martes, 23 de febrero de 2021

LA MISION


Sabido es que la Historia como ciencia admite la existencia de distintos marcos teóricos o epistemológicos, en pocas palabras, distintos enfoques para analizar las causas o los efectos de un mismo hecho. La Historia Nacional no escapa a las generales de la ley así, lo que para unos es una verdad incontrastable, para otros no pasa de ser una falacia. Más allá de estas contingencias propias de la diversidad natural de culturas, repartidas a lo largo y a lo ancho del planeta, hay libros que envejecen muy lentamente, antes bien, se añejan con el correr de los siglos y por lo mismo les decimos clásicos. Estas obras que muchos consideran superadas, con todo, no pueden dejar de ser consultadas a la hora de abordar una investigación responsable. Nos atrevemos a afirmar que uno de estos clásicos es La Historia de San Martín y de la Emancipación Americana del General Bartolomé Mitre. Si estamos a favor o en contra de lo allí investigado y escrito, no es más que una cuestión de posicionamientos. Lo que no podemos omitir es que en ella hay conceptos lo suficientemente abarcativos como para superar, las más variadas corrientes epistemológicas. Mitre define al Libertador en los términos siguientes: "Esta figura de contornos tan correctos, que es empero todavía un enigma histórico por descifrar. ¿Qué fue San Martín? ¿Qué principios lo guiaron? ¿Cuáles fueron sus designios? Estas preguntas que los contemporáneos se hicieron en presencia del héroe en su grandeza, del hombre en el ostracismo y de su cadáver mudo, como su destino, son las mismas que se hacen aún los que contemplan las estatuas que la posteridad le ha erigido, cual si fueran otras tantas esfinges de bronce que guardasen el secreto de su vida. San Martín no fue ni un Mesías ni un profeta. Fue simplemente un hombre de acción deliberada, que obró como una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la visión clara de su objetivo real. Su objetivo fue la independencia sudamericana, y a él subordinó  pueblos, individuos, cosas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose, él mismo, a su regla disciplinaria." Remata el general historiador un poco más adelante con una síntesis contundente: "San Martín fue una misión:" Hasta aquí queríamos llegar. Si el Libertador fue todo eso,  es precisamente eso lo que hace de él, un personaje excepcional. Esa excepcionalidad quedó plenamente demostrada  en la elección de los pueblos y de los individuos. Y que las misiones que consiguió en que unos y otros asumieran y ejecutaran sin retaceos, con entrega, incondicionalidad y plenitud a riesgo de sus vidas, haciendas, fama y honor. No fue una casualidad tomar distancia de su cofrade e introductor en la sociedad porteñas cuando ésta y su gobierno sospechaban que fuera un espía al servicio del Rey, nos referimos a Carlos María de Alvear. No fue casualidad que eligiera a las provincias cuyanas para separarlas de Córdoba y construir en ellas la base de operaciones, para desarrollar el plan continental emancipador. No fue casualidad volcar a favor de la causa emancipadora al flamante Director Supremo, de las recientemente emancipadas Provincias Unidas en la América del Sur, el Brigadier General Don Juan Martín de Pueyrredón, como no lo fue su determinación de escoger a Don Bernardo O`Higgins frente a su rival Don José Carrera, cuando debió arbitrar entre los exiliados chilenos luego de la muerte de la Patria Vieja, en la batalla de Rancagüa. Tampoco fue casualidad que para demostrar al mundo que la causa emancipadora era una empresa continental delegara el gobierno cuyano en el General Bernardo O` Higgins y fuera este gobernador subrogante, quien hiciera jurar al pueblo mendocino la declaración de independencia sancionada en Tucumán. No fue casualidad la elección del Fraile Luis Beltrán para que manejara las fraguas, no fue, tampoco del guerrillero, lamentablemente luego asesinado en Til Til, Don Manuel Rodríguez, para que difundiera en Chile, acorde a su inaudita capacidad de mimetizarse,  lo que el Libertador denominó: "La guerra de zapa." Es bien conocida la proeza del tropero Don Pedro Sosa, el que realizó la hazaña de hacer en la mitad de tiempo el transporte de los bastimentos que San Martín, necesitaba con urgencia para que su ejército rompiera la marcha en pos de la libertad de América. De su compadre, Alvarez de Condarco a quien asignó la misión suicida de llevar una copia del acta de la independencia  a  Santiago y si acaso salvaba  la vida, podría guardar en su prodigiosa memoria los accidentes de los pasos de Los Patos y Uspallata, para de regreso confeccionar los planos que el Libertador necesitaba para ejecutar la titánica obra del cruce de Los Andes. Efectivamente y siempre siguiendo a Mitre, San Martín supo como nadie, escoger pueblos y hombres para que dieran todo de sí a la misión que se había auto asignado. Un caso muy poco conocido, tal vez por la característica secretísima del mismo fue el de Pedro Vargas. Si se ha escrito poco o mucho acerca de su misión, no lo sabemos, lo que si sabemos es que ha sido y es muy poco difundida, con todo nos consta que hace muchos años se puso en escena la obra: "Los Secretos de Pedro Vargas".

