El barco apesta y la
oscuridad me impide ver a los que han atado a una cadena a pesar de todo los
distingo por las diferentes lenguas que hablan que asco el olor me deja
atontado me siento mal hambriento aunque
una vez al día nos dan agua en un balde de madera oloroso a podrido
y tiran por un boquete de la cubierta
panes enmohecidos ahí lo recuerdo a mi padre a Radame Momboto nuestro jefe tan
oportuno en su reflexión sobre lo que pasaba en la aldea pero este olor y la
mujer que está atada a mi es seguramente infeliz al alimento que me dan pienso
que sabe a cuzcuz a miel y a mango a
ellos los otros desgraciados les debe parecer pescado o a manjares de sabores
diferente a los nuestros porque ellos parecen chinos ya no puedo comunicarme y
el olor a mierda nos igualó enseguida es que no hay retrete ni selva ni río hacemos acá
mismo bajo nuestros propios pies me siento una asquerosidad es que al principio
olíamos a jengibre o ajo a madera o
grasa ahora el tufo es el mismo es mierda no me muevo para evitar desgarrarme los
tobillos donde tengo las argollas de hierro las cadenas y los palos conque nos
ataron apenas ingresamos el olor es nauseabundos sólo abrieron un poco cuando
entró un grupo de orientales son tal vez chinos o coreanos no sé fue después de
navegar un largo tiempo entre marejadas enormes y bravías estoy cansado
quisiera agacharme dormir sobre la estera limpia de mi choza o en el pajonal
junto al mar de la isla Pemba mi isla
maravillosa que debe estar tan lejos ahora se me cierran los ojos y la hembra
que se apega a mi es como un reptil amarillento y huele a mierda y sangre como
todos tengo sueño mucho sueño dormitaré nos sacudimos con el traqueteo del
barco y ya nadie solloza suplicando ayuda yo nunca bajaré mi dignidad de
pescador de Pemba eso entiendo que han hecho especialmente las hembras y los niños ayer
sentimos que paraban el motor y que navegaban en silencio mi oído fino me
alertó que debemos estar cerca de algún puerto o algún barco de bandera y que
debe haber avistado el nuestro se deben estar cuidando ya que siento el ruido a
la madera de la planchada a la caída de carpas y velas a recupero de cuerdas y
cadenas de amarre ahora han abierto una
de las escotillas por fin entra un aire salobre y sano de mar limpio oigo gritos
puteadas en diferentes idiomas aplausos que no tienen sentido para la gente
¿gente? penetra una luz que primero nos ciega y luego nos permite ver entrar a un
hombre rubio alto vestido con un levitón claro una fusta en una mano y encaje
blanco en el frente y sobre la barriga magra y seca una faja azul y roja y
blanca que enrosca sus apetitos mezquinos él lleva apretado con sus dedos
afilados llenos de sortijas de oro un pañuelo sobre la nariz ¡claro, no puede
respirar en este ambiente de muerte y excrementos¡ sopesa los músculos mustios de varios hombres palpa
los senos y caderas de algunas mujeres está arrancando tres niñas de los brazos
de sus madres que gritan ¡que va si sólo reciben un fustazo en el rostro! Sale
y los gritos en varios dialectos rechinan en la repetida oscuridad yo he visto
gente de mi raza bantú de ojos pequeños
y vientres abultados por parásitos y hambre y ya volvió el olor penetrante a
mierda odio siento odio si pudiera tomaría mi lanza además he visto mujeres
semi desnudas atadas a hombres que casi ciegos le restriegan un miembro viril
muerto tal vez para ver si aun respiran si están vivos ¿yo estoy vivo o estoy
metido en una pesadilla de esas que tenía de niño? ahora soy un hombre de la
tribu bantú tengo la piel negra muy negra y el orgullo de ser elegible pero no
quiero que me vea no me han visto sale el blanco y cierran esperamos un par de
interminables horas y el barco vuelve a navegar uno que habla algo de inglés
dice Macao yo digo Pemba él tiene la
piel amarillenta casi verde me recuerda a ciertos pájaros de mi aldea sus ojos
aureolados de un salitre lagrimoso me observan es joven pude ver que es pequeño
de estatura pero bien fuerte pienso en los jóvenes de mi clan a veces tan
alegres y valientes en la caza pero el aire se ha renovado un poco y han tirado
agua hasta limpiar un tanto el sepulcro en el que viajamos a la nada al abismo
de una muerte segura la mujer que está atada a mí se muestra después de que el
ruin se fue y arrastrando sus cadenas se acerca y en su lenguaje gutural me
trata de hacer comprender quién es y el de Macao se deshace en gestos que no
comprendo y él tampoco ¿quiénes somos? ¿acaso allí pertenecemos a alguien? se
ilumina una pequeña brecha en la madera y vislumbro la luna que brilla en la
noche de nuevo el fuerte olor me marea pero un estruendo y yo que soy un viejo
pescador en la isla sé que han chocado con arrecifes eso es mi esperanza o
nuestra esperanza que esa madera podrida se desintegre y podamos salir para
siempre de la tumba tal vez a otra tumba pero a la libertad escucho golpes
fuertes y la madera astillada hagan silencio le vocifero a todos los
desgraciados que tiemblan y los corales
filosos han quebrado el casco podrido y en la brecha entra agua los dioses me
han escuchado la espuma me hiere y a
todos las heridas ya no gritamos estamos atados y tendremos una muerte segura mejor yo que
prefiero morir a seguir así ahora se quiebra uno de los sostenes y nos deja
medianamente suelto a la mujercita que está junto a mí y yo vaya la chirona se
agranda me arrastra una ola junto a la pequeña mujer amarilla su largo cabello
negro se enreda en las astillas grita de dolor pero yo la tironeo y logro sacar
mis piernas por el drenaje recién abierto solo que un mundo oscuro y helado me
cubre y tengo el cuerpo helado y mi mente se recalienta pensando en ese puñado
de seres que arrastro con mis argollas y cadenas pero apretada a mi piel se
abraza la hembra salvaje y no me interesa porque quiero la libertad y el
olor de la selva y el mar y ella clava
sus uñas afiladas en la piel de mi brazo que pierde sangre a borbotones pienso
en los peces que comen carne humana ahora no puedo detenerme sólo deseo nadar
me dejo llevar por la marejada recuerdo mis buenas pescas de ostras en Pemba subo
a la superficie y observo a los hombres que se dejan caer por todos lados desde
el trinquete a la popa y desde el carajo hasta la cabina de uno que se dice
jefe ya hay un amasijo de gente de todos los colores y sus gritos suenan a
clarinadas de guerra es
jueves, 29 de abril de 2021
EL BARCO MACABRO
NUESTRO PARAÍSO
A la saga de un centauro correremos...
me dijiste, empinando mi cuello sobre el muro
de espejos de la alcoba
el mundo pareció descalabrarse en estallidos,
caían rastros de tormentas en el lino blanco de la cama
fuego, mucho fuego de antorchas
destruyendo la calma de nuestro paraíso.
Y el paraíso se transformó en un mar embravecido.
Cada ola era una ráfaga de pétalos de suave terciopelo,
donde una mano atrapaba los suspiros.
Hoy somos un puñado de loicas que cantan lejos
y los nidos están desparramados como fuentes sin agua.
Me dijiste haz silencio mientras besamos la piel
mientras vemos el sol apagarse tras los muros.
Las montañas se abren en bramidos rotundos y voraces.
La nieve cae entre las sábanas que lloran el néctar
de tus besos y mis besos que perdimos en la noche.
¡Mira el centauro que nos quiere tentar con sus rugidos!
LLUVIA EN LA TARDE
Es necesario estar allí, en el silencio del atardecer. Las aves rumorosas que chillan sus chismes con el plumaje abierto al rocío, el sol gime con el color azul-índigo que roba al poniente y la compañera soledad, se acicala para cubrirme con su misterio. Me molestan los insectos que ronronean en mis oídos y me pican histéricos la piel, hasta hacerme brotar enormes bultitos rojos que rasguño hasta sangrar. Mi barca, se sacude suavemente en las ondas bermejas, azules y violetas del lago. Un fuego insolente se desplaza ágil en el horizonte, convirtiendo el verde en un matorral ígneo. Leo en la carta mil veces desplegada y cuya tinta se desdibuja en el papel. Una y otra vez, leo.
Recuerdo el día que te fuiste. Tu alejarte fue un hecho disparatado, ilógico. Pero cierto. Egoísta pero feraz, ya que me hizo crecer este delirio que bailotea en mi estómago. Te extraño. Y temo pensar en un amor imposible entre el tiempo y la última despedida en que quisiste besarme y yo huí, como una pequeña gacela asustada frente al cazador astuto. Me parece aun sentir tus labios tibios sobre mis labios. Y una mano que pretendía asirme. Escapé a tiempo, no se si pudiera resistirme después de tanta soledad. Eres un sueño. Inalcanzable, como esas nubes que van cubriendo el cielo. Lágrimas finas que se dejan caer sobre mis senos olvidados. Sobre mi brazo inerte con el papel mojado por la tenue lluvia en esta tarde en que te digo adiós, definitivamente. Adiós.
