefisto del regazo. Imaginé esa era “la” metida de pata; pero ya estaba hecha.

—¡Ay, chiquilla, creo que tu flecha dio en mi corazón! Sangra.    

Esperé sus tiempos.

—Me casé muy joven, muy joven. Apenas había salido del colegio normal. Creía que siendo maestro tenía las puertas del universo abiertas. Ella era una niña linda y buena. Nos amábamos. Sí, como dos pájaros libres. Así nació nuestro hijo. ¡Era un niño diferente,  retrasado mental. Mi mujer no soportó el dolor. En esa época no se los trataba como ahora. No había nada para ayudarlo y la ciencia estaba muy atrasada. Un día la encontré flotando en el río con el niño atado a su pecho. Estaban blancos como rayos de luna. Seguí solo hasta casi los cuarenta que apareció un viento tibio con forma de mujer. Era de una ciudad del sur. Me dio una hija. Se llama Cielo y vive en el extranjero. No la veo...

Hizo un silencio que respeté. El gato saltó de nuevo a su regazo.

—Después ella, mi mujer, como vino se fue y de nuevo estoy solo.

Penetró en un abismo taciturno que duró un rato largo. Su mundo interior se pobló de fantasmas que, ingenua, había despertado. Interrumpí su recogimiento:

—¿Qué premio le han dado por sus últimas obras? —se distrajo del sufrimiento. El gato le lamía las manos—.Tengo entendido que viajará pronto a Italia para recibirlo.

—Niña, niña, los premios son como las medallas para un combatiente. Tienen tinta roja en lugar de sangre. Cada premio ha dejado cadáveres en su camino. ¡Cuánta injusticia encierran los premios! Sabés, Azul, ¿Cuántos grandes poetas han muerto sin que nadie leyera su creación? Tantos han sido conocidos cuando yacían bajo una lápida. Olvidados... ¡Bueno, pero con tus veinte años mereces una respuesta! Sí, me dan un “Honoris Causa Magister” en Florencia, en la Academia de Letras. Viajo mañana a las veinte y treinta por Alitalia.

Pegué un salto.

—Me voy, maestro, así puede completar sus tareas antes del viaje. ¿Lo puedo visitar de vez en cuando? —le pedí, casi le rogué, con todo mi cuerpo y alma.

—Sí, Azul acá te espero. Avísame el día antes. Como tú, debe ser mi hija Cielo. Es como tener un Cielo Azul vaya la perogrullada. ¡A mi edad! Juego con las palabras de los nombres.

 

Me puse el abrigo y despidiéndome con un sonoro beso en la mejilla, para él inesperado. Salí corriendo hacia la calle. No quería perder el colectivo que me llevaba a casa en Laferriere. Con la mano en alto me decía adiós parado sobre el escalón en la puerta. Mefisto, en su hombro, movía la cola agitada y feliz. Yo ronroneaba de satisfacción.                      

 

            El accidente de Alitalia, me dejó sin hálito. Me lloré todo. Mamá no me podía entender. Siempre lo recordaré sentado con una copa de vino o el té, en aquél sillón de terciopelo oscuro.           

LA BRÚJULA

 

 Una brújula apunta a la nuca del sol.

El viento codicioso gasta la orilla de los arenales

con su lejano fuego helado y en las tinieblas yace

con una vena abierta y desgarrada, con espejos azules.

Sangre prieta y mutante la muerte. Conjuro de gaviotas negras.

Rocío y apremio del rosal en madrugada.

Se puede estar vivo y roto o trizado en mil escamas.

Pero esto de estar vacío y fuerte, en duelo permanente;

con la garganta sólida y la voz caliente.

La brújula se mueve enloquecida, gira.

El sol alimenta la marea y el despertar de las sirenas

náyades, delfines nos apremia. Hay una mariposa.

Un ave. La vida traspasa el umbral de los ciclones.

Estoy viva y desgarrada por la espera. Inquieta.

 

EL ACCIDENTE

 Cuando se fue a la  madrugada  dijo que “que me  amaría  siempre. Se fue. Habíamos peleado porque yo no tenía trabajo todavía. Esa mañana me contestaron de un banco que me harían una entrevista, pero no me creyó. Ella vino a los dos días. Era de noche y estaba muy nerviosa. Se encerró en el baño del fondo. Allí  se quedaba hora mirándose al espejo y yo la espiaba, porque la adoro. Siempre pensé que sería definitivamente mía. Construiría un castillo mágico lleno de sorpresas. ¡Me encantaba pensar en ella como una de esas modelos de la televisión!

El barrio para ella era una tumba. Odiaba a las vecinas chismosas y charlatanas que nos espiaban. Jamás saludó a nadie hasta ese día en que al muchachito de enfrente a casa lo atropelló un tipo y huyó. ¡El muy cobarde!  Las ambulancias rugían con sus sirenas insistentes.  Una terrible tragedia había ocurrido en ese espacio tranquilo. Destruyendo la paz, en el tranquilo barrio obrero. La policía, llegó rápido y acordonó el sitio... los periodistas de siempre parecían aves de rapiña buscando mostrar algo, sí, algo, porque ni el maldito que atropelló ni el chico estaban ahí. Y las pocas vecinas, esas que siempre se paraban a chusmear, se escondieron como ratas. Extrajeron los dichos de una nena de ocho años, que se sentía actriz de cine, se ponía en pose y exclamaba haber estado presente y decía como era el auto y quién sabe qué pavadas más. También los abuelos que la criaban hablaban con soltura. De todos modos era claro que nadie había visto la placa del auto ni el color del vehículo. Heridos hay, como una docena en la ciudad por la misma causa. Pero mi enamorada se acercó a la madre y trató de abrazarla. Era la primera vez que la veía en esa forma amable y tierna. La investigación los llevaba a una calle sin salida hasta que de pronto en un rincón encuentran un trozo de plástico muy nuevo y de color cobalto que no se fabrica en el país. Con eso  se podría lograr acertar en la búsqueda del agresor.

Así supe a los días que el chico había sobrevivido, pero con una marca indeleble por los golpes y que mí adorada, en realidad no se quería ir y sería mi compañera para siempre.

EN LA TRASTIENDA

 

            El mercadillo estaba repleto de vendedores y transito de comerciantes que a viva voz intentaban atraer  compradores. Los vegetales brillantes y las aves colgaban como flores vivas de colores de los tenderetes. El perfume fuerte, mezcla de mil especies, merodeaba por entre las alfombras y vestidos de mujeres y niños.

            De un pequeño portal, salía una música fuerte que aturdía y rompía los oídos de los caminantes. Azedinne se cubrió el rostro y tras el velo buscó con desesperación a ese hermoso joven que le había ofertado un collar de turquesas en la feria del mes pasado.

            Su padre no le había permitido regresar y le dio varias monedas a su hermano Abdhul para que la acompañara a la Medina. Éste por dinero era capaz de ir hasta a la tienda de ropa del centro más caro de la ciudad. El minarete comenzó a llamar a la oración y todo quedó quieto. Los hombres de rodillas con la frente al piso, rezaban las azuras del Corán y las mujeres de bruces como verdaderas esclavas del Venerado. La mayoría sabía de memoria el libro sagrado, pero por ser mujeres no podían rezar a viva voz como los hombres.

            Un extranjero, las miraba asombrado. Azedinne le escuchó decir que parecían flores negras gigantes postradas en las piedras. Pronto todo se volvió a mover, los hombres caminaron a las tiendas, los ancianos a sentarse en los portales rezando con su rosario de cuentas infinitas y las mujeres como pájaros oscuros comprando con la ayuda de sus hermanos o hijos varones.