 Era Pedro Vargas uno de tantos mendocinos que se alinearon con San Martín poniéndose, a sus órdenes para lo gustase mandar sin medir riesgos, ni grandes, ni pequeños. El Libertador era plenamente conciente que el momento estratégico allá por mil ochocientos dieciseis era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la mano del oriental Rondeau había sucumbido en Sipe Sipe, cancelando definitivamente esa ruta a Lima.  Las tropas del Rey estaban a las puertas de Salta a duras penas contenidas por Martín Miguel de Güemes, otro de los que sin vacilar ni medir afanes entendieron la estrategia de San Martín.

Por otra parte, luego de la derrota patriota en Rancagüa, el ejército real, fuerte de más de ocho mil hombres de las tres armas, muchos de ellos veteranos de las guerras napoleónicas, se aprestaba para remontar Los Andes de Oeste a Este y luego de tomar Mendoza marchar sobre Córdoba y de ser posible, unirse en esa estratégica encrucijada con el ejército que pujaba por tomar Salta y bajar desde el Norte.

 Finalmente, se esperaba en cualquier momento el desembarco en Montevideo de un poderoso ejército proveniente directamente de la Península. Si esta maniobra resultaba exitosa para los realistas, muy negras se plantearían las perspectivas para los patriotas del extinguido virreinato platense, por entonces, único faro libertario en la América española, ya que el resto de las emancipaciones americanas, habían sucumbido a manos del poder real.

San Martín sabía todo ésto y más aún, sabía que su ejército no podría reunir sino cuatro mil quinientos combatientes; muchos de ellos bisoños a los que entrenaba personalmente en los cuarteles de El Plumerillo. En estas circunstancias, las posibilidades del Libertador eran extremadamente escasas: confiar en el éxito de Güemes, apostar a la obra de los espías al servicio de la causa emancipadora estacionados en Cádiz y por su parte, tratar de confundir al enemigo allende la Cordillera. Acerca de la magnitud del Ejército de Los Andes y de los pasos que emplearía para atravesarla. Era imperioso que el enemigo realista dividiera sus fuerzas para enfrentar con un ejército disminuido a uno equivalente en número, mientras las columnas auxiliares intentarían batir a las españolas  repartidas a lo largo de Chile. En eso consistió la guerra de zapa, y uno de los hombres clave fue nuestro Pedro Vargas.                  

Como hemos adelantado, mendocino y patriota, perteneciente a una emblemática familia lugareña. Convocado por el Libertador y luego de departir acerca de la única estrategia posible, sus riesgos y alcances acordó que Pedro, inopinadamente desaparecería de Mendoza en forma misteriosa para reaparecer en Santiago y ponerse a las órdenes del gobernador Don Casimiro Marcó del Pont. Así lo hizo, fue excelentemente bien recibido y escuchado cuando relató a los realistas la supuesta estrategia del Libertador, el número y la calidad de sus fuerzas y la fecha de una posible partida como así también, la cantidad de soldados y la calidad del armamento. Al difundirse la noticia en Mendoza, por entonces una aldea de no más de doce mil almas, el escándalo fue proporcional a lo que se consideró delito de alta traición a la Patria. San Martín nada podía decir porque así había sido acordado y porque justamente, el éxito de la misión, dependía del más riguroso secreto. Sólo Pedro y el General conocían la verdad. Los hechos se sucedieron cómo todos conocemos. San Martín batió en Chacabuco a un disminuido ejército real y entró en Santiago. Pero pudo no haber sido así. La batalla de Chacabuco fue tan encarnizada que en un momento dado el mismo Libertador hubo de entrar en combate. De haber muerto en acción, a su tumba también hubiera ido a parar el secreto y Pedro Vargas de seguro hubiera sido fusilado por la espalda en la Plaza de Armas de Santiago. La realidad fue que rápidamente el General hizo pública la misión acordada con Pedro y cumplida  a cabalidad, sin embargo, no pocos creyeron que el gesto era un acto de magnanimidad del Libertador más que hacia Pedro, destinado a lavar el buen nombre y la fama de su familia.; eso era en extremo crítico. La tercera campaña al Alto Perú de la mano  Arial   de San Martín, por otra parte, luego de la derrota patriota en Rancagüa, el ejército real, fuerte de más de ocho mil….

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