Hablarte así no es fácil. Hace
un tiempo que te veo desde mi ventana con el rostro contraído y mustio. Te vi.,
frente al piano, ejecutar por horas y horas ese concierto de Beethoven. Tu piel
clara parece transparente. Tu cabello oscuro y travieso cae como enredado por
tu espalda con la alegría que presiento no vives. He visto el rostro perfilado
de tu padre discutiendo con el tutor de la familia.
¿Qué misterio es el que esconden sus gestos y palabras
que desde la distancia imagino y no comprendo? Llegan las notas del piano, pero
las voces se pierden con la brisa que esconde los preciosos diálogos. Y yo
espero. Dejo mi pluma y me detengo en la ventana, para espiarte. Me enamora tu
rostro y tu tristeza. Pienso en la diosa Erato que apaña el sortilegio de tus
sueños. Me extasío mirando cada paso que atraviesa esa hendija por la cual te
espío. ¿Es acaso el amor lo que tremola en mi pecho? Estoy cansado de
observarte desde lejos. Se que tengo prohibido acercarme a tu casa, desde aquel
día que caíste del caballo y corrí a socorrerte. Cuando llegué cargándote en
mis brazos a tu puerta, el tutor me golpeó con su bastón de ébano y plata. Dejó
una marca en mi cuerpo que atesoro. ¡Es como tenerte clavada en mi espalda! Aún
me parece sentir el perfume de tu cabello y de tu piel. ¿Será verdad que eres
libre o tienes un dueño inaccesible que te esconde? Tu madre, callada y triste
suele salir por las tardes de verano, a caminar por las veredas de la calle,
sola, con su rosario de nácar en la mano. La mirada perdida en quién sabe qué
horizonte de ensueño.
Una vez la ví, en cierta madrugada caminar por siete
parapetos del caserón que dormía. Llevaba un ramillete de amuletos, eran cintas
de colores desvaídos que manejaba con cierto respeto mágico. Cantaba unas canciones
de delfines y sirenas. A un mar inexistente. Es tan bella como tu, tan frágil y
distante. Corrió el tutor y tomándola de la cintura la condujo al interior de
la casa hablándole quedo en el oído. Yo había mirado largamente tu ventana.
Permanecía a oscuras como mi nostalgia de verte deambular por la alfombra azul
de los silencios. Me agota esperarte. Cada madrugada insomne, dejó de escribir
y me detengo llamándote en mi pensamiento…Audelina, niña amada.
¿Por qué tu padre sale y no regresa? Acaso es tan difícil
cobijar dos pájaros pequeños y acunarlos en los brazos fuertes de su estirpe.
Tendré que enfrentarlo un día de estos. Decirle que te amo. Pedirle que me deje
cuidarte y cuidar a la dama que te engendró con corazón de seda. En mis sueños
te beso, te abrazo y apareo, con las sutiles
Voces de mi pasión juvenil.
¡Tan sólo en sueños! La realidad está ahí, presente en ese tutor que te
acorrala en la sala. Lo veo y mis sienes se agrandan por la sangre que fluye
como el torrente de un río embravecido. El corazón se dispara y grito como un
león del desierto. No me oyen, porque nos separan los muros de la muerte. Él,
me buscó en una noche aciaga de otoño, me llamó y al volverme, me disparó con
un viejo fúsil de tu padre.
Luego, desde donde pude verlos, me llevaron a un socavón
y me tiraron. Quedé ausente de cuerpo, no de alma. Y después pude observar cómo
sacaban a tu padre engrillado con cadenas infames. El tutor, lo denunció por mi
muerte. Y… ahora se quedó contigo.
Audelina ya no puedo protegerte. Hay un oscuro invierno
donde me acurruco para no atravesar al mundo de los muertos. Quiero verte,
seguir los pasos de tu madre que ahora camina sobre las cornisas, llora por
ambas. Y por mí, te lo aseguro. Está muy bella, con sus pálidas manos tejiendo
guirnaldas para tu frente y tu cintura donde crece una niña que será tan dulce
como tú.
Mañana, quizás puedas evitar que el tutor te esconda de
los ojos de la gente. Camina tranquila, yo te sigo. Y por favor no cantes esas
canciones tristes. El sol sale para ti en las mañanas. Y hay un pájaro de
plumas blancas y copete rojo que te mira. Ese soy yo trasmutado en ave. Ábrele
la ventana y comeré de tu boca y beberé de tu mano. Porque yo, sí te amo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario