jueves, 14 de enero de 2021

MI CIUDAD ES UNA CALLE SIN TIEMPO

 

                                                               Me asombra  siempre  despertarme y comprobar                                               que he acertado una vez más con este lugar en el mundo.

 

 

                Mi ciudad es una calle sin tiempo. Puedo caminarla sin perder el ritmo de cientos de relojes y carteles que atropellan la mirada ingenua de la gente. Miro para cada lado y veo una muchedumbre que anda entre músicos callejeros, mimos disfrazados de mil colores y personajes de historieta.

Nací como nacen todos los humanos: débil, chillando y tratando de prenderme a los pechos de mi madre. Crecí con la porfía de cualquier soñador. Tenía que llegar a espacios siderales, a ser un mago de la vida, caballero de extrañas aventuras. De niño troté en animales fantásticos e imaginarios, caminé en desiertos de plantas perfumadas, jugué con campeones que nunca lo fueron. ¡Un loco soñador y arriesgado inventor!

Crecí. ¡Qué pena! Crecí como todos crecemos, golpeándome entre las murallas de las incomprensiones. Yo era el demente. El fantaseador. El embustero.

Me cansé de escudriñar los mundos paralelos y tuve que acomodarme a la realidad de afuera.  ¡Pero adentro de mí…vivía un soñador!

Los calendarios se fueron apiñando entre hojas de papel amarillas y viejas. Por doquier, había plumas y tinta y papel secante que limpiaba mi sonrisa de trashumante. Dormía con presteza. Soñaba y volaba por los mundos más lejanos y dispares. Me encerraba en bibliotecas a transitar las playas, las dunas, las ciudades, los muelles y los trenes.

¡Allí ha vuelto el loco, se decían! El que sube a los más altos estantes de la biblioteca donde se dejan los libros que no lee nadie. Él, los trae y se sienta en el escalón hasta que tenemos que echarlo. Lee y lee. Y se ríe solo y hasta algunas veces canta y habla con las hojas rotas de los que por antiguos se van deshaciendo como “el libro de arena de Borges”.

Me estoy volviendo viejo. Ya las canas han comenzado a poblar mi memoria. Las calles que transito son ruidosas y apestan. La gente no lee, corre sin verme, me atropellan. ¡Pobres gentes! Si es tan bella la acera en otoño. El árbol en invierno cubierto por la nieve. Ver como una suave pelusa de verde primavera se cuela entre el cemento. ¡Y el verano, con el sol que calienta cual infierno del Dante! Pero no, nadie se detiene a mirar.

Vuelvo a mi pequeño mundo familiar y como un plato de legumbres mientras leo a Bocaccio, o a Hernández, tal vez releo a Vallejo y sus poemas. Luego me duermo. Me distraen los trinos de los pájaros que madrugan y llaman a mi ventana, buscando alpiste o carne. Son mis amigos y saben esperarme. Mi ciudad es un lugar sin tiempo.   

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