jueves, 14 de enero de 2021

LA MUJER DE VESTIDO DE SEDA

  

             Ludovica está triste. Tiene un dolor revoloteando en su pecho. Vino llena de sueños a la gran ciudad y allí, se encontró con una vida de soledad y frustraciones. ¡Nada era igual a lo que le mostraban en la radio, cuando escuchaba las novelas de Migré! Sin un vestido bonito, con el cabello oscuro y zapatos de tacón gastado, nadie la dejaba entrar a los salones bailables ni al biógrafo. Había que pagar en todos lados. Algunas veces, un anciano de la calle Corrales en la ventanilla del cine, le daba un papel y la dejaba entrar, claro que después le tocaba un poco las nalgas, pero ella se hacía la sonsa y volvía con algún estreno.

            En la pensión, limpiaba los baños y ayudaba en la cocina. Le daban de comer y una cama que cuando se tendía hacía más ruido que un furgón lleno de hierros viejos. Allí vivían varias muchachas, y hombres. Eran obreros y chicas que se hacían las “bataclanas” y apenas podían juntar unas monedas para entintarse el pelo y comprar alguna chuchería que resaltara sus figuras. Los muchachos, comían como lobos, con el estómago abierto como hoyo de curtiembre. Nada alcanzaba, ni la sopa, ni el pan, ni los guisos que hacía la patrona. Las chicas comían menos para no perder lo único que tenían, los cuerpos de ninfas pobres.

            Ludovica se propuso cambiar. Un día se paró en la puerta de un gran hotel y esperó algo… o a alguien que la viera. ¡Y la vio un hombre que había bajado de un auto negro! Le sonrió y la invitó a comer con él, en el hotel. ¡Ese día se descompuso de tanta cosa rica que comió!

            Él, le dijo que la esperaba en la radio “La Mundial” a las 8 horas. Y ella fue con su mejor vestido (el único) y una de las chicas le prestó un labial y la peinó con un hermoso rizo en el costado y le puso un “Kohol” en las pestañas. ¡Estaba hermosa!

            El hombre entró y casi arrastrándola, la hizo sentar frente a un aparato que supo, después era un micrófono. Canta. ¿Cómo, si yo no soy cantante? Ayer cuando te esperaba en el pasillo del hotel, te oí cantar y lo haces bien. Canta igual que ayer. ¡Y cantó! Y pronto llamaron a la radio preguntando su nombre y que cantara otras canciones.

            Le hicieron aprender varios boleros y canciones amorosas y ella, hizo todo lo que le obligaron hacer. Cuando pasó el mes, le dieron un sobre con mucho dinero. ¿Era famosa! Había triunfado.

            Salió de la radio y caminó despacito por la calle Matriz y en un local entró y se compró un vestido de seda rojo fuego, unos zapatos de tacón de charol negro y un bolso de piel brillante. Luego, caminó hasta el tranvía y cuando llegó a la pensión, las muchachas y los hombres la aplaudieron. ¡Ludivica, canta ese bolero tan romántico! Cantó y las lágrimas le hicieron correr el “kohol” por las tersas mejillas de muchacha pobre.

            Dicen que con el tiempo, hasta viajó a otros países cantando, vendió discos y hasta filmó una película. Pero, también dicen, que el hombre que la hizo triunfar, una noche, borracho, le dio un balazo en el pecho y de su vestido de seda rojo floreció un margaritón negro de sangre joven. Ludovica es una leyenda entre las muchachas que sueñan con ser “La voz” en la ciudad.

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