Amancio Ortubia, había nacido entre los surcos de la viña. Su piel solo tenía el dolor del sudor agrio del sol fiestero. Se crió guacho y pobre... una mujer lo había dejado en la puerta del negocio del pueblo y un alma caritativa lo crió un tiempo. Pero…
Un día lo buscó Zahir Músase, un vendedor de fantasías, chucherías, pócimas, y mil objetos llamativos. Se aquerenció en su caserón grisáceo, maloliente y sucio. Fregó paredes, pisos y un fogón tiznado, limpió vidrios y puertas. Amancio había quedado afuera. Zahir sólo impuso eso. El muchacho viviría en una piecita en la parte de atrás...y la letrina cerca. Nunca fue a la escuela pero sí a trabajar la chacra, con sus añitos a estrenar coraje de lavarse con agua helada en invierno; en esa palangana podía higienizarse; a bañarse en el tanque de cemento en la finca vecina del Tito, en los días calientes de enero y febrero.
Trabajo le sobró siempre. Aprendió a podar, a aporcar y aprendió bien los injertos de toda clase de plantas. Los vecinos lo venían a buscar para que les hiciera la poda en los durazneros, perales, ciruelos y las señoras en los rosales...todos le daban algo. Un pantalón casi nuevo, unas zapatillas o una chaqueta de lana. Sólo muy solito se fue haciendo grande. Una tarde, casi a la oración, don Zahir lo llamó asustado...ven Amancio...tu madre....no se ve bien, La pobre mujer parece que no respira. Llamé un médico y dice que no está bien. Él, se acomodó cerca y vivió el dolor en los ojos de esa mujer que no sabía que era su madre. Ella había escondido su maternidad. Prohibida por Zahir. Ella criolla y él, un libanés religioso. Machista y presuntuoso. ¿Cómo iba a aceptar que esa pobre infeliz le había dado un hijo?
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