Eloisa cayó sobre el pavimento cuando el paragolpe del coche la llevó por delante. El coche huyó y sus manos laxas hicieron una pirueta en el aire. Alguien corrió hasta ella y alcanzó a oír un nombre: Karlo.
Pronto la sirena aguda de una ambulancia desparramó
tranquilidad entre la gete que rodearon a la muchacha. La anciana que oyó el
nombre le explicó a los paramédicos lo escuchado. Despertó en un quirófano
desconocido. Luces y olores medicinales que la sedaban para que los
profesionales hicieran lo que debían hacer. Curarla.
No supo lo que le hicieron, pero despertó con vendas y
tubos plásticos por todos lados. Sus ojos abiertos con espanto preguntaban.
¿Qué me ha sucedido? Vio el rostro amable de un enfermero cuya ropa de tonos
suaves, le recordaron que esa mañana, mientras desayunaba leyendo el horóscopo
en la tableta, le anunciaba una catarata de desastres. Quiso reír y no pudo. La
anestesia se lo impedía.
Se durmió. Como fantasmas
angelicales se movía gente a su alrededor. Soñó con Karlo. Su antiguo amigo de
la orquesta, ejecutaba el fagot y su melodía ingresaba a su mente como un cálido
humor de dulce color celeste. Perdió la noción del tiempo.
Un amable caballero llegó
con una libreta haciendo preguntas. Dijo su nombre y dio los datos de su
trabajo, su cátedra y hasta le dio idea del automóvil que la atropelló. Luego
comenzó a sentir apetito y sed. Le dieron una dieta líquida que seguro serviría
para mejorar su estado. Alguien le trajo flores y una caja con bombones. No
dejó nombre. ¿Quién podía ser? Un compañero de la orquesta o de la universidad.
La médica que venía todos los días a revisar sus operaciones, le explicó que
había tenido suerte, pudo matarte, le dijo. Y volvió a recordar su mañana antes
del accidente.
Pasaron varios días y comenzaron
los tratamientos para que volviera a caminar. Aprendió gracias a los amables
terapeutas. Y llegaban las flores y un día apareció un hombre de cabello cano.
Era quien la había atropellado. Le pidió de mil maneras que lo disculpara…ese
día su hijo, había matado a su novia y él, estaba fuera de si. Hablaron como
viejos amigos. El caballero, pagó todos los gastos y un cheque por la pérdida
de su trabajo. En fin, cada vez que venía Eloisa, se sentía más a gusto.
La mañana en que le
dieron el alta, ya caminaba con dificultad pero lo hacía bien. Un coche la
llevó al departamento. Sobre la mesa, el periódico le anunciaba que iba a
encontrar el amor. Rió a carcajadas. Al rato sonó el teléfono. Era su amigo el
músico que había regresado de dar conciertos por el mundo y quería verla.
Eloisa muerta de risa le dijo: Mi horóscopo dice que encontraré a mi amor hoy.
¿no serás tú, verdad? Del otro lado escuchó la voz de una mujer que le decía:
Karlo, ya está tu comida lista. Entonces comprendió que era un amigo que no
buscaba sino verla.
Dos días después, llegó
un mensajero con un papel que le decía: Señorita Eloisa Bernardes, su médico de
cabecera necesita verla. Cuando acudió, se quedó sorprendida, allí frente a
ella estaba el hombre más guapo y sonriente que la esperaba. Y soñó que ese
podía ser su futuro amor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario