jueves, 21 de enero de 2021

LIBERTAD… ANSIADA LIBERTAD


Caminaba por el sendero sobre los acantilados. El viento lo empujaba hacia el mar. Se sostuvo de las enormes piedras que servían de pared evitando que las majadas cayeran por el precipicio. Su silbido atrajo a las ovejas que se habían dispersado para buscar su alimento entre las rocas. Las fue llevando hacia la zona cercana a la cabaña.

Encendió un buen fuego. Crepitaban los leños entre las piedras. Un reflejo rojo  semejante a un sueño crepuscular, se fue apoderando de la cara de Timoty. Comió un trozo de pan con queso que le puso tía Cateryn en la alforja. Sentado se apoyó en el rústico pasto del almiar, y se fue quedando quieto. Esa noche las hembras parirán y algunas necesitarán de mi ayuda.  Se quedó dormido.

Un enorme fuego se consumía frente al hombre que lo miraba con curiosidad. Su figura era extraña. “Levántate y camina”, esa voz era turbia y lo llevaba hacia una elevación del terreno. –“Mira tu futuro, debes aprender a cuidar la llama de tu juventud, si no lo haces, serás un pobre pastor senil, sin hogar”- lo hacía andar entre un estrecho pasaje de tierra árida. –“Si no imitas a tus ancestros, será el fin de tu linaje”- “Mira cómo lo hago yo, habilidad que heredé de mis antepasados y te traslado para que sepas realizar esta faena con escrupulosa precisión”. Y lo veía hacer fuego con una pequeña varilla sobre un tronco. Con unas manos rugosas y descuidadas.

 Se fue despertando con el vagido de las hembras en parición. Corrió, pero era tarde dos habían quedado en pleno trabajo sin poder expulsar los nonatos y estaban muertas. El sol se iba despertando y el fuego de la hoguera se dormía. El tío Jeremy lo golpearía al ver su negligencia.  

Miró hacia la cabaña y vio luz. Ya estaban atareados en la cocina y seguro el primo Isaías, ayudando con los animales y el forraje. Sacó un cuchillo afilado y fue separando la piel de los nonatos y de las ovejas muertas. La carne sería secada y ahumada, las pieles guardadas por valiosas.

Cuando terminó, comenzó a silbar y arrastró a los animales hacia el corral. Al ingresar a la cabaña, la tía Cateryn estaba arrebolada con el fogón donde se cocinaba una sopa de habichuelas y carne  de conejo. Se detuvo ante la imperiosa voz del tío. –Jovencito… ¿cuántas ovejas nacieron anoche? ¿Y qué traes ahí entre tus prendas?

El ancho capote de lana no logró ocultar el bulto de pieles y carne. –Nacieron siete y dos murieron… en el trabajo de parto. -¿Madre y cría? No puede ser y ¿Tú qué hacías para evitarlo?- Y se fue a la clava donde pendía un lazo de cuero. Lo tomó con ira y en sus ojos se encendió ardiente la ira. –Eres un indolente, un necio, un malvado… no tienes futuro- y comenzó a azotarle las piernas. No comerás hoy en nuestra casa. ¡Vete! Arréglate como puedas haragán, estúpido.

Timoty sin decir una sola palabra dejó la carne y las pieles sobre un mesón junto a la olla que borboteaba en la cocina. La tía lo miró con tristeza. ¡Ese pobre muchacho era tan poco hábil para las tareas que se le encomendaban; que pasaba muchos días en el granero junto a los animales, sin comer. Se quedaba dormido hasta que Tom, el perro, lamiéndole el rostro, lo hacía volver a la realidad. Salió disparado pero no se quedó en el habitual linde. Salió a deambular por el bosque, silbando una canción que recordaba solía entonar su padre cuando vivían en York. Tom, lo seguía con la cabeza gacha y la lengua sedienta con saliva que dejaba un hilo en el frío terreno como para saber regresar. Se sentó en un árbol que había derrumbado el viento, esa racha de aire que desgajaba abedules o pinos enromes, que a veces solían juntar en la carreta y luego secaban para tener buen fuego en el duro invierno, que era violento en la región. Olvidó la alforja y allí tenía cerrillos para encender el fuego. Recordó su sueño, el viejo que le había mostrado como prender la llama sin fósforos. Tomó un tronco de pino y lo apretó bajo los pies, y con un palillo comenzó a frotar, le dolían las manos, le sangraron por hacer tanta fuerza hasta que un sutil humito comenzó a desprenderse entre las hebras de lana que había acomodado junto al palo. Lloró, por primera vez en muchos años lloró y de su garganta salió  un amenazador grito gutural. Era su triunfo sobre la muerte.

El fuego asustó al can que comenzó a gruñir y luego corrió hacia la espesura del bosque. Estaba solo. Estaba vivo. Estaba libre.

Comenzó un ritual de antiguas brujerías… dando vueltas y vueltas en rededor de la fogata, blandiendo un cuchillo que por pequeño parecía de juguete y no de un guerrero.

Tom regresó y le lamió las manos heridas. Lo acarició y sintió que ya no necesitaba a sus tíos y el albergue que le obligaba a ser un servil ayudante para subsistir. Ya era hombre. Ahora se animaría a ir a la ciudad a buscar en el bar alguien que le pagara por su trabajo. Pero esperaría un poco. Primero tenía que recuperar los papeles que guardaban en la casa en un antiguo baúl, sus parientes. Conocería su verdadera identidad, su origen, su casta y con eso estaría más liberado. No tuvo miedo. Se animó a pasar la noche en la espesura y con una fogata que ahuyentaba a los lobos y alimañas hostiles. Lo despertaron los gritos de Isaías y su tío Jeremy. Lo estaban buscando. ¡Bueno, parece que se asustaron! Mejor contesto y que vean que ya soy un hombre. Sintió un hambre feroz. Ellos llegaron guiados por el perro. Lo abrazaron y lo tocaban para cerciorarse que no estaba herido. Solo las manos muy despellejadas. Regresó caminando lento a la cabaña. Tía Cateryn le puso frente a la nariz un jarro de cerveza y un trozo de carne asada con manzanas y patatas. Comió con desgano, no quería perder su libertad y dejarlos pensando que era un triste hambriento. Sacó de su capote un puñado de setas que recogiera en el bosque y que Cateryn apreciaba mucho, las dejó sobre el mesón y se fue a los corrales. El perfume envolvió la cocina.

Isaías, se acercó y le preguntó si en la noche no había oído a los fantasmas. Su risotada desperdigó a las gallinas y a los gansos. - ¡Fantasmas… si que eres niño!- y siguió recolectando huevos de entre los nidos de las aves. -¡No me hagas reír tanto, yo no solo no le temo a las ánimas ni creo en fantasmas! Mi madre me enseñó a exorcizar con un rito de los antiguos cristianos que habitaban por aquí. – Tom se acercó y le traía en el hocico una paloma cazada por él. –Toma, llévale a tu madre para que la ponga en el cocido, que con esas setas y nueces que recogí ayer, se harán un festín. Acarició al perro y con sumo cuidado colocó las diferentes posturas de aves en canastos con paja seca.

Ingresó a la casa y el calor interior invadió su cuerpo helado por el aire frío de la región. ¡Qué gozo proporcionaba el hogar con el perfume de los leños que crepitaban en el fogón! La vida. Un sueño que iba despertando su instinto de muchacho veinteañero.

Pidió prestado el caballo para ir al pueblo. Con rezongos el tío le permitió aprestarlo y cabalgar. Disfrutaba su libertad.

Después de un tiempo a lo lejos escuchó el murmullo del río y el ruido de los jamelgos sobre el puente de madera que permitía entrar en el poblado. Las primeras casuchas tenían el color humo de las chimeneas primitivas. Vio algunos escoceses que con su ropa típica se movían rumbo a la taberna. Otros iban a comerciar en la feria del lugar.

Se cruzó con familias que junto al padre seguían de a pie el camino. Llegó a la calle principal, pasó frente a las ruinas de lo que fuera un convento antes de la persecución, vio algunos mendigos que buscaban una limosna entre las manos laboriosas de los granjeros, y algunas muchachas que mostraba su figura tratando de conseguir clientes para las tabernas. Recordó desdibujada a su madre. ¡Era hermosa! Recordó el cabello rojo que se desparramaba sobre su espalda como lenguas de fuego, sus ojos grises y su boca pequeña. ¡Esos labios que lo besaban cada noche cuando era pequeño! Suspiró. No podía llorar, era un hombre y libre. Un soldado se plantó frente a él y le propinó un puñetazo. Ahora eres un soldado del rey, irás a la lucha con la bandera de tu país. Lo maniataron y cayó del caballo. Rodó y así se perdió en el tiempo la memoria del pequeño Timoty. Había perdido su lograda libertad.

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