18-
“Todos saben, aunque muchos no lo quieran saber, el grave
peligro que corrió
En el salón VIP, está su padre
rodeado de hombres uniformados y desconocidos, que hablan rápido y llenos de
palabras casi ininteligibles. Ellos esperan a un lado. El observa a Mariana,
mientras el comisario Martínez toma nota de algunos datos. La chica es joven,
mona. Tiene esa figura de veinte añera. El rostro agradable, sin ser una
belleza, es atractiva. Es dulce. Le agrada. Nota su nerviosismo. Eso le gusta,
demasiada seguridad, es mala en su edad. Mira también a su hijo. Bobo, está
bobo. Linda edad la de sus chicos.
¡Lástima Armando muerto tan joven en
el accidente! Los hombres lo saludan y se alejan, con paso furtivo por
distintas puertas. Se acerca a los chicos.
Marcelo, terminé mi
trabajo, y me quedan diez minutos… ¿Me presentás a tu novia?
¡Papá,
esta es Mariana Álvarez! Mi novia.
Mucho gusto. Me gusta
conocerte, Mariana. Es una pena, que mi esposa no pudiera venir. Pero le encantará saber de
ti. Espero que tus padres te permitan, venir en vacaciones a mi casa en
Santiago.
Bueno, le aclaro, que no
es fácil, para mi esta entrevista pero, me parece imprescindible. Señor, yo
tengo sólo a mi papá y dos hermanas. ¡Mamá murió hace seis años! No puedo
dejarlo solo. Le ayuda en lo que puedo con las chicas y la casa. Además está la
facultad, quiero recibirme. Espero me comprenda.
Bueno, creo que ya eres
una verdadera mujer. Usaste tu cuota antes de tiempo.
¡Mirá papá si no es hermosa…!
Más hermosa por dentro que por fuera
hijo y eso es muy importante… La belleza,
puede perderse con el tiempo… el alma se perfecciona más si es linda.
Gracias, señor. Me gustaría que su
esposa piense igual que usted. Necesito una madre. Bueno, me estoy
extralimitando. Su esposa me impactó, cuando la vi en el cementerio. Su figura,
era patética. ¡Tan pero tan triste, con su extraña belleza!
Ah, estuviste allí. Fue
una experiencia muy dura para todos. ¡Pero ella, creo que, murió, un poco, esos días! No te
aflijas, hablá cuanto quieras. Para eso tenés la preciosa edad, que tenés.
Papá, abrazá a mamá por
mí. Tengo que pedirte que no te olvides de mamá. Dedícale un poquito de tiempo.
Tu amor es indispensable para recuperar su deseo de vivir.
Descuida Marcelo, sabés
que yo quiero mucho a tu madre.
No es suficiente. Ella necesita
mucho más papá, amor, mucho amor. Atención. Ternura
¿Desde cuando los hijos le dan este
tipo de consejo a los padres?
Déjalo, Mariana. Me gusta este amor
que siente Marcelo por su madre. Ya es tiempo de irme. Un beso hijos y hasta
pronto.
Se despiden con emoción. Duilio parte hacia el avión.
Mariana y Marcelo, quedan solos tomados de la mano. Esperan
que el pájaro de metal, se pierda entre las nubes y salen del aeropuerto
soñando con el futuro.
Madelene, va caminando por Alameda.
Busca un par de chinelas, para comprar. De pronto siente deseos de sentarse en
alguna cafetería a tomar algo caliente. Entra en un pequeño café y pide un té.
Mira distraídamente por la vidriera del bar hacia fuera. Ve pasar mucha gente.
Piensa que irá, a la galería Crillón, por Agustina, allí va a encontrar lo que
busca. Está contenta: Duilio, le trajo buenas noticias de Marcelo. Sin querer
piensa en su rostro, se desdibuja y aparece en su memoria el rostro de Edgar
Juvar Leylakson.
Su
color dorado, su cabello al viento, siempre despeinado. Su pequeña barba. Sus
ojos claros como el cielo en primavera. Ese cuerpo grande, difícil de manejar.
¿Es rudo? No, es torpe. Es demasiado grande. La sonrisa fácil, y su inverosímil
castellano.
Dios
mío, ¿Por qué tiene que pensar en ese hombre? Duilio, eso es, Duilio. Alto,
fino, moreno como Marcelo. Los ojos verdes. Las incipientes canas. Su esposo
siempre ocupado. ¿Cómo pasa la gente, por la calle?. Se debe apurar, se hará
muy tarde y hay toque de queda. El nuevo gobierno de Pinochet es muy severo y
no quiere tener problemas.