            Ella, caminó despacio observando con sus ojos que transparentaban dulzura. Ojos negros de azabache luminoso, se llenaron de tristeza cuando lo vio. Estaba en la  trastienda de un negocio tomado de la mano con una joven extranjera. Su corazón se desmembró. Salió corriendo y su velo voló por el aire. Un susurro de temor y el manotazo del hermano la pusieron en alerta rápido. El muchacho salió tras ella, la alcanzó y le pasó el velo. Mientras la miraba con una forma amorosa y bella. ¿Qué hacía esa extranjera en la tienda?

             Abdhul la sentó en una silla y le ayudó a componerse, para eso era un “hombre” de trece años. Mientras le prometía que averiguaría sobre el joven vendedor. ¡Claro que por un billete!

            Durante los días de la semana,  Abdhul, se entretuvo en la Medina haciendo preguntas sobre el joyero. ¿Es casado? ¿La tienda es de él? ¿Y la extranjera? Toda clase de interrogantes que los mayores comenzaron a preocuparse porque no era bueno que un muchacho averiguara tanto. Todos comentaban sobre su hermana, que había cometido el pecado de hacer volar su velo. Él, avergonzado daba mil explicaciones.

            Su madre comenzó a sospechar. Le quería sonsacar el tan interesante apuro que había adquirido de ir al mercadillo de la Medina. Pero él, serio, solo contestaba que andaba buscando un ajedrez especial. ¡Que Alá, lo perdone! Mentía descaradamente.

            Un amigo del padre apareció por la casa de los chicos. Venía como “casamentero” a preguntar por Azedinne. Y el padre, inocente le pidió una visita de los padres del muchacho.

            Arreglaron la boda. Y dicen que ha quedado en la historia del mercadillo el vuelo del velo de Azedinne al que le han agregado mil fantasías de amor.

martes, 23 de febrero de 2021

LA MISION


Sabido es que la Historia como ciencia admite la existencia de distintos marcos teóricos o epistemológicos, en pocas palabras, distintos enfoques para analizar las causas o los efectos de un mismo hecho. La Historia Nacional no escapa a las generales de la ley así, lo que para unos es una verdad incontrastable, para otros no pasa de ser una falacia. Más allá de estas contingencias propias de la diversidad natural de culturas, repartidas a lo largo y a lo ancho del planeta, hay libros que envejecen muy lentamente, antes bien, se añejan con el correr de los siglos y por lo mismo les decimos clásicos. Estas obras que muchos consideran superadas, con todo, no pueden dejar de ser consultadas a la hora de abordar una investigación responsable. Nos atrevemos a afirmar que uno de estos clásicos es La Historia de San Martín y de la Emancipación Americana del General Bartolomé Mitre. Si estamos a favor o en contra de lo allí investigado y escrito, no es más que una cuestión de posicionamientos. Lo que no podemos omitir es que en ella hay conceptos lo suficientemente abarcativos como para superar, las más variadas corrientes epistemológicas. Mitre define al Libertador en los términos siguientes: "Esta figura de contornos tan correctos, que es empero todavía un enigma histórico por descifrar. ¿Qué fue San Martín? ¿Qué principios lo guiaron? ¿Cuáles fueron sus designios? Estas preguntas que los contemporáneos se hicieron en presencia del héroe en su grandeza, del hombre en el ostracismo y de su cadáver mudo, como su destino, son las mismas que se hacen aún los que contemplan las estatuas que la posteridad le ha erigido, cual si fueran otras tantas esfinges de bronce que guardasen el secreto de su vida. San Martín no fue ni un Mesías ni un profeta. Fue simplemente un hombre de acción deliberada, que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la visión clara de su objetivo real. Su objetivo fue la independencia sudamericana, y a él subordinó  pueblos, individuos, cosas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose, él mismo, a su regla disciplinaria." Remata el general historiador un poco más adelante con una síntesis contundente: "San Martín fue una misión:" Hasta aquí queríamos llegar. Si el Libertador fue todo eso,  es precisamente eso lo que hace de él, un personaje excepcional. Esa excepcionalidad quedó plenamente demostrada  en la elección de los pueblos y de los individuos. Y que las misiones que consiguió en que unos y otros asumieran y ejecutaran sin retaceos, con entrega, incondicionalidad y plenitud a riesgo de sus vidas, haciendas, fama y honor. No fue una casualidad tomar distancia de su cofrade e introductor en la sociedad porteñas cuando ésta y su gobierno sospechaban que fuera un espía al servicio del Rey, nos referimos a Carlos María de Alvear. No fue casualidad que eligiera a las provincias cuyanas para separarlas de Córdoba y construir en ellas la base de operaciones, para desarrollar el plan continental emancipador. No fue casualidad volcar a favor de la causa emancipadora al flamante Director Supremo, de las recientemente emancipadas Provincias Unidas en la América del Sur, el Brigadier General Don Juan Martín de Pueyrredón, como no lo fue su determinación de escoger a Don Bernardo O`Higgins frente a su rival Don José Carrera, cuando debió arbitrar entre los exiliados chilenos luego de la muerte de la Patria Vieja, en la batalla de Rancagüa. Tampoco fue casualidad que para demostrar al mundo que la causa emancipadora era una empresa continental delegara el gobierno cuyano en el General Bernardo O` Higgins y fuera este gobernador subrogante, quien hiciera jurar al pueblo mendocino la declaración de independencia sancionada en Tucumán. No fue casualidad la elección del Fraile Luis Beltrán para que manejara las fraguas, no fue, tampoco del guerrillero, lamentablemente luego asesinado en Til Til, Don Manuel Rodríguez, para que difundiera en Chile, acorde a su inaudita capacidad de mimetizarse,  lo que el Libertador denominó: "La guerra de zapa." Es bien conocida la proeza del tropero Don Pedro Sosa, el que realizó la hazaña de hacer en la mitad de tiempo el transporte de los bastimentos que San Martín, necesitaba con urgencia para que su ejército rompiera la marcha en pos de la libertad de América. De su compadre, Alvarez de Condarco a quien asignó la misión suicida de llevar una copia del acta de la independencia  a  Santiago y si acaso salvaba  la vida, podría guardar en su prodigiosa memoria los accidentes de los pasos de Los Patos y Uspallata, para de regreso confeccionar los planos que el Libertador necesitaba para ejecutar la titánica obra del cruce de Los Andes. Efectivamente y siempre siguiendo a Mitre, San Martín supo como nadie, escoger pueblos y hombres para que dieran todo de sí a la misión que se había auto asignado. Un caso muy poco conocido, tal vez por la característica secretísima del mismo fue el de Pedro Vargas. Si se ha escrito poco o mucho acerca de su misión, no lo sabemos, lo que si sabemos es que ha sido y es muy poco difundida, con todo nos consta que hace muchos años se puso en escena la obra: "Los Secretos de Pedro Vargas".

 Era Pedro Vargas uno de tantos mendocinos que se alinearon con San Martín poniéndose, a sus órdenes para lo gustase mandar sin medir riesgos, ni grandes, ni pequeños. El Libertador era plenamente conciente que el momento estratégico allá por mil ochocientos dieciseis era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la mano del oriental Rondeau había sucumbido en Sipe Sipe, cancelando definitivamente esa ruta a Lima.  Las tropas del Rey estaban a las puertas de Salta a duras penas contenidas por Martín Miguel de Güemes, otro de los que sin vacilar ni medir afanes entendieron la estrategia de San Martín.

Por otra parte, luego de la derrota patriota en Rancagüa, el ejército real, fuerte de más de ocho mil hombres de las tres armas, muchos de ellos veteranos de las guerras napoleónicas, se aprestaba para remontar Los Andes de Oeste a Este y luego de tomar Mendoza marchar sobre Córdoba y de ser posible, unirse en esa estratégica encrucijada con el ejército que pujaba por tomar Salta y bajar desde el Norte.