Despedirse de un amigo intangible es como correr hacia el olvido. Tu muerte prematura se despliega frente a mi y soy una pequeña presa asustada por el miedo a no saber si alguien, un ser especial como tú, me ama como decías amarme. Yo sabía que no era cierto, pero en mi profundo e íntimo dolor, soñé, algunas veces, que eras el amante perdido. ¿Quién me mirará desde los confines con la mirada sedienta? Cada noche más solitaria y confusa. Y en este tiempo de vendimia, cuando ya caen las hojas enrojecidas de la viña, caminaré descalza por la tierra buscando un grano vital, ese que se transforme en jugo posible de vino nuevo. El vino que bebiéramos en aquel mar arrogante junto al cielo. Ahora llueve. Es el atardecer y llueve. Navegaré hacia la otra orilla. Donde habré dejado olvidado mi inquietud, y ruego, que vueles con los pájaros hacia el infinito. No me esperes, nunca iré a tu encuentro. Ya no soy esa niña que otrora cedió su mano para tocar tu piel y tu sonrisa. Llueve en la tarde y es el olvido inevitable para seguir viviendo. Otoño, qué tiempo para partir sin destino conocido. Oro y cobre. Ese el tiempo en que te has ido. Cuidaré tu nombre, lo ataré con cordeles a los álamos
inertes. Será un estandarte al viento, cabalgando las cimas de las montañas, capitaneando las cabalgaduras en la estepa sombría, así será tu nombre. Un pañuelo agitado al sol. Un adiós sin quebranto. Un beso sin destino. Aire. Y tu cuerpo, efímero compañero; encarnadura de estirpe sometida, estará ahuecada en la ladera de la tierra. Será vid y tan pronto revivirá en vino nuevo. Otro otoño distante en el recuerdo.
Llueve sobre mi barca sedienta de silencio. Canta un pájaro y vuela. Se pierde en la oscuridad y ya es noche. Sin luna y sin estrellas. Noche, sólo noche.
LA COFRADÍA DE LOS ANIMALES
La comadreja corrió por la orilla del
arroyo Piráe y buscó al aguará guazú que se escondía del hombre para
sobrevivir. No la veía por ningún lado hasta que se subió a una elevación del
terreno. Avistó al oso hormiguero y le gritó la consigna. – ¡Reunión en el
claro del monte ¡ - El sonido de su chillido se oyó en toda la zona.
Emergieron cabezas de varios animales: el tatú carreta, el lobito de río,
vizcachas de varios colores, algunos guasunchos o cervatillos, carpinchos curiosos
y hasta una yacaniná ñata. Las aves volaron en todas direcciones para llevar el
mensaje. El gato del monte necesitaba urgente una reunión en forma rápida. Los
guacamayos ruidosos se elevaron en vuelos veloces entre los altos árboles de la
selva. Todos tenían que venir nadie estaba excluido.
Así se reunieron para declarar que nadie
tenía que salir de la selva para evitar al hombre. - Ellos, son malos y
vienen a destruir nuestro mundo.- dijo el gato manchado, que veía como se
estaba achicando la selva. – Yo les
aconsejo que merodeen sólo si no ven gente extraña, el hombre de la zona, sólo
caza para comer. El otro, ese que viene de lejos, quema y tala los árboles y
mata, por puro placer mata.- Y cada uno de ellos, salió a su madriguera
para comentar con otros animales del bosque.
La noche cayó sobre la espesura y los
ruidos de monos e insectos, atropellaban los matorrales con su sonido amigo.
Todos cuidaban a todos, así se podría seguir viviendo en el bosque.
lunes, 26 de abril de 2021
UN CUADRO CON RETRATO DE MUJER Y CABALLERO
La fiesta había cumplido con todos los augurios esperados y soñados. Sólo faltaba eso, la magia del rabel con su sonido ensoñador y triste.
Ese día, las mujeres más bellas, brillantes y sensuales, se habían trajeado y embellecido para despertar ardores inquietantes entre los varones esquivos.
El menú, preparado por las manos mágicas de un chef inigualable, había saciado el estómago más exquisito del condado. Bebieron el mejor vino de la cava más admirada y prestigiosa de la región. No había faltado nada. La noche se alejaba y el amanecer quiso entrometerse en el momento más huidizo de la plenitud selenita.
El hombre quiso cerrar la ventana pero un viento helado se interpuso. El marco dorado se movía imperceptiblemente sobre la pared del salón. La silueta de Sinali, la diosa del rabel, se había desprendido y yacía lujuriosa en la alfombra.
Sólo faltaba el fantasma del caballero armado para completar la escena. Pronto se desprendió de la vieja tela, orgulloso y febril, tomó a Sinali por la cintura, arrebatándole el rabel, se metió en el cuadro sin darse cuenta que la muchacha había envejecido ciento de años en un instante.
El temido espacio sibilino entre la vida y la muerte no respetaba la fantasía de una noche refinada y astral para los escorzos impresos en el antiguo óleo del gran salón de fiestas. La fealdad había incluido al caballero armado que ahora era un simple esqueleto con guadaña en lugar de la filosa espada reluciente.
El hombre se durmió esperando el sol para aclarar los mensajes nocturnos que borrosos en la penumbra no podía comprender.
LA GRECIA QUE ESTUDIÉ , narración sobre viajes.
El avión aterrizó en Atenas. Una ciudad plena de vida y de antigüedades. En el hotel, nos enfrascamos en un mapita que nos dieron en la aduana. Teníamos que señalar los lugares más importantes de ver, que allí son muchísimos. Mi amiga Alicia y mi hermana se acomodaron en sendas camas y yo me quedé en la más pequeña. Acomodadas las maletas, guardados los documentos y algo de nuestros ahorros para el viaje; cosa que nos salvó de un robo.
Como turistas no perdimos el tiempo y salimos a buscar esa Grecia llena
de historia y modernidad que ha logrado cautivarme desde muy joven. Nos
indicaron el metro y bajamos por sus escaleras de mármol con la sorpresa de
encontrar un metro súper moderno, con simples explicaciones por alto parlantes
que gracias a Dios entendía bien y nos llevaba a los lugares más importantes
que deseábamos conocer.
Llegamos al Museo Nacional… ¡Una maravilla! Ver la cantidad de objetos
valiosísimos que han recuperado los arqueólogos, joyas, vasijas, armas,
esculturas. Puede una persona quedarse días para mirar esos trofeos.
Salimos y nos sentamos en una pequeña fonda donde comimos a gusto lo que
nos sirvieron, platos típicos que no puedo nombrar por ignorar el idioma. De
allí a la “Placa” una calle que atraviesa una zona para los ingenuos viajeros.
A mi amiga le robaron la billetera allí y no se dio cuenta hasta que llegamos a
un negocio donde quiso comprar agua. ¡Perdió las tarjetas y algo de dinero!
Gracias a Dios yo tenía el sistema para llamar a mi país y avisé por las
tarjetas, en Mendoza era plena madrugada y lo menos que me dijo quien me
atendió fue: ¡Bonita! Pero no pudieron usar para comprar los cacos con las
tarjetas.
A la noche supimos que en el último piso del hotel había un restaurante
y cansadas de caminar, subimos a cenar allí. ¡OH, sorpresa! Era muy bueno y muy
económico. Una vez servida la cena, se me ocurre voltearme y desde un ventanal
me quedé anonadada. Desde allí se veía iluminado el Partenón, las Cariátides y
otros monumentos. Un lujo inesperado. En la noche estrellada ver a los lejos
esas obras maravillosas era un regalo de Dios.
Al día siguiente partimos en Crucero a las Islas. ¡Qué pérdida! No
podíamos estar ni una hora en cada isla. Un bochorno. Me parece a mí, que no es
una forma buena para viajar ese monstruo gigantesco de acero que lleva gente
encerrada en pequeñísimos espacios como ganado. Sí, hay personas que me miran
raro cuando digo esto; pero hasta una noche rodé hasta el suelo desde mi
litera. ¡No es para mi una alegría tener un golpe en un viaje! Alquilé otra
cabina por el resto del paseo, pero recuerdo con cariño, algunas imágenes de
las Islas: Santorini, Patmos, Mykonos, Creta y Rodas entre otras. Poco tiempo
para tanta belleza.
En una de las Islas, nos dejaron abandonadas en el lugar de encuentro.
Eran tres minutos pasada la hora de la estricta rusa que nos guiaba. ¿Cómo
llegar al barco? Con mi idioma italiano (Gracias profesores de italiano de mi
escuela) me comuniqué con el chofer de un taxi que aceptó llevarnos a mi
hermana y a mi, hasta el crucero; pero antes debía dejar un “yanqui” en un
hotel. Ya veía yo que nos cobraría una fortuna…y sí, fue así, pero llegamos a
tiempo de que cerraran la entrada al crucero y casi nos ponen una multa. A
partir de ese día nos trataron tan mal en el bote que rogábamos llegar a Atenas
y salir del encierro. ¡No hay libertad en esos transportes!
Una de las cosas más interesantes que viví fue ver las estaciones de metro
que recién habían socavado; en cada rincón bajo tierra debieron detenerse para
sacar obras de arte y restos arqueológicos. Cada uno de los ingresos y egresos
tiene un mini museo con esas maravillas, con cientos y miles de años, son
porciones de viviendas, templos y estatuas, pero dejan pensando en esa cultura
que sirvió tanto a la humanidad y a la filosofía. Era muy simpático ver los
popes (sacerdotes) ortodoxos, mirando los enormes televisores en cada estación,
con sus largas barbas, atuendos religiosos y percibir su ingenuidad frente al
mundo caótico de la ciudad cosmopolita.
Los templos ortodoxos cristianos son de una belleza inexplicable. Cuando
uno ingresa sólo se oye música y cánticos gregorianos muy suaves.
Permanentemente hay humo de incienso que penetra hasta el alma. Las lámparas
son de una exquisitez inenarrable, y las hay por docenas en cada templo, el
espíritu se transporta al Altísimo. Y yo sentí estar cerca de Dios.
En una de las Islas, nos llevaron a lomo de burro por un sendero angosto
hasta encontrar unas señoras que hacen labores en lino, bordados con cintas y
de una delicadeza, que da deseo de traer todo, lástima que se tiene que viajar
ligera de peso y el lino, pesa demasiado. Bellos los pollinos que me
trasladaron a la época de Jesús.
Los griegos son alegres y les gusta bailar, recordemos la película
“Zorba, el griego”, bueno, su música suena en las calles, bares y mesones como
un himno a la alegría de sus habitantes y por qué no decirlo, de todos los que
llegamos a sus hermosos paisajes y teatros de los grandes filósofos. Tanto
estudiamos sus historias que nos sentimos pertenecer. Tal vez los jóvenes
griegos no saben lo que algunos extranjeros admiramos sus epopeyas con los
“espartanos y atenienses”.
¿Sabrán lo que han transformado el mundo los filósofos que se reunían en
el “Ágora” solo para meditar y dialogar? El teatro que aun se representa,
"agiornados" pero con los mismos mitos y narraciones. No lo creo.
Viven la realidad de hoy, del siglo XXI.
Grecia sigue siendo una gran nación.
LA POESÍA ES PINTURA HECHA DE PALABRAS
Los trigales perfilan la curva del silencio.
Holgazanean las espigas solariegas en calma.
Buscan las aves el horizonte de las almas añil,
revierten la soledad del camino al cielo plata.
Vertiginosas las vocingleras cataratas cantan,
van valle abajo en su perfecto viaje en busca del oropel
que maltrata las piedras sobre el suelo fértil,
a los arroyuelos que pintan las aguas mansas.
Los sauces se contornean coqueteando ensueños
atrapando el arrebol de la ribera inquieta, en brava caída,
en perfecta sorpresa de melancolía blanca.
Nace en el horizonte un carmín de sueño solar,
un tamiz de osadía perdido en la montaña. Nieva.
El corazón palpita en verdes y celosos naranjas
del pinar yacente en la balaustrada umbrosa,
moviendo el mundo con ritmo de hojarasca sutil,
con ritmo de amapolas que mecen mariposas de oro,
con ritmo desmesurado de panderos viejos, ruidosos.
Un colibrí amenaza llevarse cada flor en el pico,
robar la dulzura de la miel del panal oculto,
buscando en las ramas del rosal y peonías rojas.
Y el trigal sigue inquieto meneando su belleza dorada
coqueteando con las cigarras y tumultuosas langostas.
A lo lejos nace la poesía con pinceles de crines.
Cabalgan los alazanes con probidad de duendes,
Traen entre sus lomos la magia de violines.
Traen al poeta ebrio de amor y gozo.
Traen joyas preciosas.
Traen palabras que brillan con los trigales.
ANDALUCÍA, TUS FLORES Y PERFUMES, anécdotas de viajes.
España es tan grande para recorrer completa y bien, que hay que darle un
tiempo a cada región para disfrutarla.
Mi profesora de Castellano, nos hizo leer a los grandes poetas de la
península: Lorca, Vallejo, Sor Juana Inés de
Los monumentos moros, las enormes iglesias que se levantaron con sangre
y el “Oro de América para Gloria de Dios” y que te parecen una afrenta a los
Mayas y Aztecas, y por supuesto a Dios. Pero… hay tanto arte y lugares bellos
que faltan días y horas para ver y admirar la mano del hombre frente a esa
maravilla llamada “Tierra Calé”.
Uno de los paseos que dejan una huella en el espíritu son los patios de
las casas andaluzas. Las paredes cubiertas con tiestos cargados de flores
multicolores bajo un sol radiante y fuerte, mientras salen de los ventanales
con rejas herradas a mano, unos perfumes de arroces y mariscos, unas cazuelas
de pescado fresco y verduras, que iluminan los ojos de los paseantes. Los
mesones de madera añosos, con alegres manteles a cuadros rojo y blanco, con vajillas
de colores, y algunas hechas por las manos artísticas de ceramistas y
alfareros, que guardan una profunda historia ancestral, son las que esperan en
pequeñas posadas para comer los transeúntes y pasajeros.
A la noche fuimos a un famoso tablao Gitano. ¡Gran fiesta de “bailaores”
y “Majas” con sus vestidos de volantes y colas que mueven al son de las palmas
y zapateo rítmico! Comimos una “paella digna de un príncipe” y regamos con un
buen vino Riojano Español. Una noche alegre con una multitud de turistas del
mundo que buscamos encontrar el núcleo de la historia de ese pueblo.
En Sevilla, conocí, la famosa Virgen de
Si caminaba por ciertas calles, recordaba los poemas de García Lorca;
imaginaba su figura hermosa, porque lo era buscando un café o bar donde
sentarse a escribir o dibujar. Sentí que fue una tristeza su muerte, nos privó
de uno de los más exquisitos poetas. ¡Poeta del Cante Jondo! Esos cantares que
hoy los juglares han puesto música como a Machado y que los jóvenes no han
conocido en profundo.
Una España que pasó por una guerra tan triste y dolorosa, por ser entre
hermanos. Donde muchos cayeron bajo las balas y en los frentes de las casa hay
enormes placas de bronce con sus nombres. Hoy es una España pujante y de una
diversidad étnica increíble. Pero por doquier se ve la fuerza de los moros en
su arte.
La alambra con su patio de los tigres o leones, desde donde se observa
toda la ciudad, en sus balcones. Los techos de tejas musleras y los campanarios
de cientos de iglesias.
En una calle “medieval” de Granada, caminábamos buscando una taberna
donde se comían exquisitas tapas y de pronto, vimos venir por entre los
empedrados un hombre con su burro, enjoyado de cascabeles y pompones de
colores. Iba cantando el señor a viva voz una canción en un español que no
entendí mucho, pero sus alforjas, tenían frutos secos y manzanas que brillaban
con el sol. ¡Su alegría era prodigiosa” Y su ropa, de traje típico, nos dejó
boquiabiertas, Nos saludó sacándose un sombrero negro y su cabeza lucía un
pañuelo rojo para el sudor que le
provocaba el calor ambiente. Me quedé arrobada. Era un “Platero y Yo” en vivo.
Un cuadro de belleza, que él, llevaba con la galanura de un “señorito cabal” y
siguió su camino con el tintineo de los cascabeles hasta que se perdió tras un
muro lleno de geranios multicolores en flor, cuyo perfume enarbolaban su
condición de fiesta popular. Seguimos caminando hasta llegar a la taberna donde
comí el más exquisito pulpo en aceite de oliva, de toda mi vida. Andariega, me
fui metiendo en algunas plazoletas, viendo las mayólicas con el color mudéjar azul,
grana y amarillo, que brillaban con la luz infinita de sus rincones. En toda
Málaga, transité catedrales y palacios, donde se guardan antiguos escritos de la
historia de América y de Europa. Los pies listos y cansados, el alma pletórica
de ver
¡Es hermosa Andalucía, es muy bella!
NIDOS VACÍOS
Para sacudir los nidos desocupados y darle lugar a los jóvenes pájaros para que aniden en primavera.
Los chicos de las granjas, juegan con lo que encuentran, dijo Eulalia. No te preocupes hermana. Encontrarán seguro mil curiosidades para entretenerse. Míralos, trepados en la vieja encina. Balanceándose en los sauces sobre las acequias. No te abrumes.
El campanario de la vieja capilla llamaba al ángelus. Y Antonia dejó las ollas y pucheros para rezar. Su rostro pintado con harina desdibujaba las mejillas arreboladas por el calor del fogón. Sus manos regordetas y suaves de sobar el amasijo, eran como paletas de color rosado fuerte. Caía cabello cano entre sus mejillas. Los ojos enrojecidos de tanto llorar se esfumaban con el vapor del cocido.
Mirna, Cecilia y Saulo, reían con la inocencia de los niños que no saben la causa del traslado a la granja. ¡Chicos vengan a rezar con la abuela! Llamó Eulalia. Parloteando se acercaron a la cocina y se acomodaron junto a la mesa donde la masa de los fideos se estaba refrescando para ser cortada en finos hilos con cuchillo. “Los fideos de la abuela eran un sueño”
¡Y el ángel del señor anunció a María…! Chicos no se pellizquen, no peleen…y ¡“Concibió por obra y gracia…! Dije silencio. ¿Pero abuela qué quiere decir concibió? Preguntaron a coro. Bueno vayan y sigan jugando.
Salieron corriendo y gritando “Mancha”. Te toqué. Se perdieron entre los espalderos de uvas y el zanjón que no traía agua por falta de deshielo y lluvias.
Pasó un rato y se escuchó el motor de un automóvil, era Daniel que regresaba con Sara y Delicia. Hemos dejado todo listo para la ceremonia de mañana. Ahora después de almorzar vamos a dormir un rato la siesta. Los niños que entren y descansen porque la tarde será larga, fue el deseo de Jorge. Pero no escuchaban el llamado desde la casa. Habían encontrado en los cerezos unos nidos de pájaros y como estaban vacíos, comenzaron a juntarlos para jugar.
Sara se sacó la falda y las medias de seda que tenían varios hilos corridos. Se puso una bata y se tiró en la cama de su madre. Delicia se desató el cabello que tenía sostenido con hebillas y se sacó la faja. Un desparramo de piel de su vientre operado, la hizo suspirar. ¡Por fin puedo respirar tranquila! La gata se deslizó por entre sus piernas y se acomodó ronroneando en el hueco de su nuca. El almohadón con perfume a lavanda, abrazó un sueño largamente deseado por Delicia.
Afuera, comenzó a bajar la luz, el sol se iba escapando por entre los álamos hacia la cordillera. Para la hora del te. Los chicos regresaron agotados con los brazos llenos de arañazos de las ramas y espinas de los molles. En el regazo debajo de sus prendas sucias y arrugadas, aparecieron los nidos vacíos de pájaros y huevos.
Abuela: ¿Harán nuevos nidos en primavera? ¿Tendrán pichones los pájaros? Y el parloteo hizo un bache de espera para la jornada triste del otro día. Tenían que enterrar al abuelo.
EL MUNDO SEDIENTO
Me agacharé en la ciénaga con las manos limpias
Regresaré
del camino sin peces y sin flores.
Te habrás
ido lejos.
Estarás
perdiendo en la memoria mi nombre.
Las calles
se bifurcarán en el bosque de pinos
Muchas
bocas sedientas buscarán el sabor de las lágrimas.
Ya no
estarás, ni estaré para saciarlas.
Será un
adiós definitivo.
EL ÁNGEL NEGRO
Estamos cruzando el río con una canoa frágil que compramos con nuestros ahorros. Es pequeña y pintada de colores vivos. El río se desliza suave como un reguero de miel o aceite entre un sin fin de plantas. Hay ruidos desconocidos por la costa. ¿Serán monos o aves? No tenemos idea de dónde provienen. No le tenemos miedo. La aventura nos ha superado. Primero la avioneta se descompuso en medio del tramo que nos llevaba al puerto, luego caminamos por una ruta contraria hacia donde queríamos ir, nuestro viaje de tres días está durando trece.
Chalo dice que ese número no hay que
nombrarlo, es mufa. Yo no creo en esas cosas. Rolando que es medio místico, nos
alienta con unas oraciones que parlotea a toda hora. Me cansa, pero no le digo
nada porque es bueno y ayuda en todo. Seguidamente al llegar al único puerto
que encontramos había sólo una canoa. Ésta que se desliza como sobre miel
caliente. Gracias a Dios no estamos solos, hemos visto algunos nativos caminar
por la orilla. Nos miran con su boca desdentada y nos hacen señales que no
entendemos.
Giro y un sordo ruido surge entre
las frondas. Es una imagen extraña. Lo que vemos es como un enorme ángel negro
con un par de alas emplumadas que se abren sobre nuestra bonita canoa.
Pareciera envolvernos con sus alas de grafito brillante y garras afiladas. Clava
sus grandes ojos en mí. Me toma por el hombro y me sostiene sobre el río como
un juguete sin forma. Lloro con desesperación. El número trece, pienso y con un
llanto de cobarde, me lanzo a gritar y a golpear con mi mano ensangrentada al
Ángel Negro. Los nativos vociferan y saltan de alegría. Ahora entendemos que
ellos esperaban eso. Le grito a Rolando que rece por mí. Un dolor cálido me
consume mientras mis alaridos se pierden para siempre. Ellos siguen navegando
huyendo de ese monstruo alado que ya sació su hambre.
EL VIAJE
No había viajado nunca en tren. Su abuela le había preparado un bolso con ropa y enrollado un colchón de algodón que ella había armado. Una manta de lana hilada a mano. Andrés, tenía que ir a trabajar en la ciudad. En el campo no había cosecha por el clima malo que arrasó con todo.
Estaba muy tenso y asustado. Era su
primera vez. En la ciudad el tío pancho lo buscaría en la estación de trenes.
El vapor de la locomotora lo
envolvió. Le pareció que entraba en un mundo de fantasmas. Pero cuando se
disipó pudo ver a la abuela que parada secaba con el dorso de la mano una
lágrima que corría en la piel arrugada por os años y el trabajo duro del campo.
El “Rufo” su perro y el “Gringo” el
caballo bufaban en el terraplén despidiéndolo. La abuela regresaría a la chacra
en la volanta. Lentamente comenzó a moverse el monstruo de metal sobre las vías
y el ruido de fierros asustados, llenó junto al silbato del ferrocarril, la
vieja estación del “Algarrobo Ladeado”.
Sonó una campana despidiendo en la
hora justa el convoy. Andrés sacó la cabeza por la ventanilla hasta que se
desdibujó la figura de la abuela. Lloró. Pero no quiso que lo vieran así, por
lo que prendió un cigarrillo y comenzó a fumar echando humo agrio y espeso como
el tren.
El movimiento monótono del cocha lo
adormiló. Se quedó semidormido hasta que un hombre vestido con una chaqueta
verde sucia de grasa y cenizas le pidió el boleto. Se lo mostró y le hizo un
pequeño agujero con un aparato que nunca antes había visto. Ese fue uno de los
primeros objetos que comenzó a conocer.
Al medio día sintió hambre y abrió
una cesta que tenía con unos sánguches que le había puesto ella. Sintió un
dolor seco en el corazón, había dejado solita a la anciana. ¿Ahora quién
velaría por ella?
Al atardecer comenzó a ver que a la
vera de los rieles había menos campo y más casas. Algunas muy humildes y
viejas, y a medida que seguían hacia la ciudad, más y más casas y calles y
rutas que atravesaban el ferrocarril, para lo cual bajaban unas lanzas de metal
o madera pintadas en varios colores y que detenían camiones y autos y en
algunos lugares, bicicletas y motos. Avistó unos edificios altos. Eran lejanos
y parecían montañas de vidrio y metal.
De pronto el coche entró en un
terraplén y un cobertizo de metal. Era la estación mayor. Allí había mucha
gente que esperaba a los que venían en el tren. Miró por la ventanilla y vio a
su tío, que fumaba una pipa y largaba humo azul. A su lado una mujer rubia que
él, no conocía. Cuando el coche se detuvo, sonó un silbato largo y la gente
apurada comenzó a recoger sus maletas y bultos para descender. Él, esperó un
rato y después bajó. El tío lo abrazó y llorando lo beso en la frente.
-Mirá Alicia, este es mi sobrino
Andrés, es un muchacho que nunca salió del campo. Y ella ligera, le dio un beso
húmedo en la mejilla donde dejó una marca de carmín. Luego le retiró el bulto
menos pesado y lo tomó del brazo como si fuera su hijo y Andrés, la miró con el
seño fruncido. – Mirá Pancho, no le gusta la tía.- y largó una carcajada que el
tío aplaudió. Ya te acostumbrarás a mí, dijo y siguió empujando una familia
llena de niños que tenía delante. Cuando salieron a la calle, Andrés
confundido, se quiso volver atrás. Cientos de autos, micros y bicicletas
corrían de un lado a otro por la zona.
Andrés nunca va a olvidar ese viaje.
Porque nunca pudo regresar al campo y porque la abuela, llegó en pocos meses a
la ciudad porque lo extrañaba.
SALTÓ AL BALCÓN
Mi viejo era un héroe. Viajaba siempre al interior con la chata llena de mercadería que vendía en el campo. Con lluvia y con sol, con viento y con calma el iba por caminos internos, no por las rutas. Las rutas las usan los comerciantes grandes, los que llevan muestras. Él, no, el vendía ollas, juguetes, ropa de campo, zapatos, alpargatas, cuchillos y mil cosas que conseguía en los galpones de la aduana o en garajes escondidos de los grandes comercios.
Dormía en la camioneta o tal vez en
algún cuchitril, de esos que hay por los caminos con luces de colores y flechas
que dicen “Hotel” y son de cuarta. Mi madre lo adoraba. Y nosotros, los cinco
hermanos también.
Un día mi papá llegó fuera de hora.
Mi hermana Carlota no había ido a misa con nosotros y mamá. Él, como no tenía
llave saltó por el balcón a la pieza de arriba y el mundo se vino en catarata
hacia el “carajo”. El Aurelio Marín, nuestro vecino, casado con
Papá no dijo nada, sacó una pistola
que llevaba siempre por las dudas y le pegó un tiro. Tan pero tan mal que en
vez de darle al “tipo” mató a
Vino la policía y se lo llevó a papá
y al Aurelio. ¡Pobre mi papá, nunca supo que la puerta estaba sin llave; porque
de la vergüenza se colgó en la reja de la celda en la comisaría!
ALDEMIRA Y BRUNELA
Brunela despertó con el canto de un pájaro mañanero. Yo la miré y la vi distinta. ¡Qué pena, me dije! Lenta, más lenta que otros días. Se sacó el camisón con seria dificultad y se puso un vestido suelto de color amarillo con volantes de encaje ocre. Caminó hasta el espejo. Cuando se asomó a mirarse creí que me podía ver ya, pero no era tiempo aun.
Bajó despacio los cuatro escalones
hacia el amplio patio lleno de helechos y orquídeas florecidas. Quiso cepillarse
el pelo, pero logró solamente hacer el frente de su larga cabellera canosa. Sus
manos temblorosas, tomaron una taza de té que, helado seguía en la mesilla
junto a la hamaca de sogas grises. Lo había dejado la noche anterior Luisina.
Esa mañana la vi más pálida que
nunca. Calzaba unas chinelas de flores rojas y se ató como pudo el pelo con una
pañoleta roja. Suspiraba y su pecho, parecía una flauta medio rota y cansada.
¡Brunela era hermosa! El rubor de
sus mejillas atraían las miradas en el mercado y en misa. Hoy parecía marchita.
Recordé, al escuchar las campanas que el oficio de las once ya estaba perdido.
Pero ella no amagaba terminar de vestirse para salir a la calle.
Tomó un sorbo de té. ¡Está
asqueroso! Dijo sin titubear y buscó mi presencia. No me vio. Aun no es tiempo,
dije para mi alegría. Se tapó la cara con un chal de fino algodón blanco y un
largo suspiro acompañó sus manos que regresaron tiesas a su regazo limpio.
¡Estoy vieja, mi negra! Murmuró
entre rabiosa y triste. Yo la miré con amor. ¡Siempre la quise! Es como mi
madre, creo, si la hubiera tenido. ¿Sería tan buena y cariñosa como Brunela? Lo
dudo. Esclava y negra. Yo mestiza. Se tomó el té y comió un trozo de bizcocho
que duro y verdoso le sentaba como un manjar de reina. No miró la hormiga que
engulló sin verla.
De pronto me buscó entre las
orquídeas y me llamó a los gritos. ¡Aldemira! Allldeemmiirraa. Entonces me vio.
Y sonrió. Comprendió que yo que soy un fantasma no la abandoné jamás. Ahora
participamos ambas de nuestra experiencia de condición sobrenatural. Ahora
somos dos fantasmas en la casa dormida.
lunes, 19 de abril de 2021
EL VIEJO...
Estaba cerca de su muerte. No teníamos una relación muy cálida ni próxima. Casi, por obra de los relatos nada ingenuos de mamá, yo no lo apreciaba. Lo respetaba, por eso de “honrarás a tus mayores” inscripto casi a fuego por mi padre. Y la realidad me obligó a cuidarlo en el sanatorio, donde, desde hacía varios días, estaba internado. Mi madre nunca pudo quedarse a cuidar enfermos en su lecho, exceptuando a papá, a quien amaba por opción.
La noche había puesto un tul ceniciento entre las camas de los otros internados, que apenas murmuraban algún requerimiento a sus otros veladores. Así, comenzó en voz monótona a decirme algunas cosas.
Sabes, yo vine muy chiquito de Italia. Mi mamá era pequeñita y con catorce años, la casaron con mi papá, casi sin conocerlo. ¡Pobre, ella era de buena familia! Él, no era un simple peluquero de pueblo. Sufrió mucho. Yo, a los seis años, me dejaron en la casa de un “sarto” (sastre) para que aprendiera el oficio. Como era tan pequeño, me subían sobre la mesa y me sentaban en una banquito para que pudiera coser. Con luz de vela. Otras veces, con luz de kerosene. En realidad, con mis 94 años, he visto todas las formas de luces de la historia. ¿Cómo serán las del futuro?- se quedó callado, como recordando su niñez. Al rato abrió los ojos y me tomó la mano- Durante trece años sólo comí todos los días...garbanzos hervidos. Por eso los odio, nunca le dije a nadie esto, pero me estoy muriendo y alguien tiene que saberlo, qué mejor que vos, que sos mi nieta más chica. Mi mamá nunca lo supo, yo el decía que me daban pollo y carne, pero era para que no llorara. Ella siempre lloraba recordando su “paese” y a su familia que no volvió a ver jamás. No sabía leer ni escribir. Después ya sabiendo coser, me dejaron volver con ella y salía al alba para el taller y volvía de noche. Sin embargo, tengo buena vista.- yo había descubierto que no sabía leer. Se sentaba con el diario, pero sólo miraba las figuras y comentaba, por experiencia y por lo que decían en la radio, lo que pasaba. Seguro que le daba vergüenza que supiéramos que no sabía leer ni escribir. Pero tenía manos de oro para la costura. Era un verdadero Sastre Italiano, un caballero. Hacía los mejores chaqués y frac de todo Rosario, en Santa fe. Era famoso porque hacía los ojales con seda y pelo de mujer, que nunca se desarmaban por el uso. ¡Era otra época!
Sabes nena, yo cuando era chico, nunca tuve
un juguete. Me hacía con los carozos de cereza o durazno, unos silbatitos que
daban un sonido agudo y así me comunicaba con mis siete hermanos. Además con
maderitas me armaba carritos. Cuando era pequeño, viajábamos de a pie, cuando
los domingos, después de misa algún conocido siciliano, lo invitaban a mi papá
a comer la pasta. Era una fiesta y volvíamos tan cansados. Un día mi papá, que
era alto, se cayó con un ataque y a los dos días se murió. Fue terrible. Mi
mamá no sabía qué hacer. Debe haber sufrido mucho la viejita. Al final, conocí todos los medios de
transporte. Desde el burro y el caballo, hasta el automóvil, el tren, el avión
y por la televisión, vine a ver la llegada del hombre a
Nunca voy a saber si era bueno o malo. Siento mucha pena por él. Tal vez si alguna vez nos reencontramos pueda decirle que lo quería un poco. Que lo respetaba y que admiraba su don, el de coser tan bien.
ALEMANIA HACE MUCHOS AÑOS, anécdota de mis viajes
Estar en Alemania, es reconocer lo que significa el trabajo, la
persistencia a vivir y el respeto por las reglas. Cuando estudiaba tuve la
suerte de tener profesores que nos mostraron cómo quedó Alemania después de la
segunda guerra mundial. ¡Destruida! También fotos y películas que mi padre nos
hizo ver para que valoráramos la paz.
Llegamos, con mi madre a Francfort, y de allí nos llevaron a un hotel
pequeño. Era invierno y había mucha nieve. ¡Era hermoso! Yo tenía treinta y
cinco años y mucha vitalidad.
Mi madre había comprado un paquete con un sistema que nos venían a
buscar al hotel y nos hacían conocer lo que quisiéramos. Por un lado es bueno
por otro lado no tanto. No había conocido todavía el sistema del autobús
turístico que sí te hace conocer los puntos más interesantes. Pero fuimos a
diferentes ciudades donde habían restos de obras de los antiguos romanos, de
las tribus bárbaras anteriores y ciudades pintorescas como Mannheim, donde
compré un hermoso reloj Cucú, y recorriendo a orillas del río Rin hasta llegar
a Dusseldorf todas las ciudades reconstruidas por los laboriosos alemanes.
Una mañana llevé a mamá a almorzar en un típico restaurante “tirolés” o
yo lo creía así; como no se hablar nada de alemán tomé el menú y señalé un
plato al azar para mí y otro para mi madre. Ese, era uno que comía un señor
cerca de nosotros, y que resultó ser chuleta de cerdo con papas y una salsa
agridulce. Cuando me presenta el misterioso plato que solicité…era una parvita
de lomito de ciervo ahumado. Me reí mucho, por ignorante y el mozo se moría de
risa. ¡Pero lo comí, era exquisito! En medio del postre, vi detrás de mamá un
ratoncito que atravesaba el piso hacia la calle. No hice ningún llamado de atención
porque mi madre, les tenía terror a las lauchas. Pensé, se sube a la mesa,
grita y como no nos entienden nos llevan presas. Ya me veía en la comisaría
tratando de explicarle a un policía que mi madre odiaba los ratones. Mamá los
olía, era como algo sensorial ya que me dijo: ¡Una rata! No, dije con mi mejor
cara de póker. ¡Sí, hay una rata!
Mamá si haces algo raro nos encierran en la cárcel. Llamé al mozo y con
una hoja de papel y un bolígrafo dibujé un ratón y señalé por dónde había
pasado. El hombre trajo al dueño, no sé que me dijo, pero no nos dejó pagar y
nos saludó hasta la puerta llamando un taxi que pagó él. Tengo que agregar acá,
que mi madre tenía tal terror por las lauchas que un día que encontró una en el
pasillo de mi casa, del grito que dio, la pobre rata se murió de un infarto.
Imagino el que daría allí, y yo, sin saber hablar en alemán.
Recorrimos una ruta junto al río Rin y lo que me asombró en ese momento,
fue ver semáforos en los recodos del río para evitar colisiones de barcos y botes.
Nunca los vi en ningún lugar desde entonces.
Conocimos ruinas romanas que parecían recién restauradas. Impecables.
Pienso que hoy después de casi cuarenta años, Alemania con el éxito de sus
políticas y la unión con la parte oriental, debe ser maravillosa. Dios quiera
que pueda regresar algún día. Lo curioso que estoy casada con un suizo-alemán y
el apellido de mi esposo es bien difícil de escribir y pronunciar.
EL ACCIDENTE
Cuando se fue a la madrugada dijo que “que me amaría siempre. Se fue. Habíamos peleado porque yo no tenía trabajo todavía. Esa mañana me contestaron de un banco que me harían una entrevista, pero no me creyó. Ella vino a los dos días. Era de noche y estaba muy nerviosa. Se encerró en el baño del fondo. Allí se quedaba hora mirándose al espejo y yo la espiaba, porque la adoro. Siempre pensé que sería definitivamente mía. Construiría un castillo mágico lleno de sorpresas. ¡Me encantaba pensar en ella como una de esas modelos de la televisión!
El barrio para ella era una tumba. Odiaba a las vecinas chismosas y charlatanas que nos espiaban. Jamás saludó a nadie hasta ese día en que al muchachito de enfrente a casa lo atropelló un tipo y huyó. ¡El muy cobarde! Las ambulancias rugían con sus sirenas insistentes. Una terrible tragedia había ocurrido en ese espacio tranquilo. Destruyendo la paz, en el tranquilo barrio obrero. La policía, llegó rápido y acordonó el sitio... los periodistas de siempre parecían aves de rapiña buscando mostrar algo, sí, algo, porque ni el maldito que atropelló ni el chico estaban ahí. Y las pocas vecinas, esas que siempre se paraban a chusmear, se escondieron como ratas. Extrajeron los dichos de una nena de ocho años, que se sentía actriz de cine, se ponía en pose y exclamaba haber estado presente y decía como era el auto y quién sabe qué pavadas más. También los abuelos que la criaban hablaban con soltura. De todos modos era claro que nadie había visto la placa del auto ni el color del vehículo. Heridos hay, como una docena en la ciudad por la misma causa. Pero mi enamorada se acercó a la madre y trató de abrazarla. Era la primera vez que la veía en esa forma amable y tierna. La investigación los llevaba a una calle sin salida hasta que de pronto en un rincón encuentran un trozo de plástico muy nuevo y de color cobalto que no se fabrica en el país. Con eso se podría lograr acertar en la búsqueda del agresor.
Así supe a los días que el chico había sobrevivido, pero con una marca indeleble por los golpes y que mí adorada, en realidad no se quería ir y sería mi compañera para siempre.
DOS MIL VEINTE
Como alfiles, caen
Como estacas, caen
Como hojas de agudas fibras, que se yerguen
Como rayos en medio de una tormenta se evaporan
Como látigos furiosos se deslizan
Son los muertos.
Crucificando cada día nuestra espera
Codificando el almanaque con sus nombres
Revolviendo nuestras penas que se arrastran
Resonando con silencios fantasmales
Repitiendo preces a los ángeles dormidos
Son los muertos
Día a día, caen como pétalos marchitos
Noche a noche, en insomnio sin interrupciones
Madrugadas sedientas de lágrimas estériles
Amaneceres de espera y de clamores.
Son los muertos
Es
Es el Miedo
Es
Es
¿Dónde el Hombre derrumbado?
¿Dónde
¿Dónde la promesa del futuro?
¿Dónde?
Un misterio que el demiurgo esconde.
Y los muertos que avanzan por los valles,
por las calles, por la tierra.
Es la espera
Es el silencio
Es la muerte.
LA MULATA
¡Aleida…! Aleida, contesta. ¿Eres sorda o lela? Te he llamado desde esta mañana y no acudes. Llegó una carta para ti. ¡Pobre el que te la envió, no sabe que eres como una nube seca!
La muchacha es la hija
de una trabajadora de los campos de café. Nació de un amor prohibido. Sin padre
nombrable y sin datos precisos sobre otras particularidades.
Esta mulata mía, va a ser pintora… ¡Ja, ja, ja! No me hagan reír si no habla.
El billete que está en el sobre, tiene su nombre y una beca para ir a la academia en la ciudad de Tamarativa.
La madre, se paró con las piernas abiertas, bien apoyadas en la tierra, los brazos caen en jarra, las manos en las caderas. ¡Miren la piel clarita, sus grandes pies, manos que parecen lianas, y tan delgada como las varas de san José! Ese pelo ni mota ni lacio, ojos infernales de color verde oscuro que miran según su instinto, para bien o para mal. La van a regresar apenas la vean. ¿Quién mandó ese billete?
Aleida. Si la mulata, la despreciada por la familia. Todos negros puros, fuertes y ruidosos. De noche los tambores y tamboriles les hacen menear las caderas a las mujeres, preñadas o no. Ella, siempre apartada, solitaria y en silencio.
Sentada en una pequeña banqueta, lee y relee su papel, ese que le abre un enorme ventanal a la vida. Su sueño, es pintar el mundo, mostrar la belleza de un amanecer o una tormenta sobre los cafetales.
Comienza a prepara su pequeño equipaje. ¡Es la primera vez que sale del cafetal! Pero sabe que su pobre ropa y sus abalorios son mínimos para cuando se enfrente a sus pares.
Toma una madrugada el autobús que la traslada a Tamarativa. En él, viajan familias enteras. Pobres obreros del campo. Llevan sus bártulos, sus animales de granja en jaulas de palma y comen sobre papel de periódicos los plátanos fritos y panes de sémola.
Aleida, acuñada en un asiento, con su pequeño bulto y su silencio, los observa y ya los está pintando con su imaginación.
El autobús se bambolea en el camino desastroso que las
lluvias y acarreos van dejando como una herida oscura en medio del colorido de
la fronda. Se duerme unos instantes y sueña con grandes pinturas de colores
vivos. Cuando despierta, el ruido y bullicio de la gente le grita que ha
llegado. Lleva en su corpiño la dirección de
Su cuerpo es una escultura de belleza mestiza, con una larga trenza que cae sobre su espalda insinuando sus largas piernas torneadas.
Al ingresar docenas de ojos se vuelven a mirar a esa joven que parece salida de un cuadro hecho por manos nativas. Aleida, se estremece pero encara a una joven de gafas que detrás de un enorme escritorio le sonríe. ¿Tú eres la nueva? ¿La que viene de Miranda? Aquí tienes los papeles que tienes que llenar, no olvides de completar todos los datos. Si hay algo que no comprendes, me preguntas. La muchacha se aleja con un mazo de papeles y comienza a escribir. Los ojos de los que van pasando se transforman en un carrusel hasta que suena un extraño gong y cada cual entra en un recinto cargando carpetas, telas, pinceles y un sin fin de objetos. Ella termina y entrega. La secretaria ojea las respuestas y sonríe. ¡Por fin una joven que ha contestado bien todo!
Bueno, comienzas mañana. Tienes que traer sólo una ropa sencilla y nosotros te proporcionamos el material. Sale eufórica. Canta y sonríe a los paseantes que la miran asombrados.
Las clases son maravillosas. Para Aleida todo llena sus expectativas, mientras acepta los consejos de sus maestros canta. El antes ruidoso grupo de alumnos hace silencio y escuchan esa voz que parece salida de un paraíso. ¡Eh, mulata, le dice una rubia pulposa que se muere de envidia, de dónde aprendiste a cantar así! ¿De la barraca de esclavos?
El profesor, indignado la saca del aula y le reprocha, a la otra muchacha lo que ha dicho. Tienes dos días de suspensión y pierdes media beca. Acá no se discrimina a nadie. Sale llorando y con más furia que pena. En el portal choca con Aleida que le dice: ¡No te preocupes, no te molestaré más con mi música! En mi tierra siempre se canta cuando se trabaja. Te pido disculpas… si te molesté. Atrás, un coro de jóvenes hace un ruido extraño y comienzan a parlotear. Ella debe pedir perdón, no tú. Canta amiga, canta que nos gusta mucho.
Pasan los días y todo vuelve a la normalidad, pero un día, el cuadro casi finalizado de Aleida aparece con manchones negros. El profesor se imagina que es una venganza de algún compañero menos competente, pero elogia lo “original de la manchas” y a propósito la ensalza.
A poco de terminar el primer trimestre, aparece un caballero con una señora que se presentan de la televisión. ¿Quién es la pintora que canta? A coro dicen: Aleida, es ella.
Bueno mañana te presentarás al canal y te haremos una entrevista. Y el corazón de la joven cabalga atropellando silencios. ¿No tengo ropa? Ni zapatos, mira mis manos, le comparte a dos compañeras que están felices con su novedad. ¡Nosotras te ayudamos pero vamos contigo. ¡Sí, gracias!
Temprano parece una modelo de la revista Magazzine y allá van las tres. Cuando entra, nuevamente todas las miradas se distraen en esa figura esbelta y bella. La separan de sus acompañantes y la entran en un pequeño espacio donde la vuelven a maquillar. ¡Sales al aire en siete minutos! ¿Qué? Sí, te prueban en siete. Tranquila eres bella y según dicen una ganadora.
La llevan de la mano a un escenario y la luz no le permite ver a sus amigas que deliran entre los butacones. “Señorita Aleida Almexil, cante su canción favorita”. Y la joven improvisa y canta, pone todo el amor por su terruño y recuerda la voz de la abuela Fufú, que le cantaba mientras trabajaba en el cafetal. De la zona oscura salen gritos y aplausos. ¡Excelente! Cante otra canción pero esta vez será acompañada por Xuxiao, el guitarrista y J.K. En batería. Suena una melodía afro mezclada con la voz maravillosa de la muchacha.
Se prenden las luces del salón y los que están allí de pie aplauden. Aleida ha llegado a ser seleccionada en primer lugar. Una mano firme la saca de escena y la lleva frente a un quinteto de artistas consagrados que la felicitan.
A partir de ese día, su vida cambió. Hoy es una de las voces más escuchadas y grabadas del mundo y ella es muy feliz.
miércoles, 14 de abril de 2021
DAIANA CHOIQUE SOLA Y TRISTE POR EL MUNDO
Menudita y con los ojos brillantes se plantó frente a mí y con su sonrisa desdentada dijo – He dispuesto que usted sea desde hoy mi madre.
Un sollozo quedito atrapó mi atención detrás de su
cuerpito flaco. Era su hermana que con los mocos verdes y alargados sobre su
carita morena me escondía el miedo. Daiana, tendría siete años de penar
constante. Sus ropitas sucias con necesidad de espuma jabonosa no desmerecía su
ingenua esperanza de recibir un sí de ésta mi boca abierta. ¿ Qué podía hacer
yo para ahuecar mi instinto a sus necesidades? La pequeñita no tendría más de
cinco años y miraba sorprendida el brillo misterioso de mi computadora que a
esa hora castigaba planillas en mi oficina. Daiana arrastraba su historia desde
uno de esos barrios de barro y pobreza. ¿Dónde estaba ahora su verdadera madre?
Acaso la mujer que yo viera una mañana en la vereda de mi oficina las había
dejado sin protección? Difícil.
Me pidió un caramelo de esos que yo siempre guardo en mi cajón
del escritorio. Ensayé un chiste cómplice sobre sus muelitas que sufrirían con
los azúcares de colores e hizo un ademán de – No me importa tu caramelo- Y me
quedé con la mano tendida y el papel brillante perdido entre los dedos. No lo
quiso tomar. Su expresión de despecho me abrió una pequeña herida. Pero, ¿acaso
ella estaba en condiciones de saber la importancia de cuidarse los dientes?
Apenas comía día por medio y con mucha suerte. La más pequeña, se llamaba
Abigail, un nombre extraño para una niña con su origen. Era de un color de piel
indescifrable. Ni moreno ni blanco, el
casi color de la tierra que cubría todo por el camino de su caminata
para conseguir sobrevivir al hambre perpetua. Abigail atrapó ambos caramelos y
los comió casi con desesperación. Supe que no habían comido y que el hambre
apretaba sus barrigas desinfladas. Me acerqué y las abracé con ternura. Volvió
a decirme ya con más interés después de las caricias...-Serás mi mamá ahora.- Y
acomodó una bolsita de plástico con algo de ropa y chucherías. No supe qué
hacer.
Comencé a interrogarla sobre la madre. El silencio se
enquistó en sus ojos y en sus labios que cerraba con fuerza. La hermanita
comenzó a balbucear que estaba presa. Lejos, dijo, en un lugar feo y no vendría
por un tiempo. Yo sospeché que algo muy grave pasaba pero nunca algo así.
La villa estaba abarrotada de gente que en otro tiempo
labraba la tierra. Hoy sin precio, las verduras y las hortalizas, no permitían
sobrevivir a esas pobres familias de gente sin estudio ni preparación. Las
casillas precarias se derrumbaban con los temporales. El barro se entremezclaba
con el orín, los excrementos, los desperdicios y los perros que vagabundeaban
entre la mugre buscando alimento. Los niños, miríadas de niños de todas las
edades, también. De vez en cuando
llegaba ayuda de algún político de turno. Lo de siempre...promesas incumplidas.
Eso era la trastienda de la ciudad. Allí había gente que había perdido hasta el
sentido mismo de su valor de humanos. Viejas amadrinando jóvenes sin futuro
dedicadas a la prostitución temprana, madres solteras y solas, hombres sin
esperanza bebiendo cualquier cosa que se pudiera comprar con alcohol. Y allí en
esa villa nacían todos los días pequeñas y desvalidas personitas con nombres de
novela. Cada uno buscaba sobrevivir como podía. Y una enorme alegría por la
vida y una enorme tristeza por la vida,
impregnaba el lugar junto al olor a grasa de los fritos y el carbón.
En la villa cada refugio a los sueños permitía que
siguieran soportando inviernos, veranos y que la historia continuara hasta el
final. Las mujeres golpeadas salían temprano a buscar su día. Cada una como una
cazadora de esperanza potenciando el posible alimento para sus crías. Muchos
hijos, muchos por cada matriz fértil.¿ Si es lo único que saben hacer? – dijo
un día una asistente social del gobierno en un programa de televisión por
cable. Y las calles siempre pobladas de niños y perros hambrientos, costillas
marcadas como cuerdas tensas de un arpa
artesanal, son una muda acusación a la utopía.
La villa hervía con caldos de amores descontrolados. Su
música de gritos y misterio era un carnaval sombrío. Sin ventanas ni puertas,
con humedad y frío abrigaba el tedio de los innombrables para la gente del
centro. Monumento al desprecio por la vida humana morían sin decir el nombre de sus enemigos. Daban
todo lo que tenían por los que creían eran sus amigos. Hasta allí vinieron
Analfabetos,¡ si allá no necesitaban eso que en la ciudad
era tan necesario! Con nudos en las cuerdas contaban el ganado igual que lo
había hecho su padre, su abuelo, su bisabuelo y quién sabe cuántos otros hacia
atrás en la memoria de sus vidas pequeñas de campesinos pobres. No conocen de
aparatos eléctricos ni automóviles. Sí de carro y caballos, de mulas y
animales. Allí, donde viven ahora, está prohibido criar cerdos, gallinas y
conejos. Si alguien trata de hacer una huerta se la rompen o le roban...esa es
la ley de la villa. Nadie es más que otro. Bueno eso creyeron ellos. Sí había
alguien. El “ Rubio”, un hombrecito de mirada áspera y malos tratos. Cuchillero
y armado hasta los dientes, que se sentía dueño de todo y de todos. Como
Serafín no lo saludó apenas llegaron, entró a la pequeña covacha y les rompió
todo a patadas.¡ Esa es la ley acá! Había que respetarlo. Cínicamente y delante
del Serafín le arrancó la ropa a
Pasan los días y la necesidad lo acerca a pedir ayuda a
algún vecino. Nadie puede ayudar. Y aparece el matón con comida. El silencio se
desparrama en un rugido animal que escapa de la garganta del hombre. Siente que
un sudor frío le ataca el pescuezo y le atora las tripas. Se inflama la llama en
sus ojos muertos de furia. Tiene que bajar los brazos y se va por las vías del
ferrocarril rumbo a la ciudad que cada día es
más indiferente.
Regresa con una borrachera y duerme dos días sin conocer
el sol ni las estrellas. Está muerto y
para
Y comienza el lado oscuro de la historia. Está encinta.
Ella sabe que ahora se le viene lo más feo. Su vientre se va hinchando. Siente
hambre y trata de despertar a su hombre...pero nada. Viaja tarde a la ciudad
buscando misericordia entre la gente linda. Algo encuentra. Va juntando
trapitos y monedas. Come con lo que le guardan en algunos restaurantes de la
estación de trenes. Ya le va quedando chico todo, está inquieta por el día de
mañana. Llega un tal “Pastor de fieles” y le alcanza una cunita. Agradecida le
promete ir a su templo. Nada. Ella no pierde el tiempo en cosas sin futuro.
Llega la hora. Es una madrugada y como todas las hembras
de su raza se higieniza, hace un pozo en la tierra en un rincón de la pieza que
cubre primero con papel y sobre eso un trapo limpio. Se acluquilla y pare
apretando un trozo de madera entre los dientes. Una vieja le corta el cordón y
limpia el niño. ¡Gracias a la vida es machito! Lo recoge corajeando al dolor y
a su espanto. Lo prende a la teta. Se ha comprado un pollo y ha hecho un caldo
a la antigua. Come sabiendo que es bueno y es poco. Nada dura para ese tiempo
de mierda.
Serafín está sobrio por primera vez en meses. Sale en
busca de algo...nada trae. Ella lo deja con la esperanza de encontrarlo bien a
su regreso. El pequeño apretado en la espalda. Cuando vuelve lleva el niño en
el pecho y un fardo en la espalda. Serafín está envuelto en un mar de sangre y
sus gritos despiertan a los vecinos. Llora, Braulia, desesperada no tiene qué
hacer. Pasa un eterno tiempo para ella, media hora de relojes y por la vereda
aparece el Rubio escoltando a unos hombres vestidos de verde claro. Son médico
y enfermero de una ambulancia que llamó el “jefe”. Auscultan al enfermo y
hablan quedo con el hombre que los trajo hasta allí. Hay que llevarlo al
hospital Central y el Rubio la empuja tras la camilla que transportan dos
secuaces. Algo pone en su mano. Cuando la abre un rollo de billetes apretados
le dan la bienvenida.
El largo pasillo solitario es la entrada al infierno en
la noche más negra de su vida. Gracias al cielo el hijo duerme prendido a su
pecho. Tiene hambre pero se sienta en el suelo a esperar. No sabe qué espera en
realidad. Pasa el tiempo amigo de su mente que se puebla de monstruos y
demonios. Se va quedando tranquila. Ya casi no camina nadie por allí. De pronto
se abre una puerta, para ella es la boca del infierno. Sale una mujer menuda,
cansada y dulcemente la toma del brazo y la hace sentar junto a sí, en una
banca de madera que está a pocos pasos. Braulia la observa. Es una mujer joven
pero se la ve fuerte de carácter, firme y calma. Tiene un pantalón y un blusón
verde claro casi igual al color de los ojos que la miran franca. Le cuelga del
cuello un aparatito brillante y en la mano lleva una carpeta negra.
Bueno mi querida...¿cuál es tu nombre?
Braulia. Bien Braulia yo soy la doctora Lourdes Miranda y tengo que hablar seriamente contigo. Espero
que me entiendas. Él es tu ¿ esposo o compañero? Está muy grave. Él tiene una
enfermedad provocada por la picadura de un insecto. Se llama “Chagas – Masa” y
por ahora no conocemos como curarlo. Además tiene “tuberculosis” ¿sabes lo que
eso significa? Está muy grave. Si no tomara alcohol...tal vez no hubieras
sabido hasta dentro de un tiempo de su enfermedad. Por ahora quedará internado
y será mi responsabilidad intentar que regrese a tu casa mejorado. Sólo un poco
mejor pero no creas que por siempre.
La vida era una masa de hielo o fuego en su pecho. Se
sintió atrapada en ese minuto y se quedó callada. Un verdadero tropel de golpes
caían en su cabeza como cascotes de piedra muerta. Allí
Cuando entré en casa me recosté en el sillón pensando en lo
que me había sucedido. ¿ Qué puedo hacer con esta realidad? Soy una mujer
soltera. No me quise casar por miedo a no poder superar mis miedos. Estudié
hasta quedar miope y tengo un trabajo muy esclavizante para no tener tiempo
para pensar. Mamá me crió dependiente hasta lo irrisorio. Con mi manía por la
pulcritud no tengo mascota. Mi placard es un archivo perfecto en donde hasta
las sábanas están envueltas en papel de seda y una cinta de color ajusta cada
juego. Mis zapatos lustrados en cajas apiladas con etiqueta conforman un
singular adorno en un mueble especial. Todo está tan limpio, cuidado y ordenado
que para no pisar la alfombra blanca del departamento me quito el calzado en el
palier. Cocino en microondas evitando aceites y frituras, al vapor las
verduras, que traigo cortadas y lavadas del supermercado. ¿Qué voy a hacer
ahora, me planteé?
La imagen de Daiana y Abigail se incrustaba en mi memoria casi a fuego. La
mirada trastornada cuando les expliqué que yo no podía tenerlas...y el sollozo
de ambas cuando después escucharon que hablaba con la asistente social. No
podía comer. Recordé la carita frente a la comida que hice traer del bufet de
la compañía. Devoraban todo y se relamían como gatitos desamparados. Cuando fui
al baño para lavarle las manitos y la cara, descubrí que no habían visto nunca
canillas desde donde el agua salía tibia en forma automática. No sabían usar el
inodoro, ni el secador de manos y sentí que se me desgarraba el corazón cuando
Daiana me dijo si en “nuestra casa había todo eso”. Pensé que los piojos me
invadirían, los olores que tenían penetrado en la piel atravesarían las paredes
de mi alcoba. Quise huir. La razón y mi amor por las niñas fue mayor que mis
temores. Las acompañé hasta la llegada de la jovencita del servicio social.
Ella les explicó que primero había que hacer trámites y luego tal vez, si un
señor que se llamaba Juez, lo permitía vivirían conmigo. Yo - cumpliré sesenta años en el verano, no me
siento capaz de tener a las niñas conmigo- , pensé en voz alta y la
licenciada me observó sorprendida. Sabía que las pequeñas habían quedado
mirándome con un dolor extenuante. ¿O era odio? Ellas tenían un desparpajo
irreal para expresar sus sentimientos. Tan diferente a mí, que siempre oculto y
disfrazo mis sensaciones y deseos. Esa forma ambigua de encubrir los sentidos
de alejarme de lo vulnerable que se aprieta en mi ser.
Me senté frente a la compactera y me
quedé escuchando arias de mis óperas favoritas interpretadas por Monserrat
Caballe, María Callas y Renata Scotto. Cerré mis ojos y traté de cerrar mi
conciencia. Fue inútil la imagen de las niñas desprotegidas y llorosas se
prendía a mi retina aunque apretara los ojos. Me preparé un bocadillo que me
supo agrio al recordar el hambre desesperado. ¿ Dónde dejaba la sociedad a los
niños desprotegidos? ¿ Y yo no era acaso parte de esa sociedad descuidada? Me
preparé un baño de espuma y desnuda me concentré en la voz de las cantantes,
pero entre los agudos y bellos gorjeos aparecía la vocecita de Daiana o
Abigail. El estridente campanilleo del celular me sacó del estado de irritación
que tenía.
Braulia logró que la gente de la
villa le diera apoyo para ir al hospital sin el niño. Serafín regresó pero
nunca se curaría. La vida continuaba. La juventud e ignorancia le trajo otro
embarazo a la mujer que tenía veintidós años apenas y mil de sufrimientos.
Nació una hermosa hembrita a quien el Rubio quiso apadrinar. Se llamaría
Daiana. La heroína de la telenovela venezolana que veía toda el pueblo por ese
tiempo. Tal vez si tenía suerte la nena conseguía apoderarse mágicamente del
destino de la protagonista del culebrón y terminaba casada con el superhombre
rico y famoso del “cauntry” aledaño al barrio de vagabundos.
Un invierno extrañamente gélido
propinó una recaída al padre de los niños. Nuevamente al nosocomio de donde no
salió vivo. Braulia se había quedado con dos brazos acomodando hijos y sin
saber que en sus entrañas crecía otros pedacito de carne con corazón que
palpitaba. Nada le ayudaba en la vida y su desdén desgarró el instinto. Una
palabra al Rubio y en pocos días con un desesperado instrumento desgajaron el
cuerpito del pequeñito que dejó un ínfimo recuerdo a su paso por la villa. ¿Qué
puedo hacer ahora pensaba la desgraciada? ¿Quién me puede ayudar a mí? Ya no
tengo ni fuerzas para defenderme del demonio. Acalló su conciencia y caminó por
las calles abarrotadas de apurada gente indiferente, que a veces le daba una migaja de su abundancia o
compasiva le alcanzaba una mirada de amor infinito con algo que achicaba su
pobreza. Su pobreza no sólo era de cosas materiales...no, adolecía del favor de
los dioses para pertenecer a los afortunados que sabían leer y escribir, que
tenían un oficio y trabajo. La dignidad de pertenecer a la raza era un instinto
en Braulia que no sabía las palabras pero sí el sentimiento y deseo de no tener
que vivir casi como una exiliada de esa gente hermosa que veía...
¡
Ella no sabía que su belleza era tan digna como la de esos...!¡ su amor a los
hijos...! Su sabiduría ancestral defendiendo lo que para ella era lo más
importante, la hacía hermosa a los ojos de la humanidad y del Dios de todos los
que la conocían!
La soledad de la mujer sin hombre y
viuda, despertó el instinto de uno de
los hombres del `jefe´ y una vez sintió la mano sobre su espalda. Se enderezó
con furia y escupió. El hombre horrorizado por el estupor le propinó un golpe
que la dejó ciega sobre el eterno barro del pasillo de su tapera. Le había
quebrado la clavícula. La arrastró del cabello y la metió en una de las
casillas. La gente que la habitaba salió
silenciosa. Los dueños eran los amigos del Rubio. Todo era del Rubio. El grito
agudo pidiendo ayuda se perdió en el furioso ruido de una radio con música
“bailantera de cumbia”. Nadie podía atreverse a auxiliar a la desgraciada. No
ahora. Quedó tendida en el suelo. Otra vez se había perpetrado el ritual
ancestral de la violencia. Una hembra no es nada más que una cosa para usar. La
descartó y abandonó. Su vagina desgarrada le impedía ponerse de pie. Su
humillación era una pesada roca en el
cuerpo. Se arrastró y alguien la ayudó a erguirse. Apoyándose en las frágiles
paredes húmedas llegó a lo que quedaba de su casilla. La habían incendiado con
su pequeñito adentro. Un vecino había sacado a escondidas a la pequeñita Daiana
por orden del manda más, su padrino. Se quedó allí muda. Tomó a la nena y
caminó- en la más terrible degradación- hacia la calle. Un compasivo cachorro
trotaba atrás como queriendo aplacar su soledad. Así llegó al hospital donde
reconstruyeron su intimidad destrozada.
Querida
señora no quisiera darle malas noticias. Creemos, acá, con los doctores, que
nunca más podrá tener otro hijo. Por su historia clínica y porque la conoce la
doctora Miranda, sabemos que su compañero falleció hace un tiempo. ¿Cuántos
años tiene? Veintitrés...es muy joven. El doctor de barba que la viene a ver,
es especialista y la va a ayudar. Es siquiatra. Usted mi pequeña ha vivido un
momento muy doloroso. Me dicen que en el incendio murió su hijo varón.
¡Malo...malísimo! Y que no tiene a nadie para que la refugie. Nosotros no la
vamos a dejar. Será nuestra huésped por un tiempito hasta que suelde su hueso
del hombro y cicatricen sus heridas. Después ya buscaremos que...bueno, ya
veremos... ahora hay que seguir esperando con paciencia. Y los médicos cuidaron
cuerpo y alma de Braulia en ese momento de horror.
La encontré durmiendo una noche en un negocio
cerrado. Estaba cubierta con cartones y plásticos. Entre sus brazos firmes acunaba a la pequeña
Daiana. La desperté y la llevé en un taxi a un refugio de mujeres abandonadas.
Allí la ubicaron en un pequeño dormitorio. La ayudaron con ropa limpia,
zapatillas y ropa para la nena. Una ducha caliente y parecía que el cielo había
vuelto a abrirse para que el sol brillara. Comida caliente. Después supe que
Braulia durmió dieciocho horas seguidas. En el refugio un médico le diagnosticó
neumonitis. La volvieron a internar. Por esas raras vueltas del destino al
salir del nosocomio se encontró con el Rubio. La mirada sorprendida del hombre
no impidió la de odio de la mujer. Lo enfrentó con todo el rencor que acomodó
displicentemente en su memoria para lo que le hicieron.
Le ordenó que regresara a la villa.
Ella se negó y trató de escapar a la mano hercúlea del macho enojado. No pudo
desprenderse. Lo tuvo que seguir. La ubicó en una de las casillas más fuertes.
Era el “dueño”. Le compró todo lo necesario para ella y la nena que ya
caminaba. Ella supo callarse y aparentó estar agradecida. Comenzó una danza
viperina entre un áspid y una cobra. El “jefe” trataba de seducir con mil
artimañas y ella fingía que estaba encantada. Así con el milagro de lo
imposible quedó embarazada del Rubio. Tuvo a Abigail, una inútil esperanza de
paz. La ingenua soberbia del macho impidió desconfiar de la mujer memoriosa.
Mi relación con las tres se había
hecho algo imprescindible. Ella venía a mi oficina y se sentaba silenciosa
mientras yo hacía mis planillas y servía el té, que yo bebía siempre con
cariño. Me traía pequeños panecillos de pasas de uva que amasaba con grasa de
cerdo y que horneaba en su vivienda. Otras veces me traía dulce casero de
manzana o de damasco. No había perdido la capacidad doméstica de caserita
pobre. Hablaba poco. Yo le admiraba el amor que ponía en el cuidado de sus
hijas. No era frecuente verla llegar de día y en invierno se espaciaban sus
visitas agradecidas de aquel salvataje primigenio. Ahora me enfrentaba con la
verdad. ¿Dónde estaba? Yo no iría a enfrentarme con el Rubio que ya estaba
canoso y avejentado, peleando su puesto de dueño con un pandillero pendenciero
y sin escrúpulos. Las drogas hacían estragos en la villa. El alcohol era tiempo
pasado. Yo era una mujer soltera, sola y muy educada. ¡No podía! Pero mi
conciencia me impelía a conocer la suerte de Braulia.
Había esperado ese momento. Ya
las nenas conocían bien qué tenían que hacer. Buscarían a
La policía me trajo algunos
objetos encontrados en la casilla para que le diera a las nenas. Nadie quería
tocar un extraño muñeco de madera y arpillera con la forma del Rubio cubierto
de clavos, incrustado un diente de yarará en el corazón pintado con sangre
humana. Lo encontraron en el mismo lugar donde había quedado el cadáver. Me
explicó luego el comisario que el Rubio murió de muerte natural... ¿ O tal vez
no sucedió así?
Bailantera: música popular de una región argentina ( Córdoba ) que se
ha extendido en los suburbios de todo el país.
Chagas- Masa: enfermedad endémica provocada por el “tripanosoma cruci” y
cuyo agente de contagio es un insecto llamado Vinchuca. Habita en zonas
carenciadas con viviendas de barro.
Gualicho: dícese a un encantamiento popular hecho con hierbas y plumas
de aves muertas. Magia Negra de la región central de argentina y periférica de la provincia de Buenos
Aires.