Paga y se
va a prisa.
Regresa a su casa en coche de
alquiler. Cuando llega esta todo quieto y triste. La recibe Jimena. Tiene un
mensaje. Un número anotado en un papel. No sabe quién llamó.
Ella se quita los zapatos y el
pequeño sombrero. Tira el abrigo, que la diligente mucama, recoge y guarda.
Toma el teléfono y llama.
Alguien
descuelga el tubo y siente una voz, que le dice:
Buenas
noches, señora, yo esperar usted, por invitar a paseo en coche.
¿Acaso, habla el señor Edgar Juvar
Leylakson?
Si, Madelene. Ya puedo
“hablo” con usted, un poco más que ayer. Estudiar ocho horas, español en
embajada. Rápido, deseo mucho saber hablar su lengua.
Lo felicito, pero no
puedo, pues regresará mi esposo pronto y debo estar en casa. ¿Me entendió?
Mucho bien. Gracias por hablar,
lento.
Yo le doy a usted las gracias, pero
no puede ser.
Yo quiero ver a su linda persona.
Señor Edgar, Usted me pone en una
dificultad muy grande!
Yo quiero, tocar piano para usted,
señora ¿Chopin o Brahms o List?
Amo mucho la música. Si
desea venir Usted a mi casa. Tengo un lindo piano. ¡Acá será bienvenido!
Voy como un águila señora. Gracias.
La sorpresa la llena de
confusión. Él vendrá a casa y ella, lo ha invitado.
Debe estar demente. Tiene que
cambiarse. Ponerse un conjunto de pantalón y sweaters de lanilla negra. Se
retoca el peinado y baja. Le pide a Jimena que prenda la estufa de leña en la
sala de música y prepare algo para recibir a un caballero que viene de visitarlo.
Su corazón estalla. No entiende que le pasa. No ha pasado media hora y siente
un coche en el portón de la casa. Jimena hace pasar al hombre. Viene con ropa
sport y trae un bouquet de orquídeas blancas y pequeñas, entre las manos. Besa las
flores y se las entrega. Cuando ella va a estrechar su mano él se inclina en un
gesto antiguo y cortés y se la besa ¡Es tan seductor para ser americano!
Pasé amigo nuestro. Duilio, mi
esposo, no tardará en llegar. Pase a la sala de música.
Señora Madelene… ¡qué gusto!
Hermosa, como su casa.
¿Desea beber algo? Se siente tan
cómoda frente a este, extraño ser, que titubeo, le señala unas copas, para que
él, elija.
Coñac, por favor.
Se sienta frente al fuego. Ella va a servir el coñac cuando aparece
Jimena y la llama.
Señora es el Señor Duilio en el
fono. Dice que lo disculpe, pero no viene a cenar esta noche. Que usted se
acueste.
¿No está al teléfono Jimena?
Cortó, señora.
La mujer sale y Madelene se siente desolada y frágil,
totalmente indefensa.
Mi esposo, no podrá venir a
acompañarnos. Pasemos a cenar, si usted desea.
Yo… vine a hablar de música, tan
sólo.
¿Cenó usted?
No.
Venga, cenaremos y luego podrá usar
el piano.
Él la sigue hasta el enorme comedor.
Se ve más grande y triste con tres cubiertos sólo. Verónica ha cenado y está en
su dormitorio. Jimena, entra y retira un plato y los cubiertos de Duilio.
Comen en
silencio. Sólo se escucha el ruido de los cubiertos y el murmullo de servirse.
Él la mira con sobriedad.
Le sirve el vino y agua. Le alcanza alguna cosa que ella
precisa.
Hay un
extraño hechizo entre esos dos seres humanos.
Las palabras no sirven. El roza su mano, cuando ella trata
de servirse. Un escalofrío le pone en sobre aviso de que algo le pasa. Tiene un
tremendo miedo, de sí misma.
Finaliza
ese extraño rito. El se para y le ayuda a pararse, a su vez. Vamos al salón de
música, allí estará más cómodo.
¡Yo como, por usted! Mucho rica, la
cena. Bueno el vino
Es vino de mi tierra. De Argentina
¿Conoce Argentina, Edgar?
Yo fui poco a Buenos Aires.
Pero leí mucho de su país, quiero conozca yo todo, de usted. Madelene.
