1-
Ya está lista. La lavé. La peiné. La envolví en su manta de paño con los colores que dispuso el anciano Isai Natuba. Eso fue hace como cien años. Nadie lo conoció. Ahora, todos piensan que nunca existió. Pero todos nos movemos al ritmo, que desde su fantasmagoría, él, imprime en nuestras vidas. Ya la pueden exponer para el canto y las ceremonias. Ella es
Amarinda Bella, la mujer mejor cuidada en la ciudad, después de la primera dama, que vive en una casa alejada de su pueblo. Acaba de morir, sin embargo, una extraordinaria mujer. Mi abuela. Amarinda Natuba.
Hablar de la
legítima esposa del “Señor” Don Felisardo Lastenes Gómez Romero, eterno
presidente de
La mortaja la hizo la señorita Libia. Le acerqué el antiguo dibujo trazado con mano ágil de Isai Natuba, que amarillea en el aparador de caoba y palisandro. Lo trajo en uno de sus viajes, según contaba Amarinda. Costó encontrar esos colores brillantes, la textura en los paños y telas. Lograr, en pocas horas, bordados con todos los signos que están escritos en un idioma que ninguno de esta enorme familia entiende. Debe ser algún lenguaje esotérico. Isai Natuba era negro y su sangre, dicen, era más fuerte que la de un buey. La señorita Libia, sabe muchas cosas, pero sólo bordó cuidando en cada puntada, no distorsionar el mensaje. Si llegaba completo, ellos, los ancestros recibirán sin ninguna duda a la querida y bella Amarinda. Los espíritus son como los ángeles, se conocen entre ellos. Nosotros apenas vislumbramos a quien está frente a nosotros. Ellos en el otro espacio, el de los muertos, se miran y saben hasta el nombre y de dónde viene ese difunto. Por eso hay que ponérselo todo. Hasta los zarcillos de piedras de coral azul que usaba en el día que el caballero la robó. La sábana que guardaba con su sangre. Las trenzas que le cortó esa madrugada y los calzones de lienzo, amarillentos, por los años transcurridos. Además de la mortaja que bordó la señorita Libia, todo debe ser ubicado junto a ella.
Ya llegaron varios llorones. Traen flores de jazmines y jacarandá. Van formando corolas entre cruzadas. Por todos los rincones hay jofainas con agua clara bendecida por el “viejo barbudo” vestido de blanco que nos mira con extrañeza. Y nosotros a él. Pero cada uno en lo suyo. Él con su Dios y nosotros con nuestros mandatos familiares. No hay discusión.
Un mestizo acaba de entrar con una enorme corona en forma de corazón, hecha con diamelas, en nombre del dictador. Toda la gente, espantada, se hace humo. Yo y el “viejo barbudo”, nos quedamos aquí, quietos, mudos. Agradezco con dos palabras o una, tal vez, el miedo no me deja recordar. El anciano, comienza a echar agua bendita y a ahumar con incienso a la muerta. Amarinda, se hubiera levantado para tirar por el alcantarillado esa blonda del dictador. Pero no puede. Yo no me atrevo y el monje tampoco. Ya fue preso muchas veces por hablar de las cosas malas que sabe del dictador. Lo apalearon. Casi lo matan, si no fuera por el mestizaje de los barrios pobres, ya estaría como muchos perdido en la selva.
Suena la campana de ingreso a la hora del estado de “sitio” como dicen. Ya nadie puede andar por la calle, aunque sea un festejo de mortal en camino al infierno o al paraíso. Ahora nos quedaremos solas. Amarinda y yo, su nieta.
2-
Este barco apesta y la oscuridad me impide ver a los que han
atado a mi cadena y a pesar de ello, distingo a los que por las diferentes
lenguas hablan Se quejan y pienso que si
una vez al día nos dan agua en un balde de madera con olor y sabor a podrido me
alcanza o cuando me tiran pan enmohecido me da nausea otras, a veces, me sabe a cuzcuz a miel y a mango y otras es hiel
y sangre y miedo y estos infelices les debe parecer pescado o manjares
diferente a los nuestros Ellos parecen chinos o birmanos aunque nunca los he
visto con luz y no puedo comunicarme El olor a mierda nos igualó enseguida porque no nos sacan a cagar
afuera como se debe hacer con un hombre, soy un sometido que capturaron cerca
del río Hago mi suciedad acá debajo de mis pies y tengo rabia Al principio olía
a jengibre y ajo A madera y grasa y ahora el olor es el mismo a orín y mierda
No me muevo para no tener desgarros en los tobillos donde tengo las argollas de
hierro y las cadenas Los palos en que me ataron me hacen sufrir porque apenas entré
me golpearon brutalmente. Caí replegado sobre mi vientre Herido Soy un hombre
jefe y tengo mando allá en mi tierra Sólo abrieron un poco cuando entró un
grupo de chinos o coreanos pero no sé
porque fue después de navegar un largo tiempo entre marejadas enormes y bravías
Dormito cuando me sacudo con el traqueteo del barco y ya
nadie solloza suplicando ayuda Yo tampoco nadie me escucha ni escucha a este
puñado de muertos vivos y eso que hay mujeres Entiendo que debe haber hembras y
niños por el llanto y los gimoteos Ayer sentimos que paraba el motor y que
navegábamos en silencio porque debemos estar cerca de algún puerto o algún
barco de bandera que debe haber avistado el nuestro Seguro es pirata como nos
dijo el jefe Matamo Ombatu que este
navío debe estar con cuidando y nosotros también cuando uno sale de la aldea yo
me alejé detrás de una cebra y me olvidé de lo que me dijo el jefe y mi padre
cuando me iniciaron en la ceremonia de adulto y sentí el ruido de la caída de
carpas y velas a las que ya estoy acostumbrándome y han recuperado cuerdas y cadenas de amarre y se
escuchan voces de otros hombres aunque lejanas y como bajo un trapo o el agua
porque deben tener miedo que los ataque alguien como ellos atacaron en la
orilla del río en la cacería en donde me encontraba con Ume Tomana tratando de
emboscar una vieja presa para agregar al fogón en la aldea y ahora han abierto
una de las puertas y entra un aire salobre y sano de mar limpio que
me recuerda la vida en mi tierra y oigo gritos y también insultos en idiomas que no entiendo como no entiendo qué
hago acá todo lleno de gusanos y mierda pero siento palmas que golpean los
infelices que ayudan al gran jefe del barco que entra con un hombre rubio alto
y vestido con un trapo claro un látigo y trapos blancos que brillan como telas
de araña en el frente de la panza y sobre la barriga magra y seca lleva una
faja azul roja y blanca que se enrosca y
lleva apretado con sus dedos afilado llenos de sortijas de oro un pañuelo sobre
la nariz ¡claro que no puede respirar en
ese ambiente de muerte y excrementos y sopesa
los músculos mustios de varios hombre y toca los senos y caderas de
algunas mujeres y arranca tres niñas de los brazos de sus madres que gritan y
yo sólo no puedo ni moverme para ayudarlas y reciben un latigazo en la cara
después sale y oigo gritos en varios dialectos y he visto gente de mi raza de
raza bantú de ojos pequeños y vientres abultados por parásitos y hambre y he
visto mujeres semi desnudas atadas a hombres que casi ciegos les restriegan un miembro
viril muerto para ver si aun respiran y uno que habla algo de bantú dice Macao
y yo digo Pemba pero tengo la piel negra muy negra y él tiene la piel
amarillenta casi verde como sus ojos aureolados de un salitre lagrimoso que me
da miedo no será un fantasma pero es joven y pequeño de estatura pero bien
fuerte se nota que ha sido alimentado
por su tribu y sus músculos han liberado empeño en las tareas aunque ahora ya
las haya olvidado así escondido como estamos y no lo han visto y por fin sale el blanco y cierran y en un par
de interminables horas que han pasado el barco vuelve a navegar pero el aire se
ha renovado un poco y han tirado agua hasta limpiar un tanto el sepulcro en el
que viajamos a la nada.
Arrastrando las cadenas se acerca a mí y en
su lenguaje gutural que no escuché nunca en mi aldea me trata de hacer comprender
quien es ¿quiénes somos? ¿acaso aquí pertenecemos a alguien o algo? se ilumina
una pequeña brecha en la madera y vislumbro la luna que brilla en la noche y
sueño con la libertad y siento un estruendo y yo que soy un viejo pescador de
mi isla sé que han chocado con arrecifes y es nuestra esperanza única que esta madera podrida se desintegre y
podamos salir para siempre de la tumba en la que estamos o tal vez vayamos a
otra tumba la de la muerte pero a la libertad porque la muerte es otra clase de
libertad.