 Finalmente, se esperaba en cualquier momento el desembarco en Montevideo de un poderoso ejército proveniente directamente de la Península. Si esta maniobra resultaba exitosa para los realistas, muy negras se plantearían las perspectivas para los patriotas del extinguido virreinato platense, por entonces, único faro libertario en la América española, ya que el resto de las emancipaciones americanas, habían sucumbido a manos del poder real.

San Martín sabía todo ésto y más aún, sabía que su ejército no podría reunir sino cuatro mil quinientos combatientes; muchos de ellos bisoños a los que entrenaba personalmente en los cuarteles de El Plumerillo. En estas circunstancias, las posibilidades del Libertador eran extremadamente escasas: confiar en el éxito de Güemes, apostar a la obra de los espías al servicio de la causa emancipadora estacionados en Cádiz y por su parte, tratar de confundir al enemigo allende la Cordillera. Acerca de la magnitud del Ejército de Los Andes y de los pasos que emplearía para atravesarla. Era imperioso que el enemigo realista dividiera sus fuerzas para enfrentar con un ejército disminuido a uno equivalente en número, mientras las columnas auxiliares intentarían batir a las españolas  repartidas a lo largo de Chile. En eso consistió la guerra de zapa, y uno de los hombres clave fue nuestro Pedro Vargas.                  

Como hemos adelantado, mendocino y patriota, perteneciente a una emblemática familia lugareña. Convocado por el Libertador y luego de departir acerca de la única estrategia posible, sus riesgos y alcances acordó que Pedro, inopinadamente desaparecería de Mendoza en forma misteriosa para reaparecer en Santiago y ponerse a las órdenes del gobernador Don Casimiro Marcó del Pont. Así lo hizo, fue excelentemente bien recibido y escuchado cuando relató a los realistas la supuesta estrategia del Libertador, el número y la calidad de sus fuerzas y la fecha de una posible partida como así también, la cantidad de soldados y la calidad del armamento. Al difundirse la noticia en Mendoza, por entonces una aldea de no más de doce mil almas, el escándalo fue proporcional a lo que se consideró delito de alta traición a la Patria. San Martín nada podía decir porque así había sido acordado y porque justamente, el éxito de la misión, dependía del más riguroso secreto. Sólo Pedro y el General conocían la verdad. Los hechos se sucedieron cómo todos conocemos. San Martín batió en Chacabuco a un disminuido ejército real y entró en Santiago. Pero pudo no haber sido así. La batalla de Chacabuco fue tan encarnizada que en un momento dado el mismo Libertador hubo de entrar en combate. De haber muerto en acción, a su tumba también hubiera ido a parar el secreto y Pedro Vargas de seguro hubiera sido fusilado por la espalda en la Plaza de Armas de Santiago. La realidad fue que rápidamente el General hizo pública la misión acordada con Pedro y cumplida  a cabalidad, sin embargo, no pocos creyeron que el gesto era un acto de magnanimidad del Libertador más que hacia Pedro, destinado a lavar el buen nombre y la fama de su familia.; eso era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la mano  Arial   de San Martín, por otra parte, luego de la derrota patriota en Rancagüa, el ejército real, fuerte de más de ocho mil….

DETRÁS DE LA CARETA

  

Me invitaste a acicalarnos como simios.

Roturamos la mesa con charla de café

detrás de la sonrisa

escondida,

un áspid ronroneaba

se babeaba un monstruo

siseaba el engaño.

 

El carnaval devora la risa.

Tras esa extraña careta que usas

se desdibuja el rostro y

 

hay una espina

una garra

un engendro

la piel desgarrada  con hilos de tósigo verde

mecen en la cuna un demontre.

Tus ojos sonrientes crispan al miedo.

mercando

una máscara blanca   una máscara negra.

¿Dónde está la amiga? ¿Dónde?

Mientes. Finges. Engañas…

te observan los ángeles

yo también  te observo

Quiero que el mundo entero conozca tu afrenta

eres disparate. Un fraude. Una necia.

Caretas. Caretas. Caretas.

 

 

EL JUEZ…

 


                        Un susurro penetró en el cerrado círculo. Un cubículo negro. Sombras y ventanas ciegas. Ella, con su cabellera enrulada, sus ojos fuertemente maquillados y labios rojos, ingresó sin dejar duda de su condición de letrada. Juez. La negra toga envolvió la figura. Sus títulos académicos la respaldaban. Diestra en la palabra y el discurso, áspera y arriesgada en la refutación. Muchas miradas la despellejaron viva. No quedó un solo trozo de su cuerpo que no fuera deseado por la lujuria, envidia u odio, de quienes se apretujaban para escuchar el juicio. Allí convergían los sentimientos simiescos de una generación de tinterillos abrazados a los códigos. Quemados por ansias de  poder. En un sitio casi invisible, estaba parado un chico. Un reo lo miraba con lascivia. Varias miradas saltaban en una rayuela inescrupulosa de uno al otro. Sabían que el defensor trataría de demostrar que el niño había sobrepasado todos los límites, llevando al pobre e inocente “inculpado” a invitarlo a su cubil para entretenerse con juegos innombrables. El muchacho sabía que un afilado cuchillo le incrustaba el filo sobre la garganta mientras las manos torpes lo desgarraban.  Parecía muerto cuando lo dejó en la playa. Así lo encontraron sus amigos. Los periódicos mencionaron que era el hijo de nadie. Vivía en la calle, en puentes o atrios de conventos. Que merodeaba el mercado en busca de comida.

                        La juez observó el rostro del reo y vio en él, una luz cetrina. Abigarrada. Burlona. Vio el desprecio a su condición de mujer y erudita. Miró al joven. Vio a un animal atrapado por la vida. Aterrado. Sin futuro ni esperanza. Comprendió el papel que le regalaba el destino y sentenció a muerte. ¡Muerte al malvado! La cámara de gas, dijo sin elevar la voz. ¡Muerte al lujurioso! Aunque sabe que nada devolverá al muchacho lo perdido. Y corren los periodistas como liebres, nadie esperaba semejante sentencia. Se desploma el inculpado. Llora el adolescente.

                        Como juez, esgrime una presencia valiente y camina sin inmutarse hacia la salida. Su cuerpo es ahora más fuerte y seguro. Indiscutiblemente la vida ha ganado una batalla. Y también la muerte, la zorruna está allí babeándose por el triunfo que ha obtenido.

LA ABUELA CASANDRA

                         Los sucesos le habían hecho perder la razón. Tal vez para nosotros que la amábamos era penoso, pero cada uno escondía su desdicha y disfrutábamos con cada extrañeza de su hábil manera de escapar de la realidad.

En las tardes solía esconderse en los rincones del salón del piano e invitaba a seres imaginarios a danzar sobre la alfombra persa. Con la blanca cabellera suelta sobre las anchas capas granate de gasa, descalza y adornada con flores frescas o secas, según la estación. Danzaba, suavemente danzaba. Siempre escondía secretos en los rincones. Tenía lugares favoritos, claro, en una casa tan grande era factible. Aixa cuando llegaba de su taller murmuraba la eterna muletilla: -“El límite entre la locura y la genialidad es sutil como un rayo de luz”- y Casandra, guardaba sus misterios mientras murmuraba extrañas palabras que no entendíamos. Mientras en puntas de pie seguía la línea de mosaicos cantaba: -“Bereshit Rei Teshúb” o “Guilgul aneshamót”. Luego se sentaba con el rostro hacia la ventana que mostraba la puesta del sol sobre el gran canal. Algunas veces cuando venía Merle exhibía un idioma simple que comprendíamos todas. Igual su perpetua tristeza le prestaba un sortilegio indescifrable.