Venga, acá está el piano.
Si desea ejecutar, toque algo de Chopin, Si no desea, es igual.
Yo tocaré, para que no más triste.
Edgar, se sienta y comienza a tocar,
unas bellas melodías alegres, de su tierra. Luego minués antiguos. Sólo deja de
tocar para beber algo. La mira con arrobamiento.
Usted, Madelene, no mujer… diosa
antigua, ¡Helena que loco a Paris, transforma. Euridice, yo, Orfeo.
Por favor, se lo ruega,
no me haga reír, porque tendré que pedirle, que se marche. Soy una mujer con
hijos.
¡Yo admiro más con esto!
Madelene, yo quiero decir a Usted, yo que hacer en Chile.
Yo soy acá ascensor de
técnicos Polacos. Yo costó mucho aprender esto para decirle. Tengo 52 años y
nunca casado. Morir primer amor. Yo ser muy viejo, y pobre hombre. Estar solo
con mi hijo, es Florencio y vive en Texas, ahora en Tennesse y pronto Buenos
Aires.
Yo tengo 48 años, Edgar.
Estoy casada, tengo dos hijos. Marcelo, vive y estudia para médico en Bs. As. y
Verónica vive acá conmigo.
Yo ver tu joven hija. Bella mujer,
será.
Si dije que tuve un hijo
que murió y sin embargo soy una pobre mujer sola. ¿Me entiende?
La música, ser amiga. ¿No cree?
Sí, y los libros.
No entiendo…
Literatura, leer. Poemas, novelas,
cuentos…
Ah, sí. Claro. Gusta
mucho lectura.
El cálido ambiente, el
coñac y la música los ha unido inesperada. Hay una intimidad que ni ellos
mismos ven. Como viejos amigos, cada uno piensa en silencio su vida.
El deja de tocar una sonata de Mozart y se para.
Buenas noche, Señora, yo volver otro
día…
Gracias por su tiempo y tan buena
música acá estará siempre como en su hogar.
Él, le besa la mano y con su mirada
le expresa todo el ardor contenido. La desea. No dice nada. No la ha tocado.
Pero Madelene, se siente extasiada ante la intensidad de esa mirada.
El no le permite que salga. Con un
gesto imperativo la hace sentar nuevamente. Toma el abrigo y sale del salón con
desusada confianza.
Ella siente, el auto afuera que se
aleja, por el pedregullo del jardín. Queda sentada con las orquídeas blancas
entre las manos. Inconsciente las besa. Indiscutiblemente un pacto se ha
sellado. Ella no sale aún lo que sucede.
Cuando
regresa Duilio duerme y no se anima a despertarla, le da un suave beso en la
frente y ella apenas se acurruca entre las sábanas tibias. Murmura algo que el
marido cansado no entiende. Se duerme a su lado como albañil tras un día
destructivo.
En el desayuno, la mujer le relata todo lo sucedido
anoche, evitando contarle sus sentimientos. El la escucha asombrado e inquieto.
Le narra lo vivido en Buenos Aires con Marcelo y le habla de la chiquilina que
le presentó el muchacho. Se explaya lo
suficiente como para que la madre sepa con quien va a lidiar, ya que la sabe
celosa. Verónica entra y abraza al padre. Le cuenta lo que esta pasando en
santiago y le pide permiso para regresar al país. Duilio les relata la locura
que hay en Argentina. Los grupos armados que asolan con armas de todo tipo.
Tiene miedo por ellos y hasta por Marcelo, pero confía en su educación y
pensamientos inteligentes. Madelene siente terror, no quiere perder otro hijo.
El accidente esta muy cerca en el tiempo y no se ha repuesto aun. El auto en el
que viajaba el muchacho esta inutilizable. El seguro no quiere responder porque
tiene el cien por ciento de perdida. “¡Destrucción total!”
Todos enmudecen frente al recuerdo
del hijo muerto y del hermano perdido. Cada uno vive la tristeza en diferente
forma.
Maribel
le ha insinuado, que vayan a cenar juntos a un hermoso lugar “Drive in Lo Curra” está de moda y es alegre.
Tiene ganas de salir de ese infinito duelo en que vive Madelene. Duilio esta
totalmente desbordado.
La
idea, lo distrae. La idea, lo obsesiona. Le llama por dictáfono. Ella aparece
en su despacho y la invita. Contenta acepta. Total ¿Qué le pasará? Si él la
quiere.
Salen
juntos del edificio, por la puerta trasera. Le pide que la lleve primero a su
casa para ponerse otra ropa. El no acepta. Así, está hermosa.
El
lugar es precioso, alegre como todo Santiago. El necesita alegría y ahí, se la
dan a caudales.
Pide
centolla y vino blanco, bien frío. Bailan mientras traen la cena. La música es
movida. Comen y charlan. El vino les va dando esa libertad inesperada, que los
hace reír por todo. Brindan y beben vino. Bailan hasta agotarse. Él la lleva
hasta el coche con ruidosos ademanes. Sale por la calle Santa María, como si no
existiera nadie. Los otros transeúntes se hacen a un lado. Llegan al
departamento de Maribel y él, en vez de seguir viaje, sale del coche y la
sigue. Ella lleva los altos tacones en la mano. Sigue riendo tontamente. Está
tan feliz. Ha llegado su momento. ¡Tiene su macho!
El
está en la alcoba de Maribel. La besa, y le arranca práctico la ropa. Contempla
a la muchacha desnuda y le dice:
Eres
más bella que
Soy más hermosa que las mismas “vestales”.
¡Lástima
que no puedo, transformarme en centauro! Veni acá preciosa, mirá que puedo ser
un hombre, te conformás con esto…!
¡Más
que nada en el mundo podría conformarme!
Quiero
que seas mía, aunque por un instante sientas que soy muy viejo o tonto. No me
digas que no. No podrás echarme.
¡Te
he deseado, tanto Emilio! Me gustaste desde que te vi en la embajada. Sos tan
hombre.
Gracias,
sos tan joven… Y bella…
Pasan los momentos más irreflexivos
y hermosos. Una noche, de vino, música,
sexo. Ambos se dan lo que necesitan.
Ella
un hombre, él alegría.
Cuando
Duilio regresa, ya comienza a haber movimiento en las calles de Santiago. Piensa
en Madelene desconcertado. Qué explicación dará, de una conducta desusada.
¿Cómo
explicar esta locura? La verdad, que siente pena. Pero hoy ha vivido un
éxtasis. Se ha sentido joven. Amado. Feliz.
Madelene
es una hermosa mujer triste y solitaria. Maribel es joven, el silencio lo
sobrecoge.
La
habitación donde duerme con su esposa, está en penumbra. Se desviste en el
escritorio y entra al dormitorio esperando alguna reacción de ella. que duerme,
con una dulce sonrisa en los labios. No reacciona. El se echa en el lecho junto
a la mujer, pero no despierta. La observa un rato hasta quedar dormido. Mañana
será otro día.
Madelene
va caminando con Verónica, entre los Jardines
florecidos del Parque Forestal. La alegre charla de su hija la llena de
alegría. Juntas van descubriendo la preciosa flora autóctona. Juntas van descubriendo la
felicidad de estar allí, en ese precioso lugar. Ambas quieren ir al museo de
Bellas Artes, pero están tan distraídas y alegres…
La
madre se ha sacado el negro ese luto riguroso que exige la tradición del país
que los cobija. Usa un precioso traje color glicina, que con la suave brisa,
parece una flor recién abierta. Verónica, un juvenil conjunto de pantalón y
chaqueta de cuero coral. Ríen, hablan y se sientan donde pueden.
De pronto, mientras Verónica corre
tras de un perro, Madelene, que está sentada, recibe la inesperada sorpresa… Edgar,
viene por un sendero, directamente hacia ellas. Su reacción es de enojo. ¿Qué
le dirá a Verónica, si le pregunta algo? El hombre, sonriente y feliz apresura
el paso y la enfrenta…
¡Feliz mortal quién ve la aurora! Buenos días, mi señora.
Yo soy feliz, por usted!
Buenos días, ¡que sorpresa! Yo… Verónica vuelve corriendo, cuando ve al
extraño junto a su madre, se detiene en donde está… Con lentitud se acerca. Se
empina y besa en la frente al hombre…
Hola
¡viejo maestro! Tu más ferviente admiradora te ¡saluda!
Buenos días, querida Verónica… Cómo está tu práctica,
debes haber adelantado mucho ¿verdad?
¿Cómo,
se conocen ustedes? ¿Desde cuándo?
Mamá, Edgar, es amigo nuestro. El nos enseño a tirar
esgrima. Además le hemos enseñado algo de español y además… es dulce, y bueno y
cariñoso.
¡Gracias
mi pequeña! Tu ser bueno, amigo
Buena y amiga. ¡No soy un chico, amigazo! Tira esgrima,
como un espadachín de antaño, es genial!
¡Verónica
hija, para mi es una hermosísima sorpresa!
¿Bueno, que les parece si seguimos juntos el paseo? ¿No
quieres venir con nosotras? ¡Con los chicos le decimos tío Edgar! ¡Verás, que
buena persona tienes junto a ti mamita!
Yo conocía ya al señor, hija.
Menos que tú, pero si es tu querido amigo…! Yo…
¡Debes quererlo, mami, debes
confiar en él y ser su amiga! Verónica toma a ambos del brazo y parloteando los
lleva por el oriente, por el Parque Balmaceda.
Están
a gusto y el americano consiguió lo inesperado… ¡Y ella, está tan hermosa! Su
traje, su cabello con un peinado juvenil. Se nota en todos lados que la
primavera comienza. Los ojos de ambos no se separan del rostro y ella cuando lo
mira se pone nerviosa.
Cuando
están llegando a la calle Merced, un grupo de jóvenes se acercan. Son amigos de
Verónica que la llevan casi a la rastra, para jugar un partido de Bóley Ball.
Madelene
y yanqui se han quedado solos. Él para un coche de alquiler y se suben. Ninguno
habla. El con discreta ternura, busca las manos de esa mujer temblorosa. Busca
su mirada y trata de transmitirle, un precioso mensaje.
Ella
lo acepta, llegan hasta un barrio tranquilo, donde casas sencillas y
confortables, llenas de jardines, esperan
a sus dueños. Para frente a una casa de estilo mediterráneo. Unas
enredaderas cubren los blancos muros encalados. Flores de buganvillas de varios
tonos, parecen reventar en rojos.
Paga
y apea. Ella silenciosa lo sigue. Una elaborada reja negra, franquea la entrada
de esa pequeña casa…
Aquí
vivo yo. No tenga temor, Madelene, yo querer mostrar a usted, mis preciosos
tesoros. Pase.
Abre
la puerta de madera tallada. Un piano. Una biblioteca. Él le ayuda a sacarse la
chaqueta de traje. Y la sienta con masculina destreza, en un sillón de cuero
negro.
¡La
mujer está despeinada, algo raro en ella, tan pulcra y femenina! Lo ha dejado
hacer, como si no tuviera, voluntad propia.
Él
busca en un mueble, unas pequeñas copas y saca un licor. Le sirve y haciendo un
ademán, la invita a beber…
Es
bueno. Bebe, te quitará el frío. Además, es de mi tierra.
Me gusta tu casa. Y me alegra que me hayas traído.
Muéstrame tus libros.
Son todos americanos, polacos, rusos, japonés… inglés… Acá,
está, este, está en español. Aprenderé de a poco. Mira Madelene, estos son mis
tesoros. Tiene cuadros, pocos, pero bellos.
¿Amas
la pintura?
La amo. El mira como queriendo decir mucho más. Pero se detiene.
Tiene pudor. Está en su casa y ella puede salir huyendo. Con dulzura le quita
la copa, que apoya, negligente sobre un mueble. Ella se para… Se mira en un
gran espejo y se sorprende…
¡Está,
tan despeinada! Trata de arreglar su cabello y él, de atrás, le toma las manos.
Le quita de a una las horquillas, y lentamente la mata de pelo negro libre va
cayendo hasta la cadera de la hermosa mujer. Parece una colegiala, con su
vestido claro y ese cabello suelto hasta la cintura. ¡La toma con fuerza de los
hombros y pone frente a si!
Perdón, Madelene, no se asuste. ¡Quiero contemplar su
belleza! Yo la amo… No diga nada. Usted es tan hermosa.
Lágrimas, caen lágrimas, del mentón de la mujer-muchacha.
El sin acercase mucho va limpiando con sus manos cada lágrima que cae. ¡Es
Madelene, quien se acerca y le ofrece los labios! Él la abraza y la besa. Parece un gigante rubio,
abrazando a un pájaro.
Ella
reacciona, el hechizo se rompe. Mira el reloj y se aparta. Busca su chaqueta y
le pide que la lleve hasta el centro.
Por Dios Edgar ¡qué me pasó! Soy una mujer casada, con
hijos… ¡Llévame a casa!
Madelene.
Te adoro. ¡No puedes irte!