Los golpes fuertes de madera astillada que oímos y los
corales filosos han quebrado el casco podrido y en la brecha entra agua con espuma
que duele en nuestras heridas y gritamos todos porque estamos atados y como no
tenemos fuerzas y estamos tan doloridos tendremos una muerte segura pero se
quiebra uno de los sostenes y nos deja medianamente sueltos y la chirona se
agranda y me arrastra una ola junto a una pequeña mujer amarilla pero por
influencia de los demonios que debe atraer su largo cabello negro se enreda en
las astillas entonces me grita porque debe
sentir un gran dolor pero yo la tironeo y logro sacar mis piernas por el
drenaje recién abierto y entro en un mundo oscuro y helado que cubre mi cuerpo y mi mente se recalienta
pensando en ese puñado de hombres y mujeres que arrastro con mis argollas y
cadenas y siento apretada a mi piel que se abraza la hembra salvaje y que clava
sus uñas afiladas en la piel de mi brazo que pierde sangre a borbotones
entonces pienso en los peces que comen carne humana y no puedo detenerme por lo
que nado mucho y me dejo llevar por el recuerdo de mis buenas pescas de ostras
en Pemba y así es donde subo a la superficie y veo a los hombres que se dejan
caer por todos lados desde el trinquete a la popa y desde el carajo hasta la
cabina del jefe maldito y hay un amasijo de gente de todos los colores y sus
gritos suenan a tambores de guerra porque es
Mi compañera de miserias sigue como una anguila mi escape
y el pequeño chino y una mujer de mi raza a la que está atado nos siguen y dejan escapar de sus brazos un bebé y también
huyen pero saben que el bebé flotará y lo matarán los arpones de los villanos
que sobrevivan porque son brujos del infierno y hay que seguir nadando y alejarme
hacia donde me lleve la corriente pero quiero separarme de los ladrones que han
caído como cucarachas al agua y yo que estoy tan flaco pierdo una de la
argollas de hierro que me sujetan a la cadena y me deshago de la otra y la
mujer me estira sus pálidas manos plumosas y débiles para que la atrape del
cabello y sigo sin espiar más porque no me detiene nadie y veo la luna que me permite alejar y atrás de mí a otros que
desgraciados aun no se han sacado las grampas
de hierro los miro como se hunden en la marejada igual sigo aunque la sal me quema
yo sigo alejándome y se alejan cada vez más los que iban tras de mi cuerpo pienso
que parecemos dos delfines fantasmas con linaje de estatuas de azabache y seda
que huyen hacia una negra oscuridad pero agotado me dejo llevar por la
corriente y cada tramo estoy más apartado de la maldad de los piratas y mi
amiga la luna se va escondiendo entre los altos riscos y me invita a
desentrañar una huída hacia sitios más seguros y yo siento el filo de los
corales en mis piernas doloridas y hay un sinfín de peces que lamen mis heridas
y picotean y succionan el líquido que sale de las entrañas de músculos y
vísceras.
Ahora tocamos con los pies la arena y hemos llegado al
punto de la playa por eso corro y me sigue la extraña joven le escondo mi
cuerpo entre las malezas pero se esconde junto a mí tiritando me avergüenza
porque está desnuda y aterrada pienso como se siente sola y cuidadosamente nos
alejamos internándonos en una extraña jungla de árboles sumergidos donde el
griterío de los monos en la noche nos alienta a seguir hacia lo más profundo de
los palmares que son parecidos a mi aldea pero nos caemos varias veces y
estamos muy doloridos con los cuerpos heridos y muertos de frío por lo que cada
pierna y brazo busca un breve descanso que creo no vamos a lograr si queremos
escapar vivos por ahora de los malvados y veo en la penumbra una enorme gruta
en la muralla de roca que nos enfrenta desde la playa y allí nos protegeremos
por un tiempo breve no sea que cualquier rastro de sangre o marca de pisada
pueda ser un enemigo que nos traiga al infierno de nuevo.
Rendidos caemos sobre la arena seca y fría.
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