¿Los años le habían hecho perder la razón? Sus ojos se extraviaban en largas tardes frente al ventanal o al hogar de mármol que enrojecía recuerdos de la familia. En su idioma arcano llamaba a las cosas con apelativos indescifrables. “Jojmáh”, “Tiféret” o “Máljut”, esas eran las más usadas. Sonreía cuando cortaba flores al amanecer y caminaba sobre el césped sólo cubierta por la capa de terciopelo blanco en la nieve. Un día comenzó a desplegar láminas. Eran hojas con retratos inexistentes de seres de otros tiempos. Así sus secretos siguieron escondidos y permanecían debajo de los cuadros, en los búcaros de “Limoges” o en la colección de armas antiguas de Otniel, su difunto esposo.

Nos miraba de reojo y hurgaba en los búcaros que apoyaba en su regazo. Ahí decía sus palabras mágicas. Otras veces estudiaba durante horas debajo del mantel del mesón en el comedor unas extrañas declinaciones de su idioma. Era su sosiego lo que trastornaba a Lais o a mí. La paz que desgranaba en gorjeos rítmicos por los pasillos. Nadie la interrumpía por cariño o por temor.

En las madrugadas caminaba o mejor dicho se deslizaba por el corredor central con ramilletes de espigas secas, otras con puñados de vainas de algarrobos que tiritaban sonidos y pasaba al salón dando pequeños saltitos como guiños de ángeles.

Cuando aparecía la luna llena sacaba un brazo por la ventana redonda del ático y contaba las hojas de los cedros o de los paraísos. En invierno volvía helada, con los labios azules pero feliz.

Era la época en que regresaba Merle de sus viajes por oriente y al verla, abrazándola, repetía: - “Sueños de los dioses, amigos de mi infancia, vuelvan al lecho de mi lago”- y sonreía tranquila. Si la luna lucía una aureola rojiza como corona real, envolvía su larga cabellera cana con un velo de novia y desplegaba de las pequeñas orejas flores de nácar que robaba del arcón de la habitación de Lais o se adornaba con cerezas  artificiales de terciopelo rojo. Todos aparentaban que no hacía nada fuera de lo común y la dejábamos hacer. Pero una noche de eclipse sucedió lo inesperado.

Salió desnuda con sus senos pálidos colgando sobre el pecho, sólo cubiertos por una muselina de tono añil, su pubis y sus ojos enjaezados de las perlas que fueran de su abuela y caminó descalza hasta el portal. Lo abrió y salió por primera vez en veinte años al enorme jardín de magnolias en flor. Llevaba entre sus manos unos amuletos y sus misterios. Caminó salmodiando sus palabras “kabalísticas” como hechicera herida por la edad. Era la dueña de una noche sabática. Se perdió entre los iris florecidos.

Al rato, cuando la luna volvió a imprimir su rostro milenario tras la breve oscuridad reinante, en conjunción de astros, en el disco rojo que se había formado quedó impresa unos instantes la figura de la abuela Casandra en tonos azulados.

Salimos a buscarla y la encontramos tendida entre pétalos de magnolia, apretaba en sus manos un guardapelo con el retrato de un joven que nadie supo nunca quién era.

AHORA

 

Ahora

yo te pido

cortejemos inmensas  muchedumbres con guijarros

de la orilla del río de la vida

continuemos

memoriosos los astros iluminan el camino

 

son de cuarzo rosado las velas del barco que traslada

nuestro canto. Son de ébano las tablas de la barca.

A lo lejos    allá en el horizonte   tal vez en el poniente

una lámina pintada en el mural del templo nos indica

el rostro de ese dios que nos inquieta

en las noches de amor.

 

ENCONTRANDO LA FORMA.

 LOS CHICOS ACUERDA UNA ESTRATEGIA.

 

Juntos podemos hacer algo. Dale Rolo te vamos a ayudar. Mi abuelo dice que los molestes dejando entrar la luz, o poniendo música fuerte o qué se yo. Todos opinan todos saben que tiene que existir una forma de ayudarlo. La verdad que piensan que así no se puede seguir viviendo, ya no tienen ganas de jugar y les falta el  mejor defensa de la cancha.

Toman una decisión difícil...ir a la habitación de Rolo.

Al entrar, la pandilla no ve nada diferente...¡claro, con el pulgar el chico les señala hacia el techo y, ¡oh!, sorpresa, como si fuera una araña cuelga el cuerpo translúcido del músico que hace malabarismo para que no se le caiga la mandolina! Señala hacia la cortina que es grande y oscura y medio escondida se ve una muchacha transparente está acomodando sus cintas y puntillas para que no se noten...debajo de la cama...una señora gorda parece una burbuja a punto de explotar...! ya están todos allí. También el soldado.

Leandro comienza a tirar pelotitas de golf hacia el techo...malhumorado el músico se mueve de una punta a la otra, parece una araña nerviosa. Todos toman pelotitas y una lluvia al revés lo acorrala y sale como si fuera una lagartija de la habitación y se pierde por una hendija de la persiana.

Divertidos comienzan a pinchar a “Nicolasa” que estornuda y hace ruidos extraños que les da mucha risa...la anciana, resopla y hace muecas que no los asusta. Muestra sus largas uñas descarnadas y trata d rasguñarlos, pero se le caen, una a una a la alfombra y desaparecen. Salta y enredándose en unos cables del equipo de música se despedaza. Llorando se va por el ventilete del baño.

Los chicos ya saben qué hacer le ponen la gabardina a Rolo y salen. De inmediato ingresan a su espalda el soldado y la muchacha. A la mujer, la sacan con un pinchazo de alfiler, sale aullando y se esconde en el placard. El soldado sigue firmemente aferrado a la espalda de nuestro amigo. La calle a esa hora está tranquila. Los vecinos que los ve, no imaginan todo lo que les sucede. Tiene un secreto de amigos. Eso los une para siempre. En la calle buscan un bache grande, caminan tres cuadras y lo encuentran. Tiene agua sucia, podrida y barro, que le servirá para lo que piensan hacer. Se detienen estratégicamente junto al bache...Rolo se pone a decir: Dios...Jesús y se sacude fuerte...cae el soldado en el hueco y embarrado, sucio y maloliente, parece un alma en pena...que lo es en realidad. Llora el pobre fantasma y los chicos muertos de risa, salen corriendo. Rota la mandolina, con su cuerpo dolorido y su dignidad de  fantasma herida, se eleva por entre los árboles y se pierde en el jardín de la casa abandonada.

Cuando vuelven encuentran a la muchacha, que llora quejosa diciendo:-¡ No es justo que me hagan ésto!  Soy una dama en desgracia, pobre de mí, pequeña Aldonza, sin un amor, ni siquiera mi músico enamorado...!- llamarse Aldonza...¡pobre mujer...si le tocaron todas! Nos sentamos rodeándola. Comenzamos a elevar el sonido del compact disk de rock pesado y apretándose los huecos de los oídos se fue achicando hasta transformarse en una mosca y voló, voló hasta desaparecer. Cuando llegó la madre de Rolo estábamos tranquilos charlando. Nos miró sorprendidas y vio una luz nueva en los ojos del hijo.

Nos fuimos contentos al club y allí el abuelo Ever y Don Celedonio dijeron :- bueno muchachos...lograron entrarlos a su lugar, los espantaron..., tendrán una hermosa historia para relatarle a sus nietos...y ellos descansarán después de esta aventura.-

-Sí, dijo Renzo- hasta que algún chico, medio tonto,  vuelva a querer hacer pagar una prenda... “una noche de tormenta en la casa abandonada de la esquina...”. una sonora carcajada salió de todas nuestras gargantas.

 

LA CASA DE LA ESQUINA, LEER DEL ÚLTIMO HASTA EL PRIMERO QUE PUSE ANTES, SON VARIOS CUENTOS RELACIONADOS.

LOS PROBLEMAS SE AGRAVAN.


      LOS FANTASMAS SE ADUEÑAN DE ROLO.       