Debo
y quiero irme. Comprende esto no puede ser. Esto es malo. Mira tomaré un taxi y
me iré… ¡Y tú olvidaras lo que ocurrió,
hoy aquí!
Imposible olvidar que tú me has besado. Olvidar tu cuerpo
infinitamente mío. ¡Ver que ya no estas sola y triste! ¡Ven otra vez, a mis
brazos!
¡La toma fuertemente en brazos y la vuelve a besar! Ella
entre los brazos de hombre se siente protegida amada. Mujer, de nuevo. ¿Por qué
tiene que pasarle esto a ella?
Venga amor, acá junto a mi, yo tengo que decirle muchas
cosas, que no sabe.
Quiero regresar a mi casa. Yo no quiero… no puedo
traicionar, ni traicionarme. Entienda que en veinte años, el único hombre que
existió en mi vida, fue Duilio. ¡Quiero quedarme sola! Pensar, tratar de
comprender lo que me ha pasado hoy junto a Usted. Yo no lo voy a herir con un
rechazo. Pero no quiero avergonzarme, mañana, frente a mis hijos. ¿Comprende…
me comprende?
Yo te amo, Madelene. Yo respeto a usted, querida “chica”,
no se avergüence de amar a mí. Tú estás triste y sola. Yo alegrar tu vida
mucho, tu conocer mi, poco a poco, entrar en corazón de mujer como un ladrón,
pero después tu aceptar mi amor.
La acaricia como a una frágil muñeca de porcelana. Quiere
retenerla junto a él, sin presionarla. No desea que ella lo rechace! Busca el
piano y la sienta a su lado mientras toca melodías fáciles.
Es
algo peligroso, ella está tan desorientada. El comienza a cantarle, canciones
de su patria. No entiende las letras, pero es tan dulce… que se queda quieta.
Es
casi el mediodía, ella siente un apetito atroz. Le da vergüenza ser tan humana.
Se para se enfrenta al espejo y comienza a peinar su cabello como siempre, en
un apretado rodete.
Sabe, Madelene, yo imagino a “Carmen” con cara tuya.
Morena, alta, con incendio en el cuerpo y mirada de estrellas. Biset debe haber
inspirado en vos.
Yo tengo, cuarenta ocho años, no
puedo decirme niña… no soy tan grande… Solamente tengo la pena de ser triste,
siempre sola, mis pensamientos vuelan… siempre por ganas de muerte…
No pronuncie esa feroz palabra. En mi tierra, la muerte
se ha convertido desde siempre en miserable huésped. No dejó de asilarse en
cada casa. Venga y mire que bello sol. Las flores. ¡Allí, está Dios!! Sonría.
Yo la amo… el mundo la
ama… no puede ser así!
Gracias! Gracias, pero ya debo volver. Es la hora que mi
hija regresa para comer y…
Tiene hambre… verdad. Madelene ríe… Aunque sea increíble,
desfallece de hambre.
El
toma su chaqueta, las llaves del auto y salen juntos. Ella ve, por primera vez
el Mitsubishi que maneja.
Alegre
canta y ella lo mira. Se detiene un
segundo en cualquier parte, la besa en la frente y continúa. Es un amor maduro.
Apasionado y triste.
-
Escucha mujer… Yo contare mi vida. Nací en Crakovia. Mis
padres eran obreros de una fábrica de calderas. Antes de la guerra, eran felices
y pobres, como todo polaco. En guerra, mi padre al frente… perdimos contacto
con él… al poco tiempo. Mi madre huyó conmigo al campo. En medio del camino, yo
era pequeño, se acostó en la tierra en una zanja, enferma, exhausta… Yo me acurruquá a su lado y me quedé dormido.
Hacía frío, era en otoño cruento, aunque sin nieve. Cuando desperté mi madre
agonizaba con un hijo recién nacido y muerto entre sus brazos. Yo sufrí mucho,
lloré, grité, pero solo sentía que mi pobre madre se moría. Llego un campesino,
junto a nosotros. Hablo
con dificultad, con mi madre y cuando quise acordar ya había muerto… Me tomó de
los hombros y trató de calmarme. El viejo, me llevó con él, yo me resistía, traté de regresar junto a mi madre muerta y a
ese montón de carne que apretaba entre sus crispados brazos. El viejo me
tranquilizó un poco… Me prometió que enterraría a mi madre. Yo caí en un
desaliento total.
Estaba
sólo en el mundo Madelene… No sabe que sólo, está un niño huérfano, en mi
Polonia, cuándo se queda sin madre. Sentía y no sentía. Ya no tenía fuerzas.