Me levanté temblando. Maldije, sí, maldije a la pandilla que me trajo todos los problemas. Yo era un chico tranquilo, juguetón y alegra. Me encantaba jugar a las figutitas,  al boleybol y al fútbol, pero desde ese maldito día mi vida es un infierno. Cada día me despierto con más miedo. Ayer, sin ir más lejos, en la computadora muy sentado el viejo soldado afilando la espada, que de oxidada ya no tiene filo...y antesdeayer...la mujer sentada en la alfombra mirando contentísima el álbum de las estampillas. Ni hablar de cuando al guitarrista o qué se yo que toca, se pone a dar recitales entre las sombras. ¡ No me dejan en paz! Si salgo al baño, me siguen y me espían, si voy a la escuela, ella, corre con el impermeable de mi abuela y se abraza por dentro a mi espalda y sale conmigo, pero el soldado, que está re loco, se agrega y no puedo, casi, caminar. Voy a perder el año y seguro que mi mamá me “mata” siempre salí entre los primeros...y ahora tengo varios regulares. Hace dos días que aparece otra señora...una tal Nicolasa que parece que adora a la tonta, que se pega a mí, para todo.

Hoy si no me equivoco, los chicos en la escuela se quedaron fritos. Yo no les puedo hablar porque ellos, los fantasmas, me tapan la boca o qué se yo, la cuestión que no puedo decir palabra. Lo único que falta que ese médico que me ve, diga que estoy loco y me encierren. Quisiera explicar que me llevan a la casa de la esquina todas las noches, que no me dejan dormir, que me usan los libros, los juguetes, hasta he visto que intentan usar la computadora...gracias a Dios, que de tecnología no saben nada, los muy ignorantes. Ya en mi cuarto tengo instalado a cuatro fantasmas, y son tan pesados, a pesar que por ahí son transparentes...Cuando quieren asustar a alguien para alejarlo, sacan partes de sus viejos cuerpos y lo muestran. Hay días que me han ayudado a hacer la tarea. El soldado sabe mucha matemática y la chica, dibuja bárbaro. La tal Nicolasa, me tiende la cama y ordena. Mi mamá cree que por lo que me pasó estoy más ordenado...pero son ellos los que juntan las cosas. Si no arreglan, no entran en mi cuarto y por eso son educados y tienen todo bien. Ni decirle al sicólogo que ellos conviven conmigo...eso sería mi ruina. Mañana, que tengo prueba de historia, me llevo al soldado que sabe un montón. Y si la profe de música se pone pesada, me llevo al otro, al de las serenatas. 

Por ahí me traigo a la pandilla y les doy un buen susto a este montón de extraños. Según me contó Luchito, Don Celedonio y su  abuelo Ever, me aconsejan buscar la forma de echarlos. He descubierto que si nombro a Dios o a Jesús empiezan a temblar y se van por un rato. ¡ Esa sería una forma! Pero regresan y a veces traen a otros.

Me voy a la placita, los chicos están reunidos y yo quiero jugar. ¡Eh, amigos...Dios...Jesús...Alá...Dios, Dios...Dios...! Se fueron por un rato.

 

COMIENZAN LOS PROBLEMAS GRAVES


UN MONTÓN DE FANTASMAS HACEN CONTACTO.

Nadie se anima a pasar por la vereda de la casa. Todos tenemos mucho miedo. Además han aparecido las ventanas sin las maderas que puso la municipalidad, y , las puertas están abiertas. Según los chicos, de noche deben entrar vagos para tomar vino o para dormir y esa explicación no convence a nadie. ¿Quién puede ser tan valiente? Si la mujer fantasma debe seguir allí.

Rolo dice que es imposible que salga y tartamudeando dijo:- Ella sólo aparece de noche- y como si nada se fue a mirar tele. Al volver a mirarlo vimos que de la chaqueta le sobresalía algo parecido a una cola. Nos quedamos callados y realmente asustados. Además caminaba con un ritmo extraño como si alguien lo empujara, pero él, estaba tranquilo y se fue por el pasillo del cole, dobló la esquina y no lo vimos más.

Con los chicos nos fuimos al centro de jubilados a buscar a mi abuelo Ever, que nos acompaña a jugar al metegol y como el bar donde está hay grandes, él se queda a jugar con nosotros. ¡Es re piola! El bar está pasando un pastizal detrás del puente de hierro del viejo ferrocarril y se juntan allí un montón de personajes re interesantes. Mi abuelo, se pone siempre contento cuando lo vamos a buscar y el dice que tiene veinte años en el corazón pero que no le alcanza para un partido de fútbol con nosotros...¡por la artritis y el corazón! Pero tiene alma de pibe y siempre nos pregunta si es cierto que pertenece a la pandilla. Era normal que le contáramos los sucesos después de aquel día y se puso un poco serio, lo llamó a  su amigo Celedonio  que sabe unas historias de terror bárbaras y después de contarle dijo:- ¡ Muchachos hay tienen una auténtica historia de fantasmas para recordar toda su vida! – se miró las manos y tocándole el hombro al abuelo sostuvo- Yo, cuando era muy pequeño, conocí a la familia que vivía en esa casa, la hija del ujier Joaquín Valledor y su hermosa esposa doña Nicolasa. La muchacha era hermosa pero la casaron con un viejo soldado de cómo treinta años mayor que ella. La muchacha lloró muchos días y se encerró en la buhardilla para no tener que ver al vejete que era su marido. Él, un día partió para Europa a una de las tantas guerras que hubo y no venía, no venía; entonces...apareció un joven músico que andaba de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, tocando un instrumento antiguo parecido a una mandolina, y cuando la joven lo vio se enamoró...cosa de las mujeres...- acá tengo que agregar que Celedonio tiene más de noventa  y dos años - Quisieron escapar pero ni el padre, ni la madre lo permitieron y dicen...que debe haber regresado el marido, porque apareció atravesada por una espada en su lecho- yo caí en cuenta que lo que le sobresalía a Rolo del saco, era una espada...oxidada y larga- Me parece que la madre se enloqueció de pena y después el padre, murió de viejo, pero dicen que ciertas noches de tormenta aparecen el soldado, la muchacha y que se escucha una canción cantada por una voz muy varonil, desde las sombras. – nos quedamos un rato callados y recordé parte de la historia que me contó Rolo en la plaza. Las cosas no eran pura coincidencia. Don Celedonio,- pregunté -¿ usted sabe mucho de fantasmas? Porque Rolo ha cambiado mucho desde el día de la prueba. -dije. El anciano, me miró con sus ojitos astutos y me dijo:-Es cuestión de creer o no creer. Yo he visto varios casos. ¡ Claro que no es cuestión de reírse, los muertos se pueden enojar! – Nos recorrió un escalofrío y nos dispusimos a jugar pero en general quedamos pensativos. El abuelo nos compró helado a todos y eso nos tranquilizó y predispuso al juego. Leandro hizo tablas y salimos con buen ánimo. Una vez que dejó a cada chico en su casa el abuelo me trajo a la nuestra y después de cenar viendo que se venía una tormenta, papá sacó el auto y lo llevó a su departamento, que queda a diez cuadras. Me fui a la  pieza las nubes cubrieron rápidamente el cielo, parecía que habían corrido un toldo de plomo el barrio. Un viento frío comenzó a soplar desde el sur moviendo frenético las copas de los árboles. Los truenos y relámpagos comenzaron una danza furibunda y no me pude dormir. Me coloqué el discman para no despertar a nadie y me senté en el descansillo de la ventana y me quedé contemplando la furia del cielo. Desde donde estaba se veían los techos de todas las casas. Algo despertó mi curiosidad. De pronto vi pasar a Rolo hacia la casa de la esquina. Iba con una enorme gabardina oscura. ¡Sí, era él! ¿ A dónde se dirigía sino a la casa maldita? No se si me había quedado dormido y estaba soñando. No, es él, no cabe duda va hacia la puerta principal. Un rayo iluminó el cielo y pude ver como entraba en el jardín. Miré y vi de repente una luz amarillenta que iba y venía de ventana en ventana. Luego subió al mirador. Un escalofrío me recorrió la espalda. Tenía todo los pelos de punta. ¡Qué miedo! Yo debo haber parecido un alfiletero lleno de aceritos. La luz aparecía y desaparecía intermitente. Pasaba de un lugar a otro y la figura de Rolo se recortaba agigantada por las luces de los relámpagos. El ruido de la tormenta despertó a papá. Cuando vio luz en mi cuarto apareció con un vaso de leche tibia con cocoa. Yo le señalé la luz en silencio. Tenía que compartirlo con él. Mi papá quedó perplejo y me tranquilizó diciendo que “siempre hay una explicación para ese tipo de cosa”. Lo inexplicable en la noche de día se hace fácil. Yo lo tranquilicé, pero no pude dormir hasta el amanecer que soñé con un sin fin de monstruos.