Las tropas de ocupación, estaban cerca. El hombre me llevaba casi arrastrando
entre las piedras yermas. Yo moría, a cada paso, a cada tramo que me separaban
de esa mujer muerta…
Mientras
Edgar habla con dificultad, para pronunciar y encontrar las palabras, llora…
Son lágrimas que ha escondido durante tantos años… Pero ahí, frente a Madelene,
no tiene ni vergüenza, ni siquiera siente que le falte valor, para volver a
vivir su desgraciada vida.
Luego
vino, la dura vida, junto a aquel puñado de labriegos hambrientos. Siempre con
las tropas encima… Crecí, siendo pobrísimo. Pero aquel buen anciano, me ayudó.
Ingreso en colegio. Estudié mucho. Luché. Cuándo recuerdo esas épocas… Era tan
pobre y desgraciado… Cuando vieron mi capacidad intelectual, me llevaron a
Varsovia. Allí aprendí mucho. Luego vino, mis pequeños trabajos, en asesorías
de gobierno. Luego en Rusia. Allí aprendí muchas cosas buenas y malas. Siempre
pobre y solo. Me enseñaron inglés, Alemán… Luego me mandaron a Japón. Allí viví
cinco años. Aprendí a gozar, por primera vez de la belleza, de las pequeñas
libertades, que me permitían.
Seguí
estudiando. Tuve por primera vez en la vida un automóvil. ¿Sabe qué sensación
de libertad, da poder moverse en su auto, sin que nadie lo lleve? Yo descubrí
en Japón, una vida nueva. ¡Conocí comidas, bailes, vinos, ropa, arte, en fin,
era como si recién naciera! Después fui a vivir a New York. Después a Texas y allí
me quede.
Madelene, llegar a Chile, a mi costó mucho. Yo tener que
convencer a un montón de gente influyentes, del gobierno, para que me dejaran
acá.
Ahora yo morir si tener, que perder ese lugar ganado… ¡Amo
mi país pero yo sufrió, mucho allá! Yo conocer a Usted y yo ahora amo este
secreto mío, y suyo.
Edgar se calla y la mira. El coche está hace un rato
detenido frente a la casa de Madelene… Ella hace un gesto vago…
Quédese
un rato en casa… Almorzaremos juntos…
Yo agradecer mucho… pero tener que volver a empresa donde
yo ayudo. Yo querer ver pronto y hablaremos
Ella quiere descender, pero el toma sus manos y con una
inmensa emoción, besa esas manos.
Hasta pronto, esperaré su llamado telefónico. ¡Cuando
quiera, venga a tocar el piano! Por algo es amigo de Verónica. Sale del auto
corriendo y entra en su casa, donde sólo le esperan los domésticos, el
periódico y alguna correspondencia.
Buenos Aires 20 -11- 76
Querida mamá:
Te
escribo para contarte, que rendí bien.
Hoy conocí
las notas y rogué a Dios, que estuvieras a mi lado para decirte que ya estoy en
tercer curso de medicina.
Mamá
soy feliz. No sólo he aprobado con excelentes notas, sino que he sido sorteado
como ayudante en la cátedra de clínica médica. Las guardias que hice, me dieron
un poco de soltura.
Les
cuento que mi noviazgo va “viento en popa”. Soy muy feliz.
Abuela
Guillermina, pregunta si vendrán para Navidad o Año Nuevo. Ella tiene una
infinita paciencia conmigo. La adoro. ¡Es mi segunda novia y será siempre la
misma adorable abuela Guillermina…!
Mamá
¿Cuándo conocerás a Mariana?
Te
besa tu hijo
Marcelo.
Leer una hermosa carta siempre me devuelve, el deseo de
vivir… Tengo que hacer un viaje a mi país y conocer a esa chiquilina!
Voy
a telefonear a Duilio. ¿Le preguntaré si haremos algún viaje o estaremos
ocupados? No lo podré ver… Pasaré las fiestas lejos de él… Será una extraña experiencia…
¿Pero qué me sucede…? ¿Acaso así es la locura? Yo no debo, ni puedo pensar en
nada que no sea mi familia. ¡Debo pensar en Verónica… en Marcelito… los quiero!