Desayuné rápido y me fui al colegio. Allí estaban los chicos,...¡ con unas caras! Algo andaba mal. ¡ Claro, yo imaginé que tenía que ver con lo de esa noche!

Por la galería apareció Rolo...con esa gabardina que era tres tallas más grande. Algo abultada su espalda y sus brazos. Y por atrás le sobresalía algo extraño. Era la famosa espada que se arrastraba en los mosaicos y rechinaba haciendo que nuestros dientes sufrieran. Parado frente a nosotros nos dio la sensación que sus ojos eran de súplica. Unas ojeras violetas subrayaban los ojitos, que de no dormir, era pequeñitos. Estaba aterrado sin dudas y no podía hablar. Desde ese día quedó mudo. Nos miraba como pidiendo socorro. Algo terrible le pasaba y no nos podía explicar.

La espalda tenía movimientos extraños. De entre su manga apareció una cadavérica mano pálida, que sobresalía, tratando de tocarnos...estiraba unos dedos descarnados y azulados...De repente, se cayó esa mano, y como por arte de magia desapareció. Un grito desgarrador salió de la boca de Rolo y salió corriendo. Nosotros gritamos también y mientras nuestro pobre amigo desaparecía por la galería; un profesor, el director y la profe de inglés aparecieron corriendo. ¡Algo muy malo estaba pasando y tenía que ver con la casa de la esquina! 

DE CÓMO ME ENTERO POR RENZO QUE PARTE ERA MENTIRA


CUANDO ME ANIMÉ A CONTAR...

Me  vestí con desgano, pero tenía clases de jockey y me esperaba el entrenador del colegio. Mamá me preguntó qué me pasaba y yo la evité. ¡Cómo le iba a contar! Así llegué al club. Allí Leandro, Renzo , Valerio y Rolo me miraron y se echaron a reír. Yo los miraba boquiabierto, se agarraban la barriga y lloraban de risa. El desconcierto mío era total y comprendí que era una broma, lo de ayer. Se arrastraba en el pasto de la cancha, apretándose la panza... yo, juro, lo quise matar. Me enojé tanto que no lo hablé toda la tarde y me volvía casa sin saludarlo. Dos días después, mamá me llamó y me dijo que Rolo estaba internado en el hospital de niños. Me sentí muy mal y aún enojado le pedí a mi papá que me llevara a verlo. Antes nos juntamos en la placita con los chicos de la pandilla y allí me contaron que sólo lo de la cueva y el jardín bajo tierra era mentira...lo demás era verdad. Renzo se puso serio por primera vez y nos dijo que los padres de Rolo estaban muy asustados. Que no podía dormir y que de noche y de día veía y escuchaba cosas raras. Cuando entre en la sala donde estaba acostado, parecía un chico a la mitad del que era antes. El pelo rojo que siempre le brillaba estaba ceniciento y su cara era como más chiquitita. No se le veían las pecas de la fiebre que lo penetraba y deliraba. Los padres y los abuelos lloraban. Varios médicos hablaban en murmullo sin decir nada y nos miraban con ojos de:- ¡ Lo que hicieron fue malísimo...demonio de chicos!- quedamos sin palabras. Un señor de barba, que era un famoso siquiatra se sentó con nosotros y nos estuvo hablando sobre las consecuencias de los actos y las enfermedades que acarrean ciertas acciones. No entendimos nada pero vimos que estaba muy enojado con nosotros. Por un mes no me dejaron salir, ni ver tele, ni ir al club. Mamá tenía razón. Pero no pensamos que fuera para tanto.

Pronto volvimos a vida normal. Íbamos a la escuela, al club donde el abuelo nos reúne para contarnos cuentos o para jugar ajedrez...en fin lo normal. Los domingos fútbol y campo, pero algo era distinto. Rolo ya no era el mismo y cuando nos juntábamos en la plaza, parecía ausente. Ni miraba las figuritas de Valerio, que tiene una colección extraordinaria de todo los jugadores de básquet del mundo y que a él, le deliraban, ni pasaba como antes por la vereda de la pituquita del otro barrio, ni siquiera hablaba. Según Leandro tiene depresión. Yo le digo que está chiflado, que esa es una enfermedad de gente grande y sin ganas. Él me dice que habló con su tía que es sicóloga y que le contó que ahora por los problemas del mundo hay muchos jóvenes que la padecen. En fin terminamos todos tristes. La verdad que nos mandamos un gran lío.

Mi papá me mira con una seriedad que me asusta, a pesar que nunca nos reta, siempre nos habla, lo veo muy pensativo y cuando llego me pregunta cómo está Rolo.

Yo le cuento y él se queda mirando hacia la casa de la esquina. Esa maldita construcción vieja nos ha traído un montón de problemas. El abuelo Ever, nos contó que allí vivía una familia de varias personas y que un día la señora joven apareció muerta en forma muy misteriosa. Además antes parece que vivió otra gente que también tuvo una historia de tragedias...en fin a mi cada día me gusta menos vivir a tan poca distancia de todo estos misterios.

 

ROLO COMIENZA A HACER COSAS RARAS...


LA LARGA CAMINATA POR UN LUGAR DESCONOCIDO

Después del suceso que vivimos esa noche , los padres se reunieron preocupados para pedir a las autoridades municipales que clausuraran la casa de la esquina. Rolo seguía tartamudo y el médico de la familia lo envió a un especialista que lo ayudó bastante, sin curarlo del todo. Cuando llegó el camión municipal con varios “tipos ruidosos” nos reunimos todos los chicos de la cofradía en la vereda. Además aparecieron varias mujeres del barrio a curiosear y eso, dijo, Leandro traería mala suerte. Pero cuando limpiaron de maleza y suciedades varias, cortaron la hiedra de las rejas, a plena luz del día la casa parecía un gato peludo al que han metido en agua. Nada podía asustar en ese caserón deshabitado. Así fue que, ya limpia, clausuradas las ventanas, cerradas las celosías y las puertas, sólo parecía una triste casa sin gente. Nada anormal en vista.

Mamá me recomendó ciento de veces que no entrara...-¿ Ever no te quiero ver ni asomar en esa casa llena de fantasmas!- y yo sin decir ni mu, pero no tengo intenciones de meterme en líos...pero...quién se atreve a decirle a Leandro, el jefe, que no. Pasaría a ser el cobarde... Asentí con la cabeza sin pronunciar palabras, así no rompía con mis votos.

A las siete después de tomar la media tarde, vino Rolo a buscarme. Me pidió que le prestara mi “ discman” y fuimos en “bici” a dar vueltas por el barrio. Nos cruzamos con varias vecinas y chicas de la escuela que nos rodearon ( en realidad lo rodearon a Rolo) y comenzaron  a preguntarle por la extraña mujer fantasma que él había visto. No se cómo se las arregló, pero casi sin tartamudearles contó: - Yo estaba allí en la  noche, cuando comencé a caminar por las habitaciones llenas de telas de arañas que se me pegaban al cuerpo, a la cara, a las manos...de pronto, vi en la oscuridad una figura humana. De los ojos huecos, salía una luz que parecía dos brasas encendidas de carbón. Allí,- dijo mientras su voz se iba quebrando- me quedó pegado un vapor gelatinoso que despedía por el agujero de la boca dentada. Era un aliento asqueroso y sucio que me envolvió la cara. Comencé a ahogarme.- ahí se quedó pensando y temblaba, juro que se estremecía- salté hacia atrás. Desprendió “eso” y salieron volando unos murciélagos tibios que chillaban. Se perdieron en la oscuridad...- a esa altura del relato la mitad de la chicas se abrazaba y gemía de miedo- Yo, seguí- dijo Rolo- caminando hacia la puerta principal...pero una mano descarnada y con huesos grisáceos, se prendieron de mis hombros...sentí que me levantaban por el aire me sacudían contra las viejas cortinas roñosas que echaban polvo...tierra acumulada por años y años...y luego volé hacia un hueco que se abría en la pared.  Estábamos solos ya no quedaba nadie escuchando, sólo yo que paralizado escuchaba hechizado de terror.

-Seguí, Rolo, seguí, yo te acompaño. No tengo miedo mentí. Así el pobre se sacaba eso de encima.

De ese lugar sólo recuerdo la oscuridad..., no sentía sino un viento helado que me congelaba hasta llenarme de escarcha el pelo. Mi ropa no era suficiente, sabés, tenía la sangre congelada. Caminé a tientas palpando con las manos hacia delante. Toqué algo tibio, húmedo y suave. Con un aullido que escuché salía de mi garganta, se asustó un pequeño animal peludo que escapó por la tierra mojada. Mis ojos se estaban acostumbrando a la oscuridad y pude mirar bien...¿ me pregunté dónde estaba? Y, ¡ay!, era un jardín debajo de la tierra, cavado debajo de donde nosotros caminamos. – un escalofrío me cortó el habla- allí crecían extrañas plantas con flores de color negro, las ramas se movían tratando de envolverme y unas enormes mariposas que brillaban en la oscuridad revoloteaban sobre mí... raíces deformes colgaban de la tierra sobre mi cabeza, que como si fuera una bóveda pesada, cubría el pasadizo del jardín subterráneo”- se quedó callado y pálido, temblando, me tocó un hombro y yo pegué un grito. Salió con su bici como si alguien lo persiguiera y yo me quedé allí mirando la casa con desconfianza. ¿Sería cierto lo que me contó? Por las dudas regresé a casa y no dije nada, me puse los auriculares y escuché un disco de mi músico favorito, pero esa noche no pude dormir.

  

LA CASA DE LA ESQUINA

EL ENCUENTRO CON LA PANDILLA.

 

            Al fin papá consiguió ese trabajo nuevo donde quería  desarrollar una nueva vida. Vivimos desde hace veintitrés días en un nuevo barrio de calles tranquilas, con arbolados antiguos que ocultan con raras sombras el frente de las casas.

            Lo primero que me llamó la atención fue una reja alta, negra, cubierta de hiedra que retorcida como serpientes venenosas, esconden una casa vieja y maltrecha. Digo maltrecha porque está deshabitada, con las ventanas rotas, las tejas caídas por las gallerías y yuyos altos que crecen por todos lados. En la cuadra viven otras familias que tienen chicos, algunos de mi edad. Pronto nos hicimos amigos. La pandilla, que ha creado una cofradía, una sociedad secreta, sólo para varones, con votos de silencio y ayudas mutuas. Al principio no me aceptaron pero yo demostré valentía y pasé todas las pruebas...no les puedo contar cómo fueron ya que los iniciados  no pueden romper con los compromisos, sino debemos cumplir con el peor de los castigos: ¡ Pasar la noche en la casa de la esquina! Los muchachos le tienen terror, pero no lo dicen para que nadie los tenga por unos cobardes. Así comencé a escuchar de sus bocas y de otros vecinos, unas historias espeluznantes.

            Resulta que Rolo, hace unos días le regaló sus figuritas a una pituquita de la otra manzana. Rompió la promesa número 2 que dice: “no tener ningún contacto con esos extraños seres llamados mujeres”. Las chicas son entrometidas y chismosas, además de tontas.

            Bueno sigo, a Rolo le dieron la máxima pena...; La casa abandonada de noche” Y después que sus padres se durmieron, salimos todos a la hora exacta en que los brujos salen para viajar sobre los techos de las casas y entran por chimeneas y ventanas, aunque estén cerradas. Él, se demoró todo lo que pudo, pero el Valerio, Leandro y Renzo, lo apuraron y así lo acompañamos hasta la puerta de reja que se abre apenas con un ruido que despierta hasta a los fantasmas. Le dieron un empujón y desapareció en la tremenda oscuridad. Ellos salieron corriendo hasta el farol de la esquina contraria.

Entonces...¡pronto él, comenzó escuchar ruidos extraños! Una luz temblequeante que aparecía y desaparecía desde una vela que se movía entre largos pasillos, entre las enormes habitaciones ocupadas sólo por muebles rotos y telas de araña que envuelven cada objeto. También comenzó a escuchar una voz rumorosa que lo llamaba. Parecía que una persona hablaba y pedía ayuda: -¡ Rolo...Rolo...ven, acércate, necesito que me ayudes a salir de aquí!-

            La mujer, porque era una mujer, vestida con un largo camisón hecho jirones, con puntillas y cintas rotas, que le colgaban del pálido cuerpo flaco. Medio verdoso. Despeinada, con el pelo larguísimo y enredado, que le caía sobre la cara, escondiendo sus ojos hundidos y transparentes. Tenían una mirada triste. Alargaba las manos con dedos afilados de uñas larguísimas como las garras de un animal en acecho para tocarlo a Rolo. Él trató de hablar pero parecía de yeso. El pobre tiritaba, tartamudeaba, trató de gritar pero la voz no le salía de los labios. Yo imagino que en su lugar hubiera salido corriendo, me escaparía como un perro galgo, como el de mi abuelo.

Dice que ella se detuvo un momento frente a la ventana donde la luna llena iluminó la habitación. Rolo vio que la figura penetró por la pared de la chimenea y desapareció justo cuando el reloj de la municipalidad sonó la campanada de la una de la madrugada. Como él no salía y ya había cumplido el castigo, Leandro dijo que lo fuésemos a buscar. Lo encontramos como muerto, y no podía hablar. Lo sacamos entre todos casi a la rastra.

Al día siguiente en la escuela quiso contar, pero se había puesto “tartamudo”.

Nunca más haremos algo así, pero seguro que “el fantasma” sigue viviendo adentro.

 

UN AMOR SIN RESPUESTA

Ojos que miran hacia adentro y ojos que miran hacia fuera.

                                              

            Un fuerte portazo hace vibrar los cristales de la oficina de María Julia. Otra vez ha discutido con Jorge. Siempre entre ellos ese arma mortal llamada “competencia”. Jorge medalla de honor en medicina pierde la beca a Frankfurt por no saber alemán. María Julia no obtiene el cargo de jefa del hospital por ser mujer.

 Luego, los logros de Jorge en diagnósticos que se diluyen tras los interminables trabajos de papeles, en la dirección del nosocomio.

            Todo el personal observa esa pelea constante en silencio. María Julia siempre atenta a la moda. Hermosa. Para ella no hay cansancio ni fatiga. Una sonrisa que corona su belleza europea, su ropa elegante incluso cuando usa la bata para operar. Sus manos hábiles y seguras con el bisturí. Nunca una duda o un signo de dolor, frente a las tragedias. María Julia es solitaria, siempre lista para remplazar al colega enfermo o con problemas de familia. En las guardias nocturnas o en los días en que todo el personal quiere irse a casa para festejar algún acontecimiento, allí la sonrisa amable de ella para relevarlo. La alegría festejando algún chiste o comentario de un compañero de tareas. Él, detesta más que su euforia cuando todos gritan un gol frente al viejo TB. de la sala de terapia a esa María Julia que nunca olvida un cumpleaños, un aniversario o el día del secretario o del enfermero. Ella es tan detallista que saca de quicio.

 Salió con un portazo porque él no le quiso aceptar que la sala de cirugía tiene un virus inter-hospitalario y hay que clausurarla. Exponerlo frente a los medios y ¿su reputación? ¡Nunca jamás haría eso!

            Doctor, el teléfono celular de María Julia, digo de la doctora, no responde. Es la primera vez que falta sin aviso. ¿Qué hacemos?

          Bueno ya mando una persona a su departamento.

         Gracias, sí, luego le aviso. Un sorprendido comentario en voz imperceptible en los labios de todo el personal.

 

            El joven chofer está parado frente a la puerta del departamento. Golpea persistente pero no hay respuesta. Silencio. La vecina abre y sostiene que no debe estar. “Siento la ducha desde anoche”, y el portero trata de abrir. Una llave está puesta en la cerradura. Rompen la puerta. En el piso del baño, María Julia aterida, con los ojos vidriosos y casi exánime, apenas abre los labios. La ambulancia desparrama miedo con su sonido agudo en las calles inhóspitas. Cae la lluvia sobre el cristal frente al chofer y sus lágrimas, compiten con las gotas enérgicas que golpean el parabrisas. Todo el hospital está alerta. Jorge espera con un enorme nudo en el pecho. Percute su corazón en las sienes. Sacan la camilla. El pulso ha bajado a cuatro. Un tomógrafo está listo. El laboratorio parece una colmena.

            Tumor encefálico muy avanzado con dolores que han hecho crisis. “Hace por lo menos un año ella trajo una ecografía y una tomografías, diciendo que eran de un paciente. El nivel de glóbulos era bajo en rojos y tenía alrededor de 15.000 glóbulos blancos”. Murmuró un médico sorprendido por su ingenuidad, ya que no sospechó que podía ser de María Julia.

Está muriendo. Jorge, abraza el cuerpo. No había advertido que es ahora casi la mitad de la figura de la muchacha. Besa desesperado los labios apenas tibios que se le escapan. Le ruega que siga viva porque no podrá amar nunca a nadie. Ella, sólo ella, puede salvarlo de su egoísmo y soledad.

            Nadie sospecha la desesperación de amor que quema el pecho del frío director del nosocomio. Su vida no tiene sentido sin ella. Llama a sus colegas de Europa y de Estados Unidos. Llegan, algunos. Otros envían todo tipo de sugerencias.

            La mirada afiebrada de María Julia sostiene un mudo diálogo con sus ojos. En ese mundo algodonoso que la aleja de él, murmura “nunca me diste una señal” Apenas tuve el primer síntoma hubiera buscado ayuda. El amor que hoy, delirante me proporcionas, no llegó a tiempo.

           


ZENÓN SOSA, EL VIEJO


            El sol penetraba el sudor grasiento del cuello del hombre. Febril, con las manos ensangrentadas, escarbaba entre las piedras y cascotes de roca que habían explotado sobre su compañero. Recordaba aquél día en la taberna, cuando el Belisario Yuspe, habló del oro. Les contó la leyenda que había escuchado de boca de sus antepasados. Una historia que se transmitía de generación en generación.

Allí, en esa montaña sagrada para los huarpes, había vetas de oro que los extranjeros, en tiempos de antes no pudieron encontrar jamás. Esos rubios ladrones que habían llegado de quién sabe dónde a quitarles la riqueza. Esos hombres rústicos se enamoraron de la historia. Zenón Sosa cuatreriaba, por causa del cierre de la Mina de Cobre El Retortuño.  Los gringos la compraron para dejarlos sin trabajo y sin mina.

Ahora arriaba caballos de los campos y él, perdió todo. Tal vez, ése era su destino; arrancarle a la roca la sangre mineral que escondía y salir de la pobreza. ¡Maldita pobreza del hombre de la tierra! Lo buscó al Lisandro Quiróz, compadre, y lo invitó. ¡Vamos a intentarlo!

            Mucho costó juntar una pequeña recua de mulas, que apenas cargaron. El Lisandro, trajo candiles y cartuchos de dinamita que robó en el polvorín de Uspallata en una noche oscura. Se había arrastrado bajo las alambradas, distrayendo a los guardianes con su perro que era un maula. Inteligente el animal, se hizo el herido jugando con los sentimientos de los guardias. Los cartuchos eran seis, pero causó alarma en el pueblo cuando el griterío hizo que una patrulla arremetiera fiera en cada rancho, buscando el explosivo. La redada no dio con ellos que ya habían salido rumbo a la cordillera. Tenían que jugarse antes que llegara la nieve. Si los agarraba el temporal, iban a volver como el famoso “descabezado”. El Futre, ese misterioso hombre, del que todos hablaban y algunos, entre grapa y grapa, decían haberlo visto cuando cruzaban para Chile. -¡Es mentira...! – pensó el Zenón, -¡Son embuste de hembra para justificarse con su hombre cuando se preñan de otro!- y escupiendo la tierra, hizo una cruz de barro para confirmar su dicho.- ¡El Futre no existió nunca, Lisandro, ¿usté se piensa que un señorito de ciudá, va dirse al campo ansí como ansí nomás, sin priendas güenas? Busque el mejor poncho que encuentre para pasar el frío, la cordillera es una puta.¡ Mujer arisca! Y el oro puede que se nos niegue si está tan dentro.”

            Salieron apenitas clareaba el día. Huían de los milicos. ¡No fuera que los sorprendieran con la dinamita! En la cuesta empinada cada metro era más difícil. Los cardones espinudos, indicaban la altura. El Lisandro se recordó que había una maldición que contaban los huarpes. El miedo no lo hizo recular, era bien macho. Zenón sudaba a pesar del frío.

Las manos arrancaban las piedras tratado de sacar al compadre. No había tiempo que perder. 

No miró el brillo del oro, luchó. Una lluvia de escombros lo tapó. El “Descabezado” tranquilo se alejó de la mina. Había hecho lo suyo, cumplía con el mandato de los Huarpes, “El oro huarpe no iba a ser de nadie, la Pacha Mama era la única dueña

 

 

Vocabulario:

Huarpes: tribu de nativos de la región de Cuyo, en la actual Argentina. Sus costumbres     tranquilas y de laboreo de la tierra los hizo ser dominados por los Incas y luego se mezclaron con los españoles en la conquista. Quedan aun familias descendientes de Huarpes en la zona de Lavalle y Malargüe.

Cuatreriando: cuatreros: ladrón de ganado.

Uspallata: pueblo de frontera entre Argentina y Chile.

Futre: leyenda que cuenta que en una apuesta un hijo de hombre principal, prometió cruzar a Chile a caballo y sólo vestido con frac, galera y capa. La leyenda dice que se congeló y el caballo regresó a la ciudad con el muchacho erguido pero que en el galope había perdido la cabeza. La gente de campo dice que se aparece entre las montañas antes de los temporales de nieve para prevenir a los que osan viajar sin cuidado.

¿Usté se piensa que un señorito de la ciudá, va dirse al campo ansí como ansí nomás sin priendas güenas?: sociolecto propio de hombres rústicos del campo argentino.

Naides: idem a lo anterior: nadie

Maula: malo, falso, pícaro.

Pacha Mama: diosa de la tierra en las comunidades nativas.