Son mis dos hijos… ellos le dan sentido a mi pobre vida. Son mi universo… mi
todo… con Armando… mi pequeño duende, mi ausente…, los amo, no puedo pensar en
otra cosa… Sería una miserable si dejara ese ramillete por lo imposible, lo
intangible, un delicioso y necesario, desvergonzado, irreal… hombre…
¡Jimena venga por favor! Ha tocado el timbre
y aparece la mucama.
Le
Ruego, que llame quien llame, no estoy y para nadie… No deseo hablar con nadie…
Sólo con él. Si Emilio o Verónica. Si llaman de Bs. As. También estoy…
prepáreme el baño y tráigame un café bien cargado.
-
Señora, si desea que le llame a la masajista…
-
Bueno, llámela y pida turno con mi peinador!
-
Algo más…
-
Si, no quiero que me traigan ningún problema domestico…
-
Bien, ya le traigo el café.
Madelene, se desnuda, y mientras va
hacia el baño,
pone
música en la casetera… su viejo compañero… Vivaldi… Mientras toma el baño,
sueña, con su niñez tan lejana… su adolescencia tan llena de alegrías y
hermosos recuerdos… se adormece en esos pensamientos lejanos… Solo la saca de
allí el frio. Cuando sale del baño, la masajista ha llegado y la espera. Se
tira sobre la cama y mientras las expertas manos la devuelven fuerza y rigidez
a sus músculos, se queda profundamente dormida… Sueña… Va caminando por una
calle llena de viejos edificios de piedra…
Son
iglesias antiguas, medievales, entra en una las inmensas puertas se han abierto
y ella entra… en el fondo está el altar casi en penumbra…
Hay
perfume a flores… Ella camina entre las sillas que allí están desiertas… al
final hay un grupo de niñas vestidas de 1° comunión… Se acerca, se ve a sí
misma… cuando la va a tocar para verla mejor se cae al suelo… es una muñeca de
porcelana… con su cara y su pelo y su rostro… corre y tropieza con dos monjes…
Uno es Emilio, la mira con ira y le muestra la muñeca rota… el otro es el
hombre, que la trata de consolar y le muestra una puerta por donde se ve un
jardín lleno de flores y frutos… quiere huir y no puede…
-
Señora… Señora, he terminado por hoy…
-
Ah, perdón Adelaida… me he dormido…
-
Sí, pero, no quise molestarla, ya que la noto muy nerviosa,
llena de nudos… Debe hacer una vida más tranquila… Debe comer bien, alimentos
frescos… frutas, huevos, queso… Además necesita dormir bien…
-
Adelaida, usted sabe, que yo como bien…
-
No sé, creo, que come poco… a deshora. No duerme lo
suficiente…
-
Le prometo, que trataré de hacer lo que me pide…
-
Gracias, señora. Es por su bien.
-
Hasta pronto y gracias Adelaida. Aquí tiene el cheque. ¿La
espero como siempre? Bueno entonces hasta el miércoles.
La mujer sale y Madelene,
se pone una bata y sale al
jardín
interior… Siente frio es casi verano y sin embargo está fresco. Siente ruido y
se asoma…
-
Hola, Madelene, hoy he llegado temprano y con una linda
noticia.
-
Emilio, que suerte que estás aquí ¿Dime, de que se trata…?
-
Nos vamos a Perú con un grupo de gente latinoamericana…
Conoceremos Lima, Cusco, Machu Picchu…
en fin haremos un paseo, magnífico… Llevaremos a Verónica… No te parece
sensacional…
¡Qué hermoso, me
encantará conocer todo ese mundo mágico de los Incas. Perú, es un país lleno de
maravillas… ¡Cuánto he deseado hacer ese viaje…!
Será magnífico. Verónica
estará tan contenta, justo ahora que se le ha dado por todo lo que es “él
derecho del indio”.
-
Y sabes, que tendremos un avión para nosotros, que nos
llevará y nos traerá de un lugar a otro…
-
¿Quiénes, serán del grupo? Acaso irá gente que no conozco?
-
No, irán los Díaz-Sacanga de Ecuador, Echeverria-Carmio de
Uruguay, Don D´Alfonso Carvallo de Brasil… irá tu amiga Florencia Padilla…
Herrera, de Colombia con su marido…
“Entonces también ellos pelearon por lo nuestro, o lo de ellos, que en este caso viene a ser lo mismo. Lucio, la razón y la justicia están de nuestro lado, si hasta el gringo afincado en estas tierras es capaz de dar la vida por defenderla.” Mano a Mano con el restaurador y otras yerbas acerca de Caseros. Luis Alberto Vespa. 1997
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